- No te lo he dicho nunca
pero el frío me da miedo.
- Entonces no te gustará el invierno.
- No, no es eso, el invierno me gusta pero cuando no
tengo frío; la lluvia, la nieve, los árboles desnudos, todo eso me gusta, solo
que tengo que tener calor, llevar mucha ropa, verlo desde un cristal; lo que
realmente me asusta es el frío en la oscuridad.
Dentro de la cama no hacía frío, el peso de una manta y
el calor humano producía una agradable temperatura que infundía tranquilidad y
relajación.
- ¿Y por qué te asusta el frío?
El
silencio se apoderó del momento durante un segundo o dos, luego se rompió.
- Porque me recuerda a mi padre. A veces solía abrir las
ventanas del salón para que entrase el aire, decía que le gustaba, entonces se
sentaba con su botella en el sofá y veía la televisión; el problema es que
también lo hacía en invierno y el salón se quedaba frío. Yo estaba sentada en
una silla y también miraba la televisión, fijamente, para no verle e intentar
olvidarme del frío, y como nunca lo conseguía me marchaba a mi habitación y
encendía la luz, todas las luces.
La habitación permanecía iluminada, siempre estaba
iluminada; ahora sabía por qué siempre hacíamos el amor con la luz encendida,
le espantaban las viejos fantasmas de la infancia. Le acaricié el pecho
izquierdo suavemente y me la imaginé como una niña asustada y con frió en una
silla mirando obsesivamente una pequeña pantalla en blanco y negro, como si
todo lo que podría esperar en la vida proviniese de aquella pantalla.
- ¿Qué hemos hecho de la vida? - murmuró con voz
susurrante.
- ¿Qué?
- Se supone que existe el progreso y todavía tengo miedo
del frío porque mi padre habría las ventanas; eso no es progreso. ¿Qué derecho
tenía él a hacerme esto? Hablan de progreso y todavía no hemos conseguido ser
felices.
Le miré.
- ¿No eres feliz? - pregunté.
Y sin dejar de mirar el techo respondió “quien sea feliz
que se esconda debajo de alguna piedra porque como alguien se entere seguro que
lo matan”.
No supe qué contestar, las palabras fallaron, quise
encontrarlas pero solo se me ocurrió el silencio, no podía entender lo que
decía. Finalmente algo apareció por mi mente.
- Entonces... ¿Por qué estas conmigo?
- Porque me recuerdas la felicidad - y sonrió
acariciándome la mejilla como aquel que acaricia la sonrisa.
Solo era un reflejo, todo lo que podía sentir de la
felicidad solo era su reflejo a través de mí. Me sentí como un espejo, o por lo
menos como me sentiría si fuese un espejo, y en ese momento lo era. Sentí pena,
una gran compasión por ella, y sobre todo impotencia; parte de su felicidad,
para mí toda, era incumbencia mía y no conseguía sino un reflejo. Recordé algo
sobre sombras y fuegos en una caverna y maldije el nombre de Platón. Le besé
los labios, buscando darle esa felicidad que reclamaban, pero sus labios
estaban un poco fríos, y no respondieron a mi proposición.
- Marcel...
- ¿Sí?
- Mañana tengo que trabajar; no te lo diría si no tuviese
que levantarme a las ocho de la mañana. Lo siento.
- Perdona, no me acordaba. Da igual, además ya es
bastante tarde. ¿Apago la luz?
- Como quieras...
Recordé lo que había dicho sobre la oscuridad y dudé
sobre apagarla o no. Decidí apagarla. Antes de apretar e interruptor miré la
hora del despertador, marcaban las dos menos cuarto; cuando apagase la luz
dormiría y al despertarme me encontraría solo en esta misma cama y pensaría en
ella. Apagué la luz y en la oscuridad sentí cómo su cuerpo abrazaba el mío y su
cabeza descansaba en mi pecho.
Las bolas volvían a correr locas en todas las direcciones,
la bola blanca había salido potente desde el taco chocando estrepitosamente
contra las otras, aunque sin suerte. El humo se condensaba sobre la mesa a
impulsos de bocanadas, exhalando los últimos alientos para volver a recobrar
otros nuevos. Isaac observó la disposición de las bolas y decidió atacarlas, se
agachó, tanteó la distancia y de un certero disparo la blanca chocó con la
verde y ésta dando en la banda larga entró en el agujero opuesto. Isaac se
irguió y sonrió como en las grandes ocasiones mientras lamía el taco con los
dedos, observando el rostro de los presentes, volviendo a buscar con la mirada
el cigarrillo al lado de la mesa en su afán de fumar otra calada antes de
volver sobre las bolas en busca de trayectorias inverosímiles que pueden ser
convertidas en realidad.
- Es la tercera vez que salgo a la calle en un mes.
- No te quejes y ten cuidado de la pierna, ponla sobre la
silla.
- Soy el maldito esclavo de un trozo de escayola.
- Tómatelo con calma, Bormano; que solo te quedan cuatro meses
más - dijo Isaac sin ni siquiera levantar la cabeza de la mesa verde dispuesto
a enlazar su tercer acierto seguido.
La Navidad se estaba acercando peligrosamente hacia
nosotros sin poder evitarlo. Mientras, Lio Lin se desesperaba viendo cómo en la
mesa solo estaban quedando sus bolas. Estábamos los cuatro en aquel bar donde
solíamos tomar unas cañas algunas tardes, o en esas noches donde la
tranquilidad ocupaba el tiempo. Isaac había vuelto a ganarle la partida a Lio,
que resignado se sentaba a nuestro lado en la mesa y tomaba otro sorbo de su
café solo. Los cuatro nos mirábamos y sonreíamos. Lio Lin se colocó bien las
gafas, luego aclaró la voz y Bormano asintió con la cabeza; sobraban las
palabras, de sobra sabíamos todos lo que iba a decir, sin embargo lo dijo y
brindamos por ello. La bola comenzaba a rodar y a agrandarse, solo era cuestión
de tiempo y de saber dirigirla hacia donde más nieve hubiese, todos íbamos
ahora en el mismo barco, solo que en posiciones distintas. Bormano intentó
encontrar la postura más adecuada para apoyar la escayola totalmente
engrafitada sin éxito, desistió del intento y apuró el trago.
Por lo visto se estaba a la espera de cerrar un trato con
unos tipos extranjeros, unos chinos que había conocido Lio con los que había que
tener cuidado; tipos de cierta importancia con los que debía haber negocios
futuros; ellos pasaban la frontera y nosotros haríamos la distribución. Era una
operación arriesgada, casi todo nuestro capital iría en ella, y si todo
marchaba positivamente multiplicaríamos las ganancias. Aquello sonó a mucho
dinero. Por eso era necesario más dinero y más personas con las cuales poder
contar. Pedimos otra ronda y volvimos a brindar por la vida.
La oscuridad me envolvía dentro de la soledad de mi
habitación. Busqué donde agarrarme y acabé abrazado a la almohada. No era el
cuerpo de Xania pero menos es nada. Ella no estaba totalmente de acuerdo con
todo eso y yo tampoco; decía que era peligroso, que por mucho cuidado que
pudiésemos tener podríamos terminar todos en la trena por algunos año y un día.
¿Y qué quería que hiciese yo? Ya le había explicado que yo solo quería una
cierta cantidad de dinero para montar un pequeño negocio y poder asegurarme el
futuro con algo, preferentemente legal. Pero qué podía hacer, todos estaban
dentro y les debía muchos favores, sobre todo a Bormano. Además, para qué
intentar engañarme a mí mismo, no quería ser pobre, llevaba toda mi vida pobre
y no me gustaba, si podía hacer dinero rápido y fácil no lo iba a dudar mucho,
por lo menos en ese momento; siempre había estado arrastrándome por seguir
sobreviviendo y no iba a dejar pasar la oportunidad de no tener que preocuparme
por el día siguiente. Abrí los ojos y observé cómo todo seguía igual que al
tenerlos cerrados en un negro envolvente que absorbía la atención, Xania pensé,
no te enfades por querer ser feliz en mi propia vida y si quería el dinero no
era porque me gustase, solamente porque no lo tenía y no sabía cómo salir
rápidamente del pozo de la miseria en el que me había encontrado siempre.
Intenté dormir en las curvas fluctuantes de la insinuación de la antesala del
sueño pero no podía encontrar la puerta de acceso que me llevase hasta ellos,
girándome sobre la cama en busca del espacio desocupado, la pared blanca negra
pro la ausencia de luz y Xania en mi mente negando la acción. Decidí no
explicarle muchos detalles, no mencionárselos siquiera, evitarle esa
preocupación que le podría perturbar, que me podría incomodar. “Por su
felicidad” pensé y qué felicidad si no la tenía, solo su recuerdo en el reflejo
de mi presencia. La besé en la memoria con los labios del pensamiento. No
quería ser pobre toda mi vida, eternamente, trabajar para seguir tirando y mendigarle a un tipo ajeno un empleo mal
pagado, no, Bormano sabía cómo poder evitar ese camino equivocado, unos
negocios con él al principio y después montar algo legal, seguro, tranquilo,
sin grandes complicaciones, con hijos y una buena esposa que me quiera cuando
esté cansado y necesite sus amorosas caricias, madre de mis hijos y de mis
sueños; Xania la de los ojos verdes no me digas no a las acciones de buenas
intenciones y mala reputación. Recordé la mirada de Lukas Parker “Sky walker”
la última vez que lo vi, Xania mi almohada de carne y miel, la última mirada de
aquel pobre desdichado de su propia perdición volando sobre Mazur, volando
demasiado alto sin seguro de vida a todo riesgo y sin saber lo profundo que
puede ser el mar hasta que no estuvo en él, ingenuo jinete volador, no me digas
tú también desde tu mirada en mi memoria que estaba equivocado, no soy la
justificación a tu derrota. Busqué la compresión debajo de las sábanas pero
solo había calor y tuve que sacar la cabeza hacia la pared blanca negra que
parecía amenazarme desde su invisibilidad, con la almohada atada a mi pecho y
el sueño esperando en un bolsillo, buscando su momento para salir y
arrastrarme, “Sky walker” el de los ojos muertos no vengas hasta mí si ya no
eres nadie, si ya no eres nada. Isaac sabía la razón que era el amor a la vida,
y qué si vendo droga, yo no tenía la culpa de esas cosas que me circundaban,
sueño ausente ven hasta aquí y llévame a tu guarida, olvídame de lo real y
espanta la duda, Xania utopía de alegría y felicidad soy su recuerdo en el
presente del reflejo hacia el futuro que
aguarda, yo no tengo la culpa, yo no lo he hecho, yo solo quiero ser feliz
porque nunca lo he sido más que en sueño que no vienes, que escondes tu
presencia detrás de la pared blanca negra que me aterra, que vienes, que estás
viniendo, que me llevas...
Tanpoco me gusta el frio.
ResponderEliminarPero dicho con tanta sensibilidad poetica y tanta sinceridad de sentimientos, creo que empieza el frio a gustarme.