martes, 7 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (6)



Un día conté el poco dinero que tenía ahorrado y tomé la decisión, llevaba tiempo rondando la idea y finalmente lo decidí. Era un buen día de cielo azul, nos montamos Isaac y yo en el coche de Bormano y junto con él nos fuimos a una casa de las afueras donde vivía un tipo que conocía Bormano de hacía algún tiempo. Nos llevó detrás de la casa, una gran casa sucia de ladrillo barato hecha hace años, y allí tenía el coche. Era un coche desgastado pero por lo que dijo Bormano en buen uso. La chapa había perdido su brillo original y la tapicería un poco agujereada tenía un poco de polvo. Pero era bonita; gris, de cuero viejo, donde los años habían dejado su huella. Rusko, que así se llamaba el tipo, me dio las llaves y fuimos a dar una vuelta para probarlo. El motor sonaba bien. Buscamos la playa y hacía allí nos dirigimos. En la playa los primeros días de cierto calor habían hecho asomar a los bañistas más atrevidos que se afanaban por probar el agua aún fría. La arena estaba limpia y suave. Paramos el coche y nos metimos en “El rincón del percebe”, una tasca que ya llevaba mucho tiempo, no como los nuevos pubs de metal y luz, sino de madera vieja y música baja. Pedimos cuatro cervezas.
            - Parece que ha llegado la primavera.
            - Una más.
            - ¿Y el coche qué te parece? - preguntó Rusko.
            - Creo que va bastante bien - le contesté.
            - Le cambié el motor hace poco y tiene la caja nueva.
            Bormano asintió corroborando que era cierto.
            - ¿Y tú por qué no lo quieres?
            Me miró, sonrió en un gesto confidente y dijo que ya tenía fichado otro. Bebimos las cervezas. Miramos la playa por última vez y nos marchamos en el coche. Volvimos a casa de Rusko, le pagué, nos estrechamos las manos y fuimos.
            Desde aquel día tuve coche. Era un buen coche, fue un buen coche. A veces lo cogía y me perdía entre las carreteras, buscando con la mente a Xania. Me perdía por las carreteras y con ella me encontraba, lejos del momento y lejos del presente. Solo la había visto en aquella ocasión. Llegaron los días de verde y las noches templadas. Mazur fue volviéndose un recuerdo borroso donde apenas la niebla dejaba ver sombras del pasado, donde una vez nací y donde había crecido y de donde me marché buscando futuro.
            Llegó Abril. Y tan rápido como había venido la chatarra se fue. No quedaba, simplemente. Isaac rascaba la piedra del mechero, encendía el porro y suspiraba. Decía - qué le vamos a hacer - y el humo se le escapaba entre los labios al decirlo.
            - Si no hay, no hay. No le des más vueltas. De todas formas acuérdate que antes tampoco había mucha. Si no hay, no hay, y si no llega el dinero ya lo buscaremos en otra parte. Seguro que Bormano conoce a alguien que nos pueda dar algo. Espera un poco.       
            - No creas que puedo esperar mucho, después de pagar el coche me he quedado sin dinero. Tú no tienes ese problema.
            - Tranquilo, tienes casa y el coche. Tranquilo, hombre, que de algún sitio se sacará; no te rompas la cabeza.
            Y dicho esto callaba y apagaba la colilla en el cenicero.



            Noche sacra. Cristo hombre paga con su vida la redención de todos los hombres muriendo por ellos. Luna llena de Viernes Santo. Cristo hombre clava por primera ve su rodilla sobre el adoquinado. Judas lo ha vendido por treinta monedas y el beso de la mentira cuelga de la soga. ¿Tan poco vale Dios?. Pedro le ha negado tres veces antes del canto del gallo y los surcos de sus lágrimas llagan su cara. ¿Tan poco vale Dios? Pueblo elegido del omnipresente y omnipotente. ¿Qué hacéis con vuestro señor? Pueblo esclavo en manos del becerro de oro. ¿Qué hacéis con vuestro Dios? Pueblo  de Abraham, de Isaac, de Jacob, ¿Por qué matáis a vuestro hijo Dios? Cristo hombre clava por segunda vez su rodilla sobre el adoquinado. El camino se acorta con los pasos andados y el pueblo expectante ve pasar al rey del reino del más allá descalzo y herido. Mi reino no pertenece a este mundo. Pilatos se ha lavado las manos y Barrabás cumple la sentencia de la libertad. Corona de espinas, tres años de predicaciones y milagros no bastan, has de morir para renacer de entre los muertos. Dios clava por tercera vez su rodilla en el adoquinado.
            Las calles casi abandonadas por los que iban a ver a Dios morir en la cruz daban un aspecto triste al barrio. Entramos en un bar. El camarero dejó de secar los vasos que tenía enfilados y nos miró.
            - Dos cervezas.
            - Ahora mismo.
            El camarero se fue y volvió con las cervezas. Yerkari sacó el dinero y pagó. Se esperaba una tarde larga. Era Viernes Santo y la luna llena flotaba lejos de la ventana enrejada del bar. Martaux vivía intensamente las fiestas de Semana Santa y mucha gente colaboraba en ellas, incluso personas totalmente insospechadas cuyo conocimiento de Cristo no alcanzaba más que a saber de él que era el nombre de las famosas galletas que anunciaban por televisión. La fiebre religiosa se exaltaba una vez al año y hoy era el día. Hoy la tradición enraizada en los siglos volvía a asomar la cabeza para enseñar los dientes y demostrar que seguía viva.
            - No entiendo cómo Serban puede ir todos los años a la procesión. Lo conozco hace años y en todos ha ido. y Bormano también; siempre que ha estado aquí en Semana Santa le ha acompañado.
            - Ya sabes, la llamada de Dios.
            - E Isaac, ¿Qué ha hecho?
            - Se ha quedado en casa escribiendo. Decía que prefería quedarse con la inspiración. A ese también le llama Dios.
            En los rincones había cierta oscuridad, ya que sobre las viejas mesas de madera apenas una pequeña luz cruzaba oblicuamente perdiéndose olvidada. El billar permanecía vacío. Nos dirigimos hacia él y metimos las monedas. Salieron las bolas con su ruido estrepitoso y Yerkari las colocó. Entonces levanté la vista y la vi, en una de las mesas de madera del rincón, con su minifalda roja y su jersey rojo ajustado. No era la chica de los pensamientos de la habitación de mi cabeza, era otra, y pensé, quiero las piernas de esa chica para hacerme un cinturón que no se suelte, y vi que sus caderas lascivas sonreían como las de la chica del anuncio de medias, y pensé, Dios mío, que buena está, quiero su cuerpo con sus curvas y follarla de arriba abajo y otra vez, y quitarle lo rojo y lo de debajo que seguro que es rojo porque me dijo que todo lo lleva a juego y luego hacerle el amor. Bajé la mirada, cogí el palo, lo acaricié y apuntando di a la bola blanca, que marchando ligera y más que ligera potente golpeó a las demás bolas. Las bolas rodaron por la mesa verde y se callaron perdiéndose. Tengo que decir que nunca meto ninguna bola cuando rompo.
            - Mierda.
            - Mala suerte.
            Levanté la vista y les dije hola. Xania y Hammer estaban allí, sentadas en la mesa del rincón, mirándonos. Les dije hola y me acerqué, y entonces Yerkari las vio y se acercó también.
            - ¿Lleváis mucho tiempo aquí?
            - Media hora.
            - ¿Y por qué no nos habéis llamado?
            - Lo íbamos a hacer. Solo os estábamos observando un poco - respondió Xania sonriendo . Mucho tiempo sin verte...
            - Casi un par de meses, un suspiro.
            - Oye Marcel, acabamos la partida y luego venimos.
            - Bien.
            Y dicho esto volvimos a las bolas. Yerkari empezó metiendo rayadas y acertó a meter tres seguidas. Xania y Hammer observaban desde la mesa, a veces cruzaban unas palabra y luego se reían. Mientras, al final de la tela roja, las piernas oscilaban ligeramente y me llamaban pronunciando mi nombre. Cristo hombre clava por primera vez su rodilla sobre el adoquinado. Tuve una buena racha y metí otras tres bolas. Fallé la roja. Yerkari se centraba en el juego mientras yo me centraba en la cintura de la morena. Metió dos bolas y falló. Busqué las trayectorias adecuadas, las jugadas más fáciles y metí otras tres. Volví a fallar la roja. Hammer sacó algo del bolsillo y la mecha iluminó la piedra marrón. Comenzó a quemar. Yerkari no acertó sobre la banda corta. Miré a la chica de rojo, busqué la bola bajando la mirada y de un sencillo golpe la bola roja comenzó a caminar lenta y sin prisa, bostezó un poco y luego se fue a dormir perdiéndose por el agujero negro. Estaba en racha, me abalancé sobre la blanca, miré la negra, tomé aire, solté el taco sobre la blanca y de un toque limpio y preciso la negra enderezó el rumbo correcto y se metió diciendo adiós.
            - No ha estado mal - murmuró Xania mientras nos acercábamos a la mesa.
            - No. No ha estado nada mal - le respondí.
            Si naufrago en las aguas del recuerdo no digas no, que estoy harto de las negociaciones y de los naufragios. Solo busco tu cuerpo y un poco de calor en él. Si naufrago tírame el salvavidas, pero no a la cabeza, que entre tanta agua puedo ahogarme y no sé nadar. Cristo hombre clava por segunda vez su rodilla sobre el adoquinado.
            Hammer me pasó el porro y comenzó a fabricar otro. Le di un par de toques y se lo pasé a Yerkari. Éste le pegó otro par de toques y se lo pasó a Xania. Hammer preguntó por Isaac y Yerkari sonriendo un poco más de la cuenta le dijo que se había quedado en casa. Los demás también mostramos la misma sonrisa y Hammer bajó la cabeza y siguió quemando.
            El tiempo trajo más cervezas y fuimos haciendo poco a poco con ellos barricada al aburrimiento. El cenicero se llenó de colillas y nuestros pulmones de humo. Alguien sacó una bolsita y nos metimos unas filas. Jugamos otra partida los cuatro y esta vez las bolas fueron lo de menos, verlas moverse por la mesa ya bastaba para saber que alguna vez entrarían, lo de menos era saber cuándo y dónde, que ese no era nuestro problema sino el suyo. La partida se acabó y nos fuimos del bar dejándolo vacío, solo con el camarero mirando una corrida de toros desde Quito por antena parabólica, con un toro de seiscientos kilos de cuernos astifinos.
            Las calles seguían igual de vacías que al principio. Apenas eran las diez de la noche y el suelo ya se movía a nuestros pies. Yerkari dijo de ir al “Trikis” y allí nos dirigimos. El “Trikis” era un antro donde había estado un par de veces, un garito donde la gente va y viene, un lugar de paso, uno de esos sitios oscuros donde el ambiente espeso es debido a la artificial normalidad que existe entre la gente callada y vigilante. Le pasamos el dinero a Yerkari y entramos. Mientras él se dirigía a un tipo escuálido de chaqueta vaquera que estaba jugando al futbolín nosotros pillamos cuatro cervezas. Algunos nos miraban, pero la mayoría de ellos se centraban en las piernas de la mujer de rojo. Volvió. Nos tomamos las cervezas y en diez minutos estábamos fuera.
            - ¿Qué has cogido?
            - Algo para pasar el rato.
            Nos metimos un tripi entre los tres y nos marchamos por las calles. En ese momento todos comprendimos que caminar podía ser un placer y dejamos que los pies guiasen nuestros rumbos, perdiéndonos por las casas y las aceras. Martaux nos acogió en su regazo y nos acunó, meciéndonos entre sus pechos y sus caricias. Y dio la casualidad que nuestros rumbos diesen con la gente, que fuera como si los cuerpos buscasen compañía por olvidarse de ellos mismos y de su soledad. Y allí entre la gente, llorando clavado a una escultura, vimos a Dios vencido. Cristo hombre clava por tercera vez su rodilla sobre el adoquinado. Y pasó Dios y nosotros nos quedamos viéndole marchar entre las caras de la gente.
            Fue entonces, lo recuerdo muy bien, cuando Dios nos dio la espalda y se marchó sin despedirse, Xania se volvió hacia mí y me besó, imponiéndome la corona de espinas. Luego todo lo demás marchó muy rápido. Tomé la cruz y subí hasta el calvario, donde Xania la clavó y me crucificó en su cama, repartiéndose mi ropa. Busqué la muerte entre sus piernas y entre sus labios para la nueva venida del señor, hundiéndome en su boca y en su cuerpo preguntando a Dios por qué me había abandonado en manos ajenas. Recuerdo que antes de morir el cielo se nubló y pude notar que alguien había puesto mi nombre sobre la cruz en una tabla.
            Mi reino no es de este mundo. Andé sobre las aguas para venderme por treinta monedas de plata. He muerto para renacer desnudo de entre tus brazos, madre mía, mi virgen, y dentro de ellos la última tentación de María Magdalena se ha teñido de rojo para soyuzgarme a tu carnalidad. Requiescam in pacem.


            - ¿Qué te podría decir yo que tú no sepas? Las cosas dan muchas vueltas en muy poco tiempo. No sé  cómo fue, solo sé que fue extraño. Hay momentos en los que las cosas vienen y no se pueden esquivar, te explotan en la cara. Quizá solo fue el momento y todo lo demás fue inercia. Tras las filas y los porros y los tripis es complicado saber dónde acaba la realidad y donde empieza la ficción. ¿Qué te podría decir yo que tú no sepas? Dios se fue y entonces llegó ella. Hammer preguntó por ti. Sabes que hay veces que la razón se desvía y solo queda el instinto primario. Xania me agarró por detrás y antes de mirarla ya estaba besándola, o mejor dicho, ella me estaban besándome a mí. No sé que fue de Yerkari y de Hammer. No sé si ellos también acabaron liándose, porque de repente solo vi rojo y blanco y luego solo el blanco de las sábanas. Morí para volver a renacer entre sus piernas. Y tú ¿Qué hacías?
            - Escribir. Estuve escribiendo mucho tiempo. Me puse a pensar. Todo depende de la incomprensión. Nadie puede observar la situación desde un punto de vista ajeno al nuestro con total objetividad. ¿Te has parado a pensar qué opinará ella de todo eso?
            - Sí que lo he hecho y no lo sé. De todas formas a mí me gustaría verla de vez en cuando. Necesito a una mujer cerca. Es la verdad, para qué  negarlo. Supongo que tú me comprenderás...
            - Supongo que te comprendo, porque yo ya he aprendido a estar solo. Tú nunca comprenderías mi situación. Entiendo perfectamente que necesites a una mujer, yo una vez también necesité una persona y sé lo que se siente. De todas formas si quieres saber su opinión pregúntasela.

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