Había sido un día con
suerte, nos habíamos encontrado con una fábrica que tenía que quitar una
cantidad ingente de metal no sé exactamente por qué causa, el caso que
llevábamos todo el día yendo y viniendo cono el camión y todavía quedaba más
para el día siguiente. Volvíamos a casa por la carretera que bordeaba la playa,
observando cómo el sol iba cayendo lentamente hacia el mar; todavía lucía
majestuoso, pero con menos intensidad. Isaac miró el mar, y con un rasgo
característico de sus dedos rasgó la piedra de su mechero y lo encendió. El
humo denso comenzó a esparcirse por la colina escapándose por la ventanilla
derecha en busca de más espacio donde expandirse libremente. Sonrió. Volvió a
sonreír con una mayor sonrisa y aspiró el humo quemando la punta del porro. Me
lo pasó y le di un par de caladas devolviéndoselo. Parecía feliz. Me recordó a
la noche que lo conocí, cuando aún no sabía de él más que lo que Bormano y
otros me habían hablado, cómo acariciaba el palo y la suavidad que invertía en
ello y la fuerza con que pegaba a las bolas; viéndole jugar un psicoanalista
podría darse fácilmente cuenta de la simbología que encerraba ese acto, cómo el
taco era una representación de su miembro viril y el gesto de acariciarlo
representaba la masturbación deseada pero encubierta detrás de ese acto ingenuo
pero socialmente permitido, de ahí el placer que con ello experimentaba. El
billar como acto de masturbación encubierta. Y tal vez fuese eso por lo que aquella
vez tenía aquella sonrisa que yo recordaba tan propia y que ahora me resultaba
tan extraña fuera de la mesa verde. Volvió a pasarme el porro, le volví a dar
un par de toques y se lo devolví. La carretera se perdía entre las curvas que
bordeaban el mar e Isaac seguía mirando lo dolorosamente azul que era, tan azul
que parecía ser la esencia de ese color frío y primario.
- Hoy duele mirar el mar.
- Sí.
- Nunca lo he visto tan azul.
- Es posible - musité girando el volante.
- Es extraño verlo tan intenso, es como si de un momento
a otro se fuese a revelar y se levantara, o solamente decidiera irse y
desaparecería. ¿Por qué estará hoy tan azul?
- ¿Crees que el billar es como la masturbación? - le
pregunté pensativo.
- ¿Me preguntas que si pelársela es igual que jugar al
billar?
- Sí.
Le veía pensar, buscaba la respuesta a la pregunta. Miró
el mar, miró el humo y me miró a mí.
- ¡Joder, tío! ¿Qué pregunta es esa? Yo creo que se
parece, para realizar las dos se necesita cierto arte. Pero muchas veces el
billar es mucho mejor, porque al fin y al cabo lo uno puede ser mecánico y para
lo otro se necesita más habilidad. De todas formas al final todo se reduce a un
juego de manos - y se rió de su ingenioso juego de palabras - ¿Por qué me
preguntas eso?
- Por nada. Era una pregunta como otra cualquiera; hay
ciertas cosas que a veces tienen relación entre sí y no nos damos cuenta, y el
billar era una de ellas.
Isaac volvió la mirada al mar y murmuró “azul”.
El mar era el símbolo de algo que Isaac siempre buscaba y
nunca encontraría. Para él, el mar encerraba más misterios de los que se
podrían pensar; el color, el tono, la luz, su voz, el mar cambiado y cambiante
hacedor de leyendas y demoledor de otras era el misterio deseado y tenido del
futuro incierto que anhelaba conocer. Isaac miraba y solo llegaba a decir
“azul” porque era lo único que sabía de él, le dolía enormemente la belleza de
su incomprensión y sabía perfectamente que así como uno puede enamorarse y amar
a una mujer solo por su belleza, así también podría amar el misterio que
encerraba aquel color azul.
Serban besaba a Yerkari mientras en la televisión Silvestre caía desde el ático
de un edificio cuando intentaba, esta vez por fin, comerse el canario.
Silvestre caía y alguien decía “pobre lindo gatito”. Serban seguía besando a
Yerkari y yo los miraba. Resultaba extraño ver a dos hombre besarse en el mismo
sofá donde yo estaba. sin embargo los envidiaba. Veía que en aquellos besos,
suaves, cortos, llenos de amor, había algo más que lo que yo recibía de Xania.
