No sé cómo sucedió
realmente, creo que nunca llegaré a saber cómo sucedió todo para que en un solo
momento el castillo de cartas se cayese y dejase los sueños y la sangre
desparramados por el polvo del suelo...
El sol estaba bastante alto cuando Isaac me despertó
entrando en la habitación con un muñeco de peluche en brazos, era un gran
elefante de más de un metro de longitud, lo dejó encima de su cama y se marchó
tan rápidamente como había entrado. Miré el reloj y observé que quedaban cinco
horas para la reunión, me levanté y fui al salón, vi el final de la película y
entré a la cocina. Dentro todos estaban nerviosos. Bormano apenas podía
mantenerse quieto en su silla mientras Yerkari y Serban preparaban la comida
aparatosamente, apenas se hablaba pero todos sabían el pensamiento que ocupaba
el cerebro de los demás. Encima de la mesa había cinco pistolas que todavía no
había visto. Bormano me miró señalándolas con el dedo.
- Por si acaso, nunca se sabe. Coge la que quieras.
Las miré y deseé no coger ninguna, finalmente me decidí
por la más pequeña; jamás había disparado una de ellas y el mero hecho de
cogerlas me molestaba. El trabajo es el trabajo, pensé, mientras Bormano me
explicaba cómo se disparaba el aparato de metal. Más tarde comimos y a la hora
de tomar el café Lio Lin apareció puntual como era su costumbre, contamos el
dinero por última vez y nos marchamos en los coches hacia el lugar donde
habíamos fijado el encuentro, un pequeño hotel a la afueras “Ferchas hotel
habitación 10”.
Todo lo demás es historia. Isaac se equivocó al vaticinar
que seríamos ricos, Bormano se equivocó también al pensar lo mismo, sin embargo
acertó al creer que nuestras vidas serían diferentes a partir de ese momento;
solo sé que hubo un instante en que estuvimos todos reunidos y alguien llamó a
más invitados de los debidos, porque de repente aparecieron varios policías sin
nuestro permiso y fue entonces cuando alguna pistola disparó una bala que fue a
dar en el pecho de uno de los recién invitados, que cayó bruscamente al suelo
en medio de otros disparos, fue entonces cuando cogí la pistola y comencé a
disparar sin poder pensar absolutamente en nada. Fue como si hubiese tenido un
breve estado de amnesia, me encontré enfrente del volante del coche con el
acelerador debajo de toda la fuerza del pie robándole los kilómetros a la
distancia. Isaac intentaba taponarse una herida que había recibido en la pierna
a causa de un balazo. Gritaba “¡puto chino de mala muerte!”. Y se miraba la
pierna sangrante y el pantalón empapado de rojo. Algo había fallado. Comencé a
recordar la habitación, ese primer disparo, a Bormano con la pistola todavía en
la mano, ni siquiera se había movido de la silla donde estaba sentado a causa
de la escayola traicionera que le había impedido levantarse a tiempo, a Serban
ayudando a Yerkari muriendo también los dos. lo recordaba todo en un ruido rojo
que inundaba el ambiente, que nos rodeaba formando una telaraña infranqueable.
Isaac seguía gritando “¡ puto chino de mala muerte!”. Ahora Bormano, Serban y
Yerkari estaban muertos e Isaac herido; yo, milagrosamente, estaba intacto, la
lluvia de balas no había conseguido mojarme. Y Lio Lin, ahora lo veía claro,
era quien había buscado más compañía de la necesaria, recordaba cómo en casa
había enseñado su hermosa arma que después no había utilizado, cómo era a él a
quien no habían disparado cuando había cruzado la puerta escabulléndose por el
pasillo entre los polis, lo tenía que haber matado entonces, valiente hijo de
puta que nos había vendido sabe Dios por qué. Todavía era de día y en la cabeza
solo cabía la idea de la huida, la huida a cualquier lado que estuviese lejos,
a estas horas ya estarían registrando nuestra casa donde no habíamos de volver.
¿Dónde ir? Isaac me miraba y callaba, y fue ahí cuando todo pasó a mi alrededor
y me di cuenta que Martaux ya era otra parte de un pasado que no habría de
volver para nosotros, y Xania la de los ojos claros y la playa de blanca arena
y la chatarrería y Arizoni, todo estaba muerto para nosotros como lo estaba
Bormano y Serban y Yerkari que volvían a la memoria desde su suelo teñido con
su sangre sin lecho de amor donde volver a besarse nunca más juntos. Lio Lin
nos la había jugado bien. ¿Y el dinero? apenas teníamos unos pocos billetes en
el bolsillo que no habría de servirnos para casi nada, el castillo de arena se
había desplomado con una simple ola inesperada, el sueño de un futuro asegurado
hecho trizas sin tiempo para recoger siquiera los añicos que había dejado. Miré
a Isaac cruzándose nuestra mirada.
- ¿Dónde vamos? - con voz asustada.
Seguí la línea recta de asfalto con la vista y golpeé el
volante con el puño.
- No lo sé, joder, no lo sé.
Y nos perdimos en la carretera.
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