- Buscar en el interior la
propia esencia de cada uno implica un autosacrificio muy importante, donde la
constancia y sobre todo la voluntad de uno mismo son el factor primordial para
la consecución de dicho conocimiento. Muchas religiones basan sus dogmas en ese
conocimiento y toda ética personal debería llevar implícito esta exigencia como
la máxima expresión del yo personal. La esencia individual constituye el núcleo
atómico y separado que conforma la globalidad de la sociedad. Mediante el arte
busco mi propia esencia, en el interior de los sentimientos que impulsan mi
obra creadora ahondo con el fin de alcanzar mi pureza, la pureza que persigo en
mis actos y sobre todo en mi modo de pensar. He recorrido camino en esta
búsqueda inacabable que es la vida pretendiendo lograrlo, y cuanto más lo busco
y más camino recorro creo llegar a la conclusión de que tal vez, y solo
entonces, al final del camino, conoceré mi presencia esencial.
Isaac miraba sentado al borde de la playa las estrellas
de la noche. El mar permanecía calmado a sus pies y lejos, en el aire, se olía
la música proveniente del bar más cercano, que se escapaba por la ventana
abierta. Mi boca apuraba la última cerveza que había visitado mis manos
mientras sentía sobre mi cara la brisa nocturna.
- ¿No entramos dentro? - pregunté murmurando.
- - Espera un momento, ahora vamos - dijo en un tono
bajo, como venido desde muy lejos para llegar a sus labios.
- Dentro nos esperan - insistí.
- Ve tú si quieres - contestó mudo con la mirada.
Me senté.
Isaac seguía mirando el mar, ni siquiera había hecho el
más mínimo gesto al hablarme. Buscó con las manos en los bolsillos algo
pequeño, encontró la piedra marrón y comenzó a quemarla. Tras unos pocos
minutos trabajando en ello acabó el porro
y lo encendió. Algo raía su cabeza supurándole la tranquilidad. Las olas
volvían y volvían y nadie las quería, y luego se marchaban dejando a Isaac
donde estaba.
- ¿Para qué te voy a engañar? Me siento solo, todos
tenéis a alguien, Bormano anda ahí con Leslia, tu con Xania, Serban a
Yerkari...
- ¿Tú sabías lo suyo? - pregunté exclamando ante la
naturalidad con lo que lo decía - lo podrías haber dicho y no hubiese sido
necesario haberme dado cuenta de la forma en que lo hice.
- Tú también lo sabías y no dijiste nada, a nadie le
importa la vida de los otros. A mí no me espera nadie ahí dentro. ¿Para qué voy
a tener prisa en entrar?
Me pasó el porro y le di unas cuantas caladas aspirando
fuertemente el humo denso que desprendía. Algunos granos de arena se colaban
dentro de las zapatillas y producían un roce incómodo.
- ¿Nunca has tenido la impresión de que podrías
enamorarte de una persona solo por la belleza que irradia? No tiene por qué ser
muy guapa, ni muy inteligente, ni muy buena, tiene que ser algo diferente; la
forma de mirar, de moverse, de sonreír. Cuando necesitas a alguien cerca y no
lo tienes, y un día tú me dijiste que necesitabas a Xania, digo que cuando no
lo tienes no es difícil que tu subconsciente busque por ti la solución de la
necesidad y se fije en ciertas personas que en otra situación no lo haría, o
por lo menos no tan apremiantemente. Entonces te das cuenta que sería fácil
amarla y dejar ser amado y lo solo que se encuentra una persona sin nada de
eso. Me pasa a veces, hablas con alguien durante unas horas, o una noche y
piensas en la conexión que hay entre los dos y cómo podría ser un amigo y cómo
las circunstancias existentes te impiden esa relación; cómo apuras los minutos
porque sabes que después no quedará nada. Lo mismo sucede cuando estás con una
persona que te atrae y sabes que todo desaparecerá en un momento. Puede ser
falta de amor, no lo sé, solo sé que luego te quedas pensando que hay algo
injusto en todo esto y no le encuentras ninguna explicación. La vida no es
justa, aunque supongo que no soy el único que opina lo mismo. ¿Ves el mechero?
¿Sabes por qué lo llevo siempre? Un día me lo preguntaste y te dije que era una
larga historia. Me lo regaló una de esas chicas que te encuentras, con las que
tienes conexión inmediata pero sabes que las circunstancias no te dejarán
nunca. Sin embargo aquello duró más de lo que uno podía pensar en un primer
momento. Acabé enamorado de esa chica, lo cual me reafirma en mi opinión de que
uno puede enamorarse de una persona que sabe que le puede enamorar si le das un
poco de tiempo. Era una chica preciosa, de esas chicas que da miedo mirar
fijamente a los ojos porque antes de que te quieras dar cuenta ya solo puedes
mirar sus ojos que te dominan completamente. Pero las circunstancias, que pude
evitarlas pero que sabía que no podría esquivarlas, llegaron todas de repente y
la chica se fue para no volver a ver más. Poco antes de marcharse me dio este
mechero y por eso lo llevo siempre. Para mí, aunque duró poco tiempo, significó
mucho y fue lo único que me traje de Mazur, porque todo lo demás me sobraba, no
le debía nada a esa ciudad.
Alguien estaba detrás nuestro. Era Bormano, que sin
darnos cuenta y sin saber cuando había llegado permanecía callado y nos miraba,
sobre todo a Isaac.
- Vamos Pinkel, estamos todos dentro esperando a que
aparezcáis, nos vamos a otro sitio. Además, aquí hace frío, este viento pega
más fuerte de lo que parece. Vamos dentro y nos liamos más porros. Y tu Marcel,
que tienes una mujer preguntado por el miembro del miembro que más le gusta,
aparece pronto que si no busca otro, y seguro que lo encuentra. ¡Todos dentro!
