martes, 22 de abril de 2014

poesía nº 13



Una cúpula estrellada
sobre la cabeza
tuve yo una noche
por inseparable compañera.
Una  bella vista
de una gran esfera
que dominaba el escenario
se dibujaba perfecta.
Caminaba solitario
por la acera
en busca de un bar
donde tomar una cerveza.
El bar se divisó
delante, cerca
de la esquina
que doblaba a la derecha.
Entré y dirigiéndome
hacia aquella barra negra
saqué del bolsillo
mi pitillera.
Encendí un cigarro
y apagué la mecha,
llamé al camarero
y pedí una cerveza.
Le Pregunté cuánto,
dijo doscientas pesetas.
Cogí el vaso
y miré la escena.
un local grande
al fondo con mesas,
un rincón con bancos metiéndose
 en ellos mano una pareja.
Me fui al fondo
y saqué la cartera,
de ella el costo y
me hice un peta.
Regresé a la barra
y pedí una ginebra.
Cuando ya iba
por la segunda o tercera
una voz femenina
me pidió mecha.
Dime la vuelta
y una chica morena
me miraba penetrante
desde su figura esbelta.
Saqué el mechero
y su piel tersa
rozó mi mano.
un escalofrío era
lo que recorrió mi cuerpo
por debajo de la tela
cuando esa chica
me miró de esa manera.
No sé como pasó.
Me encontré en la parte trasera
de su coche
mirando las estrellas.
El alcohol ofuscaba mi voluntad
volviendo a vencerla,
como hacía cada Sábado
hasta coger la típica borrachera.
El alcohol me hizo
subir con ella
hasta su piso
y cruzar la puerta primera.
El alcohol me hizo entrar en su habitación.
Puso la sinfonía novena
y llevando el ritmo
se desnudó entera.
Se acercó a mí
y me quitó la chaqueta,
me quitó la comisa
y me bajó la bragueta.
Desaparecieron los pantalones
y sacó mi verga,
la miró babeante
 y empezó a lamerla.
El movimiento continuo
de sus duras caderas
y las oscilaciones susurrantes
de la lengua de aquella hembra
casi hizo producir
la salida de mi esperma.
Pero dejó su caramelo
y levantando su bella
efigie me transmitió
una mirada eterna.
Se dio media vuelta
y viendo su figura completa
creí percibir el sollozo
detrás de su melena.
Le dije: no llores,
mi alma apenas.
Me contestó: Perdona,
me ahogan los problemas.
Y así comenzó una conversación
en lugar de una gesta
pretendida en su cama
como principal meta.
Me contó su vida
y su pena,
me confesó su alma
sin ni siquiera conocerla.
Me dijo que el dolor
era un simple eslabón de una larga cadena
que la vida le había impuesto,
tratándola como a una perra,
que el sexo no era sino un efugio
efímero y fugaz, una peca
peligrosa para salir de la situación
de la que era presa.
Me marché de allí al  alba,
poco antes de que el sol se vea,
llegué al barco
y me metí en mi litera.
Cuando desperté noté que el barco
había zarpado con la marea
y que estaba en alta mar.
Ese día leí en la prensa
que una joven
se había cortado las venas.
En la fotografía aparecía
una sábana blanca en una bañera
tapando un cuerpo inerte,
y adjunta una esquela
con un nombre y su última
voluntad en una cesta.
Nunca una mujer
me produjo tristeza,
solamente la dueña
de esa suerte adversa.
Aún mucho tiempo después
sigo recordando su belleza,
ahora bajo tierra para
siempre imperecedera.

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