miércoles, 16 de abril de 2014

el espíritu de los tiempos (17º)



- No te lo he dicho nunca pero el frío me da miedo.
            - Entonces no te gustará el invierno.
            - No, no es eso, el invierno me gusta pero cuando no tengo frío; la lluvia, la nieve, los árboles desnudos, todo eso me gusta, solo que tengo que tener calor, llevar mucha ropa, verlo desde un cristal; lo que realmente me asusta es el frío en la oscuridad.
            Dentro de la cama no hacía frío, el peso de una manta y el calor humano producía una agradable temperatura que infundía tranquilidad y relajación.
            - ¿Y por qué te asusta el frío?
            El silencio se apoderó del momento durante un segundo o dos, luego se rompió.
            - Porque me recuerda a mi padre. A veces solía abrir las ventanas del salón para que entrase el aire, decía que le gustaba, entonces se sentaba con su botella en el sofá y veía la televisión; el problema es que también lo hacía en invierno y el salón se quedaba frío. Yo estaba sentada en una silla y también miraba la televisión, fijamente, para no verle e intentar olvidarme del frío, y como nunca lo conseguía me marchaba a mi habitación y encendía la luz, todas las luces.
            La habitación permanecía iluminada, siempre estaba iluminada; ahora sabía por qué siempre hacíamos el amor con la luz encendida, le espantaban las viejos fantasmas de la infancia. Le acaricié el pecho izquierdo suavemente y me la imaginé como una niña asustada y con frió en una silla mirando obsesivamente una pequeña pantalla en blanco y negro, como si todo lo que podría esperar en la vida proviniese de aquella pantalla.
            - ¿Qué hemos hecho de la vida? - murmuró con voz susurrante.
            - ¿Qué?
            - Se supone que existe el progreso y todavía tengo miedo del frío porque mi padre habría las ventanas; eso no es progreso. ¿Qué derecho tenía él a hacerme esto? Hablan de progreso y todavía no hemos conseguido ser felices.
            Le miré.
            - ¿No eres feliz? - pregunté.
            Y sin dejar de mirar el techo respondió “quien sea feliz que se esconda debajo de alguna piedra porque como alguien se entere seguro que lo matan”.
            No supe qué contestar, las palabras fallaron, quise encontrarlas pero solo se me ocurrió el silencio, no podía entender lo que decía. Finalmente algo apareció por mi mente.
            - Entonces... ¿Por qué estas conmigo?
            - Porque me recuerdas la felicidad - y sonrió acariciándome la mejilla como aquel que acaricia la sonrisa.
            Solo era un reflejo, todo lo que podía sentir de la felicidad solo era su reflejo a través de mí. Me sentí como un espejo, o por lo menos como me sentiría si fuese un espejo, y en ese momento lo era. Sentí pena, una gran compasión por ella, y sobre todo impotencia; parte de su felicidad, para mí toda, era incumbencia mía y no conseguía sino un reflejo. Recordé algo sobre sombras y fuegos en una caverna y maldije el nombre de Platón. Le besé los labios, buscando darle esa felicidad que reclamaban, pero sus labios estaban un poco fríos, y no respondieron a mi proposición.
            - Marcel...
            - ¿Sí?
            - Mañana tengo que trabajar; no te lo diría si no tuviese que levantarme a las ocho de la mañana. Lo siento.
            - Perdona, no me acordaba. Da igual, además ya es bastante tarde. ¿Apago la luz?
            - Como quieras...
            Recordé lo que había dicho sobre la oscuridad y dudé sobre apagarla o no. Decidí apagarla. Antes de apretar e interruptor miré la hora del despertador, marcaban las dos menos cuarto; cuando apagase la luz dormiría y al despertarme me encontraría solo en esta misma cama y pensaría en ella. Apagué la luz y en la oscuridad sentí cómo su cuerpo abrazaba el mío y su cabeza descansaba en mi pecho.



            Las bolas volvían a correr locas en todas las direcciones, la bola blanca había salido potente desde el taco chocando estrepitosamente contra las otras, aunque sin suerte. El humo se condensaba sobre la mesa a impulsos de bocanadas, exhalando los últimos alientos para volver a recobrar otros nuevos. Isaac observó la disposición de las bolas y decidió atacarlas, se agachó, tanteó la distancia y de un certero disparo la blanca chocó con la verde y ésta dando en la banda larga entró en el agujero opuesto. Isaac se irguió y sonrió como en las grandes ocasiones mientras lamía el taco con los dedos, observando el rostro de los presentes, volviendo a buscar con la mirada el cigarrillo al lado de la mesa en su afán de fumar otra calada antes de volver sobre las bolas en busca de trayectorias inverosímiles que pueden ser convertidas en realidad.
            - Es la tercera vez que salgo a la calle en un mes.
            - No te quejes y ten cuidado de la pierna, ponla sobre la silla.
            - Soy el maldito esclavo de un trozo de escayola.
            - Tómatelo con calma, Bormano; que solo te quedan cuatro meses más - dijo Isaac sin ni siquiera levantar la cabeza de la mesa verde dispuesto a enlazar su tercer acierto seguido.
            La Navidad se estaba acercando peligrosamente hacia nosotros sin poder evitarlo. Mientras, Lio Lin se desesperaba viendo cómo en la mesa solo estaban quedando sus bolas. Estábamos los cuatro en aquel bar donde solíamos tomar unas cañas algunas tardes, o en esas noches donde la tranquilidad ocupaba el tiempo. Isaac había vuelto a ganarle la partida a Lio, que resignado se sentaba a nuestro lado en la mesa y tomaba otro sorbo de su café solo. Los cuatro nos mirábamos y sonreíamos. Lio Lin se colocó bien las gafas, luego aclaró la voz y Bormano asintió con la cabeza; sobraban las palabras, de sobra sabíamos todos lo que iba a decir, sin embargo lo dijo y brindamos por ello. La bola comenzaba a rodar y a agrandarse, solo era cuestión de tiempo y de saber dirigirla hacia donde más nieve hubiese, todos íbamos ahora en el mismo barco, solo que en posiciones distintas. Bormano intentó encontrar la postura más adecuada para apoyar la escayola totalmente engrafitada sin éxito, desistió del intento y apuró el trago.
            Por lo visto se estaba a la espera de cerrar un trato con unos tipos extranjeros, unos chinos que había conocido Lio con los que había que tener cuidado; tipos de cierta importancia con los que debía haber negocios futuros; ellos pasaban la frontera y nosotros haríamos la distribución. Era una operación arriesgada, casi todo nuestro capital iría en ella, y si todo marchaba positivamente multiplicaríamos las ganancias. Aquello sonó a mucho dinero. Por eso era necesario más dinero y más personas con las cuales poder contar. Pedimos otra ronda y volvimos a brindar por la vida.


            La oscuridad me envolvía dentro de la soledad de mi habitación. Busqué donde agarrarme y acabé abrazado a la almohada. No era el cuerpo de Xania pero menos es nada. Ella no estaba totalmente de acuerdo con todo eso y yo tampoco; decía que era peligroso, que por mucho cuidado que pudiésemos tener podríamos terminar todos en la trena por algunos año y un día. ¿Y qué quería que hiciese yo? Ya le había explicado que yo solo quería una cierta cantidad de dinero para montar un pequeño negocio y poder asegurarme el futuro con algo, preferentemente legal. Pero qué podía hacer, todos estaban dentro y les debía muchos favores, sobre todo a Bormano. Además, para qué intentar engañarme a mí mismo, no quería ser pobre, llevaba toda mi vida pobre y no me gustaba, si podía hacer dinero rápido y fácil no lo iba a dudar mucho, por lo menos en ese momento; siempre había estado arrastrándome por seguir sobreviviendo y no iba a dejar pasar la oportunidad de no tener que preocuparme por el día siguiente. Abrí los ojos y observé cómo todo seguía igual que al tenerlos cerrados en un negro envolvente que absorbía la atención, Xania pensé, no te enfades por querer ser feliz en mi propia vida y si quería el dinero no era porque me gustase, solamente porque no lo tenía y no sabía cómo salir rápidamente del pozo de la miseria en el que me había encontrado siempre. Intenté dormir en las curvas fluctuantes de la insinuación de la antesala del sueño pero no podía encontrar la puerta de acceso que me llevase hasta ellos, girándome sobre la cama en busca del espacio desocupado, la pared blanca negra pro la ausencia de luz y Xania en mi mente negando la acción. Decidí no explicarle muchos detalles, no mencionárselos siquiera, evitarle esa preocupación que le podría perturbar, que me podría incomodar. “Por su felicidad” pensé y qué felicidad si no la tenía, solo su recuerdo en el reflejo de mi presencia. La besé en la memoria con los labios del pensamiento. No quería ser pobre toda mi vida, eternamente, trabajar para seguir tirando  y mendigarle a un tipo ajeno un empleo mal pagado, no, Bormano sabía cómo poder evitar ese camino equivocado, unos negocios con él al principio y después montar algo legal, seguro, tranquilo, sin grandes complicaciones, con hijos y una buena esposa que me quiera cuando esté cansado y necesite sus amorosas caricias, madre de mis hijos y de mis sueños; Xania la de los ojos verdes no me digas no a las acciones de buenas intenciones y mala reputación. Recordé la mirada de Lukas Parker “Sky walker” la última vez que lo vi, Xania mi almohada de carne y miel, la última mirada de aquel pobre desdichado de su propia perdición volando sobre Mazur, volando demasiado alto sin seguro de vida a todo riesgo y sin saber lo profundo que puede ser el mar hasta que no estuvo en él, ingenuo jinete volador, no me digas tú también desde tu mirada en mi memoria que estaba equivocado, no soy la justificación a tu derrota. Busqué la compresión debajo de las sábanas pero solo había calor y tuve que sacar la cabeza hacia la pared blanca negra que parecía amenazarme desde su invisibilidad, con la almohada atada a mi pecho y el sueño esperando en un bolsillo, buscando su momento para salir y arrastrarme, “Sky walker” el de los ojos muertos no vengas hasta mí si ya no eres nadie, si ya no eres nada. Isaac sabía la razón que era el amor a la vida, y qué si vendo droga, yo no tenía la culpa de esas cosas que me circundaban, sueño ausente ven hasta aquí y llévame a tu guarida, olvídame de lo real y espanta la duda, Xania utopía de alegría y felicidad soy su recuerdo en el presente  del reflejo hacia el futuro que aguarda, yo no tengo la culpa, yo no lo he hecho, yo solo quiero ser feliz porque nunca lo he sido más que en sueño que no vienes, que escondes tu presencia detrás de la pared blanca negra que me aterra, que vienes, que estás viniendo, que me llevas...

1 comentario:

  1. Tanpoco me gusta el frio.
    Pero dicho con tanta sensibilidad poetica y tanta sinceridad de sentimientos, creo que empieza el frio a gustarme.

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