Y dicho esto nos levantó agarrándonos a cada uno con una
mano y nos puso en pie. Nos limpiamos un poco la arena y entramos, dejando
fuera al mar con su brisa y su arena, y del bar nos fuimos a otros muchos más
hasta que el sol salió puntual a su cita y nos avisó de que el sueño estaba
esperando su turno desde hacía horas.
Nunca había visto tan fugaz a Isaac, aquella noche fue
una sombra de su propia sombra, más cetrino que la ceniza más triste y más
amarga. La inmensa paz del que no espera nada no era la paz de Isaac, buscando
en el recuerdo compañía a su soledad solo conseguía sentirse más solo y darse
mejor cuenta de ello, porque realmente sabía que en el fondo de todo él estaba
solo y esperaba compañía, como todos, para sentirse más feliz, un poco más
feliz, y un poco más afortunado. En un trozo de metal plateado parecía encerrar
todo lo positivo de su pasado tan cercano y tan perdido que ahora recordaba
para herirse de nuevo con la memoria, en la memoria, paulatinamente más difusa
y más idealizada.
Un día apareció por casa un tipo llamado Lio Lin. Era un
chico joven, poco más de veinte años, de ojos rasgados y piel amarilla, de
padres emigrantes asiáticos que se habían asentado en Martaux hace bastante
tiempo. Lio Lin apareció por la puerta y se sentó en el banco azul. Detrás de
él llegó Bormano diciendo que era un amigo que había conocido y que se quedaba
a cenar. Nos sentamos todos en la mesa y alguien hizo unos cuantos huevos
fritos para cenar. Luego Lio Lin lió unos porros y comenzamos a fumar. Serban
también lió más y al final acabamos todos en la niebla.
Lio Lin empezó a aparecer más a menudo por casa, Bormano
tenía algún negocio entre manos con él y surgían y se desvanecían como las
olas, siempre uno detrás del otro, salían y entraban dejando la puerta abierta.
Lio Lin jugaba mal al billar, lo suyo era el ajedrez; se sentaba en la mesa
frente a Serban o Yerkari y los machacaba invariablemente. Solo Isaac le hacía
algo de sombra. Se sentaban ante el tablero y pasaban horas, luego se
levantaban y se iban a vender la mercancía. Una noche acompañé a Lio Lin y a
Bormano a colocarla; habían cortado el speed con algo que no sabía muy bien qué
era, aunque a pesar de ello mantenía parecida cantidad. Primero fuimos al
“Trikis”, aquel bar donde fuimos en Viernes Santo cuando Xania había acabado
por mostrarme sus caderas. Había menos gente que en la anterior visita. Fui a
la barra y pedí tres cervezas, las pagué y me acerqué al futbolín, donde tres
individuos hablaban con Lio Lin de forma antinaturalmente natural. Lio Lin
buscó con la mirada a Bormano, Bormano con las manos en los bolsillos, la
bolsita blanca que sacó a la mirada de los otros y los billetes de los otros la
mano de Lio Lin. El círculo de la vida se había cerrado en dos segundos. Se
dirigieron unas palabras más y se fueron. Bormano comenzó a liarse un porro.
Fuera las noches claras de Mayo ocupaban ya las calles y las chaquetas
olvidadas comenzaban a amasar polvo en los armarios. Lo encendió y me lo pasó.
Aparecieron otras dos personas. Las manos en los bolsillos, la bolsita blanca,
los billetes, las otras manos, un par de palabras, adiós. Acabamos las cervezas
y nos fuimos del “Trikis”. La noche fue una ronda de bares del mismo modo, entrar, pedir unas
cervezas, comerciar, acabarnos las cervezas e irnos; diez o doce sitios
recorridos cruzando unas pocas palabras y unos cuantos billetes. Lio Lin era generalmente
el que la colocaba. Jugamos algunos billares y nos perdimos en la noche de una
discoteca subterránea, traspasados de rayas y de alcohol, hasta que el sol del
mediodía apareció y llegamos para comer a casa.
Estuve durmiendo quince horas, casi toda la tarde y toda
la noche hasta el día siguiente cuando me levantó Isaac para conducir el
camión. Había sido un fin de semana color gris, una de esas noches donde al
acabar te das cuenta que por medio de ella no ha habido nada, excepto una parte
de tu tiempo malgastado. Cuando me levanté todavía tenía ausente la cabeza y no
había retornado del lugar donde la había dejado el Sábado. Isaac me dijo que se
había quedado en casa, solo, y que Xania había preguntado por mí, le había
dicho que podríamos salir a dar una vuelta el Domingo y que pasaría por su
casa. Me olvidé, me quedé dormido; ahora tendría que ir a disculparme a su
casa. El fin de semana se estaba volviendo más oscuro. Lio Lin era un tipo
simpático pero de poco fondo, demasiado pragmático, no veía mucho más allá de
la utilidad o la inutilidad de las cosas, del provecho que se podría obtener de
las acciones ejecutadas. Aquel Lunes, mientras conducía y llenaba el camión de
chatarra, mientras Isaac hablaba y hablaba dilatándome la cabeza aún no encontrada,
seguí soñando despierto con los labios de Xania sobre mi piel y cómo estos me
besaban una y otra vez hasta quedar exhaustos. De vez en cuando, de repente y
rebelde, alguna imagen del sábado noche se colaba sin permiso y ensuciaba la
conciencia, produciéndome hasta un extraño dolor de cabeza emanado del
recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario