jueves, 13 de marzo de 2014

poesía nº 75



Ciñose de luto la caja,
también de luto una estrella,
y fueron bajando poco
a poco lentos tras ella.
Bajaron lentos las calles
llorando todos al muerto,
bañaban la larga vía
en honor al cuerpo yerto.
El cielo se encapotaba.
Apresuróse el cortejo
detrás del ataúd, camino
del cementerio viejo.
Envueltos en la lluvia
llegaron al camposanto,
mezclándose en la tierra
la lluvia, el polvo, y el llanto.
La noche llegó en silencio;
se fue la última persona
pensando que, como siempre,
la muerte nunca perdona.
Allí se quedó, tan solo,
tan vacío, tan eterno,
tan frío, tan solitario
en su interminable invierno.
Tal vez, alguien lea en la lápida
su epitafio ya borrado;
que al final, todo muerto,
siempre acaba olvidado.

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