viernes, 24 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (17)



Era la segunda o la tercera vez en toda mi vida que estaba en un sitio de esos, las paredes con grandes cuadros pintados, separados del espectador por una cuerda roja, donde la gente se paraba enfrente de la obra y así permanecían, algunos incluso durante minutos enteros, pareciendo una estatua más de la exposición. Morla, aquel individuo que había conocido, iba acompañado de Xania delante nuestro, miraban y observaban las obras detenidamente comentándolas en un lenguaje desconocido para mí. Había bastantes personas en las salas, por lo que se decía estaba habiendo una gran asistencia de público, poco común en eventos de este tipo. Isaac y Arizoni estaban detrás mío, enfrascados en una conversación ajena a la exposición, o por lo menos a esta exposición, muy lejos de cualquier sitio donde pudiésemos encontrarnos. Algunos cuadros me gustaban, me parecían originales, pero la mayoría de ellos me resultaban absurdos.
            - Difiero del autor en su concepción del arte conceptual - comentaba Morla señalando con el dedo índice a varios cuadros consecutivamente.
            Xania respondía afirmativamente con la cabeza, sin quedar totalmente claro si con aquel gesto afirmaba la misma opinión o afirmaba que había entendido la opinión, o solamente era un gesto reflejo. Me sentía encerrado entre dos conversaciones que no acertaba a comprender y que por otra parte no me interesaban lo más mínimo; estaba allí por hacer algo diferente y no me gustaba. Tras veinte minutos de margen para intentar que aquello me atrapase mínimamente desistí y con un par de frases les dije que me iba a esperarles a la puerta. Mientras salía me fijé en las grandes baldosas, blancas, cuadradas, perfectas, que ocupaban todo el suelo y que me llevaban hasta la salida. Me gustaban más aquellas baldosas que la exposición propiamente dicha. El autor era un artista extranjero de renombrado prestigio, y por lo que ponía en el impreso que había cogido al entrar, había sido un gran esfuerzo por parte de las instituciones públicas y privadas el que había conseguido el poder traer la colección tan excepcional a Martaux. Me apoyé en una de las columnas que había fuera, busqué en los bolsillos el paquete de cigarrillos y llevándome uno de ellos a los labios lo encendí. Por la acera la gente transitaba, anónima, con prisas, el semáforo cambiaba de color cada varios minutos, de rojo a verde y de verde a ámbar y a rojo, ininterrumpidamente. Como una más de aquellas columnas podía observar cómo toda aquella muchedumbre formaba una masa compacta y uniforme de ojos y miradas a ninguna parte, pobres imbéciles ingenuos, siendo solamente uno más en medio de la infinidad, como una simple lágrima en todo el mar infinito, y entonces me di cuenta que yo también era uno de aquellos extraños son rostro que pasaban delante mío, ignorantes de mi existencia. Encendí el cuarto cigarrillo consecutivo.
            - Vamonos a otra parte - dijo una voz a mi espalda sin darme tiempo a girarme.
            - ¿Y Xania ? - le pregunté.
            - Dentro, con Morla, han dicho que se quedaban y que luego vienen, Hemos quedado en el Sumtrab.
            Aspiré una calada fuertemente y nos fuimos los tres a tomarnos una cerveza. Arizoni parecía animado, hablaba y hablaba, más que de costumbre, e Isaac se reía. Las palabras brotaban apresuradas, atropelladamente unas detrás de otras, ingeniosas, y  con la sonrisa en la cara entramos los tres en aquel amplio local de mesas cuadradas y sillas de terciopelo rojo.
            - ¿Quién ha dicho de quedar aquí?
            - ¿Y qué más da?
            Pedimos tres cervezas y nos sentamos en una de las mesas cercanas al rincón. No me acababa de sentir cómodo en el Sumtrab, era uno de aquellos sitios donde uno nunca termina de olvidar esa extraña sensación de desagrado que se tiene en ciertos lugares y que por mucho que uno lo intenta no acaba de acostumbrarse; había estado tres o cuatro veces y siempre intentando que fuesen estancias lo más breves posibles. La mayor parte de las mesas estaban vacías y las ocupadas apenas eran una mínima parte del total. Quise encenderme un cigarrillo pero la cajetilla se había acabado.
            - ¿Tenéis un cigarro?
            Arizoni me dio uno, yo a él las gracias. Lo encendí pensando que tal vez había que plantearse dejar de fumar, o por lo menos una menor cantidad.
            - No lo soporto - murmuró Arizoni.
            - No me extraña - le respondió Isaac tomando un trago de la cerveza que tenía sobre la mesa.
            - ¿De quién estáis hablando?
            - ¿De quién crees que estamos hablando?
            - No lo sé - murmuré dubitativo, con miedo a decir un nombre en concreto.
            - De Morla, de quién si no - dijo Arizoni en tono seco.
            Había acertado; lo que me resultaba más extraño era que los dos solían estar juntos y siempre parecían tener un buen trato mutuo.
            - ¿Pero no soléis estar mucho juntos?
            - De vez en cuando, pero nunca los dos solos. Siempre que estoy con él es porque coincidimos. Lo que pasa es que coincidimos muchos.
            - Yo pensaba que os llevabais bien - musité extrañado.
            - No, solo por respeto a Xania, ella le estima bastante.
            Y era cierto, Xania siempre hablaba bien de él, un tipo inteligente, un tipo simpático, un tipo gracioso, un tipo guapo, hablaba demasiado bien de él; no era que yo fuese celoso, nunca lo había sido, por suerte nunca había conocido esa extraña sensación que quema la garganta como un trago de vodka y que hace que la cabeza difumine la razón, pero no me gustaba que Xania andase con un tipo tan pretencioso como él y mucho menos que los admirase.
            - Como no tengas cuidado un día de estos te quita la novia - dijo Arizoni sonriendo.
            Le devolví la sonrisa, pero ciertamente no acabó de hacerme mucha gracia. Arizoni siguió criticándolo, enumerando los pequeños y numerosos detalles que terminan por hacer crispar los nervios de las personas y crean las enemistades; Arizoni tenía una gran colección de ellos guardados en la recámara y parecía que no los iba a olvidar fácilmente. Lo conocía desde hacía años, y a lo largo de ellos Morla le había demostrado que clase de persona era.
            - Las apariencias pueden engañar un cierto tiempo, pero al final todo cae por su propio peso, y ese es uno de los mayores cabrones que conozco, os lo aseguro.
            Arizoni parecía resentido, no era algo habitual en él ser tan explícito en este tipo de comentarios. Yo, aunque no conocía a Morla apenas, empezaba a tener la misma opinión, y realmente el hecho de que Xania soliese estar con él era algo que no acababa de agradarme lo más mínimo.
            Cuando llevábamos más de media hora e íbamos ya por la segunda ronda, Morla y Xania aparecieron sonrientes y dicharacheros; mientras nuestra conversación perdía toda la densidad que había tenido momentos antes la suya se abría paso inundando todo el espacio que había dejado nuestras palabras. Xania lo escuchaba absorta, porque de hecho casi siempre hablaba Morla, con los ojos encendidos, apostillando algunos pequeños comentarios y observaciones. Isaac y Arizoni mostraban su más hermosa fachada, pero tan artificial que casi se podía entrever el aburrimiento que escondían dentro, a veces algo más que aburrimiento, oyendo las continuas alabanzas a la gran exposición que habíamos dejado de ver. Parecían palabras bonitas, un tipo con clase.
            - Nosotros nos vamos - dijo Isaac - si no, no llegaremos para ver la película.
            Isaac y Arizoni se levantaron, me miraron, miraron a los otros dos y preguntaron quién quería ir con ellos. Miré a Xania y le pregunté con la mirada. Nada. Morla tampoco. Me levanté y le di un beso en los labios, tan fríos como el propio beso, le dije algo rápido y nos marchamos los tres. Allí se quedaron los dos, sin apenas notar nuestra ausencia; como si nunca hubiésemos estado.
            Decididamente aquel no era mi lugar preferido. Mientras andábamos por las calles sin rumbo definido, el cine había sido una excusa rápida, comprendí por primera vez todo aquello que siempre había esquivado evitando ser alcanzado; pudo ser que quizás la coraza del amor, al resquebrajarse, dejara los huecos necesarios para que por ellos penetrasen todos los dardos envenenados que había conseguido formar; los celos aparecieron ante la duda, la peor enemiga de todas, por el temor de dejar de ser querido cómo lo había sido en otra época y poder ser desplazado por otra persona, por ocupar mi espacio predilecto sin mi permiso. Finalmente fuimos al cine, tampoco teníamos otra cosa  que hacer, y por dos horas logré malamente evadir mi pensamiento de todo aquello que me carcomía por dentro viendo una película que no pasaría a la historia, una más, olvidándose al encender las luces después de los títulos de crédito, clavando la mirada fijamente en aquella gran pantalla que lo absorbía casi todo y que no dejaba pensar.



            - Sé cómo te sientes, ¿Te crees que eres el único que le ha sucedido algo parecido? Lo peor de todo es que por ahí se empieza y se termina por otra parte parecida, pero ya sin nada.
            Tenía razón, solo que él no sabía que no era el comienzo, esto parecía estar más cerca del final que del principio. Hice una boquilla de cartón y la coloqué al principio del papel, luego lo prensé cuidadosamente y antes de liarlo y pasar la punta de la lengua por la pega.
            - Nadie mejor que tú para saber en la posición en la que te encuentras, qué es lo que sientes.
            - Qué quieres que te diga, ¿Qué la quiero? ¡Claro que la quiero!, joder, tú lo sabes bien, pero últimamente me pone enfermo. No sé qué hacer... - le dije levantando la mirada hacia él.
            Puse el porro en la boca y lo encendí aspirando fuertemente la primera calada para que prendiese mejor. Estábamos solos en casa, desparramados en el sofá observando cómo anochecía; los otros tres se habían marchado a tomarse unas cervezas al bar de abajo, Bormano ya se defendía mejor con las muletas pese a que desplazarse se le hacía costoso y molesto todavía. El humo ascendía parsimoniosamente.
            - ¿No estarás celoso? - me preguntó con una sonrisa perspicaz.
            - ¿Yo? - dudé la respuesta - por supuesto que no, Isaac, sabes bien que a mí no me afectan esas cosas, yo no gasto de eso - y me reí.
            - Entonces, ¿Por qué te revienta que le caiga tan bien Morla? ... que por cierto, es muy guapo.
            - Porque no me gusta que la chica con la que salgo se acerque a un idiota.
            Le pasé el porro. En la televisión estaban poniendo dibujos animados. Estos eran nuevos, no los conocía. Eran bastante malos. Me levanté y fui a la cocina volviendo con una tableta de chocolate con almendras.
            - ¿Y para ti no hay mujeres en esta ciudad? - pregunté dejando caer la pregunta sobre el silencio que se había formado.
            - Parece que no, las especies extrañas suelen andar en peligro de extinción.
            - ¿Ni para una noche? Para ligarte a una chica una noche no hace falta ser demasiado exigente. Hammer por ejemplo, ¿Por qué no te has ido nunca con ella?
            - No es mi estilo. Además, nadie dijo que fuese tan fácil ligarse a alguien decente - respondió casi ofendido.
            - Seguro que te falta valor para entrar a matar.
            - Será cuestión de eso. De todas formas estate tranquilo que el día que me ligue a una tía serás el primero en saber la noticia.
            Fin de conversación. Sin embargo era curioso que todavía no hubiese ligado en Martaux; recordaba cómo en Mazur tenía fama de ser un experto en saber tratar a las mujeres, se contaba que casi ninguna se le resistía si él se decidía a conseguirla.
            Calladamente, silenciosamente, nos fuimos comiendo toda la tableta hasta dar con ella. Los dibujos no mejoraban, sin embargo no cambiamos el canal.
            - ¿Hago otro porro?
            - Como quieras.
            - Entonces lo hago.
            Cogí la piedra y comencé a quemar por una esquina.
            - ¿Cuándo has quedado con Xania?
            - No hemos quedado, le tengo que llamar. Por lo visto últimamente anda bastante ocupada y no tiene mucho tiempo. Yo tampoco la quiero agobiar mucho.
            - ¿Antes no os veíais más?
            - No me toques las narices, no estoy para bromas - le respondí bruscamente.
            - No era mi intención; de todas formas te veo muy excitable. Tranquilízate e intenta calmarte, yo no tengo la culpa.
            - Lo siento, no sé lo que me pasa - murmuré con tono lastimero buscando la forma de calmarme y pensar las palabras.
            El silencio, solamente roto por los sonidos que escapaban de la televisión, volvió a invadirlo todo, especialmente nuestro interior, sobre todo el mío.
            - Lo sé, sé cómo te sientes. Tranquilo, ya verás cómo todo se soluciona pronto - dijo con voz suave, sin dejar de mirar por la ventana las luces de fuera.
            Lo miré por un momento antes suspirar. Pronto darían las siete y media.
            - Gracias.

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