... verde, como
siempre en Mayo, cuando los árboles cogen su mejor color y los días ya son
largos pero todavía no calientan demasiado. No había mucho espacio, sin embargo
el terreno era liso y en el suelo no había piedras, plano como una mesa y
mullido como una alfombra. Fuimos cuatro, los que por aquella época estábamos
siempre juntos, dos a dos en dos tiendas de campaña, a alguien se le ocurrió
que podía ser buena idea irnos esa noche al monte a fumar porros y a ver las
estrellas. Cogimos el coche de uno de ellos, de Makola, sí, así se llamaba,
Makola, nombre extraño, no lo he vuelto a oír, nos montamos y nos fuimos en
aquel montón de chatarra andante que parecía sacado de una fábula, mejor dicho
de un comic; andaba un poco desajustado y sonaba por todas partes, era uno de
estos coches donde da igual que haya música o no porque no se oye, solo los
hierros chocándose entre ellos. Makola dijo que conocía un sitio bastante
perdido, así que mientras el conducía por aquella carretera vieja nosotros
hacíamos unos porros para calentando el ambiente. Llegamos un par de horas
antes de amanecer, lo justo para montar la tienda de campaña y hacer una
pequeña hoguera, subir las cosas y cenar un poco. Empezamos pronto con la
bebida, primero la cerveza y luego con el whisky, un whisky bastante malo por
cierto, al fin y al cabo nos daba igual uno que otro, el resultado iba a ser el
mismo. El caso, eso lo recuerdo bien, que para las tres o las cuatro de la
mañana acabamos todos en las tiendas de campaña, yo con Makola y los dos en la
otra. La música siguió sonando, era la radio, porque a alguien se le había
olvidado apagarla y nadie salió a hacerlo. Bueno, lo cierto es que dentro de la
tienda Makola y yo no nos dormimos tan pronto, tanto alcohol y tanto porro solo
hizo que no sintiésemos muy bien la cabeza, pero no trajo el sueño como
habíamos pensado. Él y yo, los dos, estábamos muy juntos y también muy
borrachos. Seguíamos riéndonos y hablando, más que hablar lo intentábamos, él
sobre todo, de su novia, su maravillosa novia a la que tantos polvos echaba y
que tan cachondo lo ponía agarrándole su polla por debajo del pantalón, entonces
él se la llevaba en el coche a cualquier parte y continuaban el juego hasta su
final. Fue por la tontería de la novia, seguro, que le empecé a agarrar yo
también de la polla, riéndome, diciéndole “¿Así, así? sin que él hiciese la
menor intención de pararme...
- ¿ Y él qué hacía?
- Nada, seguía hablando de su polla y
de su novia, y mientras lo seguía haciendo noté en la mano cómo se le
empalmaba, tan dura que se podrían haber roto piñones con ella. Cuando pareció
que ya no podía endurecerse más aquello se calló, apartó mi mano de su
pantalón, se la sacó y se empezó a menear delante mío hasta correrse encima.
Isaac se acercó hasta la boca un
pequeño trozo que debía ser comida y comenzó a masticarlo tragándoselo después.
Levantó la mirada hacia la luz que acababa de nacer desde la farola de la
esquina más cercana y se atusó un poco el pelo.
- ¿ Y después?
- ¿ Después?
- Sí, después, ¿ Qué
pasó?
- Nada.
- ¿ Nada ?
-
Eso, nada, se corrió y se echó a dormir plácidamente. Al día siguiente se
levantó con resaca, se limpió el pantalón como pudo y no dijimos nada.
- ¿ No es un poco extraño?
- No, supongo que no, suelen pasar
cosas así más veces de las que uno piensa.
Si él lo decía debía ser cierto, él
tenía más experiencia en todo eso que yo. Reflexioné por un instante, luego
pregunté.
- ¿ Nunca has estado con una mujer?
- Sí, por supuesto - exclamó riéndose
( debió hacerle mucha gracia la pregunta) - dos veces, con dos hembras
magníficas. La primera vez por probar, quería saber qué se sentía con el sexo
opuesto; además pensé que con una chica como aquella debía suceder algo bueno.
La segunda vez pro ver si lo de la primera había sido mala suerte o es que
realmente era eso lo que sentía. Después desistí de volver a intentarlo, de
probar de nuevo, me confirmó que no me atraían. Sinceramente, prefiero la piel
de los hombres. Soy de la opinión de los que piensan que para saber sobre algo
primero se ha debido conocer el terreno.
Me acarició el brazo como solo lo
sabía hacer él. Pensé sobre ello. Sentía su tacto sobre el mío, realmente sabía
acariciar bien; sin embargo solo producía una agradable sensación falta del
deseo necesario para alcanzar un grado más elevado que el de la simple
sensación corpórea. Me costaba comprender cómo un hombre no prefiriese una
mujer cerca; lo podía intuir, pero no lo podía entender plenamente. Bien
pensado, solo debía ser cuestión de gusto, como los colores, los mismos que
desapercibidamente habían ido cambiando de traje por efecto de la luz en apenas
unos minutos, la luz solar a la luz eléctrica; el color originando otro color
distinto; de la misma forma lo otro debía ser problema de percepción, solo
dependía de qué luz lo enfocase para que lo que en principio era único tornase
multiforme.
Se había hecho de noche.
El perro se acercaba al árbol, giraba
alrededor de él, lo olisqueaba, y luego se marchaba a otro. Parecía que aquel
día ningún árbol era del agrado del perro. El dueño lo observaba desde la
acera, una distancia que variaba entre diez y quince metros, dependiendo del
árbol que centrase la atención de su perro y lo que él se moviese. Yo observaba
a los dos, y fijándose uno más detenidamente podía darse cuenta cómo era el
perro quien dirigía al dueño. Finalmente, el animal se acercó al árbol más
próximo a la acera y meó; el perro se decidió por uno un poco más alejado y los
dos se marcharon. Por la zona no se vislumbraba ningún otro ser, a excepción de
Isaac, que junto a mí permanecía tan inmutable como yo, sentados los dos en un
banco un poco apartado no decíamos nada. Por la calle se acercaron dos mujeres
jóvenes andando rápido y en silencio, marchaban enfundadas en sus chaquetones
marrones. una pareció desviar la mirada del suelo para alzarla al cielo por un
momento, luego la devolvió a su lugar originario y se marcharon tan rápido como
habían venido.
- Esta noche no se ve a nadie.
- Hace frío - musité.
De hecho era verdad, hacía bastante
frío pese a ser ya casi primavera, pero el tiempo tan voluble de una ciudad
como ésta producía situaciones de este tipo. Todavía tuvieron que pasar unos
minutos para volver a retomar la conversación iniciada anteriormente.
- Cuéntame algo - me murmuró Isaac con
voz trémula.
- ¿ Y qué quieres que te cuente? -
pregunté con gesto resignado.
- Algo... me da igual, lo que quieras.
Pensé algo, pero no se me ocurría
nada.
- No sé... no se me ocurre nada.
El edificio más cercano tenía cuatro,
cinco, seis, siete, ocho, ocho pisos. Estaba fabricado con ladrillos de no muy
buena calidad, de un color pardusco que no se llagaba a acertar completamente
debido a la poca luz que lo iluminaba. Algunas ventanas estaban iluminadas,
pero como estábamos en el banco sentados el ángulo de visión solo nos mostraba
el techo de las habitaciones más bajas, de las demás solo llegaba la luz y las
cortinas. El césped estaba recién cortado, pareciendo de esta forma una
alfombra verde que lo cubriese todo, como el pipermín sobre la leche lo cual me
recordaba a la absenta, el sabor fuerte y carrasposo en la garganta viendo a la
gente, masa informe de cabezas y piernas, moverse al ritmo de timbales y
guitarras. Sonaba a cadena. Se alzó un poco de viento que nos hizo apretarnos
más en nuestras ropas. Hurgué en la bolsa que teníamos en medio de los dos y
cogí un trozo de pastel de bizcocho un poco duro.
- ¿ Quieres? - le ofrecí a Isaac.
- No, gracias.
Debía ser casi medianoche, dentro de
poco sonaría el reloj que todas las noches se oía en este parque pequeño
proveniente no se sabe de donde, pero que debía ser cerca, porque solo se oía
en esta zona, y aunque no muy fuerte el sonido se escuchaba nítido y brillante
como el golpe seco de un cuchillo contra una copa de cristal. Las hojas de los
árboles se movían ligeramente, con su breve compás todas a una. Al poco tiempo
se oyó el reloj, despacio, lento, sin prisas, y después el sonido se marchó.
Miré a Isaac, él me miró a mí, luego los dos al frente. El recuerdo de la noche
anterior me vino a la memoria, igual que ésta, volvería a ser una noche en la
que no pasaría nada.
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