lunes, 27 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (19)



Por primera vez en casi un par de meses dormía bien. Me quedé en la cama durante casi una hora más, el sol estaba bastante arriba en el cielo azul pero yo seguía alargando el sueño en ese lugar justamente posterior a él donde las imágenes soñadas permanecen desarrollándose por nuestra propia voluntad sin dejar cabida al más mínimo intento de fracaso. Es entonces cuando cualquier cosa por improbable que parezca se puede convertir en realidad, en la realidad que queramos formar. Lo más curioso de todo es sentir la sensación de que realmente se está despierto y de que sucede al otro lado del sueño. Después de una hora de felicidad crucé la frontera en la que me encontraba y abrí los ojos. La casa estaba bastante silenciosa, apenas sí se oía algún pequeño ruido al otro extremo de la casa, tal vez en el salón o en la cocina. El sol penetraba por el cristal e iluminaba la pared blanca despidiendo una gran luminosidad. Comenzaba a recordar el día anterior, la charla en el Sumtrab, la vuelta a casa mucho más tranquilo que la ida, los dos últimos besos.
            - ¿Hubo suerte? - preguntó Isaac que acababa de entrar a la habitación dejando una pequeña caja sobre la mesilla.
            -Creo que fue lo más acertado. Por lo menos hoy he dormido como no lo hacía hace tiempo.
            - ¿Cómo fue?
            - Si te digo la verdad lo dejó ella.
            - ¿Cómo? - replicó con cierto tono de escepticismo e incredulidad.
            Y le expliqué toda la escena. Hasta le hizo gracia, casi se ríe. Maldita la gracia. Después de desayunar nos fuimos a jugar una partida al billar, jugamos dos partidas y perdí las dos, luego nos marchamos a comprar algo de comida. Realmente hacía un buen día, un día excepcional.
            - ¿Vamos esta tarde a la playa?
            - Lo siento, he quedado con Arizoni para hacer otra cosa. Dile a Serban y a Yerkari. Ellos seguro que van.
            En casa todos seguían con el mismo estado de espera intranquila; Bormano comentó que dentro de poco todos seríamos ricos, que después de la próxima vez nuestras vidas serían diferentes, que el dinero nos comenzaría a salir por las orejas, del culo, de todas partes, e intenté imaginar mi culo encima de una bandeja de plata, cagando billetes. Parecía demasiado irreal para ser cierto. Sin embargo, si lo decía Bormano podía suceder, todo lo que Bormano decía podría suceder; recordaba cómo era él quien había conseguido todo lo que teníamos en Martaux, la casa, el trabajo en la chatarrería, me había presentado a Xania y me había pagado la gasolina, incluso me había hecho propietario de un negocio propio, le tenía que creer, le debía creer y en verdad le creía. Siempre había tenido una extraña relación de amistad con él, de pocas palabras, sin concesiones baratas, pero había demostrado ser una persona de palabra y de buen corazón con los amigos. Pregunté si alguien quería ir a la playa por la tarde. Respuesta negativa.
            Después de comer me marché a la playa, solo, dije que me marchaba a echarme la siesta, el sol no quemaba demasiado y podría tomarla sin miedo. Por el paseo marítimo había parejas agarradas del brazo, paseando tranquilamente, y recordé que ahora yo no podría hacer eso, nunca lo había hecho, pero ahora ni siquiera aunque me lo propusiese. En la playa había poca gente, puse la toalla sobre la arena y me tumbé encima. Poco antes de dormir recordé que hacia mucho tiempo que no iba a la playa solo, el sol parecía calentar lo mismo pero la sensación era distinta. Al cerrar los ojos todo se inundó de un color naranja que ocupó el espacio. Desperté tres horas más tarde. Ya no hacía calor sino algo de frío, la playa se había desocupado casi completamente y en la arena solo permanecía yo tumbado, el sol estaba bastante bajo cambiando el color del mar. Me levanté y me marché para casa despacio con la mente en blanco.



            - Las cosas no suelen ser lo que parecen, las apariencias pueden adquirir muy determinadas formas de las cuales muchas veces no alcanzamos a conocer ni siquiera su existencia. Dar circunloquios solo sirve para crear círculos viciosos, peces que se muerden la cola eternamente. ¿No te has dado cuenta? Últimamente tu mirada no alcanza a ver más que tu mano, no alcanza a ver lo que hay escrito en la pared que tiene detrás. Lo entiendo perfectamente. ¿Acaso crees que no lo entiendo? Yo también he sido otro alguna vez, no recuerdo muy bien el cuando pero sí el por qué. Todos somos humanos, nos parecemos más de lo que pensamos, especialmente en relación a los sentimientos que nos  embargan ¿Quién no ha sentido alguna vez lo que tú sientes? Tranquilo, el tiempo aminora los efectos del dolor, puede tardar toda una vida pero disminuye finalmente; al final solo queda el recuerdo del dolor íntimo. Entiendo que puede no ser demasiado esperanzador, sin embargo es cierto. ¿Para qué engañarte? Solo sería ganar tiempo, o perderlo hasta que te dieses cuenta de que la realidad es de otra forma. Las cosas no suelen ser lo que parecen más que en contadas ocasiones, demasiado contadas, y sin embargo todavía seguimos buscando, cada vez más ansias, hasta donde alcanzar nuestras fuerzas; la pureza deslumbra demasiado y es necesario un tiempo de aclimatación. Y tú, ahí sentado, intentando volver la mirada hacia la tierra después de haber desafiado el sol ¿ en serio pensabas que lo podrías vencer? Pensé que eras menos ingenuo que los demás, pero he de reconocer que todos somos iguales; la pureza deslumbra pero atrae, quién no la ha querido tocar alguna vez aunque solamente sea con la imaginación. Es demasiado perfecta. Pero alégrate, abre los ojos y acostúmbralos a la oscuridad, no conviene tropezar con las esquinas de la casa, sobre todo si las puedes evitar, puedes romperte las narices; piensa que a la noche todavía le quedan estrellas que nadie ha visto y no por eso dejan de brillar. Lo sé, cómo no voy a saberlo, parece tarea complicada llenar el vacío en poco tiempo y ciertamente cuesta tapar todos los pequeños y grandes agujeros que hacen del alma un colador de hojalata, pasear por la playa y no encontrar los labios al borde de la taza, sonriéndote sorbiendo el café que se enfría por mirarte no ayuda a cicatrizar con soldaduras los eslabones que faltan en la cadena que nos sostiene. Ahora descansa. No habrás los ojos. No te abraces a la almohada. No pienses. Solo sueña.
            - Lo siento.
            - No hables.
            - Solo es que estoy un poco nervioso. Eso es todo.
            - No hables.
            - ¿Tú crees que es cierto? Todavía no me lo creo.
            - Tranquilo Marcel, mañana seremos ricos.



            No sé cómo sucedió realmente, creo que nunca llegaré a saber cómo sucedió todo para que en un solo momento el castillo de cartas se cayese y dejase los sueños y la sangre desparramados por el polvo del suelo...
            El sol estaba bastante alto cuando Isaac me despertó entrando en la habitación con un muñeco de peluche en brazos, era un gran elefante de más de un metro de longitud, lo dejó encima de su cama y se marchó tan rápidamente como había entrado. Miré el reloj y observé que quedaban cinco horas para la reunión, me levanté y fui al salón, vi el final de la película y entré a la cocina. Dentro todos estaban nerviosos. Bormano apenas podía mantenerse quieto en su silla mientras Yerkari y Serban preparaban la comida aparatosamente, apenas se hablaba pero todos sabían el pensamiento que ocupaba el cerebro de los demás. Encima de la mesa había cinco pistolas que todavía no había visto. Bormano me miró señalándolas con el dedo.
            - Por si acaso, nunca se sabe. Coge la que quieras.
            Las miré y deseé no coger ninguna, finalmente me decidí por la más pequeña; jamás había disparado una de ellas y el mero hecho de cogerlas me molestaba. El trabajo es el trabajo, pensé, mientras Bormano me explicaba cómo se disparaba el aparato de metal. Más tarde comimos y a la hora de tomar el café Lio Lin apareció puntual como era su costumbre, contamos el dinero por última vez y nos marchamos en los coches hacia el lugar donde habíamos fijado el encuentro, un pequeño hotel a la afueras “Ferchas hotel habitación 10”.
            Todo lo demás es historia. Isaac se equivocó al vaticinar que seríamos ricos, Bormano se equivocó también al pensar lo mismo, sin embargo acertó al creer que nuestras vidas serían diferentes a partir de ese momento; solo sé que hubo un instante en que estuvimos todos reunidos y alguien llamó a más invitados de los debidos, porque de repente aparecieron varios policías sin nuestro permiso y fue entonces cuando alguna pistola disparó una bala que fue a dar en el pecho de uno de los recién invitados, que cayó bruscamente al suelo en medio de otros disparos, fue entonces cuando cogí la pistola y comencé a disparar sin poder pensar absolutamente en nada. Fue como si hubiese tenido un breve estado de amnesia, me encontré enfrente del volante del coche con el acelerador debajo de toda la fuerza del pie robándole los kilómetros a la distancia. Isaac intentaba taponarse una herida que había recibido en la pierna a causa de un balazo. Gritaba “¡puto chino de mala muerte!”. Y se miraba la pierna sangrante y el pantalón empapado de rojo. Algo había fallado. Comencé a recordar la habitación, ese primer disparo, a Bormano con la pistola todavía en la mano, ni siquiera se había movido de la silla donde estaba sentado a causa de la escayola traicionera que le había impedido levantarse a tiempo, a Serban ayudando a Yerkari muriendo también los dos. lo recordaba todo en un ruido rojo que inundaba el ambiente, que nos rodeaba formando una telaraña infranqueable. Isaac seguía gritando “¡ puto chino de mala muerte!”. Ahora Bormano, Serban y Yerkari estaban muertos e Isaac herido; yo, milagrosamente, estaba intacto, la lluvia de balas no había conseguido mojarme. Y Lio Lin, ahora lo veía claro, era quien había buscado más compañía de la necesaria, recordaba cómo en casa había enseñado su hermosa arma que después no había utilizado, cómo era a él a quien no habían disparado cuando había cruzado la puerta escabulléndose por el pasillo entre los polis, lo tenía que haber matado entonces, valiente hijo de puta que nos había vendido sabe Dios por qué. Todavía era de día y en la cabeza solo cabía la idea de la huida, la huida a cualquier lado que estuviese lejos, a estas horas ya estarían registrando nuestra casa donde no habíamos de volver. ¿Dónde ir? Isaac me miraba y callaba, y fue ahí cuando todo pasó a mi alrededor y me di cuenta que Martaux ya era otra parte de un pasado que no habría de volver para nosotros, y Xania la de los ojos claros y la playa de blanca arena y la chatarrería y Arizoni, todo estaba muerto para nosotros como lo estaba Bormano y Serban y Yerkari que volvían a la memoria desde su suelo teñido con su sangre sin lecho de amor donde volver a besarse nunca más juntos. Lio Lin nos la había jugado bien. ¿Y el dinero? apenas teníamos unos pocos billetes en el bolsillo que no habría de servirnos para casi nada, el castillo de arena se había desplomado con una simple ola inesperada, el sueño de un futuro asegurado hecho trizas sin tiempo para recoger siquiera los añicos que había dejado. Miré a Isaac cruzándose nuestra mirada.
            - ¿Dónde vamos? - con voz asustada.
            Seguí la línea recta de asfalto con la vista y golpeé el volante con el puño.
            - No lo sé, joder, no lo sé.
            Y nos perdimos en la carretera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario