miércoles, 7 de mayo de 2014

el espíritu de los tiempos (33)



Jugar al billar fue algo a lo que Isaac se acostumbró muy pronto y el hecho de no poder hacerlo fue algo a lo que no se había acostumbrado nunca. En el fondo de su recuerdo todavía tenía guardado como un tesoro muchas de las carambolas y retrueques que le habían proporcionado tantos momentos de gozo y de las cuales no pudo desembarazarse para su propio escarnio y dolor. Ahora solo se contentaba con vivirlo de nuevo en su memoria; inventarse nuevas jugadas inverosímiles que siempre acababan en una perfecta consecución y contar las bolas introducidas de una sola tacada. No había solución, y es que las buenas costumbres como las malas suelen quedarse trasnochadas si las cambias de contexto y se quedan en  algún viejo rincón consuetudinario noctivago pro acción de su recuerdo. Aunque no lo decía, se podía leer en sus ojos. Podía recordar ( me lo dijo después) algunas de sus más memorables partidas, como también se acordaba de la partida de la noche en que lo conocí. Yo, sin embargo, apenas podía recordar aquel tipo extraño con el que hablé y el frío que rajaba el cuerpo; también algo sobre gatos.
          Otras veces recordaba la niebla de la habitación, la que se formaba por efecto del término de los cigarrillos y los porros, las cervezas y alguna que otra ilusión. Recordar como evasión. Lo había escuchado, mejor dicho oído, hacía ya mucho tiempo en boca de alguien; algo tan obvio como desconocido hasta el momento en que se convierte en el epicentro de cualquier acción, entonces evitarlo en un rodeo se torna en un imposible inexplicable y solo se vive en ello, para ello.
          Un día la vi, apenas diez segundos, pero tuve la certeza de que era la misma. Estaba sentado en un banco y como siempre observaba el rostro de la masa informe, un cruce de miradas de dos, a lo más tres segundos que en su instante culminante es solo duración de un parpadeo, jugando al triste juego de no desviar la mirada de aquellos que te miran como sin querer solo para verte, quizás no ( hacia alguna parte hay que mirar), enfrentándome a ellos con los ojos, venciéndoles, valiente ironía, porque es mi única arma contra el sujeto anónimo, porque él tenía prisa y yo no, ya no me quedaba tiempo.
          Fue uno de esos sujetos anónimos; lo vi un poco desde lejos porque llevaba una larga falda de un color vistoso. No era hermosa, es cierto, pero llevaba en sus pasos una compostura a la hora de caminar que me atrajo de inmediato, diríase una cierta elegancia graciosa al mover los pies. Quizás fue esa elegancia la que me hizo dudar por un momento, tal vez porque no la recordaba ya o porque cuando la conocí aún no la poseía o no la intuí en aquel entonces, me acerqué a sus ojos y la reconocí, sus ojos y sus labios rechazados hace tanto, con el porte que solo lucen las damas que se esconden detrás de su sencillez; la miré y ella me miró sin apartar la mirada, nunca la apartó, hasta que pasó por delante mío y se marchó por la acera en busca de su camino.
          Puedo jurar que no me reconoció (o por lo menos eso quiero creer), de lo contrario es muy probable que ni siquiera me hubiese mirado. Pasó y yo me quedé en el banco, viéndola marcharse y sintiéndome esta vez derrotado, no por encontrar a quien me venciese, no por no darme cuenta del peligro del maldito juego, sino por convertirme en  un anónimo más, como los que desafiaba, para aquella chica que debajo de toda mi suciedad y olvido no supo reconocerme. La chica que tanto dijo quererme en la infancia no supo quién era yo.
          La Chuli desapareció entre la gente en menos tiempo en que tarda en morir un suspiro. Después ya no quise seguir jugando y enfilé el camino hacia cualquier otra parte donde hubiese menos gente, absorto en el nuevo pensamiento, en el inciso casual que había surgido desde un lugar muy remoto, pensando cómo evitar el epicentro del recuerdo es al fin y al cabo ajeno a toda voluntad humana, sobre todo cuando por delante hay mucho menos que lo que hay por detrás y sobre todo cuando por delante no hay nada y por detrás por lo menos hay algo.
          Aquel día no encontré otra cosa en qué pensar. Ironía. Ironía de eso que alguien llamó destino. Volví al último punto donde la había tenido cerca antes de ese día, cómo los caminos se habían vuelto a cruzar, a rozar en aquella ciudad tan lejana de Mazur, nuestro Mazur, donde algo que parecía otra vida había existido; entonces todo había sido diferente y donde todo debía haber sido diferente ( desde esta actual perspectiva que lo permite reconocer y suponer es fácil no fallar en el diagnóstico); ahora era ella la que había pasado de largo sabe Dios hacia donde, arriando yo la vela por el mismo viento que le permitía a ella avanzar. Pensé que quizás, si ella hubiese sido la de ahora y no la de antes hubiese sido como ahora, pero al revés, y todo hubiese sido diferente. Intenté imaginar qué sería aquello que la haría estar en esta ciudad, cómo habría sido su vida desde esos tiempos, pero ninguna de las historias creadas me pareció interesante, ni siquiera factible.
          Aquel día no me levanté del banco cuando la vi, y fue eso ( lo supe más tarde) lo que más me dolió. Sabía que en otra época o simplemente en otra situación mejor me hubiese levantado y hubiese ido hacia ella, vistiendo en los labios una hermosa sonrisa que le hubiese vuelto a embelesar, acercándome y dándole dos besos, uno en cada mejilla, como siempre hice yo muy a su pesar, aunque ahora hubiese sido yo el que hubiese deseado lo contrario, la hubiese invitado a cualquier cosa y a un poco de conversación, preguntar por ella, por su vida, por su futuro y su pasado. Sin embargo no lo hice y me escondí en el silencio, en el anonimato, y es que la vergüenza a veces puede demasiado, esa vergüenza que hace ocultarnos de los demás e incluso de nosotros mismos por el qué dirán o por los pensamientos que puedan pensar, la misma vergüenza que atenaza a la acción pronta a ser ejecutada y que se para. Hubiese dado mucho por haber sido capaz de haberme levantado de aquel maldito banco, por haberla saludado o solo incluso por haberlo intentado, pero hubo mala suerte y no pude, me quedé anclado.


          ... verde, como siempre en Mayo, cuando los árboles cogen su mejor color y los días ya son largos pero todavía no calientan demasiado. No había mucho espacio, sin embargo el terreno era liso y en el suelo no había piedras, plano como una mesa y mullido como una alfombra. Fuimos cuatro, los que por aquella época estábamos siempre juntos, dos a dos en dos tiendas de campaña, a alguien se le ocurrió que podía ser buena idea irnos esa noche al monte a fumar porros y a ver las estrellas. Cogimos el coche de uno de ellos, de Makola, sí, así se llamaba, Makola, nombre extraño, no lo he vuelto a oír, nos montamos y nos fuimos en aquel montón de chatarra andante que parecía sacado de una fábula, mejor dicho de un comic; andaba un poco desajustado y sonaba por todas partes, era uno de estos coches donde da igual que haya música o no porque no se oye, solo los hierros chocándose entre ellos. Makola dijo que conocía un sitio bastante perdido, así que mientras el conducía por aquella carretera vieja nosotros hacíamos unos porros para calentando el ambiente. Llegamos un par de horas antes de amanecer, lo justo para montar la tienda de campaña y hacer una pequeña hoguera, subir las cosas y cenar un poco. Empezamos pronto con la bebida, primero la cerveza y luego con el whisky, un whisky bastante malo por cierto, al fin y al cabo nos daba igual uno que otro, el resultado iba a ser el mismo. El caso, eso lo recuerdo bien, que para las tres o las cuatro de la mañana acabamos todos en las tiendas de campaña, yo con Makola y los dos en la otra. La música siguió sonando, era la radio, porque a alguien se le había olvidado apagarla y nadie salió a hacerlo. Bueno, lo cierto es que dentro de la tienda Makola y yo no nos dormimos tan pronto, tanto alcohol y tanto porro solo hizo que no sintiésemos muy bien la cabeza, pero no trajo el sueño como habíamos pensado. Él y yo, los dos, estábamos muy juntos y también muy borrachos. Seguíamos riéndonos y hablando, más que hablar lo intentábamos, él sobre todo, de su novia, su maravillosa novia a la que tantos polvos echaba y que tan cachondo lo ponía agarrándole su polla por debajo del pantalón, entonces él se la llevaba en el coche a cualquier parte y continuaban el juego hasta su final. Fue por la tontería de la novia, seguro, que le empecé a agarrar yo también de la polla, riéndome, diciéndole “¿Así, así? sin que él hiciese la menor intención de pararme...
          - ¿ Y él qué hacía?
          - Nada, seguía hablando de su polla y de su novia, y mientras lo seguía haciendo noté en la mano cómo se le empalmaba, tan dura que se podrían haber roto piñones con ella. Cuando pareció que ya no podía endurecerse más aquello se calló, apartó mi mano de su pantalón, se la sacó y se empezó a menear delante mío hasta correrse encima.
          Isaac se acercó hasta la boca un pequeño trozo que debía ser comida y comenzó a masticarlo tragándoselo después. Levantó la mirada hacia la luz que acababa de nacer desde la farola de la esquina más cercana y se atusó un poco el pelo.
          - ¿ Y después?
          - ¿ Después?
            - Sí, después, ¿ Qué pasó?
            - Nada.
            - ¿ Nada ?
            - Eso, nada, se corrió y se echó a dormir plácidamente. Al día siguiente se levantó con resaca, se limpió el pantalón como pudo y no dijimos nada.
          - ¿ No es un poco extraño?
          - No, supongo que no, suelen pasar cosas así más veces de las que uno piensa.
          Si él lo decía debía ser cierto, él tenía más experiencia en todo eso que yo. Reflexioné por un instante, luego pregunté.
          - ¿ Nunca has estado con una mujer?
          - Sí, por supuesto - exclamó riéndose ( debió hacerle mucha gracia la pregunta) - dos veces, con dos hembras magníficas. La primera vez por probar, quería saber qué se sentía con el sexo opuesto; además pensé que con una chica como aquella debía suceder algo bueno. La segunda vez pro ver si lo de la primera había sido mala suerte o es que realmente era eso lo que sentía. Después desistí de volver a intentarlo, de probar de nuevo, me confirmó que no me atraían. Sinceramente, prefiero la piel de los hombres. Soy de la opinión de los que piensan que para saber sobre algo primero se ha debido conocer el terreno.
          Me acarició el brazo como solo lo sabía hacer él. Pensé sobre ello. Sentía su tacto sobre el mío, realmente sabía acariciar bien; sin embargo solo producía una agradable sensación falta del deseo necesario para alcanzar un grado más elevado que el de la simple sensación corpórea. Me costaba comprender cómo un hombre no prefiriese una mujer cerca; lo podía intuir, pero no lo podía entender plenamente. Bien pensado, solo debía ser cuestión de gusto, como los colores, los mismos que desapercibidamente habían ido cambiando de traje por efecto de la luz en apenas unos minutos, la luz solar a la luz eléctrica; el color originando otro color distinto; de la misma forma lo otro debía ser problema de percepción, solo dependía de qué luz lo enfocase para que lo que en principio era único tornase multiforme.
          Se había hecho de noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario