jueves, 23 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (16)



Apenas habíamos acabado de comer y ya estaba anocheciendo, metimos todo en el nuevo lavaplatos y nos fuimos Isaac y yo a jugar un billar. Pasé por la peluquería donde trabajaba Xania y quedé para después del trabajo, le di un beso y nos marchamos tan rápido como habíamos llegado, a Xania no le gustaba que le visitasen en el trabajo. Fuimos al mismo sitio de siempre, nos acercamos a una de las mesas que estaban vacías y pedimos unas cervezas. Sacamos las bolas y rompí; creo haber dicho que nunca meto cuando rompo, pero aquella vez dio la casualidad que metí dos, o mejor dicho, ellas se introdujeron. Era Martes y hacía frío y no tenía visos de cambiar hasta comienzos de Febrero; era Martes, aunque podría haber sido cualquier otro día de la semana, no había mucha diferencia entre ellos a excepción de la poca gente que había en el lugar en ese momento. Metí otra bola en la esquina y fallé el siguiente tiro, la bola blanca no quiso tomar la dirección precisa para rozar lo suficiente a la naranja.
            - Parece que este frío no nos va a dejar en paz - dijo Isaac echado sobre la mesa apuntando el taco a la bola blanca.
            - Tranquilo, algún día acabará y volverá el calor.
            El chocar de las bolas produjo un sonido seco y fuerte sobre la mesa verde. No acertó.
            - Sí, pero tantos días de frío llegan a cansar.
            - Pues espera con paciencia, todavía queda para rato.
            Era el octavo día consecutivo que íbamos a jugar al billar a aquel mismo sitio, se estaba convirtiendo en una pequeña costumbre después de la comida, cuando anochecía, como siempre. Horas jugando en la misma mesa para matar el tiempo; sin embargo era un juego entretenido, comenzaba a entender la razón por la cual a Isaac le apasionaba tanto, hacía falta una habilidad especial para conocer este juego. Miraba las bolas y comenzaba a distinguir las trayectorias más adecuadas, con las cerveza en una mano y el taco en la otra el arte del tacto al servicio de la inteligencia. Poco a poco, al discurrir de los minutos, el local fue llenándose paulatinamente hasta ocupar todas las mesas, llenas de cafés, cervezas, colillas y ceniza, palabras que poblaban la atmósfera que nos circundaba y que nos hacía turbios los ojos.
            Mirando la bola roja, esa bola que resalta sobre el tapete, el sonido de la puerta, brusco, demasiado brusco, hizo girar la cabeza de algunos de los que allí estábamos observando cómo un tipo extraño de cara macilenta entraba y a punta de revolver encañonaba al camarero, el dueño de aquel su refugio inquebrantable, con los ojos exaltados, los dos, uno a cada lado de la barra, la mano a la registradora y los billetes rápidos como el viento se van con el de la pistola detrás de la puerta corriendo. Unos cuantos gritos, apenas medio minuto y todo había pasado. Ni un disparo, ni un movimiento, solo la pistola y la caja registradora, una caja registradora con apenas unos cuantos billetes de poca monta, cosecha de unas horas, que no saben a casi nada.
            - ¿Lo has visto? susurré a Isaac.
            - Joder, ¿Cómo no lo voy a ver? -respondió él con el mismo tono.
            La cara del camarero volvió a recuperar lentamente su color habitual, con las palabras descompuesta escupiendo insultos de impotencia detrás de la barra, seguía en el mismo lugar, inmóvil, quieto, maldiciendo al yonqui, al maldito yonqui que le había robado el dinero sin tiempo para respirar. Con la cara descubierta. Con la cara de ansiedad. Unos chutes y luego volvería la misma historia para otro, tal vez para el mismo.
            - Si no sabe que no se meta - dijo Isaac volviendo sobre la mesa para coger la cerveza, beber, coger e taco y apuntar a la bola blanca sin apenas inmutarse.
            Isaac parecía tranquilo; los de las otras mesas comenzaron a montar un pequeño tumulto, la sangre había vuelto a regar la cabeza poniendo en funcionamiento el cerebro y las ideas, parecían estar nerviosos. Yo también. Isaac metió la bola y continuó agachado sobre la mesa. Alguien podría haber muerto, yo podría haber muerto, nunca me han gustado las pistolas.
            - Joder tío, ¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de lo que ha pasado? - le pregunté con el nerviosismo que todavía albergaba mi cuerpo.
            - ¿Y qué quieres que haga? - dijo levantando la mirada hacia mí desde la mesa - solo ha pasado lo que has visto, no me des más vueltas.
            Volvió a meter otra bola, pese a todo estaba teniendo buena tarde.
            - Creo que esta partida te la voy a ganar.
            Decididamente estaba tranquilo. Sin embargo la siguiente jugada falló; cogí el taco, lo acaricié y busqué las bolas sobre el tapete, respiré un par de veces y lancé la bola blanca contra el vacío.
            - Cuida ese pulso.
            A los pocos minutos llegaron varios policías para investigar por lo sucedido, interrogaron al camarero y a algunas personas de las mesas más cercanas a la barra, después se fueron. No me gustaba verlos cerca, nunca me había gustado y desde hacía algún tiempo menos todavía. Isaac seguía con la partida, las bolas desparramadas entre las cuatro bandas sin una lógica definida y el camarero detrás de la barra; ni siquiera había cerrado pese al suceso, decía que nunca cerraba antes de la una y que hoy tampoco lo haría, la denuncia iría después. El negocio es el negocio. Volví a la pistola, a la cara de aquel tipo, la misma cara de Sky Walker en busca de su montura, uno más, otro más, para subirse encima y luego pudrirse lentamente por dentro y por fuera sin importarle el  maquillaje. Cogí el taco y volví a fallar, podría haber matado a alguien, me podría haber matado a mí, qué hubiese sido entonces de todos mis sueños sin cumplir, maldito yonqui de mierda, pobre valiente necesitado de fantasía, robando para alimentar un poco más la jeringuilla, dinero rápido y fugaz gastado en caballo, caballo desbocado que había que comprar, yo solo lo vendo, no te lo meto por intravenosa, de algo hay que vivir, no tengo la culpa de tu derrota, pobre desgraciado que has perdido todas las entradas para regresar a casa.
            - A ese tío le vi un día en casa. Vino a comprar algo - murmuró Isaac tomándose un trago.
            - ¡No jodas!
            - Hace unos meses, justo después del verano, vino con otro; después creo que no han vuelto. De todas formas ya no volverá más.
            - ¿Cómo puedes estar seguro?
            - No lo estoy, solo lo creo - dijo Isaac metiendo la negra en el lugar adecuado y acabando la partida - ¿Nos vamos?
            Al marcharnos miré ligeramente al viejo camarero; ahora también sabía quién era el tipo de la pistola. Mala suerte, malos problemas, yo no era el culpable de ellos, ahora conocía el reverso de su moneda, pobre desgraciado, yo también tengo que vivir de alguna forma, el aire no alimenta. Fuera seguía haciendo frío, mucho frío. Si no la vendía yo lo haría otro, de eso estaba seguro, no era mi problema, no era mi culpa; sin embargo no entendía por qué en lo más dentro de mí algo me pinchaba con un aguijón en la conciencia dejándomela intranquila.



            Me acordé de aquella cara durante mucho tiempo, demasiado. Volvimos muchas veces a aquel lugar a jugar al billar pero no volvió a pasar nada. El frío continuó como había pronosticado el hombre del tiempo, hasta mediados de Febrero duró, y luego una ola de calor hizo que pareciese que había llegado la primavera; pero solo era un espejismo. El tiempo se estaba volviendo loco, casi como las personas; algunos decían que era debido a un agujero que había aparecido en la capa de ozono, a muchos decían otros, había quien decía que nada de eso era cierto, que solo eran ciclos climáticos que se repetían, que se habían repetido y que se volverían a repetir. La cuesta que había comenzado en Nochebuena no había dejado de descender, lentamente, pero sin descanso; en el pequeño barco de madera empezaron a aparecer pequeños agujeros, cada vez más grandes, que no podía cerrar a tiempo y que hacían que el barco cada vez se hundiese un poco más. Algunos días encontraba calderos para achicar el agua, pero las más de las veces lo que faltaban era tapones, girar el timón buscando un imposible, salvar la marejada para no hundirme en el mar, para no hundirnos en el mar de lo extinto.
            - Agárrate fuerte a mí,  Xania.
            Pero el salvavidas ya no era lo de antes. Quizás solo fuese mi cabeza la que iba a la deriva; cuánto más la abrazaba más daño creía hacerle, todo seguía igual pero distinto. Las noches en su casa, los cafés alrededor de las pequeñas mesas redondas de madera donde las mismas palabras formaban las mismas frases ya dichas, ninguno de los dos lo quería admitir, pero cuando se toca lo más alto solo se puede aspirar a llegar a lo más bajo.
            - Agárrete fuerte a mí, Xania.
            - ¿Otra vez?
            - Es que tengo frío.
            Y se reía, con aquellos labios anhelantes de felicidad que me besaban tiernamente. La escayola de Bormano se volvió a llenar de colores, de suciedad, coger un bolígrafo y escribir sobre ella, así de sencillo, en rojo, en azul, en verde, con cariño Xania, en negro. Intentar poner en orden las ideas puede  provocar el plantearse qué ideas hay que poner en orden; sobre todo cuando la estructura mental se tambalea y su colocación puede llegar a resultar una tarea más ardua de la que en un principio puede uno imaginarse, colocarlas en la casilla adecuada, tal vez solo buscar esa casilla, se convierte en toda una hazaña digna de alabanza y difícilmente realizable. Muchos días, sentado en el salón, veía en el edificio de enfrente una y otra vez desnudarse aquel cuerpo que por desearlo lo odiaba, María, mirándome y sonriéndome como dos escondidos amantes ocultando su amor, nombre abstracto para el gesto muy concreto que solo es muchas veces el sexo. Miraba y sonreía, y luego se quitaba la ropa y se marchaba. Me acordé de aquella cara durante mucho tiempo, demasiado, delante de aquella maldita ventana que podría haberse tapiado para no volverla a ver más. Era como un cuadro que tomaba vida, que se movía, como una fotografía que no se resigna a acumular polvo debajo de otras muchas fotografías y debe estar colgada en algún sitio para que no se olvide, para que no olvidase aquel infortunado suceso. Intenté encontrar coartadas a mi conciencia, tanto me las repetí que algunas casi consiguieron burlar la vigilancia, pero fracasaron, no soy el único que lo ha hecho, solo ha sido una vez, ella puede haber hecho lo mismo, solo ha sido un pequeño desliz, me engatusó, mi amor sigue siendo el mismo pese a todo, estaba borracho. Lo intenté pero ninguno funcionó, por lo visto no encontré la justificación adecuada. El tiempo lo borra todo, paciencia, eso me habían dicho una vez, sin embargo creo que no es del todo cierto, hay cosas que permanecen indelebles al paso del tiempo, porque aquella no se fue jamás de mi cabeza, no se ha ido jamás de mi cabeza.
            - Agárrate fuerte a mí, Xania.
            - ¿De nuevo?
            - Es que te quiero demasiado.

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