Un día conté el poco dinero
que tenía ahorrado y tomé la decisión, llevaba tiempo rondando la idea y
finalmente lo decidí. Era un buen día de cielo azul, nos montamos Isaac y yo en
el coche de Bormano y junto con él nos fuimos a una casa de las afueras donde
vivía un tipo que conocía Bormano de hacía algún tiempo. Nos llevó detrás de la
casa, una gran casa sucia de ladrillo barato hecha hace años, y allí tenía el
coche. Era un coche desgastado pero por lo que dijo Bormano en buen uso. La
chapa había perdido su brillo original y la tapicería un poco agujereada tenía
un poco de polvo. Pero era bonita; gris, de cuero viejo, donde los años habían
dejado su huella. Rusko, que así se llamaba el tipo, me dio las llaves y fuimos
a dar una vuelta para probarlo. El motor sonaba bien. Buscamos la playa y hacía
allí nos dirigimos. En la playa los primeros días de cierto calor habían hecho
asomar a los bañistas más atrevidos que se afanaban por probar el agua aún
fría. La arena estaba limpia y suave. Paramos el coche y nos metimos en “El
rincón del percebe”, una tasca que ya llevaba mucho tiempo, no como los nuevos
pubs de metal y luz, sino de madera vieja y música baja. Pedimos cuatro
cervezas.
- Parece que ha llegado la primavera.
- Una más.
- ¿Y el coche qué te parece? - preguntó Rusko.
- Creo que va bastante bien - le contesté.
- Le cambié el motor hace poco y tiene la caja nueva.
Bormano asintió corroborando que era cierto.
- ¿Y tú por qué no lo quieres?
Me miró, sonrió en un gesto confidente y dijo que ya
tenía fichado otro. Bebimos las cervezas. Miramos la playa por última vez y nos
marchamos en el coche. Volvimos a casa de Rusko, le pagué, nos estrechamos las
manos y fuimos.
Desde aquel día tuve coche. Era un buen coche, fue un
buen coche. A veces lo cogía y me perdía entre las carreteras, buscando con la
mente a Xania. Me perdía por las carreteras y con ella me encontraba, lejos del
momento y lejos del presente. Solo la había visto en aquella ocasión. Llegaron
los días de verde y las noches templadas. Mazur fue volviéndose un recuerdo
borroso donde apenas la niebla dejaba ver sombras del pasado, donde una vez
nací y donde había crecido y de donde me marché buscando futuro.
Llegó Abril. Y tan rápido como había venido la chatarra
se fue. No quedaba, simplemente. Isaac rascaba la piedra del mechero, encendía
el porro y suspiraba. Decía - qué le vamos a hacer - y el humo se le escapaba
entre los labios al decirlo.
- Si no hay, no hay. No le des más vueltas. De todas
formas acuérdate que antes tampoco había mucha. Si no hay, no hay, y si no
llega el dinero ya lo buscaremos en otra parte. Seguro que Bormano conoce a
alguien que nos pueda dar algo. Espera un poco.
- No creas que puedo esperar mucho, después de pagar el
coche me he quedado sin dinero. Tú no tienes ese problema.
- Tranquilo, tienes casa y el coche. Tranquilo, hombre,
que de algún sitio se sacará; no te rompas la cabeza.
Y dicho esto callaba y apagaba la colilla en el cenicero.
Noche sacra. Cristo hombre paga con su vida la redención
de todos los hombres muriendo por ellos. Luna llena de Viernes Santo. Cristo
hombre clava por primera ve su rodilla sobre el adoquinado. Judas lo ha vendido
por treinta monedas y el beso de la mentira cuelga de la soga. ¿Tan poco vale
Dios?. Pedro le ha negado tres veces antes del canto del gallo y los surcos de
sus lágrimas llagan su cara. ¿Tan poco vale Dios? Pueblo elegido del
omnipresente y omnipotente. ¿Qué hacéis con vuestro señor? Pueblo esclavo en
manos del becerro de oro. ¿Qué hacéis con vuestro Dios? Pueblo de Abraham, de Isaac, de Jacob, ¿Por qué matáis
a vuestro hijo Dios? Cristo hombre clava por segunda vez su rodilla sobre el
adoquinado. El camino se acorta con los pasos andados y el pueblo expectante ve
pasar al rey del reino del más allá descalzo y herido. Mi reino no pertenece a
este mundo. Pilatos se ha lavado las manos y Barrabás cumple la sentencia de la
libertad. Corona de espinas, tres años de predicaciones y milagros no bastan,
has de morir para renacer de entre los muertos. Dios clava por tercera vez su
rodilla en el adoquinado.
Las calles casi abandonadas por los que iban a ver a Dios
morir en la cruz daban un aspecto triste al barrio. Entramos en un bar. El
camarero dejó de secar los vasos que tenía enfilados y nos miró.
- Dos cervezas.
- Ahora mismo.
El camarero se fue y volvió con las cervezas. Yerkari
sacó el dinero y pagó. Se esperaba una tarde larga. Era Viernes Santo y la luna
llena flotaba lejos de la ventana enrejada del bar. Martaux vivía intensamente
las fiestas de Semana Santa y mucha gente colaboraba en ellas, incluso personas
totalmente insospechadas cuyo conocimiento de Cristo no alcanzaba más que a
saber de él que era el nombre de las famosas galletas que anunciaban por
televisión. La fiebre religiosa se exaltaba una vez al año y hoy era el día.
Hoy la tradición enraizada en los siglos volvía a asomar la cabeza para enseñar
los dientes y demostrar que seguía viva.
- No entiendo cómo Serban puede ir todos los años a la
procesión. Lo conozco hace años y en todos ha ido. y Bormano también; siempre
que ha estado aquí en Semana Santa le ha acompañado.
- Ya sabes, la llamada de Dios.
- E Isaac, ¿Qué ha hecho?
- Se ha quedado en casa escribiendo. Decía que prefería
quedarse con la inspiración. A ese también le llama Dios.
En los rincones había cierta oscuridad, ya que sobre las
viejas mesas de madera apenas una pequeña luz cruzaba oblicuamente perdiéndose
olvidada. El billar permanecía vacío. Nos dirigimos hacia él y metimos las
monedas. Salieron las bolas con su ruido estrepitoso y Yerkari las colocó.
Entonces levanté la vista y la vi, en una de las mesas de madera del rincón,
con su minifalda roja y su jersey rojo ajustado. No era la chica de los
pensamientos de la habitación de mi cabeza, era otra, y pensé, quiero las
piernas de esa chica para hacerme un cinturón que no se suelte, y vi que sus
caderas lascivas sonreían como las de la chica del anuncio de medias, y pensé,
Dios mío, que buena está, quiero su cuerpo con sus curvas y follarla de arriba
abajo y otra vez, y quitarle lo rojo y lo de debajo que seguro que es rojo
porque me dijo que todo lo lleva a juego y luego hacerle el amor. Bajé la
mirada, cogí el palo, lo acaricié y apuntando di a la bola blanca, que
marchando ligera y más que ligera potente golpeó a las demás bolas. Las bolas
rodaron por la mesa verde y se callaron perdiéndose. Tengo que decir que nunca
meto ninguna bola cuando rompo.
- Mierda.
- Mala suerte.
Levanté la vista y les dije hola. Xania y Hammer estaban
allí, sentadas en la mesa del rincón, mirándonos. Les dije hola y me acerqué, y
entonces Yerkari las vio y se acercó también.
- ¿Lleváis mucho tiempo aquí?
- Media hora.
- ¿Y por qué no nos habéis llamado?
- Lo íbamos a hacer. Solo os estábamos observando un poco
- respondió Xania sonriendo . Mucho tiempo sin verte...
- Casi un par de meses, un suspiro.
- Oye Marcel, acabamos la partida y luego venimos.
- Bien.
Y dicho esto volvimos a las bolas. Yerkari empezó
metiendo rayadas y acertó a meter tres seguidas. Xania y Hammer observaban
desde la mesa, a veces cruzaban unas palabra y luego se reían. Mientras, al
final de la tela roja, las piernas oscilaban ligeramente y me llamaban
pronunciando mi nombre. Cristo hombre clava por primera vez su rodilla sobre el
adoquinado. Tuve una buena racha y metí otras tres bolas. Fallé la roja.
Yerkari se centraba en el juego mientras yo me centraba en la cintura de la
morena. Metió dos bolas y falló. Busqué las trayectorias adecuadas, las jugadas
más fáciles y metí otras tres. Volví a fallar la roja. Hammer sacó algo del
bolsillo y la mecha iluminó la piedra marrón. Comenzó a quemar. Yerkari no acertó
sobre la banda corta. Miré a la chica de rojo, busqué la bola bajando la mirada
y de un sencillo golpe la bola roja comenzó a caminar lenta y sin prisa,
bostezó un poco y luego se fue a dormir perdiéndose por el agujero negro.
Estaba en racha, me abalancé sobre la blanca, miré la negra, tomé aire, solté
el taco sobre la blanca y de un toque limpio y preciso la negra enderezó el
rumbo correcto y se metió diciendo adiós.
- No ha estado mal - murmuró Xania mientras nos
acercábamos a la mesa.
- No. No ha estado nada mal - le respondí.
Si naufrago en las aguas del recuerdo no digas no, que
estoy harto de las negociaciones y de los naufragios. Solo busco tu cuerpo y un
poco de calor en él. Si naufrago tírame el salvavidas, pero no a la cabeza, que
entre tanta agua puedo ahogarme y no sé nadar. Cristo hombre clava por segunda
vez su rodilla sobre el adoquinado.
Hammer me pasó el porro y comenzó a fabricar otro. Le di
un par de toques y se lo pasé a Yerkari. Éste le pegó otro par de toques y se
lo pasó a Xania. Hammer preguntó por Isaac y Yerkari sonriendo un poco más de
la cuenta le dijo que se había quedado en casa. Los demás también mostramos la
misma sonrisa y Hammer bajó la cabeza y siguió quemando.
El tiempo trajo más cervezas y fuimos haciendo poco a poco
con ellos barricada al aburrimiento. El cenicero se llenó de colillas y
nuestros pulmones de humo. Alguien sacó una bolsita y nos metimos unas filas.
Jugamos otra partida los cuatro y esta vez las bolas fueron lo de menos, verlas
moverse por la mesa ya bastaba para saber que alguna vez entrarían, lo de menos
era saber cuándo y dónde, que ese no era nuestro problema sino el suyo. La
partida se acabó y nos fuimos del bar dejándolo vacío, solo con el camarero
mirando una corrida de toros desde Quito por antena parabólica, con un toro de
seiscientos kilos de cuernos astifinos.
Las calles seguían igual de vacías que al principio.
Apenas eran las diez de la noche y el suelo ya se movía a nuestros pies.
Yerkari dijo de ir al “Trikis” y allí nos dirigimos. El “Trikis” era un antro
donde había estado un par de veces, un garito donde la gente va y viene, un
lugar de paso, uno de esos sitios oscuros donde el ambiente espeso es debido a
la artificial normalidad que existe entre la gente callada y vigilante. Le pasamos
el dinero a Yerkari y entramos. Mientras él se dirigía a un tipo escuálido de
chaqueta vaquera que estaba jugando al futbolín nosotros pillamos cuatro
cervezas. Algunos nos miraban, pero la mayoría de ellos se centraban en las
piernas de la mujer de rojo. Volvió. Nos tomamos las cervezas y en diez minutos
estábamos fuera.
- ¿Qué has cogido?
- Algo para pasar el rato.
Nos metimos un tripi entre los tres y nos marchamos por
las calles. En ese momento todos comprendimos que caminar podía ser un placer y
dejamos que los pies guiasen nuestros rumbos, perdiéndonos por las casas y las
aceras. Martaux nos acogió en su regazo y nos acunó, meciéndonos entre sus
pechos y sus caricias. Y dio la casualidad que nuestros rumbos diesen con la
gente, que fuera como si los cuerpos buscasen compañía por olvidarse de ellos
mismos y de su soledad. Y allí entre la gente, llorando clavado a una
escultura, vimos a Dios vencido. Cristo hombre clava por tercera vez su rodilla
sobre el adoquinado. Y pasó Dios y nosotros nos quedamos viéndole marchar entre
las caras de la gente.
Fue entonces, lo recuerdo muy bien, cuando Dios nos dio
la espalda y se marchó sin despedirse, Xania se volvió hacia mí y me besó,
imponiéndome la corona de espinas. Luego todo lo demás marchó muy rápido. Tomé
la cruz y subí hasta el calvario, donde Xania la clavó y me crucificó en su
cama, repartiéndose mi ropa. Busqué la muerte entre sus piernas y entre sus
labios para la nueva venida del señor, hundiéndome en su boca y en su cuerpo
preguntando a Dios por qué me había abandonado en manos ajenas. Recuerdo que
antes de morir el cielo se nubló y pude notar que alguien había puesto mi
nombre sobre la cruz en una tabla.
Mi reino no es de este mundo. Andé sobre las aguas para
venderme por treinta monedas de plata. He muerto para renacer desnudo de entre
tus brazos, madre mía, mi virgen, y dentro de ellos la última tentación de
María Magdalena se ha teñido de rojo para soyuzgarme a tu carnalidad.
Requiescam in pacem.
- ¿Qué te podría decir yo que tú no sepas? Las cosas dan
muchas vueltas en muy poco tiempo. No sé
cómo fue, solo sé que fue extraño. Hay momentos en los que las cosas
vienen y no se pueden esquivar, te explotan en la cara. Quizá solo fue el
momento y todo lo demás fue inercia. Tras las filas y los porros y los tripis
es complicado saber dónde acaba la realidad y donde empieza la ficción. ¿Qué te
podría decir yo que tú no sepas? Dios se fue y entonces llegó ella. Hammer
preguntó por ti. Sabes que hay veces que la razón se desvía y solo queda el instinto
primario. Xania me agarró por detrás y antes de mirarla ya estaba besándola, o
mejor dicho, ella me estaban besándome a mí. No sé que fue de Yerkari y de
Hammer. No sé si ellos también acabaron liándose, porque de repente solo vi
rojo y blanco y luego solo el blanco de las sábanas. Morí para volver a renacer
entre sus piernas. Y tú ¿Qué hacías?
- Escribir. Estuve escribiendo mucho tiempo. Me puse a
pensar. Todo depende de la incomprensión. Nadie puede observar la situación
desde un punto de vista ajeno al nuestro con total objetividad. ¿Te has parado
a pensar qué opinará ella de todo eso?
- Sí que lo he hecho y no lo sé. De todas formas a mí me
gustaría verla de vez en cuando. Necesito a una mujer cerca. Es la verdad, para
qué negarlo. Supongo que tú me
comprenderás...
- Supongo que te comprendo, porque yo ya he aprendido a
estar solo. Tú nunca comprenderías mi situación. Entiendo perfectamente que
necesites a una mujer, yo una vez también necesité una persona y sé lo que se
siente. De todas formas si quieres saber su opinión pregúntasela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario