lunes, 14 de abril de 2014

el espíritu de los tiempos (15º)



- ... recuerdo si que es cierto que vi una vez a mi padre agarrándola por los brazos, y recuerdo que mi madre al quitárselo de encima rompió el vestido, un vestido muy bonito que tenía de flores y que después lo volvió a coser, con grandes arañazos en los brazos y mi madre cogiéndome en los brazos y marcharnos corriendo para tener que volver al cabo de unas horas. Pero eso solo pasó entonces, porque las demás mi padre solo se limitaba a beber y a dejar en paz a los demás, solo era cuestión de no intentar quitarle la botella.
            - Tú por lo menos conociste a los dos.
            Mirábamos el techo blanco, las cabezas sobre la almohada, las sábanas revueltas, con los cuerpos desnudos casi descubiertos; las palabras cubrían las paredes manchando su pureza con la suciedad de nuestra vida sin importarnos nada, porque era nuestra y no teníamos otra y las paredes se podrían volver a pintar con otros sueños. Fuera seguía lloviendo, la lluvia campanilleaba contra el cristal recordándonos que el otoño ya había llegado.
            - Dame un beso.
            Los labios habían vuelto a juntarse. Un solo beso y las manos entrelazadas, comunicando la paz de una caricia.
            - ¿Cómo os va con el camión?
            - Bien, mejor de lo que yo pensaba, cuando se le toma la medida funciona, incluso se le puede sacar algo de dinero, no mucho pero sirve para empezar a salir hacia delante. ¿Y a ti por la peluquería?
            - Bien, supongo que bien, lavar cabezas y cortar el pelo, lo de siempre, y entre corte y corte la gente te cuenta su vida. No te puedes ni imaginar lo que se le puede contar al peluquero; la gente parecer no conocer la profesión del psicólogo, viene a la peluquería y te cuentan sus problemas, uno incluso un día me dijo que se iba a suicidar.
            - ¿Y lo hizo?
            - Sí. Me enteré después, me lo dijo una compañera. ¿Cómo iba a saber que era cierto? Además, ¿Qué podía hacer yo? Solo soy su peluquera, o lo era. Le escuchaba; hay gente que solo quiere que le escuchen y le cuentan sus problemas a los peluqueros. ¿Tan necesitada estará la gente para tener que confesarse al tipo que le corte el pelo? Me dijo que se iba a suicidar y lo hizo. Valiente cabrón, ¿Y no pensó en mí? Se podría haber callado y no decírmelo, porque te pones a pensarlo después y piensas que quizás le podría haber dicho algo y hasta le hubiese podido dar una razón lo suficientemente poderosa para no hacerlo, pero yo solo le escuché ¿Qué iba a hacer? Solo soy una peluquera, no el que redime de los pecados, ni siquiera un amigo, yo solo le cortaba el pelo.
            yo también le contaba mis problemas a mi peluquera. Mi peluquera estaba en la cama conmigo. Sus dedos penetraban en mi pelo y lo acariciaban. Sentí que me quería, que me podía amar. Su mirada en mi mirada, sus labios en mis labios. Era cierto, el sueño se había convertido en realidad, abrí los ojos y allí estaba, la ilusión hecha carne.
            - Dame otro beso - murmuré.
            - ¿Y por qué no me lo das tú?
            - Porque quiero sentir cómo me lo das.
            Pero no me lo dio. Ni se movió. Inmutable callada. Le acaricié el pecho izquierdo y le besé los labios. Fuera el frío se arremolinaba contra los tejados y hacía temblar el cristal de las ventanas baratas. El techo seguía blanco.
            - Bormano se trae algo entre manos.
            - Ten cuidado.
            Silencio. Un silencio sostenido en el aire.
            - Tranquila, se cuidarme.
            - Ya lo sé, pero ten cuidado con todo eso.
            Mal momento para hablar de este tema. Me tapé con la sábana hasta el cuello y me abracé al cuerpo femenino de Xania. Le empecé a besar los labios, las mejillas, el cuello. Su cuerpo seguía inmóvil, frágil como plástico blando. Bajé por su piel, recorriendo su geografía con la lengua, lamiendo su mapa, platicando en lenguaje mudo como aquel que no sabe de palabras, oyendo crecer su cuerpo al ritmo del ritmo de mi vaivén y sus caricias apresuradas. Miré la lámpara de la mesilla y me escondí dentro de la cama, dentro de su cuerpo.



            Cogimos el coche y nos fuimos a una estación de esquí, era el comienzo de la temporada y solo unas pocas estaciones estaban abiertas, aquellas donde las primeras nieves caídas llegaban a cubrir el terreno y ya no se marchaban. Ciertamente estaban bastante lejos y tuvimos que conducir durante varias horas lanzando el coche por las carreteras. Conseguimos trajes para todos y alquilaríamos esquíes en la estación para los que no teníamos. La idea había sido de Bormano; todo había comenzado por la sugerencia que alguien dijo una noche en el salón, medio en broma mientras veíamos un reportaje de Siberia, y al cabo de unos días Bormano llegó diciendo que había conseguido  que le dejasen un pequeño chalet  en Bubuma y que no habría problema en ir, había hablado con Obnob y no nos tendríamos que preocupar de la chatarra, lo  miramos extrañados y tres días más tarde ya estábamos en camino. Solo iríamos los de casa, es decir, Yerkari, Serban, Bormano, Isaac y yo, Bormano dijo que era un viaje de hombres y que nadie llevaría a su pareja; lo miré, nos miramos, volvimos la mirada hacia Serban y Yerkari e Isaac dijo que alguien jugaba con ventaja. Recordaba la sonrisa que Serban había engendrado en su cara mientras observaba el modo de conducir de Bormano.
            - Ya estamos aquí - exclamó Bormano señalando el cartel de dirección.
            - Ya era hora, ¿Cuántas horas llevábamos?
            - Demasiadas.
            - Dejad de quejaros, esa es la casa. Dos habitaciones dobles y un sofa-cama. Después veremos cómo lo repartimos.
            Bubuma era un lugar hermoso, una de esas postales blancas de casas puntiagudas de pizarra oscura; aunque era bastante buena sorprendía por su pequeñez, escondida entre montañas perdidas se levantaban unas cuantas casas bajas y unos pocos hoteles de varias alturas. Bormano había sido selectivo. Echamos a suertes el sofa-cama y me tocó; una habitación se la habían asignado directamente Serban y Yerkari, les miré con envidia y no dije nada, luego entre nosotros tres habíamos rifado el sofá y pensé “espero que no me toque”, y después “espero que sea cómodo”, lo probamos y el hambre hizo que Isaac saliese apresurado al supermercado en busca de comida, era Viernes tarde y el plan aún estaba sin trazar pero las cervezas que se enfriaron en el frigorífico dieron las solución a nuestro problema.
            - ¿Y a quién le has pedido el traje?
            - A Xania, te lo dije el otro día, cuando vino a traérmelo.
            Las latas apiladas comenzaban con construir una muralla y corría el peligro en convertirse en todo un cinturón de hojalata. La televisión chapurreaba el himno norteamericano, la bandera de estrellas y barras subía por un mástil inmaculadamente blanco mientras los soldados que debían de partir a la guerra formaban. El protagonista perdía una lágrima en su semblante hierático.
            - Cambia, esta película ya la he visto.
            - Y yo, cambia de canal - le pedí a Serban, que permanecía completamente unido al mando de distancia.
            Cambió y otra historia apareció en la pantalla.
            - Mañana hay que levantarse temprano, hay que aprovechar el sol de la mañana.
            - Ya nos lo has dicho antes, Bormano - le contesté.
            Todos sabíamos que era cierto y que lo haríamos, pero eran las dos de la mañana y el alcohol  y la marihuana comenzaban a espiarnos desde dentro de nuestras cabezas. Nadie dudaba de que madrugaríamos, solo era cuestión de tiempo ir asimilando tal acción. Finalmente se acabaron las cervezas y alguien dijo que ya era una hora razonable para acostarse si al día siguiente había que esquiar y ninguno lo puso en entredicho. Entre tumbos e intentos fallidos todos se fueron levantando con más voluntad que fortuna y se marcharon. Yo solo me tumbe en el sofá donde ya estaba sentado y cerré los ojos sin tiempo para despedirme de la ropa que vestía. Nadie apagó la televisión. Nadie apagó la luz.
            Un despertador sonó a las ocho y media pero una mano se encargó de pararlo rápidamente. A las nueve y media Bormano se levantó gritando la hora que era. A las diez menos cuarto todos estábamos desayunando en la cocina huevos fritos con bacon. Las caras reflejaban la noche anterior, nadie había madrugado pero las ojeras se hacían patentes y hubo alguno que al mirarse en el espejo mostró una expresión de disgusto. por fin a las diez y media salimos de casa. Mientras marchábamos a las pistas pudimos contemplar toda la magnificencia del paraje, las altas cumbres blancas rodeando todo lo abarcable por la vista, y encima de todo el sol en su mundo de azul observando la postal de Navidad que teñía de luz a sus pies. Bormano y Yerkari se marcharon por una parte, el argumento de los años de experiencia que hicieron gala los dirigió hacia las pistas más complicadas en busca de grandes empresas y emociones fuertes; Isaac, Serban y yo hicimos voto de paciencia y nos dirigimos a las más simples, apenas habíamos estado con esquíes en los pies media docena de veces en toda nuestra vida y ninguno de los tres se acordaba mucho de ello. Sin embargo recordé la primera vez, cuando era un niño y fuimos un día con el colegio, y el viaje posterior que duró tres días y como a la vuelta la Chuli me había dicho que yo era un chico muy guapo y cómo luego se puso a llorar, pero que antes en la nieve bajamos y bajamos cuestas sin miedo a rompernos los dientes en un mal momento mientras el viento azuzaba nuestra cara. Las pistas a las que fuimos era realmente fáciles, veíamos bajar a críos de ocho y diez años como quien camina por el pasillo de su casa pero de las cuales nosotros no alcanzábamos a ver el final del trayecto que entre caídas y quiebros no conseguíamos. Isaac nos preguntaba por qué le habíamos dejado venir y por qué no le dejábamos pero que al vernos seguir él seguía y seguiría hasta partirse la cara contra la nieve o contra cualquier otra cosa. No llevábamos dos horas esquiando cuando vimos acercarse a Yerkari junto a un tipo de aspecto grave. Vinieron hasta nosotros y nos contaron lo sucedido, cómo Bormano había lanzado su cuerpo cuesta abajo por una pista y después había lanzado su cuerpo contra una roca dejándolo aplastado contra ella. Yerkari dijo que solo se había roto una pierna y que estaba bien, pero en el hospital.
            El resto del día lo pasamos en el hospital al que lo llevaron, un hermoso hospital situado a veinte kilómetros de las pistas, en la ciudad más próxima. Bormano no tenía buena cara, pero según el traumatólogo que vino no revestía gravedad, todo sería cuestión de guardar unos cuantos meses de reposo llevando una escayola. Decidimos marcharnos al día siguiente por la mañana; a nadie le importaba ya que no esquiásemos, verle la pierna izquierda totalmente escayolada a Bormano infundía el suficiente respeto como para oscurecer el ánimo de seguir bajando por la nieve. Volvimos al chalet a pasar la noche, esta vez durmiendo ya en la cama dejada por Bormano, junto con Isaac, mirando a través de la ventana cómo fuera había comenzado a nevar de nuevo, suavemente, sobre los tejados. Isaac comentó que solo “dos narices” era capaz de romperse la pierna por ocho partes distintas en tan poco tiempo, que por algo era “dos narices”, que era un echado para delante y que estaba seguro que se había lanzado como un loco por la peor pista de todas. Yo le dije buenas noches y me escondí entre las sábanas.

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