sábado, 7 de diciembre de 2013

DON´T THINK IT HASN´T BEEN NICE




 “Don´t  think it hasn´t been nice” le dije. Como Cary Grant en la pantalla. La sueca se quedó ahí, como traspuesta después de tanto gritar. Yo le dí lo suyo, claro está, y parece que le gustó. Me encanta esa frase, “Don´t  think it hasn´t been nice”,  sobre todo cuando enciendo el cigarro. Después ella sonrió, no sé si por la gracia de la frase o por su cara de placer. Todas lo hacen cuando termino. Es como un ritual,  a cada una  una vez, y ya no la vuelvo a repetir. Es mi grito de victoria. Creo que se llamaba Linda, aunque no lo recuerdo bien, porque sólo se lo oí un par de veces y después ya no se lo pregunté más. Con su hermoso pelo largo, teñido ligeramente de color sangre.

No sé por qué me he acordado ahora de ella; uno siempre se acuerda de las cosas más insólitas. ¿Linda o Cindy ? Al final todos los nombres se parecen.  Alguién diría que son los cuerpos los que se parecen y los nombres los que se diferencian, pero yo creo que es al revés, porque el nombre no es exclusivo, y en cambio cada cuerpo es intransferible y con su olor particular. Me encanta oler a las mujeres. Quizás por eso me acuerdo de la sueca, porque todavía puedo recordar su olor de mujer cansada, que ha subido a la cima de la montaña y no le apetece bajar.

Me gustaría volverla a ver. Acariciar de nuevo su piel y sentirme rodeado por sus piernas. ¿Dónde estará? ¿Qué será de su vida? Fue una de las pocas con la que he desayunado. Se levantó, llenó la mesa en un par de minutos, después la vaciamos y se marchó. Nunca nadie me ha servido el desayuno para luego marcharse. Esa ha sido la diferencia entre ella y las demás, aunque no sé si la única, porque pensándolo bien yo no soy de los hombres a los que se les gana por el estómago. Todavía seguía oliendo igual cuando se fue, creo, o tal vez ese recuerdo ya se me había metido dentro de la nariz para alojarse en mi cabeza.
El caso es que me gustaría volver a oler su piel y su pelo, ver si se lo sigue tiñendo igual, con la misma cara de mujer cansada después de cada orgasmo; ceñirme sus piernas como cinturón y sus pies como hebillas. Y eso que no soy nostálgico, nunca lo he sido. Puede que sea la edad y que me esté haciendo viejo sin tiempo, y que precisamente ese tiempo que no ha pasado me haga pensar en un pasado mucho más lejano del que realmente es, y de que ese futuro que aún no es sea el presente que siento, impidiéndome sentir este momento como real, matándolo, deshojando una margarita que aún no ha muerto.

Podría completar un  abecedario con el nombre inicial de las mujeres con las que he estado y aún tendría muchas letras repetidas, algunas varias veces. Incluso la letra L estaría repetida, Lisa y Laura, además de Linda. Creo que podría jugar a ese juego de formar palabras y sumar puntos con  las letras ganadas con mi lanza. Dueño del tablero. Puede decirse que si el juego no hubiera estado inventado anteriormente yo lo habría inventado. Todo el mundo colecciona algo, y yo poseo mi colección personal.

Sin embargo empiezo a tener un problema que observo no quiero resolver y debo. El problema es que he comido muchos dulces y ahora no sé cómo parar y estar con una dieta razonable. No sé cómo no pensar en la seducción, en no jugar a un juego que a fuerza de jugar ya me sé de memoria y que me aburre y me obsesiona a la vez. Cuando pienso en mi curioso abecedario ya no sonrío y lo acepto como una concatenación de eslabones que forman una cadena,  y que con cada eslabón añadido sólo aumenta el peso de aquello que me limita. No es el sexo el placer sino la culminación de la estrategia desarrollada, la aceptación de mi perspectiva y mi juego el premio  a mi triunfo. Con el tiempo el sexo se ha convertido imperceptiblemente en el precio que tengo que pagar para no parecer algo que quizás sea y no quiero ser. Es la vergüenza que siento hacia mi acción el motor que me permite finalizar cada actuación. Un motor que a base de forzarlo comienza a perder fiabilidad, con el consiguiente temor a que me deje cualquier día tirado en medio de la carrera. Y es triste saber que sólo el hecho de poner en entredicho mi orgullo masculino sea el elemento que me hace contemplar fríamente una situación que sospechaba anómala y que ahora considero preocupante.

Cary Grant al final se va con la chica, pero yo me quedo solo, porque no puedo seducir dos veces a la misma mujer y no puedo estar seduciéndola constantemente, se me ha olvidado esa ilusión. La frase en sus labios siempre resulta nueva, pero en los míos  a perdido su brillantez y su frescura. Quizás Linda ya sabía todo esto antes que yo y su desayuno sólo era el reconocimiento a mi gran puesta en escena. Posiblemente ya conocía el truco y se dejaba impresionar como los padres junto al hijo en la cabalgata de los reyes magos. Entonces la moneda con la que me pagó sería falsa, su precio nulo,  y su bálsamo a largo plazo tan estúpido como el dolor que esta suposición me produce. Esta noche seré un hombre de verdad, actuaré en consecuencia con mi pensamiento, y mañana me levantaré como nacido de nuevo, resucitado. Y cuando me mire al espejo sonreiré, y pensaré “Don´t  think it hasn´t been nice”

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