martes, 14 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (11)



- Soy Isaac, Isaac Pinkel - dijo estrechándole la mano.
            Le miró sonriendo, luego bajó la mirada a la mesa verde y estudió las bolas, detenidamente. Sabía que le observaban, cómo las miradas acababan al final del taco. Estudió las bolas de todas las perspectivas, era una jugada difícil que no solía terminar bien. Se agachó, buscó la postura más adecuada y de un certero golpe de efecto las bolas comenzaron a moverse por la mesa en distintas direcciones indefinidas sin llegar a concretarse en ningún agujero.
            - Hoy no es tu mejor noche, Pinkel - rió Xania.
            - Todavía queda mucha noche, no hay prisa - le respondió Isaac de la misma forma.
            Alrededor de la mesa de billar había tres o cuatro personas, y sentadas en la mesa redonda de al lado otra cuatro o cinco. Todos hablaban animadamente. Era un sitio al que no solía ir mucho, un bar bastante grande con muchas mesitas y un par de mesas de billar donde la gente consumía las horas en una conversación infinita, entre café y café y cerveza y cerveza, con música “new age” y bombillas potentes, los cigarrillos en las manos, lentos, parsimoniosos, sin prisa, consumiéndose y convirtiéndose en ceniza casi antes de ser fumados esperando a que acaben las palabras en las bocas y dejen paso al humo en los pulmones.
            - ¿Cómo has dicho que te llamabas?
            - Isaac, Isaac Pinkel.
            - Perdona, es que no te había oído bien.
            Xania se reía, podía oír su risa desde la mesa donde estaba sentado, cómo miraba a Isaac y después al otro.
            - ¿Y tú? ¿Me has dicho tu nombre?
            - No, no me lo has preguntado.
            - ¿Y cómo te llamas?
            - Esa es una buena pregunta, me llamo George pero todos me llaman Arizoni.
            - ¿Arizoni?
            - Sí, una larga historia. Encantado Isaac.
            - Encantado, pero te toca.
            Arizoni miró las bolas y decidió atacarlas. El lugar estaba separado de la calle por unos grandes ventanales y las miradas iban de dentro a fuera y de fuera a dentro en un cruce de ojos, cuando la vista de uno del otro lado invadía el territorio opuesto y alguna mirada ajena se clavaba en la de uno mismo por un instante antes de desaparecer por la acera. Hammer decía algo, la tenía sentada enfrente y los demás parecían escucharla atentamente. A los demás no los conocía ni de vista. Eran tres, dos chicas jóvenes y un chico de mi edad, habladores, contando historias que nunca había oído de gente desconocida de los que empezaba a dudar de su existencia, personajes de otra esfera circundante a la mía pero exterior y desconectada. Intenté introducirme en la conversación, les escuché y no oí nada dentro de mí y miré a Xania, me miró, sonrió y de dos pasos me acerqué a su lado a ver la partida y sus ojos y su pelo moreno más de cerca.
            -... lo que oyes, el pasado es una evolución del futuro; antes del pasado debe existir el futuro, pues sin futuro no hay pasado ¿Cómo a de pasar el tiempo sin que éste exista? Primero existe el tiempo y mediante el paso del mismo, es decir el presente, evoluciona hacia su forma última, el pasado; primero futuro, luego presente y luego pasado. Tres formas distintas de llamar a un mismo espacio temporal; así de sencillo.
            - ¿Y que piensas del presente?
            - El presente es un espacio transicional, es el espacio de la acción, donde debemos desenvolvernos.
            - ¿Realmente crees que el futuro está escrito? - le preguntó Xania a Arizoni.
            - No, lo que le estaba diciendo a Isaac no es eso; el tiempo no está escrito de antemano, pero tú con tu acción lo vuelves a escribir; no quiero decir que al actuar se cambia el futuro, o lo que hacemos ya está determinado anteriormente, lo que quiero decir es que somos libres de actuar a nuestro libre albedrío y que al actuar escribimos el futuro desde el presente, digamos que es un acto retroactivo hacia el futuro que es necesario para que éste aparezca en su forma más palpable, que es el presente.
            - No te entiendo - le dijo Xania.
            Isaac había clavado los ojos en una bola y parecía que quería levantarla en el aire con la fuerza de su mirada. Buscó la bola blanca y de un fuerte golpe las bolas chocaron sin resultado.
            - ¿Y esa teoría es tuya? - le preguntó.
            - Sí, eso es lo que creo. Puede ser que otro lo piense igual pero yo no lo conozco.
            Xania le miraba sorprendida.
            - Algún día me la tendrás que explicar más detenidamente.
            - Es que no es fácil de explicar, no yo mismo encuentro todas las palabras para explicarlo correctamente; solo es una sensación.
            Isaac se acercó a la botella de cerveza que tenía sobre la mesa redonda contigua y tomó un trago. Volvió a la mesa verde y observó a Arizoni.
            - Me parece una idea interesante - le decía mirándole - es un enfoque distinto a todo lo que había oído. ¿Y cómo has llegado a eso?
            - Si te digo la verdad...
            Agarré la cintura de Xania con el brazo y le di un beso. Ella apenas se inmutó, solo al contacto del calor de los labios pareció reaccionar moviéndose levemente hacia mi cuerpo. Le murmuré algo al oído y se rió diciendo “no lo sé”. Isaac y Arizoni seguían hablando sobre el tiempo, exponiendo sus teorías cuantitativas y cualitativas acerca de a dónde llegaríamos en la evolución. Ninguno parecía darse cuenta de la partida de billar, que anclada en el ostracismo veía cómo los dos individuos se limitaban a golpear a las bolas sin ningún ánimo de disputar la partida.
            La partida se acabó junto con los tiempos muertos, sin saber muy bien quien la había ganado. En la mesa alguien comentaba cómo el grito de Munch se perdía fuera del marco, expandiéndose hacia el espectador abordándolo y penetrando en su interior de una forma que impedía que es espectador pudiera permanecer pasivo y actuara reaccionando frente a la visión del mismo.
            - ¿Quién es Munch? - pregunté acercándome.
            Morla, que así se llamaba el chico, giró la cabeza y en un gesto inconsciente me miró desdeñosamente, luego, reaccionando, cambió la expresión y dijo “un pintor”.
            - Estábamos hablando de un cuadro que se titula así.
            - Ni idea - le respondí - la pintura no es lo mío.
            Nos sentamos los ocho en la mesa y nos quedamos mirando, reposando la mirada intranquila en el de enfrente, observando cómo nos observábamos todos recíprocamente en una foto fija, y tras un segundo Morla continuó explicándoles su concepción de la obra de Munch. Miré a la izquierda, Xania, mi hermosa Xania, escuchando al sujeto y su perorata; miré a la derecha, Isaac y Arizoni conversando sobre el billar; el billar ya no era billar sino una conceptualización de las trayectorias imaginarias; volví a Xania y le sonreí. Todos parecían tener algo interesante que contar, o escuchar, lo que ellos consideraban importante pero que en mi interior no eran más que historias de otra realidad imaginaria que en lo más mínimo podía entumecer mi inteligencia. Miré a Morla, como gesticulaba, abriendo los brazos, cerrándolos, y en un arrebato de sus movimientos me dejé llevar por su descripción y me imaginé mundos pintados de verde y esferas solares de azul, mezclándose, rompiendo los tímpanos del que solo siente el grito que desgarra las entrañas, y me estremecí con un temblor seco y fuerte que provenía del dolor.
            Después de un rato Munch también se aburrió y fue a tomarse unas copas con su grito, cogiendo el abrigo y el sombrero y marchándose asustado, como llevado por un miedo que lo sobrepasaba. Xania y yo también nos levantamos pasado un tiempo y nos despedimos diciendo que había sido un placer y que otro día más y mejor. Nos fuimos y allí los dejamos, viendo cómo una de las chicas comentaba a Hammer los botones de su blusa azul y la otra parlotaba con Isaac, mientras Arizoni mostraba una de sus más espléndidas carcajadas y Morla se fumaba un cigarrillo con el más genuino estilo.
            Fuera el viento soplaba con fuerza; era una de esas noches donde el silbido se escapa de las puertas  y las ventanas y ocupa las calles estrechas y arremolinando papeles y pasos a ninguna parte. Los coches cruzaban con sus faros la calzada y luego se marchaban doblando alguna esquina. En el paseo marítimo apenas nadie miraba el mar paseando, la playa vacía, sola junto al mar, amontonando granos de arena; era una noche de verano donde no parecía ser verano más que por el calendario y los turistas extranjeros.



            La vecina se estaba volviendo a desnudar delante mío, con la ventana abierta, me miraba a mí y luego asomaba la cabeza por la ventana y observaba las estrellas con las tetas contra la repisa.
            - ¿Has visto a la vecina?
            - Sí, sí que la he visto, lo hace muchas veces; primero mira, luego se desnuda y por último vuelve a mirar.
            - Está muy buena ¿saber quién es?
            - Ni idea, solo sé que casi todos los días hace lo mismo.
            - Pues no  la había visto nunca.
            Bormano estaba extrañado y sorprendido, parecía evidente que nunca había visto a la vecina.
            Se volvía a erguir, observaba por última vez las estrellas, nos miraba y luego se metía a la cama apagando la luz. Hacía una buena noche. Por la televisión daban de nuevo “Espartaco”. Kirk Douglas se rebelaba ante los romanos con todo un ejército de esclavos libres. Cambiamos de canal. Unos equipos de fútbol estaban jugando un partido en diferido, en la serie de partidos “grandes encuentros de la historia”. Cambiamos de canal. Unas chicas en top-less lavaban unos coches; cogían una bayeta y jabón y lo dejaban reluciente, enjabonando la chapa, el cristal y sus propias tetas al contacto con el cristal. En el telefilm todos sonreían. Bormano decidió dejarlo aquí porque dijo que le alegraba ver a la gente feliz.
            - ¿Has visto cómo las tiene esa? - me preguntó exclamando.
            - Sí, mejor que Leslia ¿Eh? - le insinué.
            - Calla, que las de Xania tampoco son como esas.
            - Sí, pero son mejores que las de Leslia - pronuncié riendo.
            Los dos continuamos disertando sobre las excelencias de nuestras respectivas parejas por comparación con aquellas del jabón. Como dos buenos fanfarrones mentíamos, exagerábamos los rasgos positivos encubriendo los negativos, exaltábamos su sensualidad, su sexualidad, su potencia, su sonrisa, sus habilidades; tanto las elevamos que hubo un instante en que nos preguntamos si esas eran realmente las nuestras o las de otros y nos dimos cuenta que objetivamente ni se acercaban.
            - Pero el amor es subjetivo, para gusto los colores - dijo Bormano respondiéndome a la última afirmación y dando por terminada la conversación.
            Acabaron las del lavacoches y cambiamos a “Espartaco”. Kirk ya no tenía tan buen aspecto, ahora estaba crucificado en un camino y nadie le ayudaba. El partido de fútbol también había terminado y había anuncios. Bormano dijo que se iba a la cama, que era tarde y mañana sería otro día; me levanté con él y me fui a mi cuarto. Me desvestí y me metí en la cama. Apagué la luz. Isaac no había vuelto, dijo que no volvería hasta muy tarde. Miré el techo y vi una nimia oscuridad que provenía de fuera.




            - Se me hizo tarde y decidí quedarme en su casa.
            -...
            - Es un buen tipo, me gusta como habla.
            -...
            - Vive solo, tiene un piso pequeño; un par de habitaciones, un cuarto de baño, una cocina y un saloncillo bastante cómodo.
            -...
            -...
            - ¿Tú sabes por qué tienen tanto empeño en que sigamos con el camión? No es precisamente lo que más me guste - le decía a Isaac aquella mañana.
            Isaac no contestaba.
            - Tenía unos sofás negros de cuero - contestó finalmente.
            -...
            -...
            Estoy un poco cansado de los baches; mejor dicho, estoy harto.
            Eran las nueve de la mañana y fuera de la cabina el sol ya quemaba dentro parecía que pronto seríamos capaces de encender los cigarrillos con solo sacarlos del paquete.
            - Vimos una película en el vídeo, una sueca, muy buena.
            - ¿Me escuchas? - le pregunté.
            El mar se extendía más allá del último trozo de tierra, serpenteando las curvas de la carretera. Pisé el acelerador.
            - Y tú, ¿me escuchas?
            - Sí, te escucho, pero tú a mí no.
            - Tú no me escuchas a mí.
            Nos quedamos mirándonos, un momento, justo hasta la siguiente curva, donde tuve que desviar la mirada. Nos callamos. Dentro de la cabina un silencio espeso comenzó a ocupar todo el espacio disponible, dilatándose y penetrando en nuestro interior. Todo silencio, incluso el ruido del motor y de los baches y de los amortiguadores y del viento que entraba por la ventanilla parecía formar parte de ese silencio que nos envolvía la mente.
            - Perdona, ¿Qué decías? - murmuró finalmente Isaac - ... sí, creo que lo quieren para algún negocio... Bormano, ya sabes, siempre maquinando en su cabeza.
            Miré de soslayo a Isaac, no le brillaban los ojos como hacía un momento. Me fijé en el espejo retrovisor, no había nadie más en la carretera.
            - Además nos pagan todo - insinué.
            - Incluso la gasolina.
            Poco a poco el silencio fue saliendo de nuestros cuerpos, de nuestra mente, fue empequeñeciéndose hasta que huyó por la ventanilla abierta escapándose a su guarida, dejándonos otra vez solos.
            - ¿Y de qué iba la película?
            Isaac volvió la mirada hacia mí, clavó sus ojos en los míos y se rió.
            - ¿Y ahora de qué te ríes? - pregunté yo riéndome a su vez.
            - De los dos, que no escuchamos ninguno.
            - Bueno, perdona, ya escucharé mejor... si no me aburres mucho - le contesté irónicamente.
            Y siguió hablando, más fuerte, más bajo, otras yo, sin prisas, tranquilos. Por un instante pasamos al lado cruzándonos sin vernos la cara y al recodo de la esquina darnos cuenta del rostro dejado atrás, en el polvo, y después volver sobre los pasos desandándolos a pedir perdón. Volvió a describirme la casa, su sofá negro, la película sueca, mientras el sol subía y subía tostándose en el cenit mientras comíamos en algún restaurante a la puerta del asfalto para volver a bajar.
            - ¿Qué piensas hacer con el dinero?
            - Poca cosa, la verdad es que no tengo ese problema, no tengo dinero. Con lo que saco de esto no me lleva ni para porros. De todas formas no tengo prisa, vamos tirando; además, pagándonos como nos pagan todo ¿de qué podemos quejarnos? Así algo ya ahorraremos. Seguro que cuando Bormano empiece de verdad nos haremos de oro.
            - ¿Tú crees?
            - Bueno, eso espero...

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