domingo, 20 de abril de 2014

el espíritu de los tiempos (20º)



Llegó la Nochevieja y con ella Xania. Recuerdo que el primer beso fue un puñal en su espalda.
            - Te he echado de menos, cariño.
            - Yo también.
            Después los demás besos duelen menos, cada vez menos, hasta que solo queda un sabor amargo en las entrañas. Le miraba, la besaba y le sonreía. Ella hacía lo mismo, luego nos abrazábamos, o paseábamos, o hacíamos el amor, o nos tomábamos el café que teníamos sobre la mesa que nos separaba en la cafetería. Con la nochevieja también llegó el año nuevo y algunos kilos de más para Bormano, producto del nuevo nerviosismo que se apoderado de él; los demás manteníamos la calma y permanecíamos en una aparente indiferencia ante el próximo negocio, cuando hubiese que preocuparse lo haríamos, mientras tanto intentábamos disfrutar de los días de Navidad. Preparamos otra gran cena para despedir a este año que tanto nos había dado y para saludar al nuevo que nos habría de deparar mejores augurios. Otra vez hubo langosta, Bormano se volvió a empeñar en comer langosta, por lo visto era uno de sus vicios ocultos. Isaac parecía más alegre desde había hecho la hoguera, era como si con los papeles quemados también hubiese quemado parte de un peso que le atrapaba. El tiempo empeoró, ya lo llevaban anunciando los últimos partes meteorológicos, pero hasta que no comenzamos a ver algunos copos de nieve caer sobre nosotros no nos lo acabamos de creer. Sin embargo duró poco, apenas unas pocas horas, de forma débil, para luego desaparecer sin ni siquiera llegar a cuajar. Nos comimos las langostas, el pescado, el turrón. Fue una noche más tranquila, con nosotros salieron Leslia y Xania, Hammer y también Arizoni. Bormano no se rompió la escayola, Leslia lo tenía atrapado entre sus brazos y no se separaba de su lado. Al final de la noche, como al final de muchas noches, acabé durmiendo en casa de mi dulce Xania, entre sus sábanas, sus piernas, sus labios y sus sombras. Me acordé de María, la misma María que como ella dijo era la virgen, de su ardor, mucho más intenso que las caricias sensuales de la mujer de mis consuelos, de aquella tela que apenas escondía nada, del olor del café de la cocina y su lengua lasciva, rápida, de aquella lengua que recorría mundos por mi piel y mi deseo reprimido, mi dulce Xania, dulce descanso, aquellas tetas y aquel culo, culpa de su sonrisa tímida que me dejó engañar y que ahora volvía en forma de recuerdo cruel en tu propia cama, y bien sabes que tres son muchos en una misma cama. Recuerdo que el orgasmo fue un orgasmo lleno de tristeza, ver tu cuerpo mío, mi mente sucia, y yo disfrazado con una máscara. Recuerdo que fue como clavarle un puñal por la espalda.
            - Te quiero, cariño.
            - Yo también, Xania.
            Solo que este dolor no se perdió, sino que siguió en cada uno de todos los momentos.



            Los reyes magos nos trajeron un montón de dinero, y todos brindamos con champan. Realmente la cantidad ascendía a una suma importante después de colocar toda la mercancía, algo que no nos suponía un gran esfuerzo. Los contactos de Lio Lin parecieron ser bastante serios con lo que se traían entre manos, no como los individuos con los que había estado tratando hasta entonces, estos eran hombres de negocios que tenían hasta el más mínimo detalle controlado. Prometimos negocios futuros, estrechamos las manos y nos fuimos para casa.
            - Después del próximo casa nueva - dijo Serban.
            - O arreglar ésta- le respondió Yerkari.
            - Yo prefiero una casa pequeña para los dos - volvió a decir Serban sonriéndole a Yerkari.
            - Cuidado con el dinero, no lo podemos sacar tan fácilmente. Algo habrá que hacer antes con él; no podéis comprar una casa con un dinero que no habéis ganado - objetó Bormano mirándose la escayola.
            - Una casa pequeña es poco dinero, no se fijarán en cosas así.
            - Tened cuidado; de todas formas ya se cómo lo vamos a hacer.
            Y el problema quedó zanjado, si Bormano sabía cómo hacerlo lo haría, no había por qué preocuparse más. Yo ni siquiera me había planteado qué hacer con el dinero, ahora que lo tenía tendría que pensarlo, seguramente me compraría un buen coche y después ya vería lo demás. Bormano adelgazó, el doble efecto de la Navidad y los nervios habían hecho que engordase siete u ocho kilos en poco tiempo. Además, el hecho de tener la escayola hacía que estuviese todo el día sentado, cuando no tumbado, por lo que apenas si adelgazó dos o tres kilos después de la Navidad, esa Navidad que había pasado tan deprisa como todas las anteriores y que había dejado más tristezas pero también mucho más dinero. Siempre era una seguridad. La escayola vieja quedó colgada de la pared, como un cuadro, clavada con una punta y una cuerda pendiendo hacia el vacío y todas las palabras ahí escritas muertas como una mancha sobre el blanco. Con cariño, Xania. Sentí que algo era el principio del fin y el giro al reverso de la moneda, un sentimiento empañado de vaho sucio que ya no podía hacer desaparecer limpiándolo, la Navidad se fue y se llevó a Papa Noel y al turrón, a  los anuncios repetitivos de colonias y grandes almacenes donde no había lugar más que para la alegría. Las noches delante de la televisión y las noches entre el humo y los silencios, acompañado o solo, mirando la ventana de enfrente donde a veces volvía la imagen de María con su sonrisa y sus tetas sobre la repisa, incitándome a volver a esa habitación que ahora odiaba. El negocio de la chatarrería ya solo era un recuerdo; a veces, cuando me despertaba pronto recordaba las mañanas en el camión sin radio con los botes de los baches sobre la carretera, volviendo a revivirlo con cierta nostalgia, las curvas, el hierro, hasta que abrazaba la almohada y seguía durmiendo hasta el mediodía. Había días que no salía de casa, otros ni siquiera entraba; la transgresión de la rutina se volvió en sí misma una rutina todavía más agresiva, porque era imposible escapar de ella. Isaac volvió a escribir una vez purificado por el fuego, sin apenas dejar tiempo para reflexionar, sentándose en el banco verde hasta saludar al amanecer, volviendo llenas lo que antes eran páginas vacías. Llenar y quemar; llenar y quemar, ¿para qué guardarlo? si ya estaba escrito ya no era importante, lo importante era el propio acto de escribir; siempre había quemado todo lo que había escrito, más tarde, más pronto, solo era cuestión de tiempo, del tiempo suficiente para que ya estuviese muerto del todo, después desaparecería quedándose solo un pequeño resquicio en la memoria. La vida se volvió fácil, muy fácil, demasiado fácil, pasar y poco más; Lio Lin y Bormano se encargaban de casi todo, nosotros no éramos poco más que una comparsa, satélites de un sol que brillaba más que nosotros; había dinero de sobra para una buena temporada y antes de que se acabase ya habríamos conseguido mucho más.


            Apenas habíamos acabado de comer y ya estaba anocheciendo, metimos todo en el nuevo lavaplatos y nos fuimos Isaac y yo a jugar un billar. Pasé por la peluquería donde trabajaba Xania y quedé para después del trabajo, le di un beso y nos marchamos tan rápido como habíamos llegado, a Xania no le gustaba que le visitasen en el trabajo. Fuimos al mismo sitio de siempre, nos acercamos a una de las mesas que estaban vacías y pedimos unas cervezas. Sacamos las bolas y rompí; creo haber dicho que nunca meto cuando rompo, pero aquella vez dio la casualidad que metí dos, o mejor dicho, ellas se introdujeron. Era Martes y hacía frío y no tenía visos de cambiar hasta comienzos de Febrero; era Martes, aunque podría haber sido cualquier otro día de la semana, no había mucha diferencia entre ellos a excepción de la poca gente que había en el lugar en ese momento. Metí otra bola en la esquina y fallé el siguiente tiro, la bola blanca no quiso tomar la dirección precisa para rozar lo suficiente a la naranja.
            - Parece que este frío no nos va a dejar en paz - dijo Isaac echado sobre la mesa apuntando el taco a la bola blanca.
            - Tranquilo, algún día acabará y volverá el calor.
            El chocar de las bolas produjo un sonido seco y fuerte sobre la mesa verde. No acertó.
            - Sí, pero tantos días de frío llegan a cansar.
            - Pues espera con paciencia, todavía queda para rato.
            Era el octavo día consecutivo que íbamos a jugar al billar a aquel mismo sitio, se estaba convirtiendo en una pequeña costumbre después de la comida, cuando anochecía, como siempre. Horas jugando en la misma mesa para matar el tiempo; sin embargo era un juego entretenido, comenzaba a entender la razón por la cual a Isaac le apasionaba tanto, hacía falta una habilidad especial para conocer este juego. Miraba las bolas y comenzaba a distinguir las trayectorias más adecuadas, con las cerveza en una mano y el taco en la otra el arte del tacto al servicio de la inteligencia. Poco a poco, al discurrir de los minutos, el local fue llenándose paulatinamente hasta ocupar todas las mesas, llenas de cafés, cervezas, colillas y ceniza, palabras que poblaban la atmósfera que nos circundaba y que nos hacía turbios los ojos.
            Mirando la bola roja, esa bola que resalta sobre el tapete, el sonido de la puerta, brusco, demasiado brusco, hizo girar la cabeza de algunos de los que allí estábamos observando cómo un tipo extraño de cara macilenta entraba y a punta de revolver encañonaba al camarero, el dueño de aquel su refugio inquebrantable, con los ojos exaltados, los dos, uno a cada lado de la barra, la mano a la registradora y los billetes rápidos como el viento se van con el de la pistola detrás de la puerta corriendo. Unos cuantos gritos, apenas medio minuto y todo había pasado. Ni un disparo, ni un movimiento, solo la pistola y la caja registradora, una caja registradora con apenas unos cuantos billetes de poca monta, cosecha de unas horas, que no saben a casi nada.
            - ¿Lo has visto? susurré a Isaac.
            - Joder, ¿Cómo no lo voy a ver? -respondió él con el mismo tono.
            La cara del camarero volvió a recuperar lentamente su color habitual, con las palabras descompuesta escupiendo insultos de impotencia detrás de la barra, seguía en el mismo lugar, inmóvil, quieto, maldiciendo al yonqui, al maldito yonqui que le había robado el dinero sin tiempo para respirar. Con la cara descubierta. Con la cara de ansiedad. Unos chutes y luego volvería la misma historia para otro, tal vez para el mismo.
            - Si no sabe que no se meta - dijo Isaac volviendo sobre la mesa para coger la cerveza, beber, coger e taco y apuntar a la bola blanca sin apenas inmutarse.
            Isaac parecía tranquilo; los de las otras mesas comenzaron a montar un pequeño tumulto, la sangre había vuelto a regar la cabeza poniendo en funcionamiento el cerebro y las ideas, parecían estar nerviosos. Yo también. Isaac metió la bola y continuó agachado sobre la mesa. Alguien podría haber muerto, yo podría haber muerto, nunca me han gustado las pistolas.
            - Joder tío, ¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de lo que ha pasado? - le pregunté con el nerviosismo que todavía albergaba mi cuerpo.
            - ¿Y qué quieres que haga? - dijo levantando la mirada hacia mí desde la mesa - solo ha pasado lo que has visto, no me des más vueltas.
            Volvió a meter otra bola, pese a todo estaba teniendo buena tarde.
            - Creo que esta partida te la voy a ganar.
            Decididamente estaba tranquilo. Sin embargo la siguiente jugada falló; cogí el taco, lo acaricié y busqué las bolas sobre el tapete, respiré un par de veces y lancé la bola blanca contra el vacío.
            - Cuida ese pulso.
            A los pocos minutos llegaron varios policías para investigar por lo sucedido, interrogaron al camarero y a algunas personas de las mesas más cercanas a la barra, después se fueron. No me gustaba verlos cerca, nunca me había gustado y desde hacía algún tiempo menos todavía. Isaac seguía con la partida, las bolas desparramadas entre las cuatro bandas sin una lógica definida y el camarero detrás de la barra; ni siquiera había cerrado pese al suceso, decía que nunca cerraba antes de la una y que hoy tampoco lo haría, la denuncia iría después. El negocio es el negocio. Volví a la pistola, a la cara de aquel tipo, la misma cara de Sky Walker en busca de su montura, uno más, otro más, para subirse encima y luego pudrirse lentamente por dentro y por fuera sin importarle el  maquillaje. Cogí el taco y volví a fallar, podría haber matado a alguien, me podría haber matado a mí, qué hubiese sido entonces de todos mis sueños sin cumplir, maldito yonqui de mierda, pobre valiente necesitado de fantasía, robando para alimentar un poco más la jeringuilla, dinero rápido y fugaz gastado en caballo, caballo desbocado que había que comprar, yo solo lo vendo, no te lo meto por intravenosa, de algo hay que vivir, no tengo la culpa de tu derrota, pobre desgraciado que has perdido todas las entradas para regresar a casa.
            - A ese tío le vi un día en casa. Vino a comprar algo - murmuró Isaac tomándose un trago.
            - ¡No jodas!
            - Hace unos meses, justo después del verano, vino con otro; después creo que no han vuelto. De todas formas ya no volverá más.
            - ¿Cómo puedes estar seguro?
            - No lo estoy, solo lo creo - dijo Isaac metiendo la negra en el lugar adecuado y acabando la partida - ¿Nos vamos?
            Al marcharnos miré ligeramente al viejo camarero; ahora también sabía quién era el tipo de la pistola. Mala suerte, malos problemas, yo no era el culpable de ellos, ahora conocía el reverso de su moneda, pobre desgraciado, yo también tengo que vivir de alguna forma, el aire no alimenta. Fuera seguía haciendo frío, mucho frío. Si no la vendía yo lo haría otro, de eso estaba seguro, no era mi problema, no era mi culpa; sin embargo no entendía por qué en lo más dentro de mí algo me pinchaba con un aguijón en la conciencia dejándomela intranquila.

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