“A vagalume
lume. A vagalume da norte. A
vagalume lume. A vagalume do sol”. Las campesinas cantaban para quitar
el frío. La cesta en la cabeza, los zuecos en los pies, dibujaban su caminar de
pasos cortos por la vereda. La noche daba paso al día, el amanecer se
desperezaba tomate. El agua del río cortaba la sangre recortando el valle.
Una piedra,
otra piedra. Un pie sobre cada una de ellas. De repente, un pequeño resbalón,
casi se caen. Se agarran. Se miran. Se miran más, asustadas, y se besan. Te
amaré sin decirte una palabra.
Y el primer
rayo de luz acarició el agua.
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