jueves, 9 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (7)



Y lo hice. Xania y yo comenzamos a vernos. Algunas noches solía quedarme en su casa. Entonces las ojeras acompañaban al día siguiente y las pocas horas dormidas pinchaban en los ojos. Ella iba a la peluquería a las ocho y media y me quedaba hasta las nueve o las nueve y media y luego me marchaba a por el camión. Volvimos a tener un poco más de dinero. Todas las mañanas Isaac y yo salíamos a la carretera con nuestro viejo vehículo y recorríamos los pueblos, los polígonos industriales y alguna parada al lado de la carretera. Isaac sacaba el mechero y quemaba la piedra, luego se liaba un porro y nos lo fumábamos entre los baches y los botes del mal pavimento. Algunos días la cabina se llenaba de humo y hasta hubo días que tuvimos que parar y quedarnos esperando a que escampasen las nubes. Los días de verde fueron haciéndose más verdes y más largos, Abril se fue marchando como había venido. Fueron días que hizo bastante calor y comenzamos a ir a la playa; todavía no había mucha gente pero el agua se iba calentando cada vez más, así que había ocasiones, sobre todo por las tardes, en que íbamos con la toalla y colocándola sobre la arena nos dorábamos un poco al sol.



            Todo fue un día que me quedé dormido echándome la siesta. Bormano e Isaac se fueron a la playa. Me desperté y vi que no eran las seis de la tarde, así que decidí salir a dar una vuelta por ahí. Recordé que había dejado la camisa en la habitación de Yerkari y Serban; Serban decía que le gustaba la camisa y de vez en cuando se la ponía, así que fui a recogerla a su habitación. Abrí la puerta y allí estaban los dos, uno encima de otro en la misma cama; les miré, me miraron, y sin acertar a pensar en nada les dije - perdón - y cerré la puerta. La camisa se quedó dentro. Fue un momento. Volví a mi habitación, cogí otra camisa y salí de casa. Nunca podría haber pensado que detrás de esa buena amistad podría esconderse algo más. Decidí dar una vuelta por la ciudad y luego ir hacia la playa. Pensaba en lo que les podría decir después, disculparme por no llamar, que pensaba que no había nadie, y luego decirles que no tenía prejuicios sobre ello, cosa que era cierta. Pero así, de repente, bajo el mismo techo, era algo que me resultaba extraño, inesperado, compartir la casa con ellos, que por otra parte era suya, el uno encima del otro. ¿Era Serban sobre Yerkari o Yerkari sobre Serban? Qué más daba. Me habían visto casi desnudo, qué pensarían de mí, no se habrían fijado en mi cuerpo, espero. Tenía un buen concepto de la homosexualidad, pero de ahí a convivir con ella era algo que nunca había imaginado. Era una hermosa tarde de primavera y el sol mostraba su cara más alegre, un buen momento para disfrutar del amor. Era una situación nueva. Yerkari y Serban, nunca lo hubiese pensado. Ahora comprendía por qué dormían en la misma habitación juntos desde hacía tanto tiempo teniendo como tenían más habitaciones; por charlar  a las noches y hacerse compañía decían, y tanto que compañía. Y yo paseándome con los slips por la casa. De todas formas ya vería que les diría cuando fuese a casa, o ellos a mí. Me dirigí a la playa, donde más gente que la habitual ocupaba la parte alta de la misma. Isaac y Bormano me habían dicho que estarían allí, y efectivamente allí estaban. ¿Lo sabrían ellos? Decidí no decírselo por el momento, la vida que llevasen Yerkari y Serban no era de mi incumbencia ni de la de ellos. Me acerqué hasta donde estaban y los miré, fijamente, a los ojos. Estaban dormidos. Seguí mi paseo por la playa, ya los despertaría cuando volviese. Me quité las zapatillas  para sentir la arena en los pies, la parte baja de la playa estaba tapada por la marea haciéndome andar por la parte alta. Las olas iban y venían, unas tras otras, zambulléndose, abalanzándose, solapándose y luego rompiéndose trayendo hasta mis pies la espuma que moría al final del recorrido. Era agradable sentir cómo a intervalos el agua templada mojaba los pies y cómo se iban habituando paulatinamente a su temperatura. A los lejos, muy a lo lejos, la figura diminuta de un barco se recortaba con el cielo al final del mar. Qué fácil parecía ahogarse en un charco de agua tan grande si no se tenía cuidado. Después de todo, el amor debe ser precioso en todas sus formas, pensé, daba igual quienes fuesen los que se amasen y todos necesitaban a alguien cerca para seguir hacia adelante, yo empezaba a tener a Xania, por qué ellos no se tendrían el uno al otro. Tenían todo el derecho del mundo. Pero en la habitación de al lado, se me hacía extraño, no era lo más normal. Busqué con la vista al barco. Ya no estaba, se había marchado detrás del horizonte en busca de otros rumbos. Volví sobre mis pasos. Ahora Xania estaría acabando de trabajar y dentro de unas horas la vería, iríamos a tomar una copa y luego le haría el amor. Solo pensarlo me excitaba. Quitarle la ropa, poco a poco, recorriendo con la lengua sus curvas, sus pechos, sus caderas, su entrepierna y su culo apretado. hacerle el amor un par de veces por lo menos. Solo pensarlo me excitaba. El agua seguía subiendo y ya quedaba poco espacio seco; mientras, continuaba sintiendo cómo a intervalos me mojaba los pies y me hacía recordar la lengua de Xania sobre la piel. Cómo habría hombres en el mundo a los que no les gustaban las mujeres, parecía algo incomprensible. Llegué hasta la altura de Isaac y Bormano. Seguían dormidos. Los volví a mirar y con un ligero puntapié en las piernas los desperté.
            - Eh, vosotros, se acabó la siesta.



            - Tranquilo, no pasa nada; no eres el primero que se entera y se sorprende. Además, nosotros también pensábamos que no había nadie.
            - Sí, es verdad; como comprenderás no es un tema que nos guste airear, no todo el mundo lo entiende igual.
            - De todas formas si lo que te preocupa es que nos hallamos fijado en ti puedes estar tranquilo que no eres nuestro tipo. Puedes seguir andando en calzones por la casa - Yerkari miró a Serban y se rió.
            - Anda, toma y hazte un porro, que te veo muy callado.
            Y dicho esto la conversación dio a su término. Serban me pasó una china y comencé a quemar.
            - Por cierto, ¿Cúanto tiempo lleváis? - pregunté.
            - Casi dos años viviendo juntos, aunque otro más saliendo.
            Hice el porro y lo encendí. Pusimos la televisión y nos encontramos con el telediario de la noche. El presentador decía que el paro había vuelto a subir, que los precios habían vuelto a subir, que la delincuencia había subido, que los accidentes de coche habían aumentado. Por lo visto había subido todo menos la fe, que según el último estudio sociológico realizado por el instituto nacional de sociología demostraba claramente su disminución. Dios no estaba de moda, el que estaba de moda era el último campeón de la liga de fútbol. Ese sí que era un buen equipo de fútbol. El fútbol era el opio del pueblo, aunque algunos decían que no, que el opio era el fútbol del pueblo. Algo extraño sucedía en una parte del mundo de la que casi nadie había oído hablar, no todos estaban de acuerdo en vivir bajo la misma bandera porque algunos decían que no les gustaba. El telediario acabó con la cultura, a un tipo desconocido le habían dado el prestigioso premio nacional de novela. Entonces llegó Isaac por la puerta y dijo que el susodicho era un necio y que apenas sabía lo que era unir cuatro palabras juntas. Se sentó en el antiguo banco rosa, que ahora era azul, le miramos, nos miró, y se calló. Fuera ya había anochecido. Las farolas lamían las sucias aceras del barrio queriendo iluminar lo poco iluminable. Las estrellas se escondían encima de la capa de luz de Martaux, sin embargo la luna se dejaba entrever entre los tejados de la ciudad. Miré el reloj y vi que era la hora. Me levanté y dije que me iba, Xania me esperaba.



            El café estaba demasiado caliente y me quemaba la lengua. Aguardé un momento a que se enfriara un poco. Cuando lo hizo lo probé. Es café estaba muy bueno. Era una cafetería perdida en un rincón de Martaux, una vieja cafetería poco frecuentada cuyos dueños levaban más de treinta años detrás de la misma barra. Apenas ocho o nueve mesas en el local, de las cuales la mitad de ellas estaban desiertas y la otra mitad albergaba a parejas que se miraban y cruzaban unas pocas palabras, solo una o dos mantenían una conversación más o menos fluida. Xania me miraba al otro lado de la mesa. Miraba y sonreía, callada, con esa mirada característica de las mujeres cuando quieren que algún hombre le haga caso y se rinda a sus pies. Probó el café, despacio, pensó dos veces lo que iba a decir y comenzó a hablar.
            - Aquí, en una maternidad que ahora es un geriátrico. Por lo que dijo mi madre llovía mucho y hubo inundaciones. Estaba cerca de aquí, quizás sepas dónde está el geriátrico.
            Asentí. Tres calles más abajo se encontraba el geriátrico “Georgio Polone”, un edificio blanco bastante grande y antiguo.
            - Empecé a andar casi al año y medio, quizá fue porque me costó tanto que después no paraba. A los cuatro años ya sabía hablar. Fui a la guardería a los tres. Recuerdo que en la guardería le pegaba patadas a la profesora porque para mí ella era la culpable de no ver a mi madre; no hablaba con los otros niños y me quedaba sentado en el rincón mirando a la pared. Ese es el primer recuerdo que tengo. Después empecé a relacionarme con los compañeros, sobre todo con los chicos, y desde entonces creo que casi siempre he preferido relacionarme con chicos; total, que como ellos jugaban a fútbol yo también jugaba a fútbol, llevaba el pelo corto, cosa que hice hasta los trece años y llegaba a casa los mitades de los días con las rodillas destrozadas. Las chicas me odiaban porque decían que yo era boba porque no jugaba con ellas a las cocinitas. A los diez años nos cambiamos de casa y como consecuencia de eso yo me cambié de colegio. Allí dejé de jugar todo el tiempo a fútbol con los chicos y empecé a jugar con las niñas a la comba y a la goma. Tengo que decirte que yo era muy buena jugando a la comba y todas las niñas querían ponerse conmigo de pareja; así que me convertí en la jefa de la clase. Todas las chicas me hacían caso y casi ninguna me llevaba la contraria, solo una, que esa sí que me odiaba a muerte. A los once años Agapito se me declaró y me dijo que yo le gustaba mucho, pero él era un chico muy feo y le dije que no, aunque unos años más tarde, a los trece, me fui con él porque me caía muy bien. Fue el primer chico con el que estuve, después vinieron todos los demás. Yo formaba parte del club de los elegidos en clase, porque además de jugar muy bien a la comba seguía jugando a fútbol, era la única chica que jugaba en el equipo...



            ... de fútbol. Eso era lo que solía hacer, emborracharse y ver partidos de fútbol por televisión. Alguna vez le vi a mi madre alguna marca en los brazos y la cara, pero mi padre no la tocó nunca delante mío. Había días que llegaba a casa con mi madre del colegio y mi padre ya estaba borracho delante de la televisión, con el mando a distancia en una mano y con la botella en la otra. Nunca llegué a entender cómo mi madre fue capaz de aguantarle y mucho menos cómo mi padre seguía manteniendo el empleo, por lo menos al principio. Mi madre comenzó a trabajar limpiando para tener ella algo de dinero, y porque el que traía mi padre empezó a disminuir. Creo que quizás sea ese el primer recuerdo que tengo, no el de la profesora, sino el de mi padre borracho delante de la televisión mientras mi madre ponía los platos en la mesa para cenar y lo miraba. Cuando yo tenía nueve años mi padre se fue de casa y no volvió, por eso me cambié de colegio, porque al irse mi padre mi madre decidió que sería más adecuado ir las dos a casa de sus padres a vivir. Y nos fuimos. Mi padre murió hace diez años a causa de la bebida; por lo visto después de dejarnos siguió emborrachándose continuamente hasta que se murió. Creo que toda esta historia es la razón por la que en clase quería ser la mejor, la más popular, quería que la gente me envidiase para ser feliz, porque en casa no lo podía ser.
            Hacía tiempo que las sábanas habían dejado de moverse, solo de vez en alguna pierna se movía y salía al exterior desde dentro para poder respirar. Los dos mirábamos el techo. Xania seguía contándome la historia de su vida, la verdadera historia que había detrás de las luces de neón, la historia que duele porque es la verdadera, porque por más que se mienta a los demás hay ciertas cosas que uno no puede mentirse a sí mismo. Xania siguió en un ininterrumpido monólogo durante mucho tiempo mientras yo seguía mirando el techo, intentando imaginarme las situaciones en la pantalla de la pintura blanca; unas veces se detenía explicando los más nímios detalles y otras encadenaba sucesos de varios años. Aquella noche pude reafirmarme en el convencimiento de que los primeros años de la vida de una persona suelen ser los más importantes porque son los primeros recuerdos que se tienen y es mejor tenerlos buenos que tenerlos malos, no sea que te dé por recordarlos muy a menudo y veas que los que calan son peores que los que mojan, porque entonces no se te olvidarán nunca.

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