jueves, 16 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (12)



El verano se marchó como antes la primavera y antes el invierno. La playa fue quedándose desierta lentamente, viendo como los bañistas dejaban de visitarla huyendo del frío y de los días cortos que ya amenazaban desde el calendario. Pese a todo Martaux todavía aguantó un poco más el calor del sol que iba y volvía todos los días pero cada día un poco menos. Bormano compró un coche nuevo, la gallina de los huevos de oro seguía gorda y bien alimentada en el corral; la televisión aconsejaba austeridad y paciencia ante la adversidad de la situación pero aquí todo eso parecía más una farsa mal contada que la una historia verídica. Los reality show y los programas rosas subían de audiencia en prime time al mismo ritmo que nuestra buena suerte. Muertos por asesinato, muertos por casualidad, muertos por desgracia, muertos muertos después de muertos, a la gente le encantaba ver montones de muertos en 625 líneas pero a nadie en casa, porque los vivos que salían entrevistados vestían lágrimas negras por los muertos apuñalados, ahorcados o atropellados. De la misma forma el cotilleo público se convertía objetivamente en la diversión nacional; pan y circo para los ciudadanos, especialmente el circo, que el pan era más caro y más escaso; por lo visto los payasos abundaban dentro de la pequeña pantalla.
            Xania me quería de verdad, y lucía su sonrisa de terciopelo debajo de sus oscuros rizos cuando besaba mis labios en un gesto apasionado que nada hacía envidiar al más sublime  de los actos, donde me perdía y entre sus piernas y en su cuerpo me sumergía encontrando lo más preciado de mí, ella. El verano se marchó como un soplo de viento caliente y anciano de canas. Mazur, la patria del olvidador y de su cementerio del que me acordaba por haber dejado algo en él fue enrrollándose y enroscándose sobre sí misma para girar en círculos concéntricos a través de mi memoria invisible, dejando el paso del pasado al paso postrero del cubo de la basura, reciclando el desperdicio y extrayendo lo poco que de extraible quedaba, enmarcando esos momentos como fotos viejas en blanco y negro. El mar se tornó gris con la lluvia que apareció en Octubre llenándose las aceras de paraguas y los rincones de los callejones sucios de perros y gatos sin dueño, vagabundos de su propia suerte por las calles indeseadas. Isaac, ineludible ante su figura del espejo de papel miraba el techo, la ventana, y hacia la cama imperturbablemente desecha antes de irse con su conciencia en un monólogo susurrante hacia fuera, fuera de su esfera nubosa frontera de tiempo.
            - El olvidador se despertó llorando, y al no saber la razón por la que lloraba la amargura y la tristeza inundaron su interior. Ni siquiera sabía lo que era llorar, solo sentía cómo dos grandes lágrimas corrían por su cara; tampoco sabía lo que era la amargura y la tristeza, solo las sentía como una gran piedra que le colgaba del pecho. Intentó pensar algo, pero como también se le habían olvidado las palabras tampoco supo qué pensar, ni siquiera cómo. El olvidador estuvo todo el día llorando, triste, y cuando llegó la noche se durmió. y fue entonces cuando soñó; soñó con su infancia cuando jugaba siendo niño; y soñó cuando era joven y guapo y fuerte y podía correr por el campo; y soñó con el sol y la hierba, y soñó con el mar y su belleza, y con el amor y por último con la felicidad. y fue entonces cuando soñó que ya no podía recordar nada, ni siquiera su nombre, ni siquiera su existencia, y al contemplar cómo perdía su propia historia al perder los sueños no pudiéndolos recordar despierto sintió una gran pena. Y fue tanta la pena que sus lágrimas cayeron por sus mejillas y le hicieron despertar.
            Cuentan las gentes del lugar que hubo una vez un hombre que se olvidó de todo menos de llorar, y fueron tantas las lágrimas que derramó que formó un lago y su corazón se ahogó en él.
            Isaac volvió a mirarme.
            - ¿Has conocido alguna vez a un olvidador? - le pregunté.
            - Sí, a muchos - me contestó.



            - ... recuerdo si que es cierto que vi una vez a mi padre agarrándola por los brazos, y recuerdo que mi madre al quitárselo de encima rompió el vestido, un vestido muy bonito que tenía de flores y que después lo volvió a coser, con grandes arañazos en los brazos y mi madre cogiéndome en los brazos y marcharnos corriendo para tener que volver al cabo de unas horas. Pero eso solo pasó entonces, porque las demás mi padre solo se limitaba a beber y a dejar en paz a los demás, solo era cuestión de no intentar quitarle la botella.
            - Tú por lo menos conociste a los dos.
            Mirábamos el techo blanco, las cabezas sobre la almohada, las sábanas revueltas, con los cuerpos desnudos casi descubiertos; las palabras cubrían las paredes manchando su pureza con la suciedad de nuestra vida sin importarnos nada, porque era nuestra y no teníamos otra y las paredes se podrían volver a pintar con otros sueños. Fuera seguía lloviendo, la lluvia campanilleaba contra el cristal recordándonos que el otoño ya había llegado.
            - Dame un beso.
            Los labios habían vuelto a juntarse. Un solo beso y las manos entrelazadas, comunicando la paz de una caricia.
            - ¿Cómo os va con el camión?
            - Bien, mejor de lo que yo pensaba, cuando se le toma la medida funciona, incluso se le puede sacar algo de dinero, no mucho pero sirve para empezar a salir hacia delante. ¿Y a ti por la peluquería?
            - Bien, supongo que bien, lavar cabezas y cortar el pelo, lo de siempre, y entre corte y corte la gente te cuenta su vida. No te puedes ni imaginar lo que se le puede contar al peluquero; la gente parecer no conocer la profesión del psicólogo, viene a la peluquería y te cuentan sus problemas, uno incluso un día me dijo que se iba a suicidar.
            - ¿Y lo hizo?
            - Sí. Me enteré después, me lo dijo una compañera. ¿Cómo iba a saber que era cierto? Además, ¿Qué podía hacer yo? Solo soy su peluquera, o lo era. Le escuchaba; hay gente que solo quiere que le escuchen y le cuentan sus problemas a los peluqueros. ¿Tan necesitada estará la gente para tener que confesarse al tipo que le corte el pelo? Me dijo que se iba a suicidar y lo hizo. Valiente cabrón, ¿Y no pensó en mí? Se podría haber callado y no decírmelo, porque te pones a pensarlo después y piensas que quizás le podría haber dicho algo y hasta le hubiese podido dar una razón lo suficientemente poderosa para no hacerlo, pero yo solo le escuché ¿Qué iba a hacer? Solo soy una peluquera, no el que redime de los pecados, ni siquiera un amigo, yo solo le cortaba el pelo.
            yo también le contaba mis problemas a mi peluquera. Mi peluquera estaba en la cama conmigo. Sus dedos penetraban en mi pelo y lo acariciaban. Sentí que me quería, que me podía amar. Su mirada en mi mirada, sus labios en mis labios. Era cierto, el sueño se había convertido en realidad, abrí los ojos y allí estaba, la ilusión hecha carne.
            - Dame otro beso - murmuré.
            - ¿Y por qué no me lo das tú?
            - Porque quiero sentir cómo me lo das.
            Pero no me lo dio. Ni se movió. Inmutable callada. Le acaricié el pecho izquierdo y le besé los labios. Fuera el frío se arremolinaba contra los tejados y hacía temblar el cristal de las ventanas baratas. El techo seguía blanco.
            - Bormano se trae algo entre manos.
            - Ten cuidado.
            Silencio. Un silencio sostenido en el aire.
            - Tranquila, se cuidarme.
            - Ya lo sé, pero ten cuidado con todo eso.
            Mal momento para hablar de este tema. Me tapé con la sábana hasta el cuello y me abracé al cuerpo femenino de Xania. Le empecé a besar los labios, las mejillas, el cuello. Su cuerpo seguía inmóvil, frágil como plástico blando. Bajé por su piel, recorriendo su geografía con la lengua, lamiendo su mapa, platicando en lenguaje mudo como aquel que no sabe de palabras, oyendo crecer su cuerpo al ritmo del ritmo de mi vaivén y sus caricias apresuradas. Miré la lámpara de la mesilla y me escondí dentro de la cama, dentro de su cuerpo.



            Cogimos el coche y nos fuimos a una estación de esquí, era el comienzo de la temporada y solo unas pocas estaciones estaban abiertas, aquellas donde las primeras nieves caídas llegaban a cubrir el terreno y ya no se marchaban. Ciertamente estaban bastante lejos y tuvimos que conducir durante varias horas lanzando el coche por las carreteras. Conseguimos trajes para todos y alquilaríamos esquíes en la estación para los que no teníamos. La idea había sido de Bormano; todo había comenzado por la sugerencia que alguien dijo una noche en el salón, medio en broma mientras veíamos un reportaje de Siberia, y al cabo de unos días Bormano llegó diciendo que había conseguido  que le dejasen un pequeño chalet  en Bubuma y que no habría problema en ir, había hablado con Obnob y no nos tendríamos que preocupar de la chatarra, lo  miramos extrañados y tres días más tarde ya estábamos en camino. Solo iríamos los de casa, es decir, Yerkari, Serban, Bormano, Isaac y yo, Bormano dijo que era un viaje de hombres y que nadie llevaría a su pareja; lo miré, nos miramos, volvimos la mirada hacia Serban y Yerkari e Isaac dijo que alguien jugaba con ventaja. Recordaba la sonrisa que Serban había engendrado en su cara mientras observaba el modo de conducir de Bormano.
            - Ya estamos aquí - exclamó Bormano señalando el cartel de dirección.
            - Ya era hora, ¿Cuántas horas llevábamos?
            - Demasiadas.
            - Dejad de quejaros, esa es la casa. Dos habitaciones dobles y un sofa-cama. Después veremos cómo lo repartimos.
            Bubuma era un lugar hermoso, una de esas postales blancas de casas puntiagudas de pizarra oscura; aunque era bastante buena sorprendía por su pequeñez, escondida entre montañas perdidas se levantaban unas cuantas casas bajas y unos pocos hoteles de varias alturas. Bormano había sido selectivo. Echamos a suertes el sofa-cama y me tocó; una habitación se la habían asignado directamente Serban y Yerkari, les miré con envidia y no dije nada, luego entre nosotros tres habíamos rifado el sofá y pensé “espero que no me toque”, y después “espero que sea cómodo”, lo probamos y el hambre hizo que Isaac saliese apresurado al supermercado en busca de comida, era Viernes tarde y el plan aún estaba sin trazar pero las cervezas que se enfriaron en el frigorífico dieron las solución a nuestro problema.
            - ¿Y a quién le has pedido el traje?
            - A Xania, te lo dije el otro día, cuando vino a traérmelo.
            Las latas apiladas comenzaban con construir una muralla y corría el peligro en convertirse en todo un cinturón de hojalata. La televisión chapurreaba el himno norteamericano, la bandera de estrellas y barras subía por un mástil inmaculadamente blanco mientras los soldados que debían de partir a la guerra formaban. El protagonista perdía una lágrima en su semblante hierático.
            - Cambia, esta película ya la he visto.
            - Y yo, cambia de canal - le pedí a Serban, que permanecía completamente unido al mando de distancia.
            Cambió y otra historia apareció en la pantalla.
            - Mañana hay que levantarse temprano, hay que aprovechar el sol de la mañana.
            - Ya nos lo has dicho antes, Bormano - le contesté.
            Todos sabíamos que era cierto y que lo haríamos, pero eran las dos de la mañana y el alcohol  y la marihuana comenzaban a espiarnos desde dentro de nuestras cabezas. Nadie dudaba de que madrugaríamos, solo era cuestión de tiempo ir asimilando tal acción. Finalmente se acabaron las cervezas y alguien dijo que ya era una hora razonable para acostarse si al día siguiente había que esquiar y ninguno lo puso en entredicho. Entre tumbos e intentos fallidos todos se fueron levantando con más voluntad que fortuna y se marcharon. Yo solo me tumbe en el sofá donde ya estaba sentado y cerré los ojos sin tiempo para despedirme de la ropa que vestía. Nadie apagó la televisión. Nadie apagó la luz.
            Un despertador sonó a las ocho y media pero una mano se encargó de pararlo rápidamente. A las nueve y media Bormano se levantó gritando la hora que era. A las diez menos cuarto todos estábamos desayunando en la cocina huevos fritos con bacon. Las caras reflejaban la noche anterior, nadie había madrugado pero las ojeras se hacían patentes y hubo alguno que al mirarse en el espejo mostró una expresión de disgusto. por fin a las diez y media salimos de casa. Mientras marchábamos a las pistas pudimos contemplar toda la magnificencia del paraje, las altas cumbres blancas rodeando todo lo abarcable por la vista, y encima de todo el sol en su mundo de azul observando la postal de Navidad que teñía de luz a sus pies. Bormano y Yerkari se marcharon por una parte, el argumento de los años de experiencia que hicieron gala los dirigió hacia las pistas más complicadas en busca de grandes empresas y emociones fuertes; Isaac, Serban y yo hicimos voto de paciencia y nos dirigimos a las más simples, apenas habíamos estado con esquíes en los pies media docena de veces en toda nuestra vida y ninguno de los tres se acordaba mucho de ello. Sin embargo recordé la primera vez, cuando era un niño y fuimos un día con el colegio, y el viaje posterior que duró tres días y como a la vuelta la Chuli me había dicho que yo era un chico muy guapo y cómo luego se puso a llorar, pero que antes en la nieve bajamos y bajamos cuestas sin miedo a rompernos los dientes en un mal momento mientras el viento azuzaba nuestra cara. Las pistas a las que fuimos era realmente fáciles, veíamos bajar a críos de ocho y diez años como quien camina por el pasillo de su casa pero de las cuales nosotros no alcanzábamos a ver el final del trayecto que entre caídas y quiebros no conseguíamos. Isaac nos preguntaba por qué le habíamos dejado venir y por qué no le dejábamos pero que al vernos seguir él seguía y seguiría hasta partirse la cara contra la nieve o contra cualquier otra cosa. No llevábamos dos horas esquiando cuando vimos acercarse a Yerkari junto a un tipo de aspecto grave. Vinieron hasta nosotros y nos contaron lo sucedido, cómo Bormano había lanzado su cuerpo cuesta abajo por una pista y después había lanzado su cuerpo contra una roca dejándolo aplastado contra ella. Yerkari dijo que solo se había roto una pierna y que estaba bien, pero en el hospital.
            El resto del día lo pasamos en el hospital al que lo llevaron, un hermoso hospital situado a veinte kilómetros de las pistas, en la ciudad más próxima. Bormano no tenía buena cara, pero según el traumatólogo que vino no revestía gravedad, todo sería cuestión de guardar unos cuantos meses de reposo llevando una escayola. Decidimos marcharnos al día siguiente por la mañana; a nadie le importaba ya que no esquiásemos, verle la pierna izquierda totalmente escayolada a Bormano infundía el suficiente respeto como para oscurecer el ánimo de seguir bajando por la nieve. Volvimos al chalet a pasar la noche, esta vez durmiendo ya en la cama dejada por Bormano, junto con Isaac, mirando a través de la ventana cómo fuera había comenzado a nevar de nuevo, suavemente, sobre los tejados. Isaac comentó que solo “dos narices” era capaz de romperse la pierna por ocho partes distintas en tan poco tiempo, que por algo era “dos narices”, que era un echado para delante y que estaba seguro que se había lanzado como un loco por la peor pista de todas. Yo le dije buenas noches y me escondí entre las sábanas.



            Siete días permaneció Bormano en el hospital, luego lo trajeron en una ambulancia. Se agenció unas muletas y a partir de entonces comenzó a formar parte del decorado de la casa. Cinco meses con la escayola, ese era el tiempo que le aconsejaron, luego debería volver al traumatólogo para observar su evolución. En realidad las muletas no ayudaban mucho, el hecho de tener la pierna totalmente escayolada le impedía moverse con soltura, a decir verdad apenas a moverse. La televisión se volvió casi ininterrumpidamente presente, Bormano, sentado enfrente de la pantalla escupiendo imágenes, con la pierna sobre la silla, viendo pasar el tiempo. La casa se volvió lugar de encuentro de tipos variopintos, extraños, que pasaban por el banco verde y comerciaban con Bormano todo tipo de fantasía material, gente muy educada, llegaban con sus buenos días, comentaban el programa de la televisión, realizaban la transacción y luego se marchaban, dejando a Bormano con sus cuentas y sus números, viendo cómo el sheriff se marchaba con el caballo en busca del séptimo de caballería para perseguir a los indios. Leslia empezó a dormirse muchas noches en casa acompañando a Bormano en su paciente espera. Había algo en el ambiente que sugería cambios, flotaba un aire que raspaba la piel y la inquietaba. Arizoni venía alguna noche a cenar, se quedaba hasta las tantas y luego se marchaba solo, de madrugada, embutido en su chaqueta marrón de pana antigua. Isaac lo despedía en la puerta, y cuando le veía marchar se daba la vuelta y cerraba la puerta; luego apagaba las luces de la casa y se escondía en la cama a oscuras, por no despertarme.
            Un día Obnob apareció por casa; llamó a la puerta y Yerkari le invitó a entrar. Traía unos papeles, Isaac y yo nos miramos extrañados y Bormano de un grito de Exclamación, desde el salón, le llamó. También nos llamó a nosotros, diciéndonos el significado de tantas horas delante del volante, sin decirnos nadie nada, llegó Obnob y se sentó en el banco verde, abrió la carpeta y sacó los papeles.
            - Solo hay que poner los nombres y firmarlos ¿Quién lo va a hacer?
            Bormano nos miró. Entonces lo supimos, nosotros firmaríamos los papeles y constaríamos como dueños, Bormano se encargaría del dinero. Firmamos. Bormano sonrió. Obnob se quedó a cenar. Nos confesó que se sentía viejo para seguir con la chatarra, que ya no deseaba ver cómo se le pasaban los años sin disfrutarlos un poco y lo que le quedaba de esta vida quería disfrutarla como no lo podía haber hecho antes. Estuvo hasta bastante tarde, contándonos viejas anécdotas de los años pasados, de los duros comienzos. Dijo que estaba muy cansado. Después se marchó.
            - Es triste ver a una persona cómo se da cuenta que la mayor parte de su tiempo lo ha desperdiciado - comentaba Isaac desde la oscuridad próxima que lo escondía en su cama, a un metro de distancia.
            - Sí, es triste, pero ahora somos los dueños - le respondí desde la total relajación que da la seguridad.
            El negocio era nuestro, o por lo menos eso constaba, ya no deberíamos dar explicaciones a nadie, las explicaciones eran nuestras y de nadie más, no tendríamos que madrugar, Bormano lo había comprado y ahora éramos socios. Un negocio respetable y de muchos años como perfecta tapadera.
            - La tapadera de metal - pronuncié suavemente.
            - Sí, exactamente, negocio limpio - e Isaac se rió - ese era  el proyecto de Bormano, buena jugada, lo que no entiendo es por qué no nos quiso decir nada.
            - ¿Y si hubiésemos dicho que no?
            - ¿Hubieses sido capaz de no aceptar?
            Lo pensé. La evidencia demostraba que efectivamente nunca hubiese podido dar la respuesta negativa.
            - ¿No ves? Tú mismo tienes la respuesta. Solo era una sorpresa. Ahora todo es cuestión de encontrar un par de personas que nos sustituyan y nosotros nos quedamos como jefes. Los negocios son los negocios, y éste es un muy buen negocio. Bormano compra, Bormano paga, y todo por nuestro nombre; todo es comenzar, lo demás es mucho más fácil. Acuérdate lo que te dije cuando vinimos a Mazur, que había que salir de ese cubo de basura para poder sacar la cabeza y poder respirar aire puro, y ahora lo tenemos, y somos jefes.
            La habitación permaneció por un momento en silencio, luego como el blanco se rompió.
            - Supongo que lo habrá hecho con cuidado... - le insinué.
            - Tranquilo, está a nuestro nombre, no es extraño que dos empleados le compren al dueño que se quiere jubilar el negocio. Cuando Bormano decía que continuásemos sabía lo que decía. Además ya lo has oído, tampoco es tanto dinero, todo perfectamente legal.
            Las voces se apagaron resonando todavía como el eco las últimas palabras “perfectamente legal”. Las voces se fueron dejándome con el silencio del negro de la habitación, trayéndome a Xania hasta mi mente y besándola con el pensamiento indeleble de su piel hasta que acabó fundiéndose con el negro de la noche, después el del pensamiento, hasta morir en alguna ensoñación descontrolada.

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