Estaban
reformando la ciudad, en distintos puntos de la ciudad se veían caer y levantar
edificios de tal manera que en pocos meses varias fachadas cambiaron de color y
tamaño. A las afueras también estaban construyendo. Sin embargo, aquí era
diferente. Casas sin fachada engullían un campo que antes verde ahora gris
hacían más enorme una ya de por sí enorme masa de cemento y ladrillo. Eso era
lo que había oído alguna vez por ahí, porque según me dictaba la memoria debía
hacer mucho tiempo que no salía de Ezer ni de las cuatro calles por las que
había acabado moviéndome. La puta seguía trabajando, a veces, y otras solo
enseñaba la media por debajo de una minifalda que apenas cambiaba de tela, solo
de textura, el discurrir de los días y el camino recorrido gastaba al mismo
buzo continuamente arrugado y pretendidamente alisado por una mano cansada de
hacer el mismo movimiento.
Me miré las zapatillas y habían
cambiado, ya no eran de color azul, ahora eran marrones. Llevaba una temporada
lloviendo y las calles tomaban una pequeña capa gris formada en la mezcolanza
de polvo y humo. Como por arte de magia Isaac tenía una botella llena de un
licor transparente y extraño. De mano en mano la botella se veía disminuir por
momentos. Fuera del portal veíamos caer la lluvia; no hacía frío, pero la
humedad del ambiente penetraba un poco en los huesos. Por suerte, aquella
botella ayudaba a pasar el rato más agradablemente.
-... chino lo mato. Nos vendió el hijo
puta. No sé por qué lo pudo hacer, algo tendría que tener con la policía.
- No le des más vueltas. Todo aquello
ya pasó.
- Sí, pero si no hubiese pasado eso
todavía podríamos estar ahí, y no aquí comiendo mierda.
- No le eches toda la culpa. Algo
también tuvimos que hacer para llegar aquí. El chino solo colaboró para que
llegásemos antes.
Me miró.
- No me mires así y pásame la botella.
Nadie nos mandó meternos en todo eso. Acuérdate que podíamos haber seguido con
la chatarra y nada de esto hubiese sucedido.
- ¿ Y cómo le hubiésemos dicho a
Bormano que no? ¿ Acaso teníamos opción para decir lo contrario? Sabes tan bien
como yo que no podíamos decirle que no. Además, bien te gustaba a ti también la
buena vida, no dar un palo al agua y vivir como Dios.
Para que negar lo evidente. Tenía
razón. Pero visto todo desde este momento cualquier otra situación parecía más
positiva. Ver la lluvia desde un portal no era uno de los sueños que había
tenido, sobretodo si no podía cruzar la puerta que nos cerraba el paso hacia
dentro.
- ¿ Qué estás escribiendo?
- Cosas...
- Estas siempre escribiendo y nunca me
dices de qué. Antes por lo menos me leías algo. No es que me gustase mucho, ya
lo sabes, pero había cosas entretenidas.
- Ese no es tu problema - respondió
dejando caer la mirada sobre la rueda trasera del coche rojo que atravesaba la
calzada, llevándose la vista con él.
- ¿ Sabes una cosa? Estoy empezando a
hartarme de ti. Estoy aquí y lo único que haces es darme por culo. Eso no, que
más te gustaría. Solo sabes hacerte el mártir y echarle la culpa a todos menos
a tu jodida persona. Te crees Dios en el retrete y no tienes valor para tirar
de la cadena.
Me levanté y me marché, quedándose con
la botella y la carpeta. Había empezado a llover más fuerte y lo único que
quería era dejar a ese tipo lo más lejos posible. Realmente ya me estaba
cansando, yo estaba con él porque no quería verlo así y lo que recibía a cambio
era ingratitud por su parte. Me daba igual que me leyese o me dejase de leer
todo aquello, pero lo que me sacaba de quicio era que nunca me diese nada, a
mí, que lo había soportado durante todo aquel tiempo solo por el mero hecho de
que lo consideraba mi amigo. Pero ya también tenía un límite, vaya si lo tenía,
y cuando llegaba a él ( cosa complicada por otra parte) me era muy fácil cruzar
la frontera y no mirar atrás. La calle me era tan propia y ajena al mismo
tiempo que solo el reflejo en los escaparates me recordaba que seguía estando
allí, caminando apresurado hacia delante medio borracho sin dirección alguna
aún prefijada, porque lo importante es ese momento no era el dónde sino el cómo,
y para eso solo bastaba con poner en marcha los pies rápidos, ya se pensaría
más tarde lo otro. Dibujé la cara de Lio Lin en la memoria, su mano al mover
las fichas de ajedrez, el peón, el alfil, el rey, y su cara antes de ver a
Yerkari en el suelo. No. No era él el culpable de nuestra desgracia, muchas
horas pensando en ello me decían que él solo era una pieza más de este puzzle
enrevesado que nos habíamos puesto a destrozar, como si la fuente de todas mis
desgracias fueran obra del maldito chino, a saber qué sería de ese pobre
desgraciado. Quizás después de todo no le fuera tan mal por ahí y nosotros solo
estábamos pagando parte de su libertad a cambio de la nuestra. Después de todo
ahora eso era lo menos importante, lo importante ahora era encontrar la
solución a la duda que me albergaba. El suelo comenzaba a acumular charcos de
una manera informe aquí y allá cobrando las baldosas en algunas partes un
brillo extraño por efecto de la luz. Parecía bastar un solo momento para que
todo aquello desapareciese de repente.
Casi como sin quererlo, ciertos
detalles, que solo se observan como tales con la perspectiva temporal,
volvieron poco a poco más a menudo hasta mí desde un espacio que debía haberlo
olvidarlo dentro de algún bolsillo roto. Especialmente persistentes se hicieron
los de los platos que hacía mi madre y los días de otoño, cuando la luz empieza
a decaer y dura menos. Sería aquel día, comiendo el arroz que tenía delante
mientras miraba a María, mi Chuli, que el recuerdo de otro plato de arroz se
hacía tan inamovible que parecía que siempre hubiese estado allí, sin otro
motivo que el de unir ese momento a éste por arte culinario. La falda era
larga, y verde, suave supongo, y pienso que tímida. Aquel día el arroz me
volvía nostálgico pese a estar el sol alto y con prestancia a través de la
ventana, allí en el cielo. María me miró durante un par de segundos, y en el
cruce de miradas me sonrió amistosamente, diría que hasta de forma tierna, para
después desviar la vista hacia el suelo o un poco más abajo. Yo la seguí
mirando, como casi siempre, conformando mientras tanto el conjunto de los
elementos que hacían del recuerdo del plato de arroz un todo compacto. y no sé
si por querer comerme el recuerdo o simplemente por hambre me levanté para
repetir.
- ¿ Puedes echarme un poco más?
- Por supuesto. ¿ Cuánto quieres?
- No sé... un poco más.
María llenó medio plato lentamente.
- ¿ Más?
- No, gracias. Así está bien, María. -
Y me volví a la mesa.
No me di cuenta al decirlo, sin
embargo la Chuli sí. Al volverme a sentar y volverla a ver todavía me miraba
con cara extrañada preguntándose cómo podía yo saber su nombre. De todas formas
después de la mirada solo el silencio siguió y no me preguntó nada. Volví al
arroz con nuevos bríos. También en la memoria apareció un muslo de pollo de
hace muchos años, tantos como cuando la Chuli me quería como solo lo sabe hacer
una niña cuando empieza a querer entender que es eso de querer a otra persona
de un modo diferente del que ha experimentado hasta entonces. Ahora ni siquiera
me reconocía, curiosidades de la vida. Probablemente Xania si me viese ahora no
quisiera reconocerme tampoco. Terminé el arroz y me marché sin esperar al
segundo plato, quería sentir la luz que afuera el sol prometía. Hoy la ciudad
parecía más pequeña y el aire más limpio, cosa extraña, la gente también
parecía más lenta y menos ruidosa, cosa aún más extraña. ¿ Estaría el tiempo
yendo más despacio? ¿ Se estaría muriendo la ciudad, acaso haciéndose más
diminuta? Había algo en la atmósfera que detenía la acción, se podía oler en el
ambiente. ¿ E Isaac? ¿ Dónde estaría? ¿ Qué haría? ¿ Iría él hoy también más
lento, más aún de lo habitual, acercándose cada vez más a la estatua clásica de
un Dios caído?
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