sábado, 12 de abril de 2014

poesía nº 270



A veces pienso que volvería al mar de tus ojos;
un lugar donde, ya por fin, ahogarme
sin sentir la necesidad de tener que amar
un amor que aboga por matarme,
si no de tristeza o desesperanza,
sí de pena por no acabarse.
Demasiadas puertas abiertas a habitaciones vacías;
demasiada lucha a un enemigo que no había;
demasiada voz para un sordo que no oía.
Y ahora, callada, toda mi amargura
solo se muestra latente los días que me tortura
con su silencio impenetrable,
sintiendo el peso físico de su masa
dentro de este abismo.
Volvería al mar de tus ojos
a bañarme,
a apagar este sol que quema el aire
que respiro y que me abrasa,
para después decirte
que las alas siguen siendo hermosas
cuando llegan a la playa
y cuando en ella me destrozan sin inmutarse,
porque lo curioso del agua es que te destruye
y tú no puedes ni agarrarle.
Algún día volveré a nadar,
la brazada se tornará vigorosa;
y ese día, cuando llegue
(si es que llega)
el mar volverá a ser mío,
la luz de nuevo retomada,
brillando la ola cristalina
sobre la superficie de tu agua marina;
besando el labio de tu boca enamorada.

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