-... por fin viajé hacia lo
indefinible, me perdí en la abstracción para intentar encontrarme conmigo
mismo, buscando en lo recóndito. Ahí nací, fue hace años, una de esas
temporadas donde todo camina en círculos sin llegar al mismo sitio, porque
apenas se mueve, y fue ahí donde quizás lo encontré, en medio de la
circunferencia, solo era cuestión de evitar las fronteras. Excavé donde no me
atrevía porque la ausencia de color no dejaba ver, fue un salto hacia delante
pensando en nada, y luego solo flotar. Hay veces donde se debe hacer lo opuesto
a lo razonable, conocí los rincones explorándolos y luego los abandoné para
encontrar rincones nuevos donde poder arrastrarme sin prejuicios. Era como el humo, todo niebla, todo denso
impenetrable hasta la muerte, buscar la puerta y cruzarla sin importarte el
pasado que no puede alcanzarte, que intentas que no pueda alcanzarte y espíe
tus movimientos. Fue un viaje extraño, desnudo, sin equipaje para ir más ligero
y más desconocido hacia eso desconocido donde nos conocemos todos en nuestra
parte más oscura. No es fácil, me costó, de verás, bucear dentro no es como
nadar fuera, la superficie puede esconder el dolor debajo e incluso ayudarte a
poder respirar, pero dentro nada puede refugiarte de las heridas que más
intimidan a nuestros sentimientos y mucho menos a nuestro subconsciente
disfrazado de impurezas. Al final del salto encontré la verdad, el viaje hacia
lo indefinible se materializó en la concreción de la realidad realizada y
temida; tal vez lo que más me dolió fueron las lágrimas, verlas caer sobre las
manos abiertas e impotentes ante el miedo. Con el tiempo el dolor se asimila y
acaba reciclándose en la aceptación, luego termina siendo lo que debe de ser,
amor y placer.
- Te comprendo perfectamente - le sonrió Arizoni.
Los miré, los dos se cruzaban la mirada formando un canal
mutuo e intransferible. Dejé la bandeja sobre la mesa y volví a salir para
volver a entrar con la botella y el pan. Cerré la puerta, me acerqué hasta el
mando a distancia y cambié el canal. Entonces me miraron y sonrieron
confidencialmente. Llevaban un buen rato hablando cuando había llegado a casa.
Isaac y Arizoni seguían la conversación, cambiando de temas tan rápido como el
cerrar de los ojos. Desde el día en que Obnob apareció con aquella carpeta
nuestra vida había cambiado, el tiempo se había vuelto más nuestro y más
intenso, podíamos disponer de él libremente. Bormano encontró un tipo que
llevase el camión e hiciese el trabajo mientras nosotros nos dedicábamos a
mayores empresas. Muchas noches tras las luces de las bombillas se podía
encontrar a Isaac escribiendo sus palabras en busca del amanecer, y muchas de ellas
el amanecer le encontraba sobre el banco verde con los ojos cansados y las
páginas desvirgadas por su pluma.
Acarició la piedra de su precioso mechero y encendió el
porro, lentamente, alargando la llama sobre la punta del papel de arroz, le dio
un par de caladas fuertes, apurando, y lo pasó a Arizoni.
- Es bueno - comentó Arizoni.
- Sí, de primera calidad -y sonrió.
Por la pantalla cuadrada emitían anuncios de colonias, la
Navidad comenzaba a aparecer por adelantado desde su mundo de publicidad y luces
de neón, la misma Navidad que llegó el año anterior en su misma forma y en su
misma corrupción. Papa Noel anunciaba coca-cola y los renos volaban por el
cielo multicolor. Cambié de canal.
- Eh, Marcel, toma.
Arizoni me pasó el porro mientras metía el tenedor en la
boca; lo cogí y masticando un trozo de pollo aspiré fuertemente el humo dejando
un extraño sabor a la carne masticada, la tragué y le di otra calada haciendo
enrojecer la ceniza que caía muerta sobre mi plato, por suerte a un lado de las
pechugas. Bormano, excepcionalmente, había abandonado la casa junto a Serban y
Yerkari diciendo que se marchaban a un bar a “desentumecer la pierna”. Fuera
hacía frío y llovía.
- ¿No has quedado con Xania?
Miré el reloj, eran las nueve de la noche.
- Sí, dentro de una hora, a las diez.
Seguí comiendo la carne. Isaac estaba leyendo algo, era
algo relacionado con las pelotas de goma, ya lo había oído, ahora vendría la
explicación del por qué de los botes verticales. Apuré el último bocado y me
levanté mientras iba recogiendo los cubiertos, la botella, el pan, de la mesa;
la limpié y desaparecí por la puerta en busca de la ducha. Arizoni e Isaac
apenas miraron al oír la puerta.
Cerré los ojos e imaginé una habitación conde siempre
estuviese lloviendo, ininterrumpidamente, con esas gotas finas y calientes que
parecen pequeños pinchazos de alfiler. Busqué la esponja y el jabón y enjaboné
mi cuerpo llenándolo de espuma blanca. Era una habitación totalmente de
cristal, suspendida en el vacío, rodeada del azul del cielo.
- No te lo he dicho nunca pero el frío me da miedo.
- Entonces no te gustará el invierno.
- No, no es eso, el invierno me gusta pero cuando no
tengo frío; la lluvia, la nieve, los árboles desnudos, todo eso me gusta, solo
que tengo que tener calor, llevar mucha ropa, verlo desde un cristal; lo que
realmente me asusta es el frío en la oscuridad.
Dentro de la cama no hacía frío, el peso de una manta y
el calor humano producía una agradable temperatura que infundía tranquilidad y
relajación.
- ¿Y por qué te asusta el frío?
El
silencio se apoderó del momento durante un segundo o dos, luego se rompió.
- Porque me recuerda a mi padre. A veces solía abrir las
ventanas del salón para que entrase el aire, decía que le gustaba, entonces se
sentaba con su botella en el sofá y veía la televisión; el problema es que
también lo hacía en invierno y el salón se quedaba frío. Yo estaba sentada en
una silla y también miraba la televisión, fijamente, para no verle e intentar
olvidarme del frío, y como nunca lo conseguía me marchaba a mi habitación y
encendía la luz, todas las luces.
La habitación permanecía iluminada, siempre estaba
iluminada; ahora sabía por qué siempre hacíamos el amor con la luz encendida,
le espantaban las viejos fantasmas de la infancia. Le acaricié el pecho
izquierdo suavemente y me la imaginé como una niña asustada y con frió en una
silla mirando obsesivamente una pequeña pantalla en blanco y negro, como si
todo lo que podría esperar en la vida proviniese de aquella pantalla.
- ¿Qué hemos hecho de la vida? - murmuró con voz
susurrante.
- ¿Qué?
- Se supone que existe el progreso y todavía tengo miedo
del frío porque mi padre habría las ventanas; eso no es progreso. ¿Qué derecho
tenía él a hacerme esto? Hablan de progreso y todavía no hemos conseguido ser
felices.
Le miré.
- ¿No eres feliz? - pregunté.
Y sin dejar de mirar el techo respondió “quien sea feliz
que se esconda debajo de alguna piedra porque como alguien se entere seguro que
lo matan”.
No supe qué contestar, las palabras fallaron, quise
encontrarlas pero solo se me ocurrió el silencio, no podía entender lo que
decía. Finalmente algo apareció por mi mente.
- Entonces... ¿Por qué estas conmigo?
- Porque me recuerdas la felicidad - y sonrió
acariciándome la mejilla como aquel que acaricia la sonrisa.
Solo era un reflejo, todo lo que podía sentir de la
felicidad solo era su reflejo a través de mí. Me sentí como un espejo, o por lo
menos como me sentiría si fuese un espejo, y en ese momento lo era. Sentí pena,
una gran compasión por ella, y sobre todo impotencia; parte de su felicidad,
para mí toda, era incumbencia mía y no conseguía sino un reflejo. Recordé algo
sobre sombras y fuegos en una caverna y maldije el nombre de Platón. Le besé
los labios, buscando darle esa felicidad que reclamaban, pero sus labios
estaban un poco fríos, y no respondieron a mi proposición.
- Marcel...
- ¿Sí?
- Mañana tengo que trabajar; no te lo diría si no tuviese
que levantarme a las ocho de la mañana. Lo siento.
- Perdona, no me acordaba. Da igual, además ya es
bastante tarde. ¿Apago la luz?
- Como quieras...
Recordé lo que había dicho sobre la oscuridad y dudé
sobre apagarla o no. Decidí apagarla. Antes de apretar e interruptor miré la
hora del despertador, marcaban las dos menos cuarto; cuando apagase la luz
dormiría y al despertarme me encontraría solo en esta misma cama y pensaría en
ella. Apagué la luz y en la oscuridad sentí cómo su cuerpo abrazaba el mío y su
cabeza descansaba en mi pecho.
Las bolas volvían a correr locas en todas las
direcciones, la bola blanca había salido potente desde el taco chocando
estrepitosamente contra las otras, aunque sin suerte. El humo se condensaba
sobre la mesa a impulsos de bocanadas, exhalando los últimos alientos para
volver a recobrar otros nuevos. Isaac observó la disposición de las bolas y
decidió atacarlas, se agachó, tanteó la distancia y de un certero disparo la
blanca chocó con la verde y ésta dando en la banda larga entró en el agujero
opuesto. Isaac se irguió y sonrió como en las grandes ocasiones mientras lamía
el taco con los dedos, observando el rostro de los presentes, volviendo a
buscar con la mirada el cigarrillo al lado de la mesa en su afán de fumar otra
calada antes de volver sobre las bolas en busca de trayectorias inverosímiles que
pueden ser convertidas en realidad.
- Es la tercera vez que salgo a la calle en un mes.
- No te quejes y ten cuidado de la pierna, ponla sobre la
silla.
- Soy el maldito esclavo de un trozo de escayola.
- Tómatelo con calma, Bormano; que solo te quedan cuatro
meses más - dijo Isaac sin ni siquiera levantar la cabeza de la mesa verde
dispuesto a enlazar su tercer acierto seguido.
La Navidad se estaba acercando peligrosamente hacia
nosotros sin poder evitarlo. Mientras, Lio Lin se desesperaba viendo cómo en la
mesa solo estaban quedando sus bolas. Estábamos los cuatro en aquel bar donde
solíamos tomar unas cañas algunas tardes, o en esas noches donde la
tranquilidad ocupaba el tiempo. Isaac había vuelto a ganarle la partida a Lio,
que resignado se sentaba a nuestro lado en la mesa y tomaba otro sorbo de su
café solo. Los cuatro nos mirábamos y sonreíamos. Lio Lin se colocó bien las
gafas, luego aclaró la voz y Bormano asintió con la cabeza; sobraban las
palabras, de sobra sabíamos todos lo que iba a decir, sin embargo lo dijo y
brindamos por ello. La bola comenzaba a rodar y a agrandarse, solo era cuestión
de tiempo y de saber dirigirla hacia donde más nieve hubiese, todos íbamos
ahora en el mismo barco, solo que en posiciones distintas. Bormano intentó encontrar
la postura más adecuada para apoyar la escayola totalmente engrafitada sin
éxito, desistió del intento y apuró el trago.
Por lo visto se estaba a la espera de cerrar un trato con
unos tipos extranjeros, unos chinos que había conocido Lio con los que había
que tener cuidado; tipos de cierta importancia con los que debía haber negocios
futuros; ellos pasaban la frontera y nosotros haríamos la distribución. Era una
operación arriesgada, casi todo nuestro capital iría en ella, y si todo
marchaba positivamente multiplicaríamos las ganancias. Aquello sonó a mucho
dinero. Por eso era necesario más dinero y más personas con las cuales poder
contar. Pedimos otra ronda y volvimos a brindar por la vida.