domingo, 15 de junio de 2014

poesía nº122

Pasó un taxista en su coche
Por la triste carretera
A las once de la noche.
Iba solo, sin clientela.
Las farolas lo alumbraban
Lúgubres desde la acera.
No había nadie en la calle.
Estaba vacía, desierta,
Oscura como esa noche,
Fría. Parecía muerta.
El pobre taxista iba
Meditando en sus cuentas.
No le salían. ¡Trabajas
Tanto para esto! ¡Qué pena
Llevaba! Cien mil millones
De kilómetros sus ruedas
Habían andado ya
Robándole primaveras,
Años, siglos, y su larga
Vida en la carretera!
Los neumáticos su sangre
Llevaban por bandera.
Sus manos callos por meta.
Las doce de la noche eran
Y las farolas amargas
Seguían solas en la acera.
¡No! Allí había dos
Personas solas en la acera.
Él se paró. ¿Dónde van
Ustedes? La plaza Nueva,
Número tres, por favor,
Responden con gentileza.
Arranca el coche y tuerce
Por la esquina de Pedrera,
Se enfila por la avenida
De Castro y gira a la izquierda.
Por debajo de su casa
Cruza. Él triste la observa.
Su esposa ya está en la cama
Y sus hijos chicos sueñan.
Por lo menos su trabajo
Le ofrece esta recompensa,
Pensar cómo su familia
Descansa en su madriguera.
Mira a través del espejo.
Los de atrás callan y esperan.
Uno se lleva la mano
Al bolsillo en su chaqueta.
Se miran los de atrás,
Nerviosos, y con voz queda
Dice uno: ¡Para capullo
El coche! El chofer tiembla.
¡Que lo pares ya, capullo!
El coche para con pena.
¡Dame el dinero, capullo!
Una navaja en escena
Aparece. Está sola
La calle. Nadie en la acera.
¡Dame el dinero, capullo!
No tengo aquí nada. ¡Reza!
Su sangre está en los neumáticos.
La navaja en su cabeza.
Por lo menos su trabajo
Le ofrece esta recompensa.
Hay un muerto en un taxi.
No había nada en su cartera.
Pobre chofer. Son y cuarto.

¡No le salieron las cuentas!

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