viernes, 17 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (13)



-... por fin viajé hacia lo indefinible, me perdí en la abstracción para intentar encontrarme conmigo mismo, buscando en lo recóndito. Ahí nací, fue hace años, una de esas temporadas donde todo camina en círculos sin llegar al mismo sitio, porque apenas se mueve, y fue ahí donde quizás lo encontré, en medio de la circunferencia, solo era cuestión de evitar las fronteras. Excavé donde no me atrevía porque la ausencia de color no dejaba ver, fue un salto hacia delante pensando en nada, y luego solo flotar. Hay veces donde se debe hacer lo opuesto a lo razonable, conocí los rincones explorándolos y luego los abandoné para encontrar rincones nuevos donde poder arrastrarme sin prejuicios.  Era como el humo, todo niebla, todo denso impenetrable hasta la muerte, buscar la puerta y cruzarla sin importarte el pasado que no puede alcanzarte, que intentas que no pueda alcanzarte y espíe tus movimientos. Fue un viaje extraño, desnudo, sin equipaje para ir más ligero y más desconocido hacia eso desconocido donde nos conocemos todos en nuestra parte más oscura. No es fácil, me costó, de verás, bucear dentro no es como nadar fuera, la superficie puede esconder el dolor debajo e incluso ayudarte a poder respirar, pero dentro nada puede refugiarte de las heridas que más intimidan a nuestros sentimientos y mucho menos a nuestro subconsciente disfrazado de impurezas. Al final del salto encontré la verdad, el viaje hacia lo indefinible se materializó en la concreción de la realidad realizada y temida; tal vez lo que más me dolió fueron las lágrimas, verlas caer sobre las manos abiertas e impotentes ante el miedo. Con el tiempo el dolor se asimila y acaba reciclándose en la aceptación, luego termina siendo lo que debe de ser, amor y placer.
            - Te comprendo perfectamente - le sonrió Arizoni.
            Los miré, los dos se cruzaban la mirada formando un canal mutuo e intransferible. Dejé la bandeja sobre la mesa y volví a salir para volver a entrar con la botella y el pan. Cerré la puerta, me acerqué hasta el mando a distancia y cambié el canal. Entonces me miraron y sonrieron confidencialmente. Llevaban un buen rato hablando cuando había llegado a casa. Isaac y Arizoni seguían la conversación, cambiando de temas tan rápido como el cerrar de los ojos. Desde el día en que Obnob apareció con aquella carpeta nuestra vida había cambiado, el tiempo se había vuelto más nuestro y más intenso, podíamos disponer de él libremente. Bormano encontró un tipo que llevase el camión e hiciese el trabajo mientras nosotros nos dedicábamos a mayores empresas. Muchas noches tras las luces de las bombillas se podía encontrar a Isaac escribiendo sus palabras en busca del amanecer, y muchas de ellas el amanecer le encontraba sobre el banco verde con los ojos cansados y las páginas desvirgadas por su pluma.
            Acarició la piedra de su precioso mechero y encendió el porro, lentamente, alargando la llama sobre la punta del papel de arroz, le dio un par de caladas fuertes, apurando, y lo pasó a Arizoni.
            - Es bueno - comentó Arizoni.
            - Sí, de primera calidad -y sonrió.
            Por la pantalla cuadrada emitían anuncios de colonias, la Navidad comenzaba a aparecer por adelantado desde su mundo de publicidad y luces de neón, la misma Navidad que llegó el año anterior en su misma forma y en su misma corrupción. Papa Noel anunciaba coca-cola y los renos volaban por el cielo multicolor. Cambié de canal.
            - Eh, Marcel, toma.
            Arizoni me pasó el porro mientras metía el tenedor en la boca; lo cogí y masticando un trozo de pollo aspiré fuertemente el humo dejando un extraño sabor a la carne masticada, la tragué y le di otra calada haciendo enrojecer la ceniza que caía muerta sobre mi plato, por suerte a un lado de las pechugas. Bormano, excepcionalmente, había abandonado la casa junto a Serban y Yerkari diciendo que se marchaban a un bar a “desentumecer la pierna”. Fuera hacía frío y llovía.
            - ¿No has quedado con Xania?
            Miré el reloj, eran las nueve de la noche.
            - Sí, dentro de una hora, a las diez.
            Seguí comiendo la carne. Isaac estaba leyendo algo, era algo relacionado con las pelotas de goma, ya lo había oído, ahora vendría la explicación del por qué de los botes verticales. Apuré el último bocado y me levanté mientras iba recogiendo los cubiertos, la botella, el pan, de la mesa; la limpié y desaparecí por la puerta en busca de la ducha. Arizoni e Isaac apenas miraron al oír la puerta.
            Cerré los ojos e imaginé una habitación conde siempre estuviese lloviendo, ininterrumpidamente, con esas gotas finas y calientes que parecen pequeños pinchazos de alfiler. Busqué la esponja y el jabón y enjaboné mi cuerpo llenándolo de espuma blanca. Era una habitación totalmente de cristal, suspendida en el vacío, rodeada del azul del cielo.



            - No te lo he dicho nunca pero el frío me da miedo.
            - Entonces no te gustará el invierno.
            - No, no es eso, el invierno me gusta pero cuando no tengo frío; la lluvia, la nieve, los árboles desnudos, todo eso me gusta, solo que tengo que tener calor, llevar mucha ropa, verlo desde un cristal; lo que realmente me asusta es el frío en la oscuridad.
            Dentro de la cama no hacía frío, el peso de una manta y el calor humano producía una agradable temperatura que infundía tranquilidad y relajación.
            - ¿Y por qué te asusta el frío?
            El silencio se apoderó del momento durante un segundo o dos, luego se rompió.
            - Porque me recuerda a mi padre. A veces solía abrir las ventanas del salón para que entrase el aire, decía que le gustaba, entonces se sentaba con su botella en el sofá y veía la televisión; el problema es que también lo hacía en invierno y el salón se quedaba frío. Yo estaba sentada en una silla y también miraba la televisión, fijamente, para no verle e intentar olvidarme del frío, y como nunca lo conseguía me marchaba a mi habitación y encendía la luz, todas las luces.
            La habitación permanecía iluminada, siempre estaba iluminada; ahora sabía por qué siempre hacíamos el amor con la luz encendida, le espantaban las viejos fantasmas de la infancia. Le acaricié el pecho izquierdo suavemente y me la imaginé como una niña asustada y con frió en una silla mirando obsesivamente una pequeña pantalla en blanco y negro, como si todo lo que podría esperar en la vida proviniese de aquella pantalla.
            - ¿Qué hemos hecho de la vida? - murmuró con voz susurrante.
            - ¿Qué?
            - Se supone que existe el progreso y todavía tengo miedo del frío porque mi padre habría las ventanas; eso no es progreso. ¿Qué derecho tenía él a hacerme esto? Hablan de progreso y todavía no hemos conseguido ser felices.
            Le miré.
            - ¿No eres feliz? - pregunté.
            Y sin dejar de mirar el techo respondió “quien sea feliz que se esconda debajo de alguna piedra porque como alguien se entere seguro que lo matan”.
            No supe qué contestar, las palabras fallaron, quise encontrarlas pero solo se me ocurrió el silencio, no podía entender lo que decía. Finalmente algo apareció por mi mente.
            - Entonces... ¿Por qué estas conmigo?
            - Porque me recuerdas la felicidad - y sonrió acariciándome la mejilla como aquel que acaricia la sonrisa.
            Solo era un reflejo, todo lo que podía sentir de la felicidad solo era su reflejo a través de mí. Me sentí como un espejo, o por lo menos como me sentiría si fuese un espejo, y en ese momento lo era. Sentí pena, una gran compasión por ella, y sobre todo impotencia; parte de su felicidad, para mí toda, era incumbencia mía y no conseguía sino un reflejo. Recordé algo sobre sombras y fuegos en una caverna y maldije el nombre de Platón. Le besé los labios, buscando darle esa felicidad que reclamaban, pero sus labios estaban un poco fríos, y no respondieron a mi proposición.
            - Marcel...
            - ¿Sí?
            - Mañana tengo que trabajar; no te lo diría si no tuviese que levantarme a las ocho de la mañana. Lo siento.
            - Perdona, no me acordaba. Da igual, además ya es bastante tarde. ¿Apago la luz?
            - Como quieras...
            Recordé lo que había dicho sobre la oscuridad y dudé sobre apagarla o no. Decidí apagarla. Antes de apretar e interruptor miré la hora del despertador, marcaban las dos menos cuarto; cuando apagase la luz dormiría y al despertarme me encontraría solo en esta misma cama y pensaría en ella. Apagué la luz y en la oscuridad sentí cómo su cuerpo abrazaba el mío y su cabeza descansaba en mi pecho.



            Las bolas volvían a correr locas en todas las direcciones, la bola blanca había salido potente desde el taco chocando estrepitosamente contra las otras, aunque sin suerte. El humo se condensaba sobre la mesa a impulsos de bocanadas, exhalando los últimos alientos para volver a recobrar otros nuevos. Isaac observó la disposición de las bolas y decidió atacarlas, se agachó, tanteó la distancia y de un certero disparo la blanca chocó con la verde y ésta dando en la banda larga entró en el agujero opuesto. Isaac se irguió y sonrió como en las grandes ocasiones mientras lamía el taco con los dedos, observando el rostro de los presentes, volviendo a buscar con la mirada el cigarrillo al lado de la mesa en su afán de fumar otra calada antes de volver sobre las bolas en busca de trayectorias inverosímiles que pueden ser convertidas en realidad.
            - Es la tercera vez que salgo a la calle en un mes.
            - No te quejes y ten cuidado de la pierna, ponla sobre la silla.
            - Soy el maldito esclavo de un trozo de escayola.
            - Tómatelo con calma, Bormano; que solo te quedan cuatro meses más - dijo Isaac sin ni siquiera levantar la cabeza de la mesa verde dispuesto a enlazar su tercer acierto seguido.
            La Navidad se estaba acercando peligrosamente hacia nosotros sin poder evitarlo. Mientras, Lio Lin se desesperaba viendo cómo en la mesa solo estaban quedando sus bolas. Estábamos los cuatro en aquel bar donde solíamos tomar unas cañas algunas tardes, o en esas noches donde la tranquilidad ocupaba el tiempo. Isaac había vuelto a ganarle la partida a Lio, que resignado se sentaba a nuestro lado en la mesa y tomaba otro sorbo de su café solo. Los cuatro nos mirábamos y sonreíamos. Lio Lin se colocó bien las gafas, luego aclaró la voz y Bormano asintió con la cabeza; sobraban las palabras, de sobra sabíamos todos lo que iba a decir, sin embargo lo dijo y brindamos por ello. La bola comenzaba a rodar y a agrandarse, solo era cuestión de tiempo y de saber dirigirla hacia donde más nieve hubiese, todos íbamos ahora en el mismo barco, solo que en posiciones distintas. Bormano intentó encontrar la postura más adecuada para apoyar la escayola totalmente engrafitada sin éxito, desistió del intento y apuró el trago.
            Por lo visto se estaba a la espera de cerrar un trato con unos tipos extranjeros, unos chinos que había conocido Lio con los que había que tener cuidado; tipos de cierta importancia con los que debía haber negocios futuros; ellos pasaban la frontera y nosotros haríamos la distribución. Era una operación arriesgada, casi todo nuestro capital iría en ella, y si todo marchaba positivamente multiplicaríamos las ganancias. Aquello sonó a mucho dinero. Por eso era necesario más dinero y más personas con las cuales poder contar. Pedimos otra ronda y volvimos a brindar por la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario