miércoles, 7 de mayo de 2014

poesía nº 111



Yendo ayer por el camino
encontré al primer amor;
él ya no me conocía,
no supo quien era yo.
- ¿Cómo te llamas? -Me dijo;
- Me llamaban resplandor.
De mi labio amargo, lúgubre,
fúnebre, gimió  mi voz.
- Así te llamaban - Dijo,
mirándome murmuró,
acordándose de mí.
-Es cierto. Pero ya no.
Tus ojos ya no iluminan,
ya no brillan como el sol.
- Es verdad. Estoy cansado,
triste, acabado, el dolor
nunca perdona a nadie,
tampoco a mí, no soy Dios.
- Desde que nos separamos,
- me dijo - ¿Cuánto lloró
tu pupila? ¿Cuántas lágrimas
tuyas tu labio bebió?
¿Cuántos sueños rotos fueron
a esconderse en un rincón?
¿Cual  fue la estrella fugaz
que vino a ti y te llevó,
lejos, muy lejos, ¡Tan lejos!
que se fue y nos separó?
Desde que me abandonaste:
¿Cuántas veces mi perdón
has implorado? ¿Quizás
mil..? Quien sabe... ¿Un millón?-.
Bajé la mirada al suelo.
Ella tenía razón.
Pero yo no se lo dije,
el orgullo me venció.
Sonreí. Miré a sus ojos.
Callé. Le observé. Calló.
nos miramos mucho tiempo,
callados, luego... se marchó.
Cuando aún le oía
giré la cabeza. No
se `paraba. No volvía
a mí. Él seguía y yo
no pude más que mirarle
y callar. Se fue mi amor
primero, y con él todo.
Marchó y solo me dejó
en el camino. Al fin
me fui. El reloj marcó
su eterna hora en la torre
y como la anterior
cayó perdida al olvido.
Así fue como ocurrió
el encuentro con mi dama.
¿Su nombre? Me acordé yo
entonces de él y no supo
más que exclamar mi voz:
¡Bendita inocencia! ¿Dónde
te perdí? ¿Cual fue mi error?

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