En un país muy
lejano, vivía una pequeña abejita. Era una abejita muy bonita, con su camisa
amarilla y negra, muy bien planchada, y unas antenas muy lustrosas.
Un día, la
abejita estaba encima de una flor. ¡Hola! Le dijo la flor. Al principio la
abejita se asustó un poco, porque nunca había oído hablar a una planta, pero
rápidamente se recompuso. ¡Qué curioso! Respondió, una flor que habla… ¿Quién
te ha enseñado? No es muy habitual… ¿Y cómo produces el sonido? Porque tú no
tienes boca.
La planta se
le quedó mirando, y le contestó: Te hablo con tu propia imaginación, porque
eres tú quien desea que te hable, y sólo así me puedes escuchar.
La abejita se quedó pensativa, ¿cómo era
posible que fuera ella misma, y no la planta, quien dijera las palabras? Sabía que
no estaba loca, y que la escuchaba perfectamente. - Solo es cuestión de querer,
y escuchar -, le volvió a decir la planta a la abejita. - Aprender es lo
importante. De la misma forma, deberías hacer lo mismo con tu corazón.
Desde ese día,
la abejita va a visitar a su amiga la flor, le enseña geografía, le cuenta los
sitios que ha visto, los animalitos que ha conocido, y el récord de velocidad
que ha conseguido volando para atrás. Y la planta le ha enseñado, poco a poco,
pero con paciencia y tesón, a escuchar a su corazón.
Y ahora las dos amigas son muy felices.
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