Me acordé de aquella cara
durante mucho tiempo, demasiado. Volvimos muchas veces a aquel lugar a jugar al
billar pero no volvió a pasar nada. El frío continuó como había pronosticado el
hombre del tiempo, hasta mediados de Febrero duró, y luego una ola de calor
hizo que pareciese que había llegado la primavera; pero solo era un espejismo.
El tiempo se estaba volviendo loco, casi como las personas; algunos decían que
era debido a un agujero que había aparecido en la capa de ozono, a muchos
decían otros, había quien decía que nada de eso era cierto, que solo eran
ciclos climáticos que se repetían, que se habían repetido y que se volverían a
repetir. La cuesta que había comenzado en Nochebuena no había dejado de
descender, lentamente, pero sin descanso; en el pequeño barco de madera
empezaron a aparecer pequeños agujeros, cada vez más grandes, que no podía
cerrar a tiempo y que hacían que el barco cada vez se hundiese un poco más.
Algunos días encontraba calderos para achicar el agua, pero las más de las
veces lo que faltaban era tapones, girar el timón buscando un imposible, salvar
la marejada para no hundirme en el mar, para no hundirnos en el mar de lo
extinto.
- Agárrate fuerte a mí,
Xania.
Pero el salvavidas ya no era lo de antes. Quizás solo
fuese mi cabeza la que iba a la deriva; cuánto más la abrazaba más daño creía
hacerle, todo seguía igual pero distinto. Las noches en su casa, los cafés
alrededor de las pequeñas mesas redondas de madera donde las mismas palabras formaban
las mismas frases ya dichas, ninguno de los dos lo quería admitir, pero cuando
se toca lo más alto solo se puede aspirar a llegar a lo más bajo.
- Agárrete fuerte a mí, Xania.
- ¿Otra vez?
- Es que tengo frío.
Y se reía, con aquellos labios anhelantes de felicidad
que me besaban tiernamente. La escayola de Bormano se volvió a llenar de
colores, de suciedad, coger un bolígrafo y escribir sobre ella, así de
sencillo, en rojo, en azul, en verde, con cariño Xania, en negro. Intentar
poner en orden las ideas puede provocar
el plantearse qué ideas hay que poner en orden; sobre todo cuando la estructura
mental se tambalea y su colocación puede llegar a resultar una tarea más ardua
de la que en un principio puede uno imaginarse, colocarlas en la casilla adecuada,
tal vez solo buscar esa casilla, se convierte en toda una hazaña digna de
alabanza y difícilmente realizable. Muchos días, sentado en el salón, veía en
el edificio de enfrente una y otra vez desnudarse aquel cuerpo que por desearlo
lo odiaba, María, mirándome y sonriéndome como dos escondidos amantes ocultando
su amor, nombre abstracto para el gesto muy concreto que solo es muchas veces
el sexo. Miraba y sonreía, y luego se quitaba la ropa y se marchaba. Me acordé
de aquella cara durante mucho tiempo, demasiado, delante de aquella maldita
ventana que podría haberse tapiado para no volverla a ver más. Era como un
cuadro que tomaba vida, que se movía, como una fotografía que no se resigna a
acumular polvo debajo de otras muchas fotografías y debe estar colgada en algún
sitio para que no se olvide, para que no olvidase aquel infortunado suceso.
Intenté encontrar coartadas a mi conciencia, tanto me las repetí que algunas
casi consiguieron burlar la vigilancia, pero fracasaron, no soy el único que lo
ha hecho, solo ha sido una vez, ella puede haber hecho lo mismo, solo ha sido
un pequeño desliz, me engatusó, mi amor sigue siendo el mismo pese a todo,
estaba borracho. Lo intenté pero ninguno funcionó, por lo visto no encontré la
justificación adecuada. El tiempo lo borra todo, paciencia, eso me habían dicho
una vez, sin embargo creo que no es del todo cierto, hay cosas que permanecen
indelebles al paso del tiempo, porque aquella no se fue jamás de mi cabeza, no
se ha ido jamás de mi cabeza.
- Agárrate fuerte a mí, Xania.
- ¿De nuevo?
- Es que te quiero demasiado.
Era la segunda o la tercera vez en toda mi vida que
estaba en un sitio de esos, las paredes con grandes cuadros pintados, separados
del espectador por una cuerda roja, donde la gente se paraba enfrente de la
obra y así permanecían, algunos incluso durante minutos enteros, pareciendo una
estatua más de la exposición. Morla, aquel individuo que había conocido, iba
acompañado de Xania delante nuestro, miraban y observaban las obras
detenidamente comentándolas en un lenguaje desconocido para mí. Había bastantes
personas en las salas, por lo que se decía estaba habiendo una gran asistencia
de público, poco común en eventos de este tipo. Isaac y Arizoni estaban detrás
mío, enfrascados en una conversación ajena a la exposición, o por lo menos a
esta exposición, muy lejos de cualquier sitio donde pudiésemos encontrarnos.
Algunos cuadros me gustaban, me parecían originales, pero la mayoría de ellos
me resultaban absurdos.
- Difiero del autor en su concepción del arte conceptual
- comentaba Morla señalando con el dedo índice a varios cuadros
consecutivamente.
Xania respondía afirmativamente con la cabeza, sin quedar
totalmente claro si con aquel gesto afirmaba la misma opinión o afirmaba que
había entendido la opinión, o solamente era un gesto reflejo. Me sentía
encerrado entre dos conversaciones que no acertaba a comprender y que por otra
parte no me interesaban lo más mínimo; estaba allí por hacer algo diferente y
no me gustaba. Tras veinte minutos de margen para intentar que aquello me
atrapase mínimamente desistí y con un par de frases les dije que me iba a
esperarles a la puerta. Mientras salía me fijé en las grandes baldosas,
blancas, cuadradas, perfectas, que ocupaban todo el suelo y que me llevaban hasta
la salida. Me gustaban más aquellas baldosas que la exposición propiamente
dicha. El autor era un artista extranjero de renombrado prestigio, y por lo que
ponía en el impreso que había cogido al entrar, había sido un gran esfuerzo por
parte de las instituciones públicas y privadas el que había conseguido el poder
traer la colección tan excepcional a Martaux. Me apoyé en una de las columnas
que había fuera, busqué en los bolsillos el paquete de cigarrillos y llevándome
uno de ellos a los labios lo encendí. Por la acera la gente transitaba,
anónima, con prisas, el semáforo cambiaba de color cada varios minutos, de rojo
a verde y de verde a ámbar y a rojo, ininterrumpidamente. Como una más de
aquellas columnas podía observar cómo toda aquella muchedumbre formaba una masa
compacta y uniforme de ojos y miradas a ninguna parte, pobres imbéciles
ingenuos, siendo solamente uno más en medio de la infinidad, como una simple
lágrima en todo el mar infinito, y entonces me di cuenta que yo también era uno
de aquellos extraños son rostro que pasaban delante mío, ignorantes de mi
existencia. Encendí el cuarto cigarrillo consecutivo.
- Vamonos a otra parte - dijo una voz a mi espalda sin
darme tiempo a girarme.
- ¿Y Xania ? - le pregunté.
- Dentro, con Morla, han dicho que se quedaban y que
luego vienen, Hemos quedado en el Sumtrab.
Aspiré una calada fuertemente y nos fuimos los tres a
tomarnos una cerveza. Arizoni parecía animado, hablaba y hablaba, más que de
costumbre, e Isaac se reía. Las palabras brotaban apresuradas, atropelladamente
unas detrás de otras, ingeniosas, y con
la sonrisa en la cara entramos los tres en aquel amplio local de mesas
cuadradas y sillas de terciopelo rojo.
- ¿Quién ha dicho de quedar aquí?
- ¿Y qué más da?
Pedimos tres cervezas y nos sentamos en una de las mesas
cercanas al rincón. No me acababa de sentir cómodo en el Sumtrab, era uno de
aquellos sitios donde uno nunca termina de olvidar esa extraña sensación de
desagrado que se tiene en ciertos lugares y que por mucho que uno lo intenta no
acaba de acostumbrarse; había estado tres o cuatro veces y siempre intentando
que fuesen estancias lo más breves posibles. La mayor parte de las mesas
estaban vacías y las ocupadas apenas eran una mínima parte del total. Quise
encenderme un cigarrillo pero la cajetilla se había acabado.
- ¿Tenéis un cigarro?
Arizoni me dio uno, yo a él las gracias. Lo encendí
pensando que tal vez había que plantearse dejar de fumar, o por lo menos una
menor cantidad.
- No lo soporto - murmuró Arizoni.
- No me extraña - le respondió Isaac tomando un trago de
la cerveza que tenía sobre la mesa.
- ¿De quién estáis hablando?
- ¿De quién crees que estamos hablando?
- No lo sé - murmuré dubitativo, con miedo a decir un
nombre en concreto.
- De Morla, de quién si no - dijo Arizoni en tono seco.
Había acertado; lo que me resultaba más extraño era que
los dos solían estar juntos y siempre parecían tener un buen trato mutuo.
- ¿Pero no soléis estar mucho juntos?
- De vez en cuando, pero nunca los dos solos. Siempre que
estoy con él es porque coincidimos. Lo que pasa es que coincidimos muchos.
- Yo pensaba que os llevabais bien - musité extrañado.
- No, solo por respeto a Xania, ella le estima bastante.
Y era cierto, Xania siempre hablaba bien de él, un tipo
inteligente, un tipo simpático, un tipo gracioso, un tipo guapo, hablaba
demasiado bien de él; no era que yo fuese celoso, nunca lo había sido, por
suerte nunca había conocido esa extraña sensación que quema la garganta como un
trago de vodka y que hace que la cabeza difumine la razón, pero no me gustaba
que Xania andase con un tipo tan pretencioso como él y mucho menos que los
admirase.
- Como no tengas cuidado un día de estos te quita la
novia - dijo Arizoni sonriendo.
Le devolví la sonrisa, pero ciertamente no acabó de
hacerme mucha gracia. Arizoni siguió criticándolo, enumerando los pequeños y
numerosos detalles que terminan por hacer crispar los nervios de las personas y
crean las enemistades; Arizoni tenía una gran colección de ellos guardados en
la recámara y parecía que no los iba a olvidar fácilmente. Lo conocía desde
hacía años, y a lo largo de ellos Morla le había demostrado que clase de
persona era.
- Las apariencias pueden engañar un cierto tiempo, pero
al final todo cae por su propio peso, y ese es uno de los mayores cabrones que
conozco, os lo aseguro.
Arizoni parecía resentido, no era algo habitual en él ser
tan explícito en este tipo de comentarios. Yo, aunque no conocía a Morla
apenas, empezaba a tener la misma opinión, y realmente el hecho de que Xania
soliese estar con él era algo que no acababa de agradarme lo más mínimo.
Cuando llevábamos más de media hora e íbamos ya por la
segunda ronda, Morla y Xania aparecieron sonrientes y dicharacheros; mientras
nuestra conversación perdía toda la densidad que había tenido momentos antes la
suya se abría paso inundando todo el espacio que había dejado nuestras
palabras. Xania lo escuchaba absorta, porque de hecho casi siempre hablaba
Morla, con los ojos encendidos, apostillando algunos pequeños comentarios y
observaciones. Isaac y Arizoni mostraban su más hermosa fachada, pero tan
artificial que casi se podía entrever el aburrimiento que escondían dentro, a
veces algo más que aburrimiento, oyendo las continuas alabanzas a la gran
exposición que habíamos dejado de ver. Parecían palabras bonitas, un tipo con
clase.
- Nosotros nos vamos - dijo Isaac - si no, no llegaremos
para ver la película.
Isaac y Arizoni se levantaron, me miraron, miraron a los
otros dos y preguntaron quién quería ir con ellos. Miré a Xania y le pregunté
con la mirada. Nada. Morla tampoco. Me levanté y le di un beso en los labios,
tan fríos como el propio beso, le dije algo rápido y nos marchamos los tres.
Allí se quedaron los dos, sin apenas notar nuestra ausencia; como si nunca hubiésemos
estado.
Decididamente aquel no era mi lugar preferido. Mientras
andábamos por las calles sin rumbo definido, el cine había sido una excusa
rápida, comprendí por primera vez todo aquello que siempre había esquivado
evitando ser alcanzado; pudo ser que quizás la coraza del amor, al
resquebrajarse, dejara los huecos necesarios para que por ellos penetrasen
todos los dardos envenenados que había conseguido formar; los celos aparecieron
ante la duda, la peor enemiga de todas, por el temor de dejar de ser querido
cómo lo había sido en otra época y poder ser desplazado por otra persona, por
ocupar mi espacio predilecto sin mi permiso. Finalmente fuimos al cine, tampoco
teníamos otra cosa que hacer, y por dos
horas logré malamente evadir mi pensamiento de todo aquello que me carcomía por
dentro viendo una película que no pasaría a la historia, una más, olvidándose
al encender las luces después de los títulos de crédito, clavando la mirada
fijamente en aquella gran pantalla que lo absorbía casi todo y que no dejaba
pensar.
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