La vecina se estaba
volviendo a desnudar delante de mí con la ventana abierta, me miraba a mí y
luego asomaba la cabeza por la ventana y observaba las estrellas con las tetas
contra la repisa.
- ¿Has visto a la vecina?
- Sí, sí que la he visto, lo hace muchas veces; primero
mira, luego se desnuda y por último vuelve a mirar.
- Está muy buena ¿saber quién es?
- Ni idea, solo sé que casi todos los días hace lo mismo.
- Pues no la había
visto nunca.
Bormano estaba extrañado y sorprendido, parecía evidente
que nunca había visto a la vecina.
Se volvía a erguir, observaba por última vez las
estrellas, nos miraba y luego se metía a la cama apagando la luz. Hacía una
buena noche. Por la televisión daban de nuevo “Espartaco”. Kirk Douglas se
rebelaba ante los romanos con todo un ejército de esclavos libres. Cambiamos de
canal. Unos equipos de fútbol estaban jugando un partido en diferido, en la
serie de partidos “grandes encuentros de la historia”. Cambiamos de canal. Unas
chicas en top-less lavaban unos coches; cogían una bayeta y jabón y lo dejaban
reluciente, enjabonando la chapa, el cristal y sus propias tetas al contacto
con el cristal. En el telefilm todos sonreían. Bormano decidió dejarlo aquí
porque dijo que le alegraba ver a la gente feliz.
- ¿Has visto cómo las tiene esa? - me preguntó
exclamando.
- Sí, mejor que Leslia ¿Eh? - le insinué.
- Calla, que las de Xania tampoco son como esas.
- Sí, pero son mejores que las de Leslia - pronuncié
riendo.
Los dos continuamos disertando sobre las excelencias de
nuestras respectivas parejas por comparación con aquellas del jabón. Como dos
buenos fanfarrones mentíamos, exagerábamos los rasgos positivos encubriendo los
negativos, exaltábamos su sensualidad, su sexualidad, su potencia, su sonrisa,
sus habilidades; tanto las elevamos que hubo un instante en que nos preguntamos
si esas eran realmente las nuestras o las de otros y nos dimos cuenta que
objetivamente ni se acercaban.
- Pero el amor es subjetivo, para gusto los colores -
dijo Bormano respondiéndome a la última afirmación y dando por terminada la
conversación.
Acabaron las del lavacoches y cambiamos a “Espartaco”.
Kirk ya no tenía tan buen aspecto, ahora estaba crucificado en un camino y
nadie le ayudaba. El partido de fútbol también había terminado y había
anuncios. Bormano dijo que se iba a la cama, que era tarde y mañana sería otro
día; me levanté con él y me fui a mi cuarto. Me desvestí y me metí en la cama.
Apagué la luz. Isaac no había vuelto, dijo que no volvería hasta muy tarde.
Miré el techo y vi una nimia oscuridad que provenía de fuera.
- Se me hizo tarde y decidí quedarme en su casa.
-...
- Es un buen tipo, me gusta como habla.
-...
- Vive solo, tiene un piso pequeño; un par de
habitaciones, un cuarto de baño, una cocina y un saloncillo bastante cómodo.
-...
-...
- ¿Tú sabes por qué tienen tanto empeño en que sigamos
con el camión? No es precisamente lo que más me guste - le decía a Isaac
aquella mañana.
Isaac no contestaba.
- Tenía unos sofás negros de cuero - contestó finalmente.
-...
-...
Estoy un poco cansado de los baches; mejor dicho, estoy
harto.
Eran las nueve de la mañana y fuera de la cabina el sol
ya quemaba dentro parecía que pronto seríamos capaces de encender los
cigarrillos con solo sacarlos del paquete.
- Vimos una película en el vídeo, una sueca, muy buena.
- ¿Me escuchas? - le pregunté.
El mar se extendía más allá del último trozo de tierra,
serpenteando las curvas de la carretera. Pisé el acelerador.
- Y tú, ¿me escuchas?
- Sí, te escucho, pero tú a mí no.
- Tú no me escuchas a mí.
Nos quedamos mirándonos, un momento, justo hasta la
siguiente curva, donde tuve que desviar la mirada. Nos callamos. Dentro de la
cabina un silencio espeso comenzó a ocupar todo el espacio disponible,
dilatándose y penetrando en nuestro interior. Todo silencio, incluso el ruido
del motor y de los baches y de los amortiguadores y del viento que entraba por
la ventanilla parecía formar parte de ese silencio que nos envolvía la mente.
- Perdona, ¿Qué decías? - murmuró finalmente Isaac - ...
sí, creo que lo quieren para algún negocio... Bormano, ya sabes, siempre
maquinando en su cabeza.
Miré de soslayo a Isaac, no le brillaban los ojos como
hacía un momento. Me fijé en el espejo retrovisor, no había nadie más en la
carretera.
- Además nos pagan todo - insinué.
- Incluso la gasolina.
Poco a poco el silencio fue saliendo de nuestros cuerpos,
de nuestra mente, fue empequeñeciéndose hasta que huyó por la ventanilla
abierta escapándose a su guarida, dejándonos otra vez solos.
- ¿Y de qué iba la película?
Isaac volvió la mirada hacia mí, clavó sus ojos en los
míos y se rió.
- ¿Y ahora de qué te ríes? - pregunté yo riéndome a su
vez.
- De los dos, que no escuchamos ninguno.
- Bueno, perdona, ya escucharé mejor... si no me aburres
mucho - le contesté irónicamente.
Y siguió hablando, más fuerte, más bajo, otras yo, sin
prisas, tranquilos. Por un instante pasamos al lado cruzándonos sin vernos la
cara y al recodo de la esquina darnos cuenta del rostro dejado atrás, en el
polvo, y después volver sobre los pasos desandándolos a pedir perdón. Volvió a
describirme la casa, su sofá negro, la película sueca, mientras el sol subía y
subía tostándose en el cenit mientras comíamos en algún restaurante a la puerta
del asfalto para volver a bajar.
- ¿Qué piensas hacer con el dinero?
- Poca cosa, la verdad es que no tengo ese problema, no
tengo dinero. Con lo que saco de esto no me lleva ni para porros. De todas
formas no tengo prisa, vamos tirando; además, pagándonos como nos pagan todo
¿de qué podemos quejarnos? Así algo ya ahorraremos. Seguro que cuando Bormano
empiece de verdad nos haremos de oro.
- ¿Tú crees?
- Bueno, eso espero...
El verano se marchó como antes la primavera y antes el
invierno. La playa fue quedándose desierta lentamente, viendo como los bañistas
dejaban de visitarla huyendo del frío y de los días cortos que ya amenazaban
desde el calendario. Pese a todo Martaux todavía aguantó un poco más el calor
del sol que iba y volvía todos los días pero cada día un poco menos. Bormano
compró un coche nuevo, la gallina de los huevos de oro seguía gorda y bien
alimentada en el corral; la televisión aconsejaba austeridad y paciencia ante
la adversidad de la situación pero aquí todo eso parecía más una farsa mal
contada que la una historia verídica. Los reality show y los programas rosas
subían de audiencia en prime time al mismo ritmo que nuestra buena suerte.
Muertos por asesinato, muertos por casualidad, muertos por desgracia, muertos
muertos después de muertos, a la gente le encantaba ver montones de muertos en
625 líneas pero a nadie en casa, porque los vivos que salían entrevistados
vestían lágrimas negras por los muertos apuñalados, ahorcados o atropellados.
De la misma forma el cotilleo público se convertía objetivamente en la
diversión nacional; pan y circo para los ciudadanos, especialmente el circo,
que el pan era más caro y más escaso; por lo visto los payasos abundaban dentro
de la pequeña pantalla.
Xania me quería de verdad, y lucía su sonrisa de
terciopelo debajo de sus oscuros rizos cuando besaba mis labios en un gesto
apasionado que nada hacía envidiar al más sublime de los actos, donde me perdía y entre sus
piernas y en su cuerpo me sumergía encontrando lo más preciado de mí, ella. El
verano se marchó como un soplo de viento caliente y anciano de canas. Mazur, la
patria del olvidador y de su cementerio del que me acordaba por haber dejado
algo en él fue enrrollándose y enroscándose sobre sí misma para girar en
círculos concéntricos a través de mi memoria invisible, dejando el paso del
pasado al paso postrero del cubo de la basura, reciclando el desperdicio y
extrayendo lo poco que de extraible quedaba, enmarcando esos momentos como
fotos viejas en blanco y negro. El mar se tornó gris con la lluvia que apareció
en Octubre llenándose las aceras de paraguas y los rincones de los callejones
sucios de perros y gatos sin dueño, vagabundos de su propia suerte por las
calles indeseadas. Isaac, ineludible ante su figura del espejo de papel miraba
el techo, la ventana, y hacia la cama imperturbablemente desecha antes de irse
con su conciencia en un monólogo susurrante hacia fuera, fuera de su esfera
nubosa frontera de tiempo.
- El olvidador se despertó llorando, y al no saber la
razón por la que lloraba la amargura y la tristeza inundaron su interior. Ni
siquiera sabía lo que era llorar, solo sentía cómo dos grandes lágrimas corrían
por su cara; tampoco sabía lo que era la amargura y la tristeza, solo las
sentía como una gran piedra que le colgaba del pecho. Intentó pensar algo, pero
como también se le habían olvidado las palabras tampoco supo qué pensar, ni
siquiera cómo. El olvidador estuvo todo el día llorando, triste, y cuando llegó
la noche se durmió. y fue entonces cuando soñó; soñó con su infancia cuando
jugaba siendo niño; y soñó cuando era joven y guapo y fuerte y podía correr por
el campo; y soñó con el sol y la hierba, y soñó con el mar y su belleza, y con
el amor y por último con la felicidad. y fue entonces cuando soñó que ya no
podía recordar nada, ni siquiera su nombre, ni siquiera su existencia, y al
contemplar cómo perdía su propia historia al perder los sueños no pudiéndolos
recordar despierto sintió una gran pena. Y fue tanta la pena que sus lágrimas
cayeron por sus mejillas y le hicieron despertar.
Cuentan las gentes del lugar que hubo una vez un hombre
que se olvidó de todo menos de llorar, y fueron tantas las lágrimas que derramó
que formó un lago y su corazón se ahogó en él.
Isaac volvió a mirarme.
- ¿Has conocido alguna vez a un olvidador? - le pregunté.
- Sí, a muchos - me contestó.
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