martes, 22 de abril de 2014

poesía nº 201



Callando la mañana me emborracho
En la cocina, sola, con ginebra.
Y es que la ginebra me gusta (no
Duele) y es barata. En la botella
Dejo el carmín rojo de las noches
Noctívagas que naufragan en la marea
De la falta de los besos (ya da igual
Que sean falsos), besos que embelesan.
Y son ellos, los besos, los que actúan
Como sellos en la boca de mi espera
Y en la boca de mis sueños frustrados.
Me levanto y me marcho, busco acera
Y un supermercado: espaguetis,
Lechuga, pechugas, merluza y peras,
Latas de atún, de aceitunas, de anchoas,
De tomate, de callos y de cerveza.
Whisky, chicles, leche, whisky, manzanas.
Papel higiénico, vodka y ginebra,
Tres de ginebra para después.
En la calle hace frío y la chaqueta
Que me tapa no me quita el temblor
De las entrañas (no sé si por la pena
O la resaca). Llego a casa, maldito
Hogar de la vida, abro la puerta,
Descorcho la botella de cristal
(la de vino encima de la mesa)
Y la observo un momento, luego
La levanto y la amo hasta vencerla.
Callando la tarde la oscura sombra
De la turbia amargura me desvela.
Sueño rosas y jazmín, luces que
No mutilen mi maltrecha conciencia,
Busco los barrotes de esta cárcel
Para salir a respirar fuera;
Cierro los ojos a la fantasía
Hacia una fantasía que no envejezca,
Que morirá pronto. Y no sé, lo juro,
Qué será de mí cuando despierte ajena
 A la realidad que me circunscribe
A este extraño mundo que me aliena,
Formado por mi ombligo y las dunas
Áridas de lluvia tiña que lo rodean
Invariablemente; para qué intentar
Cruzar este desierto y salir fuera.
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Son las nueves y dieciséis minutos,
Suenan las llaves, se gira la puerta,
Aparece la figura del hombre
Que llega del trabajo, la besa
En la mejilla (apenas un instante,
Un leve roce), pregunta por la cena,
-¿qué tal el día?
         - Bien, gracias.
                   -¿qué tal?
-Bien.
Mentira piadosa que no engaña.
La mira, ya no lo ve. Mujer sincera.

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