martes, 20 de mayo de 2014

poesía nº 120 ( escena I)



Se sube el telón. Detrás
De él una risa grotesca.
Unos ojos bailan loco
girando en sus esferas.
Se vuelve. Llora. La dama
la mira dura, esbelta.
-¡No! Concédame el perdón,
se lo imploro a su alteza-.
Ella lo mira, con odio,
con desdén. - ¡Por su afrenta
pagará con el infierno
del destierro de su tierra!-.
La dama se marcha altiva
quedando él solo en la escena.
Avanza unos pasos, lentos,
deambulando por su celda.
-Cómo se va la alegría
desde detrás de esta reja…
¡Maldita vida, maldita
la patria que me encarcela!
¡Pero mi voz se oirá siempre,
eterna, aunque yo muera!-.
Se arrodilla contra el suelo.
Permanece su cabeza
caída, sus ojos vencidos,
su esperanza extinta, muerta.
Llora. Se oye su lamento.
Su cuerpo se desespera.
Se retuerce. Gime. Grita.
-¡No!. No es cierto. Ya me quema
el odio de la cruel muerte!
Me busca. Lo sé. Me espera-.
La dama de negro surge
por la izquierda de la escena.
Aparece engalanada
y con la cara cubierta.
Va lenta hacia el prisionero.
Poco a poco se acerca
a él, y él, horrorizado,
retrocede hasta la reja.
-¡No, vete! – grita histérico
-¡Vete, no quiero que me veas!-.
-Ven, acércate a mí
- insinúa – no me temas,
baila conmigo tu último
baile y ve a la paz eterna-.
Temeroso, lento, toma
la mano de la doncella
oscura, mira a sus ojos
y se marchan de la escena.
Se baja el telón. Aplausos.
El teatro retumba y sueña.
En su butaca el público
se emociona y se alegra.
Aparecen los actores.
Los aplausos aumentan.
Saludan. Baja el telón.
La estancia vacía se queda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario