viernes, 10 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (8)



Había sido un día con suerte, nos habíamos encontrado con una fábrica que tenía que quitar una cantidad ingente de metal no sé exactamente por qué causa, el caso que llevábamos todo el día yendo y viniendo cono el camión y todavía quedaba más para el día siguiente. Volvíamos a casa por la carretera que bordeaba la playa, observando cómo el sol iba cayendo lentamente hacia el mar; todavía lucía majestuoso, pero con menos intensidad. Isaac miró el mar, y con un rasgo característico de sus dedos rasgó la piedra de su mechero y lo encendió. El humo denso comenzó a esparcirse por la colina escapándose por la ventanilla derecha en busca de más espacio donde expandirse libremente. Sonrió. Volvió a sonreír con una mayor sonrisa y aspiró el humo quemando la punta del porro. Me lo pasó y le di un par de caladas devolviéndoselo. Parecía feliz. Me recordó a la noche que lo conocí, cuando aún no sabía de él más que lo que Bormano y otros me habían hablado, cómo acariciaba el palo y la suavidad que invertía en ello y la fuerza con que pegaba a las bolas; viéndole jugar un psicoanalista podría darse fácilmente cuenta de la simbología que encerraba ese acto, cómo el taco era una representación de su miembro viril y el gesto de acariciarlo representaba la masturbación deseada pero encubierta detrás de ese acto ingenuo pero socialmente permitido, de ahí el placer que con ello experimentaba. El billar como acto de masturbación encubierta. Y tal vez fuese eso por lo que aquella vez tenía aquella sonrisa que yo recordaba tan propia y que ahora me resultaba tan extraña fuera de la mesa verde. Volvió a pasarme el porro, le volví a dar un par de toques y se lo devolví. La carretera se perdía entre las curvas que bordeaban el mar e Isaac seguía mirando lo dolorosamente azul que era, tan azul que parecía ser la esencia de ese color frío y primario.
            - Hoy duele mirar el mar.
            - Sí.
            - Nunca lo he visto tan azul.
            - Es posible - musité girando el volante.
            - Es extraño verlo tan intenso, es como si de un momento a otro se fuese a revelar y se levantara, o solamente decidiera irse y desaparecería. ¿Por qué estará hoy tan azul?
            - ¿Crees que el billar es como la masturbación? - le pregunté pensativo.
            - ¿Me preguntas que si pelársela es igual que jugar al billar?
            - Sí.
            Le veía pensar, buscaba la respuesta a la pregunta. Miró el mar, miró el humo y me miró a mí.
            - ¡Joder, tío! ¿Qué pregunta es esa? Yo creo que se parece, para realizar las dos se necesita cierto arte. Pero muchas veces el billar es mucho mejor, porque al fin y al cabo lo uno puede ser mecánico y para lo otro se necesita más habilidad. De todas formas al final todo se reduce a un juego de manos - y se rió de su ingenioso juego de palabras - ¿Por qué me preguntas eso?
            - Por nada. Era una pregunta como otra cualquiera; hay ciertas cosas que a veces tienen relación entre sí y no nos damos cuenta, y el billar era una de ellas.
            Isaac volvió la mirada al mar y murmuró “azul”.
            El mar era el símbolo de algo que Isaac siempre buscaba y nunca encontraría. Para él, el mar encerraba más misterios de los que se podrían pensar; el color, el tono, la luz, su voz, el mar cambiado y cambiante hacedor de leyendas y demoledor de otras era el misterio deseado y tenido del futuro incierto que anhelaba conocer. Isaac miraba y solo llegaba a decir “azul” porque era lo único que sabía de él, le dolía enormemente la belleza de su incomprensión y sabía perfectamente que así como uno puede enamorarse y amar a una mujer solo por su belleza, así también podría amar el misterio que encerraba aquel color azul.



            Serban besaba a Yerkari mientras en  la televisión Silvestre caía desde el ático de un edificio cuando intentaba, esta vez por fin, comerse el canario. Silvestre caía y alguien decía “pobre lindo gatito”. Serban seguía besando a Yerkari y yo los miraba. Resultaba extraño ver a dos hombre besarse en el mismo sofá donde yo estaba. sin embargo los envidiaba. Veía que en aquellos besos, suaves, cortos, llenos de amor, había algo más que lo que yo recibía de Xania. Se levantaron y se fueron y yo me quedé con Silvestre aplastado contra el suelo. Pobre Silvestre. Sabía que estaban en su habitación, los imaginaba como aquel día que abrí la puerta por descuido, uno al lado del otro, desnudos, entre las sábanas, jadeando y besándose, lamiéndose, sudando. Silvestre se levantaba y volvía a subir por la escalera de incendios con un martillo en una de sus garras, llegaba hasta la jaula donde dormía el canario y esta vez sí, se lo comería. Pero en el último momento, como siempre, el gato caía inexorablemente al vacío mientras alguien decía “pobre lindo gatito”. En lo más íntimo de mi ser tenía dudas sobre Xania; existía algo, un sentimiento infundado probablemente, algún recuerdo mal reciclado, que me hacía dudar sobre mi relación con Xania. En el fuero más interno tenía la certeza de que faltaba un nexo de unión importante entre los dos, aunque no sabía cual podía ser. Pero yo la quería, o por lo menos la estaba empezando a querer; la necesitaba cerca, irremisiblemente, no podía estar mucho tiempo lejos de ella y encontrarme con mi soledad cara a cara. Xania también me quería; su forma de mirarme lo demostraba, una mirada expresa ese sentimiento perfectamente. Ahora Serban y Yerkari estarían mirándose, mirando el techo, como el de todas las habitaciones de la casa, y en el silencio de las sábanas revueltas las manos juntas se dirían te quiero calladamente. Silvestre, cual ave Fenix, se había vuelto a levantar desde el suelo y ahora subía por la pared agarrándose a una cuerda. Subía rápido y con ambición hacia su presa, esta vez nadie lo pararía. Pero en el último momento el canario sacaba unas enormes tijeras y cortaba la cuerda, y como siempre, el gato caía inexorablemente al vacío mientras alguien decía “pobre lindo gatito”. Xania se había colado en mi cabeza. Xania, la de los ojos verdes y las curvas perfectas de las caderas, suave vaivén, que entrelazaba mi pensamiento a su cama y a su cuerpo de inocencia violada, no dejaba en paz mi paz ni mi presente en la dulce espera del que ya no espera nada. Silvestre se ha ido y han venido Tom y Jerry. Pobres gatos. También han venido Serban y Yerkari, me han mirado y me han sonreído como aquel que no sabe nada. Yo también les he sonreído. Se han sentado y me han preguntado por los dibujos animados. Todavía no se han soltado de la mano.
           



            - Buscar en el interior la propia esencia de cada uno implica un autosacrificio muy importante, donde la constancia y sobre todo la voluntad de uno mismo son el factor primordial para la consecución de dicho conocimiento. Muchas religiones basan sus dogmas en ese conocimiento y toda ética personal debería llevar implícito esta exigencia como la máxima expresión del yo personal. La esencia individual constituye el núcleo atómico y separado que conforma la globalidad de la sociedad. Mediante el arte busco mi propia esencia, en el interior de los sentimientos que impulsan mi obra creadora ahondo con el fin de alcanzar mi pureza, la pureza que persigo en mis actos y sobre todo en mi modo de pensar. He recorrido camino en esta búsqueda inacabable que es la vida pretendiendo lograrlo, y cuanto más lo busco y más camino recorro creo llegar a la conclusión de que tal vez, y solo entonces, al final del camino, conoceré mi presencia esencial.
            Isaac miraba sentado al borde de la playa las estrellas de la noche. El mar permanecía calmado a sus pies y lejos, en el aire, se olía la música proveniente del bar más cercano, que se escapaba por la ventana abierta. Mi boca apuraba la última cerveza que había visitado mis manos mientras sentía sobre mi cara la brisa nocturna.
            - ¿No entramos dentro? - pregunté murmurando.
            - - Espera un momento, ahora vamos - dijo en un tono bajo, como venido desde muy lejos para llegar a sus labios.
            - Dentro nos esperan - insistí.
            - Ve tú si quieres - contestó mudo con la mirada.
            Me senté.
            Isaac seguía mirando el mar, ni siquiera había hecho el más mínimo gesto al hablarme. Buscó con las manos en los bolsillos algo pequeño, encontró la piedra marrón y comenzó a quemarla. Tras unos pocos minutos trabajando en ello acabó el porro  y lo encendió. Algo raía su cabeza supurándole la tranquilidad. Las olas volvían y volvían y nadie las quería, y luego se marchaban dejando a Isaac donde estaba.
            - ¿Para qué te voy a engañar? Me siento solo, todos tenéis a alguien, Bormano anda ahí con Leslia, tu con Xania, Serban a Yerkari...
            - ¿Tú sabías lo suyo? - pregunté exclamando ante la naturalidad con lo que lo decía - lo podrías haber dicho y no hubiese sido necesario haberme dado cuenta de la forma en que lo hice.
            - Tú también lo sabías y no dijiste nada, a nadie le importa la vida de los otros. A mí no me espera nadie ahí dentro. ¿Para qué voy a tener prisa en entrar?
            Me pasó el porro y le di unas cuantas caladas aspirando fuertemente el humo denso que desprendía. Algunos granos de arena se colaban dentro de las zapatillas y producían un roce incómodo.
            - ¿Nunca has tenido la impresión de que podrías enamorarte de una persona solo por la belleza que irradia? No tiene por qué ser muy guapa, ni muy inteligente, ni muy buena, tiene que ser algo diferente; la forma de mirar, de moverse, de sonreír. Cuando necesitas a alguien cerca y no lo tienes, y un día tú me dijiste que necesitabas a Xania, digo que cuando no lo tienes no es difícil que tu subconsciente busque por ti la solución de la necesidad y se fije en ciertas personas que en otra situación no lo haría, o por lo menos no tan apremiantemente. Entonces te das cuenta que sería fácil amarla y dejar ser amado y lo solo que se encuentra una persona sin nada de eso. Me pasa a veces, hablas con alguien durante unas horas, o una noche y piensas en la conexión que hay entre los dos y cómo podría ser un amigo y cómo las circunstancias existentes te impiden esa relación; cómo apuras los minutos porque sabes que después no quedará nada. Lo mismo sucede cuando estás con una persona que te atrae y sabes que todo desaparecerá en un momento. Puede ser falta de amor, no lo sé, solo sé que luego te quedas pensando que hay algo injusto en todo esto y no le encuentras ninguna explicación. La vida no es justa, aunque supongo que no soy el único que opina lo mismo. ¿Ves el mechero? ¿Sabes por qué lo llevo siempre? Un día me lo preguntaste y te dije que era una larga historia. Me lo regaló una de esas chicas que te encuentras, con las que tienes conexión inmediata pero sabes que las circunstancias no te dejarán nunca. Sin embargo aquello duró más de lo que uno podía pensar en un primer momento. Acabé enamorado de esa chica, lo cual me reafirma en mi opinión de que uno puede enamorarse de una persona que sabe que le puede enamorar si le das un poco de tiempo. Era una chica preciosa, de esas chicas que da miedo mirar fijamente a los ojos porque antes de que te quieras dar cuenta ya solo puedes mirar sus ojos que te dominan completamente. Pero las circunstancias, que pude evitarlas pero que sabía que no podría esquivarlas, llegaron todas de repente y la chica se fue para no volver a ver más. Poco antes de marcharse me dio este mechero y por eso lo llevo siempre. Para mí, aunque duró poco tiempo, significó mucho y fue lo único que me traje de Mazur, porque todo lo demás me sobraba, no le debía nada a esa ciudad.
            Alguien estaba detrás nuestro. Era Bormano, que sin darnos cuenta y sin saber cuando había llegado permanecía callado y nos miraba, sobre todo a Isaac.
            - Vamos Pinkel, estamos todos dentro esperando a que aparezcáis, nos vamos a otro sitio. Además, aquí hace frío, este viento pega más fuerte de lo que parece. Vamos dentro y nos liamos más porros. Y tu Marcel, que tienes una mujer preguntado por el miembro del miembro que más le gusta, aparece pronto que si no busca otro, y seguro que lo encuentra. ¡Todos dentro!
            Y dicho esto nos levantó agarrándonos a cada uno con una mano y nos puso en pie. Nos limpiamos un poco la arena y entramos, dejando fuera al mar con su brisa y su arena, y del bar nos fuimos a otros muchos más hasta que el sol salió puntual a su cita y nos avisó de que el sueño estaba esperando su turno desde hacía horas.
            Nunca había visto tan fugaz a Isaac, aquella noche fue una sombra de su propia sombra, más cetrino que la ceniza más triste y más amarga. La inmensa paz del que no espera nada no era la paz de Isaac, buscando en el recuerdo compañía a su soledad solo conseguía sentirse más solo y darse mejor cuenta de ello, porque realmente sabía que en el fondo de todo él estaba solo y esperaba compañía, como todos, para sentirse más feliz, un poco más feliz, y un poco más afortunado. En un trozo de metal plateado parecía encerrar todo lo positivo de su pasado tan cercano y tan perdido que ahora recordaba para herirse de nuevo con la memoria, en la memoria, paulatinamente más difusa y más idealizada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario