viernes, 28 de febrero de 2014

De tu madre (poesía 322)



Te di la vida entera
desde antes de pensarte.
Eso es lo primero que supe de ti.
Después llegaste
del mar,
navegante,
a mi puerto.
Solo soy un puerto más,
aunque fui el primero.
La intención se hizo verbo,
y el verbo se hizo cuerpo.
Y ahora el cuerpo ya es hombre.
Tu sonrisa sincera
me ayudó a construir
la repisa del fuego de mi hoguera.
Te di un nombre
con el cual nombrarte,
porque el amor para amarte
ya te lo había dado antes.
Te di mis noches y mis días,
el temblor de la preocupación constante.
Te di mi ilusión
Y mi esperanza silente.
Incluso te di
alguna cosa más,
porque el corazón de una madre
nunca le dice a su hijo
todo lo que siente
por miedo a impresionar.
Tanto amor abruma.
¿Cuántas tormentas hemos visto juntos?
¿Cuántos días de sol?
¿Cuánta calma chicha
a la espera de un nuevo viento?
Pero el navegante
mira hacia el mar,
busca el mar,
porque es navegante.
Y un día
zarpa hacia otro puerto
en un barquito velero
que le empuja con su viento.
¡Dios, y que bonito es el barco velero!
Sus velas pueden cortar el mar
como la espada de un guerrero.
La vida,
como la corriente del mar,
te trae y se lleva
las cosas que siempre
habrás de amar.
Corazón valiente,
éste es tu momento.
Algún día,
cuando seas padre,
sabrás de lo que te hablo.
Mientras tanto,
imagina, intuye
lo que te cuento.
Porque quiero que puedas entender
todo lo que siento,
todo lo que por su hijo
siente una mujer.
Por eso,
pequeño mío
te digo
que te quiero,
que te quiero
como solamente una madre sabe querer.

9,8 m/s (al cuadrado) (1)




¡Maldito día, joder! ¡Mierda! Te dije que pasaría y no me equivoqué. ¡Mierda!.

 Las llaves en el bolsillo. El pañuelo en el bolsillo. Las once en el reloj de pulsera sin números, solo agujas negras en el cristal.

 Ten cuidado; te lo dije siempre y nunca me hiciste caso, por lo menos en los últimos tiempos. Sabía que pasaría esto, lo sabía. Ya te lo dije, ten cuidado...

 El coche se pone en marcha. Un ruido extraño suena iniciando el ligero temblor del viejo coche. Fuera llueve. En los últimos días solo lluvia. Los días del invierno, los postreros a la primavera, hacen sentir sus huellas. El cielo oscuro parece no haber dado paso al día, solo la noche ininterrumpida durante toda la semana.

Las calles vacías, más muertas que vivas, ven pasar fantasma al utilitario rojo desgastado por el tiempo. Las farolas encendidas, en busca de algún alma en pena, callan indicando un silencio que se esconde.

 ¿Por qué? ¿Por qué coño lo hiciste? Y encima soy el último en enterarse. Fue ayer y no me han dicho nada hasta hace una hora. No tengo tiempo ni para llegar. Debo llegar, hostia, tengo que llegar como sea, aunque reviente este puto trasto que ya no anda ni cuesta abajo, y eso que andaba, joder que sí andaba...      
 ¿Te acuerdas del día que te lo enseñé? ¿Y del paseo al pantano? Llevaba un mes con el carnet, lo recuerdo muy bien, un día de primavera, espléndido, como pegaba el sol allí arriba. Después de todo, se ha portado bien, lástima que tenga tantos años, claro, ya era de segunda mano, suerte que me lo dieron. Fue poco después del primer viaje a París. Parece mentira cómo pasa el tiempo...


 Me ha llamado Teresa diciéndomelo. Me ha estado llamando todo el día y no contestaba nadie. Normal, nos hemos ido los tres todo el día por ahí, desde las siete de la mañana. Me ha dicho que venían conmigo, que era mejor, pero les he dicho que no, que quería ir solo; quiero decirte adiós como siempre estuvimos, sin nadie más.

 Me ha dicho como ha sido y la verdad, no me ha extrañado nada. Ella parecía bastante dolida, y eso que nunca fue una gran amiga tuya. No me sorprende, una cosa así no deja indiferente a nadie, y menos si no te lo esperas.

 He llamado al aeropuerto y me han dicho que hasta mañana a las doce nada. Menos mal que he encontrado el mapa que compramos, si no, no sabría cómo llegar. Lo he estado buscando por todos los sitios y al final estaba en el cajón azul.

 Los últimos edificios de la ciudad se van quedando atrás. Todavía sobrevive alguna luz silenciosa, más allá solo el telón negro.
 Podría haber parado de llover. Agua. Agua. Agua. Mierda, lleva una semana igual, no sé cuándo va a parar. Parece el diluvio universal. Ni que llegase el fin del mundo. ¡Joder! ¿Por qué coño lo has hecho? No me lo explico. Te lo juro, no tengo la maldita respuesta, aunque tampoco creo que la haya, y si la hubiese me daría igual, no creo que eso hiciese cambiar las cosas; yo seguiría en el puto coche y tú donde estás. Pero ¿Por qué no me dijiste nada? ¿No sabías hablar? Haberme dicho que fuese y hubiese ido. Bien sabes que tú eras lo primero de todo, antes que cualquier otra cosa; pero no, creías que tú lo podrías superar sola y la jodiste. Y bien jodida. Mira que lo pensaba, pero no me lo creía. Me decía, no, no puede ser, es imposible, ella no, ella es distinta, más fuerte, siempre se podrá agarrar a algo, a la pintura, a los amigos, a algo, ¡Joder! ella es distinta. Si yo hubiese estado allí todo habría sido diferente. Cuando me dijiste que fuese contigo te dije que todavía era pronto, demasiado jóvenes, pero tú fuiste y triunfaste y yo me quedé y me como la mierda. Si yo hubiese estado allí, todo habría sido distinto, te lo juro, y tú ahora no estarías muerta.

poesía 325



Todos los días te digo te quiero.
En febrero, marzo, abril y mayor.
Quererte es un tesoro que no callo.
Una verdad que cuido con esmero.
Imaginé toda mi vida el amor
Esperando encontrarlo algún día,
Retenerlo junto a mí si lo tenía,
Oír, por fin, mi otro yo interior.
Amelia, sabes muy bien que te quiero.
Me moriría por ti, porque creo
En ti, y porque ya sin ti, yo muero.
La vida me sonríe desde tu boca.
Intenta imaginar todo lo que veo.
Amelia, alma del cuerpo que me toca.

jueves, 27 de febrero de 2014

cuento de la abejita y la flor



En un país muy lejano, vivía una pequeña abejita. Era una abejita muy bonita, con su camisa amarilla y negra, muy bien planchada, y unas antenas muy lustrosas.
Un día, la abejita estaba encima de una flor. ¡Hola! Le dijo la flor. Al principio la abejita se asustó un poco, porque nunca había oído hablar a una planta, pero rápidamente se recompuso. ¡Qué curioso! Respondió, una flor que habla… ¿Quién te ha enseñado? No es muy habitual… ¿Y cómo produces el sonido? Porque tú no tienes boca.
La planta se le quedó mirando, y le contestó: Te hablo con tu propia imaginación, porque eres tú quien desea que te hable, y sólo así me puedes escuchar.
 La abejita se quedó pensativa, ¿cómo era posible que fuera ella misma, y no la planta, quien dijera las palabras? Sabía que no estaba loca, y que la escuchaba perfectamente. - Solo es cuestión de querer, y escuchar -, le volvió a decir la planta a la abejita. - Aprender es lo importante. De la misma forma, deberías hacer lo mismo con tu corazón.
Desde ese día, la abejita va a visitar a su amiga la flor, le enseña geografía, le cuenta los sitios que ha visto, los animalitos que ha conocido, y el récord de velocidad que ha conseguido volando para atrás. Y la planta le ha enseñado, poco a poco, pero con paciencia y tesón, a escuchar a su corazón.
 Y ahora las dos amigas son muy felices.

la negación de lo que tú más quieres (poesía 330)



Sí.
Con amor conseguiré
lo que más te duele.
Y por eso me odiarás.
Querrás mi odio.
Y no lo tendrás.
Un amor sincero.
Un amor verdadero.
Un amor que escuece
porque te dice la verdad.
Mi amor es la negación
de lo que tú más quieres.
Y no lo podrás cambiar.
Triste sino.
Mi camino
Es tu destino
De amarga aceptación.
Siempre te querré,
es algo inevitable.
Tu herida sangrará
cada vez que sienta la espina
clavada en tu indomable corazón.
Muñeca turbia.
Tu alma decantará el poso
que todo buen vino debe reposar.
Y un día,
mirándote en el espejo,
veras en su reflejo
el tiempo lacerante
que te hizo madurar.