jueves, 20 de noviembre de 2014

poesía nº 24

Tu y yo quisimos juntarnos
esperando una señal
sabiendo que mismos polos
no se juntarán jamás.
Alejóse tu pupila
y tu mirada sin par,
tú negásteme tus besos,
tu lágrima y tu llorar,
llevándotelos del mundo,
despojándome de paz.
Desapareció tu cuerpo
llevando tu alma inmortal
eternamente ya hermosa
y blanca como la cal
donde está la perfección. El
paraíso terrenal.
Olvidaste despedirte
y también de saludar,
olvidaste decirme algo
que me era fundamental:
–Me voy para no volver,
así que no esperes más
en la orilla de la cama
ésta noche para amar
como hacíamos cada día
al ocaso el despuntar–.
Esperé noche tras noche
de la puerta en el umbral
perdiendo toda esperanza
de volverte a contemplar
con tu azul vestido puesto,
transparentándose la
figura desnuda de una
criatura angelical,
en sus medidas perfecta,
era perfecto su andar.
Creí morir vivo, muerto
creí vivir en la faz
de la tierra sin tu amor
apoyando el respirar
de un alma tan débil como
la mía en aquella edad.
Hace tiempo que no siento
en mi alma ya la verdad,
que la vida me ha enseñado
a no distinguir la sal
del azúcar y del bien
su contrapuesto fatal.
Sueños, sueños, solo sueños.
Sueños de un estudiante al
saberse incapaz de poder
concentrarse en estudiar,
que divaga por el limbo
cercano del más allá,
que vuela con las alas de
su imaginación sin dar
un leve respiro a su
fantasía magistral.
Sueño, sueño, solo sueño.
Sueño siempre algo irreal.
Sueño soñar con tu imagen
perdida en la eternidad,
como hace tiempo perdida
en mi memoria que está
esa lágrima por ti
en la inmensidad del mar.

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