Aquel fue un verano muy amarillo, lo recuerdo
muy bien. Un sol amarillo, un cielo amarillo, un río amarillo... Aquello
parecía oro. Era un amarillo dulce, de cierta melancolía. Pero al fin y al cabo
amarillo, que era lo importante. Su esencia nos penetraba por los poros y nos
relajaba, y nos sonreía en sueños
amarillos. Aquel también fue un verano rojo, muy rojo. Todo rojo, como el
fuego, como la pasión. Los pájaros verdes con la hierba se confundían, los
peces azules con el cielo, todo era color y vida. Pero el amarillo era el más
fuerte, y él mismo lo sabía y así lo ejercía. ¡Qué buen recuerdo aquel! Todavía
lo siento con cariño, su cariño, claro, el de ella. Era tan amarillo. ¡No! El
suyo era rojo, muy rojo, rojo como el ideal de un comunista, como el fuego de
sus ojos azules... parecían el mar, y quizás lo fuesen, pues mi mirada siempre
estaba buceando en ellos. Había montes verdes que luchaban con el amarillo, que
se escondían en las sombras de sus árboles. Con los ojos cerrados al sol y el
rojo que sentía era el rojo del fuego de aquellos ojos azules. Íbamos casi
desnudos y si alguna vez llovía, la lluvia amarilla se extasiaba en nuestros
besos. ¡Amor...! Gritaba yo con el pelo mojado, ¡Bésame en los labios! El agua
resbalaba por nosotros y nosotros solo sentíamos nuestros besos. Eran besos de
amor, aquellos besos, que solo sabían gritar ¡Más! y abrazar nuestros labios y
nuestros sueños y nuestra vida y nuestro futuro y nuestro todo eterno, ese que
se nos muere pronto. Hierbabuena en aquellos gritos. El hayedo, más hermoso que
nunca, escondía muestro amor. Ella siempre susurraba te quiero, te quiero, te
quiero... y sus palabras, siempre eran para mí, porque ella sabía de mi amor,
que la amaba, que la ama, que la amará. Su cielo sonreía y sus ojos brillaban
para mí. Solo te quiero a ti... a ti... a ti... decían por la noche, por el
día, siempre. El rojo nos abrazaba, nos tenía hechos prisioneros; aquel rojo
pasional que encendía nuestro deseo, aquel deseo bueno, porque era puro, porque
procedía de nuestro corazón. Cuando llovía todo era amarillo y rojo y azul y
verde. Todo amarillo, rojo, azul, verde. Yo quería que aquello durase toda una
vida, dos, todas las vidas. Pero aquella, como todo lo que quiero, era
imposible. Patricia no me duraría toda la vida, lo sabía muy bien. Siempre
pensaba que la culpa la tendría yo. Un pájaro viene a posarse en mi hombro. yo
le acaricio. El se sume en mi caricia. Yo lo alimento. El come de me mano. Yo
le duermo. El sueña. Yo estornudo. El se despierta, me mira asustado, remonta
el vuelo y desaparece en el horizonte. Yo corro detrás de él. Corro mucho, pero
el ya no está, no vuelve y no volverá. Yo lloro... ¿Por qué tendré catarro?. El
amarillo ya no es amarillo ni el rojo rojo. El verde y el azul se han ido
corriendo. Me han dejado solo. Yo no soy pintor, no se hacer colores. Mi vida
se queda sin querer descolorida. La lluvia es gris. Los besos ya no son, y yo
quiero algo, y no sé el qué. Aquel cielo azul que me miraba se nubló y tapó su
color. Ni con brocha ni con imaginación podré pintar colores bonitos. Pero yo
quiero volver a tener mi amarillo y mi rojo y mi azul y mi verde. Aquel fue un
verano muy hermoso. ¡Cómo lo echo de menos!. Sus labios que contaban mil
historias en mis labios prometían futuro, me prometían a mi Dios querido, la
felicidad. ¿Dónde estáis? Os llevasteis a mi Dios, a mi amarillo y a mi rojo.
Ahora soy como una película en blanco y negro, pero sin la música ni la luz.
Los peces azules abundaban en el río. Por las noches los árboles alargaban su
sombra. Por el anochecer los colores peleaban por saber cuál era el más fuerte.
Sexo y amor eran lo mismo, libertad. Ahora ni sexo, ni amor, ni libertad;
aquellos colores se los llevaron lejos. La hierba era suave y la brisa tibia.
El viento siempre decía lo mismo: amor, amor, amor... y con él me iba y con
ella me encontraba, con sus labios, sus eternos labios. Patricia, te quiero,
decía el viento. ¡Cómo susurraba su nombre! Era el pan del viento, sin él
parecía no ser viento, parecía no ser nada. Yo tenía un sombrero verde con
plumas verdes. Yo tenía un verso verde y una esperanza todavía verde. Mis ojos,
mi mente, mi conciencia, se ahogaba en aquel verde, siempre acababa
emborrachado de él. Ese verde sonaba bien, muy bien, sonaba a libertad blanca.
Sonaba igual que el hambre saciada. El pájaro aparece en el horizonte y se
acerca a mí, va a posarse otra vez en mi hombro y yo me alegro. Pero el pájaro,
cuando iba a posarse, se desintegra delante de mí. Miro a mi alrededor y veo
que todo es desierto. Desierto amarillo. Todo amarillo. Pero un amarillo
amenazante. Me asusta y me quiero esconder, pero es grande, grandísimo,
infinito, y grita alto, fuerte, y me hace llorar. Mis lágrimas caen al
amarillo. Las intento retener pero se escurren y el amarillo se las traga y
entonces grita furioso, pero exultante ¡Más, quiero tu sangre!, ¡Quiero tu
sangre roja, tu sangre de pasión!, ¡Quiero tu verde!, ¡Quiero tu azul!, ¡Quiero
tu blanco!... y yo solo lloro, solo lloro y me aferro a mi verde, pero el
amarillo me lo quita, y se lleva mi esperanza, y yo solo lloro, solo lloro y me
aferro a mi rojo, pero el amarillo me lo quita, y se lleva mi pasión, mi
sangre, y yo solo lloro, solo lloro y me aferro a mi blanco, pero el amarillo
me lo quita, y se lleva mi preciosa libertad, y yo solo lloro. Ahora soy su
esclavo, me posee y me domina. Pero aún guardo algo oculto, lo escondo, es mi
azul, mi azul precioso y preciado, el azul donde buceaba, donde dormía, donde
soñaba, donde era feliz. Pero el amarillo lo ve y grita furioso y exultante,
¡Más, tengo tu sangre y tu esperanza, pero quiero más!, ¡Quiero tu azul, quiero
tu todo, tu precioso y preciado recuerdo!. Y yo lloro y me aferro él, no
quiero, no puedo perder mi azul. Todo es amarillo. Un amarillo que me rodea,
que me empequeñece. Solo el azul existe aparte de él, pequeño, débil,
misericordioso, que implora por su existencia, por la mía. Pero el amarillo es
el malo y yo el bueno y esto no es una película y no puedo ganar. y al fin me
desmayo y el amarillo se apodera de mi azul y veo marcharse a mi amado color,
aquel que yo siempre amé, incluso sin darme cuenta. Y ahora veo que ya no me
queda nada, porque el amarillo me ha quitado mi todo y no me queda
absolutamente nada. El amarillo se ríe. Su risa suena a risa negra, a risa sin
risa, a crueldad. Ahora todo me da igual. y al fin el amarillo grita un grito
infernal y mis oídos estallan y mis ojos explotan. Pero el grito sigue y
revientan mis manos, mis piernas, mi cara. El dolor me complace, porque aunque
insoportable se que al fin es un fin sin fin. Todo mi cuerpo se desgarra. Mi
corazón explota y mi cuerpo desaparece. Sin embargo, mi conciencia sigue en el
amarillo, aterrada, pero sin voluntad. Le da igual. El dolor me mata pero no me
mata, porque ya estoy muerto. Por un momento siento la misericordia del
amarillo, pero es un momento fugaz y pasa rápido. Me congelo. Me congelo.
Pienso que debe ser el corazón del amarillo. Pero antes de desaparecer mi
conciencia en la nada, siento el recuerdo que vuelve una vez más del azul. Era
la último reducto que quedaba en mi ser. Pienso ¡Te quiero! Y desaparezco al fin.
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