Se levantaron y se fueron y yo me quedé con Silvestre aplastado contra el
suelo. Pobre Silvestre. Sabía que estaban en su habitación, los imaginaba como
aquel día que abrí la puerta por descuido, uno al lado del otro, desnudos,
entre las sábanas, jadeando y besándose, lamiéndose, sudando. Silvestre se
levantaba y volvía a subir por la escalera de incendios con un martillo en una
de sus garras, llegaba hasta la jaula donde dormía el canario y esta vez sí, se
lo comería. Pero en el último momento, como siempre, el gato caía
inexorablemente al vacío mientras alguien decía “pobre lindo gatito”. En lo más
íntimo de mi ser tenía dudas sobre Xania; existía algo, un sentimiento
infundado probablemente, algún recuerdo mal reciclado, que me hacía dudar sobre
mi relación con Xania. En el fuero más interno tenía la certeza de que faltaba
un nexo de unión importante entre los dos, aunque no sabía cual podía ser. Pero
yo la quería, o por lo menos la estaba empezando a querer; la necesitaba cerca,
irremisiblemente, no podía estar mucho tiempo lejos de ella y encontrarme con
mi soledad cara a cara. Xania también me quería; su forma de mirarme lo
demostraba, una mirada expresa ese sentimiento perfectamente. Ahora Serban y
Yerkari estarían mirándose, mirando el techo, como el de todas las habitaciones
de la casa, y en el silencio de las sábanas revueltas las manos juntas se
dirían te quiero calladamente. Silvestre, cual ave Fenix, se había vuelto a
levantar desde el suelo y ahora subía por la pared agarrándose a una cuerda.
Subía rápido y con ambición hacia su presa, esta vez nadie lo pararía. Pero en
el último momento el canario sacaba unas enormes tijeras y cortaba la cuerda, y
como siempre, el gato caía inexorablemente al vacío mientras alguien decía
“pobre lindo gatito”. Xania se había colado en mi cabeza. Xania, la de los ojos
verdes y las curvas perfectas de las caderas, suave vaivén, que entrelazaba mi
pensamiento a su cama y a su cuerpo de inocencia violada, no dejaba en paz mi
paz ni mi presente en la dulce espera del que ya no espera nada. Silvestre se
ha ido y han venido Tom y Jerry. Pobres gatos. También han venido Serban y
Yerkari, me han mirado y me han sonreído como aquel que no sabe nada. Yo
también les he sonreído. Se han sentado y me han preguntado por los dibujos
animados. Todavía no se han soltado de la mano.
- Buscar en el interior la propia esencia de cada uno
implica un autosacrificio muy importante, donde la constancia y sobre todo la
voluntad de uno mismo son el factor primordial para la consecución de dicho
conocimiento. Muchas religiones basan sus dogmas en ese conocimiento y toda
ética personal debería llevar implícito esta exigencia como la máxima expresión
del yo personal. La esencia individual constituye el núcleo atómico y separado
que conforma la globalidad de la sociedad. Mediante el arte busco mi propia
esencia, en el interior de los sentimientos que impulsan mi obra creadora
ahondo con el fin de alcanzar mi pureza, la pureza que persigo en mis actos y
sobre todo en mi modo de pensar. He recorrido camino en esta búsqueda
inacabable que es la vida pretendiendo lograrlo, y cuanto más lo busco y más
camino recorro creo llegar a la conclusión de que tal vez, y solo entonces, al
final del camino, conoceré mi presencia esencial.
Isaac miraba sentado al borde de la playa las estrellas
de la noche. El mar permanecía calmado a sus pies y lejos, en el aire, se olía
la música proveniente del bar más cercano, que se escapaba por la ventana
abierta. Mi boca apuraba la última cerveza que había visitado mis manos
mientras sentía sobre mi cara la brisa nocturna.
- ¿No entramos dentro? - pregunté murmurando.
- - Espera un momento, ahora vamos - dijo en un tono
bajo, como venido desde muy lejos para llegar a sus labios.
- Dentro nos esperan - insistí.
- Ve tú si quieres - contestó mudo con la mirada.
Me senté.
Isaac seguía mirando el mar, ni siquiera había hecho el
más mínimo gesto al hablarme. Buscó con las manos en los bolsillos algo
pequeño, encontró la piedra marrón y comenzó a quemarla. Tras unos pocos
minutos trabajando en ello acabó el porro
y lo encendió. Algo raía su cabeza supurándole la tranquilidad. Las olas
volvían y volvían y nadie las quería, y luego se marchaban dejando a Isaac
donde estaba.
- ¿Para qué te voy a engañar? Me siento solo, todos
tenéis a alguien, Bormano anda ahí con Leslia, tu con Xania, Serban a
Yerkari...
- ¿Tú sabías lo suyo? - pregunté exclamando ante la
naturalidad con lo que lo decía - lo podrías haber dicho y no hubiese sido
necesario haberme dado cuenta de la forma en que lo hice.
- Tú también lo sabías y no dijiste nada, a nadie le
importa la vida de los otros. A mí no me espera nadie ahí dentro. ¿Para qué voy
a tener prisa en entrar?
Me pasó el porro y le di unas cuantas caladas aspirando
fuertemente el humo denso que desprendía. Algunos granos de arena se colaban
dentro de las zapatillas y producían un roce incómodo.
- ¿Nunca has tenido la impresión de que podrías
enamorarte de una persona solo por la belleza que irradia? No tiene por qué ser
muy guapa, ni muy inteligente, ni muy buena, tiene que ser algo diferente; la
forma de mirar, de moverse, de sonreír. Cuando necesitas a alguien cerca y no
lo tienes, y un día tú me dijiste que necesitabas a Xania, digo que cuando no
lo tienes no es difícil que tu subconsciente busque por ti la solución de la
necesidad y se fije en ciertas personas que en otra situación no lo haría, o
por lo menos no tan apremiantemente. Entonces te das cuenta que sería fácil
amarla y dejar ser amado y lo solo que se encuentra una persona sin nada de
eso. Me pasa a veces, hablas con alguien durante unas horas, o una noche y
piensas en la conexión que hay entre los dos y cómo podría ser un amigo y cómo
las circunstancias existentes te impiden esa relación; cómo apuras los minutos
porque sabes que después no quedará nada. Lo mismo sucede cuando estás con una
persona que te atrae y sabes que todo desaparecerá en un momento. Puede ser
falta de amor, no lo sé, solo sé que luego te quedas pensando que hay algo
injusto en todo esto y no le encuentras ninguna explicación. La vida no es
justa, aunque supongo que no soy el único que opina lo mismo. ¿Ves el mechero?
¿Sabes por qué lo llevo siempre? Un día me lo preguntaste y te dije que era una
larga historia. Me lo regaló una de esas chicas que te encuentras, con las que
tienes conexión inmediata pero sabes que las circunstancias no te dejarán
nunca. Sin embargo aquello duró más de lo que uno podía pensar en un primer
momento. Acabé enamorado de esa chica, lo cual me reafirma en mi opinión de que
uno puede enamorarse de una persona que sabe que le puede enamorar si le das un
poco de tiempo. Era una chica preciosa, de esas chicas que da miedo mirar
fijamente a los ojos porque antes de que te quieras dar cuenta ya solo puedes
mirar sus ojos que te dominan completamente. Pero las circunstancias, que pude
evitarlas pero que sabía que no podría esquivarlas, llegaron todas de repente y
la chica se fue para no volver a ver más. Poco antes de marcharse me dio este
mechero y por eso lo llevo siempre. Para mí, aunque duró poco tiempo, significó
mucho y fue lo único que me traje de Mazur, porque todo lo demás me sobraba, no
le debía nada a esa ciudad.
Alguien estaba detrás nuestro. Era Bormano, que sin
darnos cuenta y sin saber cuando había llegado permanecía callado y nos miraba,
sobre todo a Isaac.
- Vamos Pinkel, estamos todos dentro esperando a que
aparezcáis, nos vamos a otro sitio. Además, aquí hace frío, este viento pega
más fuerte de lo que parece. Vamos dentro y nos liamos más porros. Y tu Marcel,
que tienes una mujer preguntado por el miembro del miembro que más le gusta,
aparece pronto que si no busca otro, y seguro que lo encuentra. ¡Todos dentro!
Y dicho esto nos levantó agarrándonos a cada uno con una
mano y nos puso en pie. Nos limpiamos un poco la arena y entramos, dejando
fuera al mar con su brisa y su arena, y del bar nos fuimos a otros muchos más
hasta que el sol salió puntual a su cita y nos avisó de que el sueño estaba
esperando su turno desde hacía horas.
Nunca había visto tan fugaz a Isaac, aquella noche fue
una sombra de su propia sombra, más cetrino que la ceniza más triste y más
amarga. La inmensa paz del que no espera nada no era la paz de Isaac, buscando
en el recuerdo compañía a su soledad solo conseguía sentirse más solo y darse
mejor cuenta de ello, porque realmente sabía que en el fondo de todo él estaba
solo y esperaba compañía, como todos, para sentirse más feliz, un poco más
feliz, y un poco más afortunado. En un trozo de metal plateado parecía encerrar
todo lo positivo de su pasado tan cercano y tan perdido que ahora recordaba
para herirse de nuevo con la memoria, en la memoria, paulatinamente más difusa
y más idealizada.
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