- ¿Qué te podría decir yo
que tú no sepas? Las cosas dan muchas vueltas en muy poco tiempo. No sé cómo fue, solo sé que fue extraño. Hay
momentos en los que las cosas vienen y no se pueden esquivar, te explotan en la
cara. Quizá solo fue el momento y todo lo demás fue inercia. Tras las filas y
los porros y los tripis es complicado saber dónde acaba la realidad y donde
empieza la ficción. ¿Qué te podría decir yo que tú no sepas? Dios se fue y
entonces llegó ella. Hammer preguntó por ti. Sabes que hay veces que la razón
se desvía y solo queda el instinto primario. Xania me agarró por detrás y antes
de mirarla ya estaba besándola, o mejor dicho, ella me estaban besándome a mí.
No sé que fue de Yerkari y de Hammer. No sé si ellos también acabaron liándose,
porque de repente solo vi rojo y blanco y luego solo el blanco de las sábanas.
Morí para volver a renacer entre sus piernas. Y tú ¿Qué hacías?
- Escribir. Estuve escribiendo mucho tiempo. Me puse a
pensar. Todo depende de la incomprensión. Nadie puede observar la situación
desde un punto de vista ajeno al nuestro con total objetividad. ¿Te has parado
a pensar qué opinará ella de todo eso?
- Sí que lo he hecho y no lo sé. De todas formas a mí me
gustaría verla de vez en cuando. Necesito a una mujer cerca. Es la verdad, para
qué negarlo. Supongo que tú me
comprenderás...
- Supongo que te comprendo, porque yo ya he aprendido a
estar solo. Tú nunca comprenderías mi situación. Entiendo perfectamente que
necesites a una mujer, yo una vez también necesité una persona y sé lo que se
siente. De todas formas si quieres saber su opinión pregúntasela.
Y lo hice. Xania y yo comenzamos a vernos. Algunas noches
solía quedarme en su casa. Entonces las ojeras acompañaban al día siguiente y
las pocas horas dormidas pinchaban en los ojos. Ella iba a la peluquería a las
ocho y media y me quedaba hasta las nueve o las nueve y media y luego me
marchaba a por el camión. Volvimos a tener un poco más de dinero. Todas las
mañanas Isaac y yo salíamos a la carretera con nuestro viejo vehículo y
recorríamos los pueblos, los polígonos industriales y alguna parada al lado de
la carretera. Isaac sacaba el mechero y quemaba la piedra, luego se liaba un
porro y nos lo fumábamos entre los baches y los botes del mal pavimento.
Algunos días la cabina se llenaba de humo y hasta hubo días que tuvimos que
parar y quedarnos esperando a que escampasen las nubes. Los días de verde
fueron haciéndose más verdes y más largos, Abril se fue marchando como había
venido. Fueron días que hizo bastante calor y comenzamos a ir a la playa;
todavía no había mucha gente pero el agua se iba calentando cada vez más, así
que había ocasiones, sobre todo por las tardes, en que íbamos con la toalla y
colocándola sobre la arena nos dorábamos un poco al sol.
Todo fue un día que me quedé dormido echándome la siesta.
Bormano e Isaac se fueron a la playa. Me desperté y vi que no eran las seis de
la tarde, así que decidí salir a dar una vuelta por ahí. Recordé que había
dejado la camisa en la habitación de Yerkari y Serban; Serban decía que le
gustaba la camisa y de vez en cuando se la ponía, así que fui a recogerla a su
habitación. Abrí la puerta y allí estaban los dos, uno encima de otro en la
misma cama; les miré, me miraron, y sin acertar a pensar en nada les dije - perdón
- y cerré la puerta. La camisa se quedó dentro. Fue un momento. Volví a mi
habitación, cogí otra camisa y salí de casa. Nunca podría haber pensado que
detrás de esa buena amistad podría esconderse algo más. Decidí dar una vuelta
por la ciudad y luego ir hacia la playa. Pensaba en lo que les podría decir
después, disculparme por no llamar, que pensaba que no había nadie, y luego
decirles que no tenía prejuicios sobre ello, cosa que era cierta. Pero así, de
repente, bajo el mismo techo, era algo que me resultaba extraño, inesperado,
compartir la casa con ellos, que por otra parte era suya, el uno encima del
otro. ¿Era Serban sobre Yerkari o Yerkari sobre Serban? Qué más daba. Me habían
visto casi desnudo, qué pensarían de mí, no se habrían fijado en mi cuerpo,
espero. Tenía un buen concepto de la homosexualidad, pero de ahí a convivir con
ella era algo que nunca había imaginado. Era una hermosa tarde de primavera y
el sol mostraba su cara más alegre, un buen momento para disfrutar del amor.
Era una situación nueva. Yerkari y Serban, nunca lo hubiese pensado. Ahora
comprendía por qué dormían en la misma habitación juntos desde hacía tanto
tiempo teniendo como tenían más habitaciones; por charlar a las noches y hacerse compañía decían, y
tanto que compañía. Y yo paseándome con los slips por la casa. De todas formas
ya vería que les diría cuando fuese a casa, o ellos a mí. Me dirigí a la playa,
donde más gente que la habitual ocupaba la parte alta de la misma. Isaac y
Bormano me habían dicho que estarían allí, y efectivamente allí estaban. ¿Lo
sabrían ellos? Decidí no decírselo por el momento, la vida que llevasen Yerkari
y Serban no era de mi incumbencia ni de la de ellos. Me acerqué hasta donde
estaban y los miré, fijamente, a los ojos. Estaban dormidos. Seguí mi paseo por
la playa, ya los despertaría cuando volviese. Me quité las zapatillas para sentir la arena en los pies, la parte
baja de la playa estaba tapada por la marea haciéndome andar por la parte alta.
Las olas iban y venían, unas tras otras, zambulléndose, abalanzándose,
solapándose y luego rompiéndose trayendo hasta mis pies la espuma que moría al
final del recorrido. Era agradable sentir cómo a intervalos el agua templada
mojaba los pies y cómo se iban habituando paulatinamente a su temperatura. A los
lejos, muy a lo lejos, la figura diminuta de un barco se recortaba con el cielo
al final del mar. Qué fácil parecía ahogarse en un charco de agua tan grande si
no se tenía cuidado. Después de todo, el amor debe ser precioso en todas sus
formas, pensé, daba igual quienes fuesen los que se amasen y todos necesitaban
a alguien cerca para seguir hacia adelante, yo empezaba a tener a Xania, por
qué ellos no se tendrían el uno al otro. Tenían todo el derecho del mundo. Pero
en la habitación de al lado, se me hacía extraño, no era lo más normal. Busqué
con la vista al barco. Ya no estaba, se había marchado detrás del horizonte en
busca de otros rumbos. Volví sobre mis pasos. Ahora Xania estaría acabando de
trabajar y dentro de unas horas la vería, iríamos a tomar una copa y luego le
haría el amor. Solo pensarlo me excitaba. Quitarle la ropa, poco a poco,
recorriendo con la lengua sus curvas, sus pechos, sus caderas, su entrepierna y
su culo apretado. hacerle el amor un par de veces por lo menos. Solo pensarlo me
excitaba. El agua seguía subiendo y ya quedaba poco espacio seco; mientras,
continuaba sintiendo cómo a intervalos me mojaba los pies y me hacía recordar
la lengua de Xania sobre la piel. Cómo habría hombres en el mundo a los que no
les gustaban las mujeres, parecía algo incomprensible. Llegué hasta la altura
de Isaac y Bormano. Seguían dormidos. Los volví a mirar y con un ligero
puntapié en las piernas los desperté.
- Eh, vosotros, se acabó la siesta.
- Tranquilo, no pasa nada; no eres el primero que se
entera y se sorprende. Además, nosotros también pensábamos que no había nadie.
- Sí, es verdad; como comprenderás no es un tema que nos
guste airear, no todo el mundo lo entiende igual.
- De todas formas si lo que te preocupa es que nos
hallamos fijado en ti puedes estar tranquilo que no eres nuestro tipo. Puedes
seguir andando en calzones por la casa - Yerkari miró a Serban y se rió.
- Anda, toma y hazte un porro, que te veo muy callado.
Y dicho esto la conversación dio a su término. Serban me
pasó una china y comencé a quemar.
- Por cierto, ¿Cúanto tiempo lleváis? - pregunté.
- Casi dos años viviendo juntos, aunque otro más
saliendo.
Hice el porro y lo encendí. Pusimos la televisión y nos
encontramos con el telediario de la noche. El presentador decía que el paro
había vuelto a subir, que los precios habían vuelto a subir, que la
delincuencia había subido, que los accidentes de coche habían aumentado. Por lo
visto había subido todo menos la fe, que según el último estudio sociológico
realizado por el instituto nacional de sociología demostraba claramente su
disminución. Dios no estaba de moda, el que estaba de moda era el último
campeón de la liga de fútbol. Ese sí que era un buen equipo de fútbol. El
fútbol era el opio del pueblo, aunque algunos decían que no, que el opio era el
fútbol del pueblo. Algo extraño sucedía en una parte del mundo de la que casi
nadie había oído hablar, no todos estaban de acuerdo en vivir bajo la misma
bandera porque algunos decían que no les gustaba. El telediario acabó con la
cultura, a un tipo desconocido le habían dado el prestigioso premio nacional de
novela. Entonces llegó Isaac por la puerta y dijo que el susodicho era un necio
y que apenas sabía lo que era unir cuatro palabras juntas. Se sentó en el
antiguo banco rosa, que ahora era azul, le miramos, nos miró, y se calló. Fuera
ya había anochecido. Las farolas lamían las sucias aceras del barrio queriendo
iluminar lo poco iluminable. Las estrellas se escondían encima de la capa de
luz de Martaux, sin embargo la luna se dejaba entrever entre los tejados de la
ciudad. Miré el reloj y vi que era la hora. Me levanté y dije que me iba, Xania
me esperaba.
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