Mil dioses
mueren en mi interior a cada instante,
Ahogando su
lamento en la nada más distante,
Más lejana, la
más vana. Un millón de amantes
Fornican en mi
alma, y ella se pudre, ignorante.
Esnifan
pegamento e imaginan ilusiones;
En el limbo de
su muerte lloran, sin pasiones
Que sentir.
Lloran. Nada más. Matan las razones
De la lágrima,
su lágrima infiel, en salones
Negros de de
mármol blanco, pensando en los mañanas
Que no vendrán,
que se fueron rápidos sin vanas
Esperanzas,
verdugos de una ira, lejanas
en el tiempo y
en la paz, en casas sin ventanas.
Ogros de mi
esfinge son los que tejen el mar,
Me rompen, me
aniquilan, destruyen mi lugar
En Dios, mi
hogar en el infierno, mi amor vulgar,
Que no vale
nada, acaso algo a despreciar.
Mi demonio
devora el barro, roba feroz
En sus garras.
Lo odio. También roba mi voz
Llevándosela
lejos, muy lejos, veloz.
¡Sólo él sabe
cómo lo odio! Es como la hoz
Que siega mi
libertad, la engulle, cual perdida
Basura en un
jardín. Vende todo. Tanto su ida
Como su venida
del infierno. Luz vencida
En la rosa pide
clemencia, llora, abatida.
Mil dioses
mueren en mi interior a cada instante,
Ahogando su nada
en el lamento más distante,
Sueñan
imposibles, como yo, como un diamante
Sin pulir que
extraviado en la tierra muere antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario