Y lo hice. Xania y yo
comenzamos a vernos. Algunas noches solía quedarme en su casa. Entonces las
ojeras acompañaban al día siguiente y las pocas horas dormidas pinchaban en los
ojos. Ella iba a la peluquería a las ocho y media y me quedaba hasta las nueve
o las nueve y media y luego me marchaba a por el camión. Volvimos a tener un
poco más de dinero. Todas las mañanas Isaac y yo salíamos a la carretera con
nuestro viejo vehículo y recorríamos los pueblos, los polígonos industriales y
alguna parada al lado de la carretera. Isaac sacaba el mechero y quemaba la
piedra, luego se liaba un porro y nos lo fumábamos entre los baches y los botes
del mal pavimento. Algunos días la cabina se llenaba de humo y hasta hubo días
que tuvimos que parar y quedarnos esperando a que escampasen las nubes. Los
días de verde fueron haciéndose más verdes y más largos, Abril se fue marchando
como había venido. Fueron días que hizo bastante calor y comenzamos a ir a la
playa; todavía no había mucha gente pero el agua se iba calentando cada vez
más, así que había ocasiones, sobre todo por las tardes, en que íbamos con la
toalla y colocándola sobre la arena nos dorábamos un poco al sol.
Todo fue un día que me quedé dormido echándome la siesta.
Bormano e Isaac se fueron a la playa. Me desperté y vi que no eran las seis de
la tarde, así que decidí salir a dar una vuelta por ahí. Recordé que había
dejado la camisa en la habitación de Yerkari y Serban; Serban decía que le
gustaba la camisa y de vez en cuando se la ponía, así que fui a recogerla a su
habitación. Abrí la puerta y allí estaban los dos, uno encima de otro en la
misma cama; les miré, me miraron, y sin acertar a pensar en nada les dije -
perdón - y cerré la puerta. La camisa se quedó dentro. Fue un momento. Volví a
mi habitación, cogí otra camisa y salí de casa. Nunca podría haber pensado que
detrás de esa buena amistad podría esconderse algo más. Decidí dar una vuelta
por la ciudad y luego ir hacia la playa. Pensaba en lo que les podría decir
después, disculparme por no llamar, que pensaba que no había nadie, y luego
decirles que no tenía prejuicios sobre ello, cosa que era cierta. Pero así, de
repente, bajo el mismo techo, era algo que me resultaba extraño, inesperado,
compartir la casa con ellos, que por otra parte era suya, el uno encima del
otro. ¿Era Serban sobre Yerkari o Yerkari sobre Serban? Qué más daba. Me habían
visto casi desnudo, qué pensarían de mí, no se habrían fijado en mi cuerpo,
espero. Tenía un buen concepto de la homosexualidad, pero de ahí a convivir con
ella era algo que nunca había imaginado. Era una hermosa tarde de primavera y
el sol mostraba su cara más alegre, un buen momento para disfrutar del amor.
Era una situación nueva. Yerkari y Serban, nunca lo hubiese pensado. Ahora
comprendía por qué dormían en la misma habitación juntos desde hacía tanto
tiempo teniendo como tenían más habitaciones; por charlar a las noches y hacerse compañía decían, y
tanto que compañía. Y yo paseándome con los slips por la casa. De todas formas
ya vería que les diría cuando fuese a casa, o ellos a mí. Me dirigí a la playa,
donde más gente que la habitual ocupaba la parte alta de la misma. Isaac y
Bormano me habían dicho que estarían allí, y efectivamente allí estaban. ¿Lo
sabrían ellos? Decidí no decírselo por el momento, la vida que llevasen Yerkari
y Serban no era de mi incumbencia ni de la de ellos. Me acerqué hasta donde
estaban y los miré, fijamente, a los ojos. Estaban dormidos. Seguí mi paseo por
la playa, ya los despertaría cuando volviese. Me quité las zapatillas para sentir la arena en los pies, la parte
baja de la playa estaba tapada por la marea haciéndome andar por la parte alta.
Las olas iban y venían, unas tras otras, zambulléndose, abalanzándose,
solapándose y luego rompiéndose trayendo hasta mis pies la espuma que moría al
final del recorrido. Era agradable sentir cómo a intervalos el agua templada
mojaba los pies y cómo se iban habituando paulatinamente a su temperatura. A
los lejos, muy a lo lejos, la figura diminuta de un barco se recortaba con el
cielo al final del mar. Qué fácil parecía ahogarse en un charco de agua tan
grande si no se tenía cuidado. Después de todo, el amor debe ser precioso en
todas sus formas, pensé, daba igual quienes fuesen los que se amasen y todos
necesitaban a alguien cerca para seguir hacia adelante, yo empezaba a tener a
Xania, por qué ellos no se tendrían el uno al otro. Tenían todo el derecho del
mundo. Pero en la habitación de al lado, se me hacía extraño, no era lo más
normal. Busqué con la vista al barco. Ya no estaba, se había marchado detrás
del horizonte en busca de otros rumbos. Volví sobre mis pasos. Ahora Xania
estaría acabando de trabajar y dentro de unas horas la vería, iríamos a tomar
una copa y luego le haría el amor. Solo pensarlo me excitaba. Quitarle la ropa,
poco a poco, recorriendo con la lengua sus curvas, sus pechos, sus caderas, su
entrepierna y su culo apretado. hacerle el amor un par de veces por lo menos.
Solo pensarlo me excitaba. El agua seguía subiendo y ya quedaba poco espacio
seco; mientras, continuaba sintiendo cómo a intervalos me mojaba los pies y me
hacía recordar la lengua de Xania sobre la piel. Cómo habría hombres en el
mundo a los que no les gustaban las mujeres, parecía algo incomprensible.
Llegué hasta la altura de Isaac y Bormano. Seguían dormidos. Los volví a mirar
y con un ligero puntapié en las piernas los desperté.
- Eh, vosotros, se acabó la siesta.
- Tranquilo, no pasa nada; no eres el primero que se
entera y se sorprende. Además, nosotros también pensábamos que no había nadie.
- Sí, es verdad; como comprenderás no es un tema que nos
guste airear, no todo el mundo lo entiende igual.
- De todas formas si lo que te preocupa es que nos
hallamos fijado en ti puedes estar tranquilo que no eres nuestro tipo. Puedes
seguir andando en calzones por la casa - Yerkari miró a Serban y se rió.
- Anda, toma y hazte un porro, que te veo muy callado.
Y dicho esto la conversación dio a su término. Serban me
pasó una china y comencé a quemar.
- Por cierto, ¿Cúanto tiempo lleváis? - pregunté.
- Casi dos años viviendo juntos, aunque otro más
saliendo.
Hice el porro y lo encendí. Pusimos la televisión y nos
encontramos con el telediario de la noche. El presentador decía que el paro
había vuelto a subir, que los precios habían vuelto a subir, que la
delincuencia había subido, que los accidentes de coche habían aumentado. Por lo
visto había subido todo menos la fe, que según el último estudio sociológico
realizado por el instituto nacional de sociología demostraba claramente su
disminución. Dios no estaba de moda, el que estaba de moda era el último
campeón de la liga de fútbol. Ese sí que era un buen equipo de fútbol. El
fútbol era el opio del pueblo, aunque algunos decían que no, que el opio era el
fútbol del pueblo. Algo extraño sucedía en una parte del mundo de la que casi
nadie había oído hablar, no todos estaban de acuerdo en vivir bajo la misma
bandera porque algunos decían que no les gustaba. El telediario acabó con la
cultura, a un tipo desconocido le habían dado el prestigioso premio nacional de
novela. Entonces llegó Isaac por la puerta y dijo que el susodicho era un necio
y que apenas sabía lo que era unir cuatro palabras juntas. Se sentó en el
antiguo banco rosa, que ahora era azul, le miramos, nos miró, y se calló. Fuera
ya había anochecido. Las farolas lamían las sucias aceras del barrio queriendo
iluminar lo poco iluminable. Las estrellas se escondían encima de la capa de
luz de Martaux, sin embargo la luna se dejaba entrever entre los tejados de la
ciudad. Miré el reloj y vi que era la hora. Me levanté y dije que me iba, Xania
me esperaba.
El café estaba demasiado caliente y me quemaba la lengua.
Aguardé un momento a que se enfriara un poco. Cuando lo hizo lo probé. Es café
estaba muy bueno. Era una cafetería perdida en un rincón de Martaux, una vieja
cafetería poco frecuentada cuyos dueños levaban más de treinta años detrás de
la misma barra. Apenas ocho o nueve mesas en el local, de las cuales la mitad
de ellas estaban desiertas y la otra mitad albergaba a parejas que se miraban y
cruzaban unas pocas palabras, solo una o dos mantenían una conversación más o
menos fluida. Xania me miraba al otro lado de la mesa. Miraba y sonreía,
callada, con esa mirada característica de las mujeres cuando quieren que algún
hombre le haga caso y se rinda a sus pies. Probó el café, despacio, pensó dos
veces lo que iba a decir y comenzó a hablar.
- Aquí, en una maternidad que ahora es un geriátrico. Por
lo que dijo mi madre llovía mucho y hubo inundaciones. Estaba cerca de aquí,
quizás sepas dónde está el geriátrico.
Asentí. Tres calles más abajo se encontraba el geriátrico
“Georgio Polone”, un edificio blanco bastante grande y antiguo.
- Empecé a andar casi al año y medio, quizá fue porque me
costó tanto que después no paraba. A los cuatro años ya sabía hablar. Fui a la
guardería a los tres. Recuerdo que en la guardería le pegaba patadas a la
profesora porque para mí ella era la culpable de no ver a mi madre; no hablaba
con los otros niños y me quedaba sentado en el rincón mirando a la pared. Ese
es el primer recuerdo que tengo. Después empecé a relacionarme con los
compañeros, sobre todo con los chicos, y desde entonces creo que casi siempre
he preferido relacionarme con chicos; total, que como ellos jugaban a fútbol yo
también jugaba a fútbol, llevaba el pelo corto, cosa que hice hasta los trece
años y llegaba a casa los mitades de los días con las rodillas destrozadas. Las
chicas me odiaban porque decían que yo era boba porque no jugaba con ellas a
las cocinitas. A los diez años nos cambiamos de casa y como consecuencia de eso
yo me cambié de colegio. Allí dejé de jugar todo el tiempo a fútbol con los
chicos y empecé a jugar con las niñas a la comba y a la goma. Tengo que decirte
que yo era muy buena jugando a la comba y todas las niñas querían ponerse
conmigo de pareja; así que me convertí en la jefa de la clase. Todas las chicas
me hacían caso y casi ninguna me llevaba la contraria, solo una, que esa sí que
me odiaba a muerte. A los once años Agapito se me declaró y me dijo que yo le
gustaba mucho, pero él era un chico muy feo y le dije que no, aunque unos años
más tarde, a los trece, me fui con él porque me caía muy bien. Fue el primer
chico con el que estuve, después vinieron todos los demás. Yo formaba parte del
club de los elegidos en clase, porque además de jugar muy bien a la comba
seguía jugando a fútbol, era la única chica que jugaba en el equipo...
... de fútbol. Eso era lo que solía hacer, emborracharse
y ver partidos de fútbol por televisión. Alguna vez le vi a mi madre alguna
marca en los brazos y la cara, pero mi padre no la tocó nunca delante mío.
Había días que llegaba a casa con mi madre del colegio y mi padre ya estaba
borracho delante de la televisión, con el mando a distancia en una mano y con
la botella en la otra. Nunca llegué a entender cómo mi madre fue capaz de
aguantarle y mucho menos cómo mi padre seguía manteniendo el empleo, por lo
menos al principio. Mi madre comenzó a trabajar limpiando para tener ella algo
de dinero, y porque el que traía mi padre empezó a disminuir. Creo que quizás
sea ese el primer recuerdo que tengo, no el de la profesora, sino el de mi
padre borracho delante de la televisión mientras mi madre ponía los platos en
la mesa para cenar y lo miraba. Cuando yo tenía nueve años mi padre se fue de
casa y no volvió, por eso me cambié de colegio, porque al irse mi padre mi
madre decidió que sería más adecuado ir las dos a casa de sus padres a vivir. Y
nos fuimos. Mi padre murió hace diez años a causa de la bebida; por lo visto
después de dejarnos siguió emborrachándose continuamente hasta que se murió.
Creo que toda esta historia es la razón por la que en clase quería ser la
mejor, la más popular, quería que la gente me envidiase para ser feliz, porque
en casa no lo podía ser.
Hacía tiempo que las sábanas habían dejado de moverse,
solo de vez en alguna pierna se movía y salía al exterior desde dentro para
poder respirar. Los dos mirábamos el techo. Xania seguía contándome la historia
de su vida, la verdadera historia que había detrás de las luces de neón, la
historia que duele porque es la verdadera, porque por más que se mienta a los
demás hay ciertas cosas que uno no puede mentirse a sí mismo. Xania siguió en
un ininterrumpido monólogo durante mucho tiempo mientras yo seguía mirando el
techo, intentando imaginarme las situaciones en la pantalla de la pintura
blanca; unas veces se detenía explicando los más nímios detalles y otras
encadenaba sucesos de varios años. Aquella noche pude reafirmarme en el
convencimiento de que los primeros años de la vida de una persona suelen ser
los más importantes porque son los primeros recuerdos que se tienen y es mejor
tenerlos buenos que tenerlos malos, no sea que te dé por recordarlos muy a
menudo y veas que los que calan son peores que los que mojan, porque entonces
no se te olvidarán nunca.
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