lunes, 24 de febrero de 2014

epílogo (II): el espíritu de los tiempos 34



Pasado el mediodía de la vida el recuento se hace inevitable porque sabe que el tiempo que le queda es menor que el que ha vivido, por lo que la cuenta que antes era positiva (se pensaba a más) ahora se vuelve negativa (se piensa a menos). Uno comienza a volver intentando darse prisa en ver mejor el paisaje del camino, en sentir más la pisada que realiza porque no se volverá a hacer el trayecto, sabiendo que aún dura la fuerza de los pies encallecidos por la actividad realizada. Y es esa misma fuerza la que provoca la tensión de la acción, la que imprime el aliento un poco entrecortado a los pasos. Es por ello que intento no pensar en el asunto, no conduce a ninguna parte, excepto, quizás, a una duda inquietante que pretendo evitar definir, no sea que su rostro me resulta antipático y me asuste.
          He vuelto a Ezer un par de veces después. En un principio pensé regresar pronto y buscarte, sacarte del agujero negro que todo lo absorbe, pero por imposibilidad primero y por la inercia después el viaje fue retrasándose hasta mucho más tarde. Pensé buscarte, indagar, pero en viaje de bodas eso es imposible. Recuerdo la sensación de mirar la calle, anhelar con la mirada la tuya, observar el rincón, un parque. No fue una buena idea recalar allí en un motivo tan alegre, tan festivo. Recuerdo observar los que como yo, como nosotros, buscaban, los que dormían en cartones, el estremecimiento de mi cuerpo, sus miradas, la mía, los que pedían, los que no dábamos (cuando uno está al otro lado de la línea es muy fácil olvidar, hacerse el ciego ante el extraño y ante uno mismo), el dejar pasar, con no mirar ya basta. Y solamente allí he tenido esa sensación de suciedad, de vergüenza, porque es curioso, pero en los demás sitios el vagabundo me deja indiferente, solo es una parte más del decorado. Con el tiempo todo parece un sueño. Quizás la insolencia de la juventud me ayudó a digerir la situación, a olvidar. Sin embargo, todavía tengo miedo de las noches que, pobladas de recuerdos, encadenan mi soñar; porque si todo parece un sueño el sueño también parece volver en forma de un tiempo revivido aún por soñar. La segunda vez fue como la primera, pero más suave, amortiguada por la vez primera y por el tiempo, siempre el tiempo, y la lejanía. Ya no he vuelto, ahora sé que tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida. La duda razonable de saber que puedo encontrar lo que busco, o lo que es peor, encontrar lo que no busco, hallar lo que no quiero ni pronunciar.
          Durante mucho tiempo pensé en tu escrito, tu herencia. Pensé en el arte, en su función, llegando a la conclusión de que tenías razón, pero de que como tú moriría sin hacérsele caso. El arte no siempre es bello, y por desgracia, más que unir siempre, muchas veces separa con malsana intención. El arte, la voz de una comunión que debiera ser universal y que muchos casos solo se dirige hacia fines particulares. Querías un mundo mejor y por eso ignoraste éste; solo tu pequeño papel como grano de arena no parece suficiente para cambiarlo. Tu pequeña y hermosa voz en medio de un ruido descomunal.
          Obviaste esta vida por el sueño de otra, y aunque aquella pudiese ser mejor, ésta era la tuya y a ella debieras haber elegido. O tal vez simplemente no la querías y por eso la dejaste. Nunca lo sabré y ahora ya da igual. La misma vida que con su forma delimitaba el fondo modelando tu propia acción, el pensamiento acompañado de sus circunstancias; nadie sabe exactamente cuál es la opción correcta y tú, aprendiendo a no sentir lo que más duele llegaste a sentir lo que menos se percibe.
          Ahora yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno, el verdadero, el definitivo, al lugar del que soy, al lugar del que provengo, al mismo donde había una mesa pequeña y una caja de juegos. Porque toda marcha implica un camino y es eso, lo que al final, creo, me queda, la intención de un proceso que me a de llevar al mismo espacio que anhelo. Y es este anhelo lo que me preocupa, buscar ese espacio que sé ya no existe y que no sé cómo hacerlo existir, ¿por qué buscar un imposible? Y quizás no sea tanto, o tan poca cosa como para no luchar, al fin y al cabo... Levantar las pestañas y seguir con la mirada el humo del último coche que cruza, cómo se disipa en los días de sol, cómo se disfraza los días de lluvia, parpadear como ante el espectáculo que no se acaba de creer que es la luz que me ilumina, luz, más luz, ¡tánto! que adivino el subterfugio que me ayude a ignorarla, encubrir el deseo, ignorar lo que suspiro en las entrañas, las mismas que alumbraron, con sus pálidos reflejos, hondas horas de dolor.
          Mayo me envuelve con su verde, un calor que proviene de un rincón ya casi olvidado. El mes donde la vida va para arriba, y si no la sigues la alegría se me resiente. Un sol que al calor que ofrece le otorga el valor de la esperanza, don más triste para el que no lo encuentra o lo ha perdido. Todavía recuerdo las onomásticas, las fechas, los días, los lugares, las fiestas apurando las noches, las noches sin fiesta, algunos cumpleaños, la imagen de un individuo más joven en cuerpo y espíritu, la voz, mi voz, su voz, a Xania, a las dos, la de antes y la de ahora, la de ahora como era antes y el antes que ya no es, que ya no será ahora. Siempre me enamoré de una mujer y de su imagen, unas veces era la mujer la que se iba quedándome la imagen, otras se iba la imagen quedándome la mujer, y es casualidad, o no, que al final me haya juntado con la única mujer que sigue siendo materia e imagen, quizás porque no se fue, tal vez porque se ha quedado. Aunque no quise el regreso siempre se vuelve al primer amor, que no a la misma mujer necesariamente, el amor hacia uno mismo proyectado en otra persona, en otra razón fuera de nosotros que nos haga ser más de uno, porque uno es muy poco para toda una vida, ésta parece más pequeña, es más pequeña. El primer amor transformado en mil vestidos pero con la misma hechura, a saber cuál será el cuerpo que viste. El amor a un ideal que como tal solo está en mi cabeza, fin inalcanzable por hipótesis, el primer amor, el estado mental al que anhelo, mi sentimiento imposible. La quieta calle donde el eco dijo tuya es su vida, tuyo es su querer, bajo el burlón mirar de las estrellas que con indiferencia hoy me ven volver. Volver, al cabo del tiempo doblar la esquina que ayer me vio nacer, y hoy, cansado, cavar el foso donde enterrar lo que molesta y que no tiene solución. Enterrarte en él definitivamente, Isaac, a ti, a tu recuerdo, a tus palabras, al espejo que me distorsiona, a la cuerda que me amenaza con su extremo, a este primer amor que me mata y me da vida, dejar de lado lo que ya no puede ser y dormir en mi Xania, la única que ha habido, la única que son todas, todas como expresión diversa de un solo ideal de mujer, que más o menos, se parecen al modelo hipotético original que siendo yo pequeño me vio crecer.
          El tiempo pasa, la tarde se marcha, mi 23 de Mayo sonríe y todavía aguanta, Hoy cuando vuelva Xania haremos el amor como dos locos sin dolor ni amenaza, quiero besar su cuerpo y sentirlo mío esta noche, porque mañana el hechizo que me envuelve puede haberse ido sin dejarme abierta la ventana. Observar a mis hijos y pensar que algo bueno he hecho, que ahora soy más que antes, cuando la juventud de sueños bebía sin encontrar calma a mi sed, la sed que acaba por marcharse. Y es hoy, precisamente hoy, que al echar la mirada atrás no deseo ya añorar nada, que el añorar es cosa mala si no se sabe cual es la verdad de este sentimiento, el consuelo de una época pasada. Hoy veo mis recuerdos como parte de mi presente; unos recuerdos que ya no me van a doler, ni incluso en su imagen distorsionada, modelada por mi deseo. Los días vienen y luego se van en un mismo tren que nunca parará. Por eso no me voy a bajar de él en otra estación, es difícil montarse en marcha, más cierto ver el paisaje desde la ventanilla que estar en la estación viendo trenes, que el ver la vida de otros siempre desde un mismo sitio no es vivir, solo es entrever la vida.

                                 Porque el viajero que huye
                     tarde o temprano detiene su andar,
                     y aunque el olvido que todo destruye
                     haya matado mi vieja ilusión,
                     guardo escondida una esperanza humilde
                     que es toda la fortuna de mi corazón.


FIN

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