Llegó la Nochevieja y con
ella Xania. Recuerdo que el primer beso fue un puñal en su espalda.
- Te he echado de menos, cariño.
- Yo también.
Después los demás besos duelen menos, cada vez menos,
hasta que solo queda un sabor amargo en las entrañas. Le miraba, la besaba y le
sonreía. Ella hacía lo mismo, luego nos abrazábamos, o paseábamos, o hacíamos
el amor, o nos tomábamos el café que teníamos sobre la mesa que nos separaba en
la cafetería. Con la nochevieja también llegó el año nuevo y algunos kilos de
más para Bormano, producto del nuevo nerviosismo que se apoderado de él; los
demás manteníamos la calma y permanecíamos en una aparente indiferencia ante el
próximo negocio, cuando hubiese que preocuparse lo haríamos, mientras tanto
intentábamos disfrutar de los días de Navidad. Preparamos otra gran cena para
despedir a este año que tanto nos había dado y para saludar al nuevo que nos
habría de deparar mejores augurios. Otra vez hubo langosta, Bormano se volvió a
empeñar en comer langosta, por lo visto era uno de sus vicios ocultos. Isaac
parecía más alegre desde había hecho la hoguera, era como si con los papeles
quemados también hubiese quemado parte de un peso que le atrapaba. El tiempo
empeoró, ya lo llevaban anunciando los últimos partes meteorológicos, pero
hasta que no comenzamos a ver algunos copos de nieve caer sobre nosotros no nos
lo acabamos de creer. Sin embargo duró poco, apenas unas pocas horas, de forma
débil, para luego desaparecer sin ni siquiera llegar a cuajar. Nos comimos las
langostas, el pescado, el turrón. Fue una noche más tranquila, con nosotros
salieron Leslia y Xania, Hammer y también Arizoni. Bormano no se rompió la
escayola, Leslia lo tenía atrapado entre sus brazos y no se separaba de su
lado. Al final de la noche, como al final de muchas noches, acabé durmiendo en
casa de mi dulce Xania, entre sus sábanas, sus piernas, sus labios y sus
sombras. Me acordé de María, la misma María que como ella dijo era la virgen,
de su ardor, mucho más intenso que las caricias sensuales de la mujer de mis
consuelos, de aquella tela que apenas escondía nada, del olor del café de la
cocina y su lengua lasciva, rápida, de aquella lengua que recorría mundos por
mi piel y mi deseo reprimido, mi dulce Xania, dulce descanso, aquellas tetas y
aquel culo, culpa de su sonrisa tímida que me dejó engañar y que ahora volvía
en forma de recuerdo cruel en tu propia cama, y bien sabes que tres son muchos
en una misma cama. Recuerdo que el orgasmo fue un orgasmo lleno de tristeza,
ver tu cuerpo mío, mi mente sucia, y yo disfrazado con una máscara. Recuerdo
que fue como clavarle un puñal por la espalda.
- Te quiero, cariño.
- Yo también, Xania.
Solo que este dolor no se perdió, sino que siguió en cada
uno de todos los momentos.
Los reyes magos nos trajeron un montón de dinero, y todos
brindamos con champan. Realmente la cantidad ascendía a una suma importante
después de colocar toda la mercancía, algo que no nos suponía un gran esfuerzo.
Los contactos de Lio Lin parecieron ser bastante serios con lo que se traían
entre manos, no como los individuos con los que había estado tratando hasta
entonces, estos eran hombres de negocios que tenían hasta el más mínimo detalle
controlado. Prometimos negocios futuros, estrechamos las manos y nos fuimos
para casa.
- Después del próximo casa nueva - dijo Serban.
- O arreglar ésta- le respondió Yerkari.
- Yo prefiero una casa pequeña para los dos - volvió a
decir Serban sonriéndole a Yerkari.
- Cuidado con el dinero, no lo podemos sacar tan
fácilmente. Algo habrá que hacer antes con él; no podéis comprar una casa con
un dinero que no habéis ganado - objetó Bormano mirándose la escayola.
- Una casa pequeña es poco dinero, no se fijarán en cosas
así.
- Tened cuidado; de todas formas ya se cómo lo vamos a
hacer.
Y el problema quedó zanjado, si Bormano sabía cómo
hacerlo lo haría, no había por qué preocuparse más. Yo ni siquiera me había
planteado qué hacer con el dinero, ahora que lo tenía tendría que pensarlo,
seguramente me compraría un buen coche y después ya vería lo demás. Bormano
adelgazó, el doble efecto de la Navidad y los nervios habían hecho que
engordase siete u ocho kilos en poco tiempo. Además, el hecho de tener la
escayola hacía que estuviese todo el día sentado, cuando no tumbado, por lo que
apenas si adelgazó dos o tres kilos después de la Navidad, esa Navidad que
había pasado tan deprisa como todas las anteriores y que había dejado más
tristezas pero también mucho más dinero. Siempre era una seguridad. La escayola
vieja quedó colgada de la pared, como un cuadro, clavada con una punta y una
cuerda pendiendo hacia el vacío y todas las palabras ahí escritas muertas como
una mancha sobre el blanco. Con cariño, Xania. Sentí que algo era el principio
del fin y el giro al reverso de la moneda, un sentimiento empañado de vaho
sucio que ya no podía hacer desaparecer limpiándolo, la Navidad se fue y se
llevó a Papa Noel y al turrón, a los
anuncios repetitivos de colonias y grandes almacenes donde no había lugar más
que para la alegría. Las noches delante de la televisión y las noches entre el
humo y los silencios, acompañado o solo, mirando la ventana de enfrente donde a
veces volvía la imagen de María con su sonrisa y sus tetas sobre la repisa,
incitándome a volver a esa habitación que ahora odiaba. El negocio de la
chatarrería ya solo era un recuerdo; a veces, cuando me despertaba pronto
recordaba las mañanas en el camión sin radio con los botes de los baches sobre
la carretera, volviendo a revivirlo con cierta nostalgia, las curvas, el
hierro, hasta que abrazaba la almohada y seguía durmiendo hasta el mediodía.
Había días que no salía de casa, otros ni siquiera entraba; la transgresión de
la rutina se volvió en sí misma una rutina todavía más agresiva, porque era
imposible escapar de ella. Isaac volvió a escribir una vez purificado por el
fuego, sin apenas dejar tiempo para reflexionar, sentándose en el banco verde
hasta saludar al amanecer, volviendo llenas lo que antes eran páginas vacías.
Llenar y quemar; llenar y quemar, ¿para qué guardarlo? si ya estaba escrito ya
no era importante, lo importante era el propio acto de escribir; siempre había
quemado todo lo que había escrito, más tarde, más pronto, solo era cuestión de
tiempo, del tiempo suficiente para que ya estuviese muerto del todo, después
desaparecería quedándose solo un pequeño resquicio en la memoria. La vida se
volvió fácil, muy fácil, demasiado fácil, pasar y poco más; Lio Lin y Bormano
se encargaban de casi todo, nosotros no éramos poco más que una comparsa,
satélites de un sol que brillaba más que nosotros; había dinero de sobra para
una buena temporada y antes de que se acabase ya habríamos conseguido mucho
más.
Apenas habíamos acabado de comer y ya estaba
anocheciendo, metimos todo en el nuevo lavaplatos y nos fuimos Isaac y yo a
jugar un billar. Pasé por la peluquería donde trabajaba Xania y quedé para
después del trabajo, le di un beso y nos marchamos tan rápido como habíamos
llegado, a Xania no le gustaba que le visitasen en el trabajo. Fuimos al mismo
sitio de siempre, nos acercamos a una de las mesas que estaban vacías y pedimos
unas cervezas. Sacamos las bolas y rompí; creo haber dicho que nunca meto
cuando rompo, pero aquella vez dio la casualidad que metí dos, o mejor dicho,
ellas se introdujeron. Era Martes y hacía frío y no tenía visos de cambiar
hasta comienzos de Febrero; era Martes, aunque podría haber sido cualquier otro
día de la semana, no había mucha diferencia entre ellos a excepción de la poca
gente que había en el lugar en ese momento. Metí otra bola en la esquina y
fallé el siguiente tiro, la bola blanca no quiso tomar la dirección precisa
para rozar lo suficiente a la naranja.
- Parece que este frío no nos va a dejar en paz - dijo
Isaac echado sobre la mesa apuntando el taco a la bola blanca.
- Tranquilo, algún día acabará y volverá el calor.
El chocar de las bolas produjo un sonido seco y fuerte
sobre la mesa verde. No acertó.
- Sí, pero tantos días de frío llegan a cansar.
- Pues espera con paciencia, todavía queda para rato.
Era el octavo día consecutivo que íbamos a jugar al
billar a aquel mismo sitio, se estaba convirtiendo en una pequeña costumbre
después de la comida, cuando anochecía, como siempre. Horas jugando en la misma
mesa para matar el tiempo; sin embargo era un juego entretenido, comenzaba a
entender la razón por la cual a Isaac le apasionaba tanto, hacía falta una
habilidad especial para conocer este juego. Miraba las bolas y comenzaba a
distinguir las trayectorias más adecuadas, con las cerveza en una mano y el
taco en la otra el arte del tacto al servicio de la inteligencia. Poco a poco, al
discurrir de los minutos, el local fue llenándose paulatinamente hasta ocupar
todas las mesas, llenas de cafés, cervezas, colillas y ceniza, palabras que
poblaban la atmósfera que nos circundaba y que nos hacía turbios los ojos.
Mirando la bola roja, esa bola que resalta sobre el
tapete, el sonido de la puerta, brusco, demasiado brusco, hizo girar la cabeza
de algunos de los que allí estábamos observando cómo un tipo extraño de cara
macilenta entraba y a punta de revolver encañonaba al camarero, el dueño de
aquel su refugio inquebrantable, con los ojos exaltados, los dos, uno a cada
lado de la barra, la mano a la registradora y los billetes rápidos como el
viento se van con el de la pistola detrás de la puerta corriendo. Unos cuantos
gritos, apenas medio minuto y todo había pasado. Ni un disparo, ni un
movimiento, solo la pistola y la caja registradora, una caja registradora con
apenas unos cuantos billetes de poca monta, cosecha de unas horas, que no saben
a casi nada.
- ¿Lo has visto? susurré a Isaac.
- Joder, ¿Cómo no lo voy a ver? -respondió él con el
mismo tono.
La cara del camarero volvió a recuperar lentamente su
color habitual, con las palabras descompuesta escupiendo insultos de impotencia
detrás de la barra, seguía en el mismo lugar, inmóvil, quieto, maldiciendo al
yonqui, al maldito yonqui que le había robado el dinero sin tiempo para
respirar. Con la cara descubierta. Con la cara de ansiedad. Unos chutes y luego
volvería la misma historia para otro, tal vez para el mismo.
- Si no sabe que no se meta - dijo Isaac volviendo sobre
la mesa para coger la cerveza, beber, coger e taco y apuntar a la bola blanca
sin apenas inmutarse.
Isaac parecía tranquilo; los de las otras mesas
comenzaron a montar un pequeño tumulto, la sangre había vuelto a regar la
cabeza poniendo en funcionamiento el cerebro y las ideas, parecían estar
nerviosos. Yo también. Isaac metió la bola y continuó agachado sobre la mesa.
Alguien podría haber muerto, yo podría haber muerto, nunca me han gustado las
pistolas.
- Joder tío, ¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de
lo que ha pasado? - le pregunté con el nerviosismo que todavía albergaba mi
cuerpo.
- ¿Y qué quieres que haga? - dijo levantando la mirada
hacia mí desde la mesa - solo ha pasado lo que has visto, no me des más
vueltas.
Volvió a meter otra bola, pese a todo estaba teniendo
buena tarde.
- Creo que esta partida te la voy a ganar.
Decididamente estaba tranquilo. Sin embargo la siguiente
jugada falló; cogí el taco, lo acaricié y busqué las bolas sobre el tapete,
respiré un par de veces y lancé la bola blanca contra el vacío.
- Cuida ese pulso.
A los pocos minutos llegaron varios policías para
investigar por lo sucedido, interrogaron al camarero y a algunas personas de
las mesas más cercanas a la barra, después se fueron. No me gustaba verlos
cerca, nunca me había gustado y desde hacía algún tiempo menos todavía. Isaac
seguía con la partida, las bolas desparramadas entre las cuatro bandas sin una
lógica definida y el camarero detrás de la barra; ni siquiera había cerrado
pese al suceso, decía que nunca cerraba antes de la una y que hoy tampoco lo
haría, la denuncia iría después. El negocio es el negocio. Volví a la pistola,
a la cara de aquel tipo, la misma cara de Sky Walker en busca de su montura,
uno más, otro más, para subirse encima y luego pudrirse lentamente por dentro y
por fuera sin importarle el maquillaje.
Cogí el taco y volví a fallar, podría haber matado a alguien, me podría haber
matado a mí, qué hubiese sido entonces de todos mis sueños sin cumplir, maldito
yonqui de mierda, pobre valiente necesitado de fantasía, robando para alimentar
un poco más la jeringuilla, dinero rápido y fugaz gastado en caballo, caballo
desbocado que había que comprar, yo solo lo vendo, no te lo meto por
intravenosa, de algo hay que vivir, no tengo la culpa de tu derrota, pobre
desgraciado que has perdido todas las entradas para regresar a casa.
- A ese tío le vi un día en casa. Vino a comprar algo -
murmuró Isaac tomándose un trago.
- ¡No jodas!
- Hace unos meses, justo después del verano, vino con
otro; después creo que no han vuelto. De todas formas ya no volverá más.
- ¿Cómo puedes estar seguro?
- No lo estoy, solo lo creo - dijo Isaac metiendo la
negra en el lugar adecuado y acabando la partida - ¿Nos vamos?
Al marcharnos miré ligeramente al viejo camarero; ahora
también sabía quién era el tipo de la pistola. Mala suerte, malos problemas, yo
no era el culpable de ellos, ahora conocía el reverso de su moneda, pobre
desgraciado, yo también tengo que vivir de alguna forma, el aire no alimenta.
Fuera seguía haciendo frío, mucho frío. Si no la vendía yo lo haría otro, de
eso estaba seguro, no era mi problema, no era mi culpa; sin embargo no entendía
por qué en lo más dentro de mí algo me pinchaba con un aguijón en la conciencia
dejándomela intranquila.
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