viernes, 5 de febrero de 2016

DESPERTAR (III PARTE)

del Facebook. No me gusta mentir. No me gusta fingir. Pero sobretodo no me gusta que se enfade. Así que miento, y finjo, y mientras tanto voy perdiendo las ganas de reír. ¡Con lo graciosa que yo era! ¡Más payasete..! Era de las que se reía hasta de su sombra. Cuando mi sombra era yo, y no él. Ni la sombra de él. Contaba un chiste y la primera persona que se reía era yo misma. Me daba igual que a los demás no les hiciera gracia, yo misma, con mi prisma, ya tenía bastante. Y los demás, de todas maneras, también se lo solían pasar bien. Ahora ya no. Ya no hay personas que escuchen mis
chistes. Tampoco los cuento. Quizás sea porque estoy madurando. Eso dice él, y cuando las personas maduran dejan de ser tan graciosas. La vida es seria. No se debe de tomar a broma. Pese a que a veces la vida parece una broma. De hecho, mi vida empieza a parecerme una broma, un chiste, pero de los que no tienen gracia. Y este chiste, aunque sea mío, ni siquiera me hace ya gracia ni a mí. Sin embargo, sí que veo por la tele y por youtube gente mayor, incluso vieja, que se ríe mucho. Hay algunos que ganan mucho dinero con eso. Hacen el tonto y encima se forran. De lo que deduzco que tal vez no sea cuestión de madurez, sino de tristeza. Tristeza. Tristeza que te va comiendo poco a poco, como yo las croquetitas de mi madre, comiendo poco a poco mi esperanza y mis ilusiones. Ahora que me doy cuenta, la tristeza me lleva a la pereza. Ya no hago tantas cosas como antes ¿para qué? siempre me dice que es tontería, que tengo que madurar. ¡Qué
manía! Un día de estos maduraré tanto que al final me caeré de un árbol, como una manzana. Mira, un chiste. Cosas que me gustaba hacer. Lo que pasa que a él esas cosas no le gustan, o no las sabe hacer tan bien como yo. Y eso le fastidia. Le jode. Lo percibo. Como salir a correr. Yo antes salía a correr mucho. Me daba sensación de libertad. Y era buena. En atletismo la primera de mi clase. Siempre. Ahora, con eso del coche, y que solo voy de mi casa a la suya, y viceversa, ya no hago nada. ¡Él es el perezoso! Le dije alguna vez de salir a correr, y de hecho, salimos, un par de veces, pero como aguantaba más que él, y encima era más rápida, dejamos de hacerlo. Nunca me dijo que le fastidiara, pero yo sé que sí. No soporta que una mujer le gane en algo. Que le gane en nada. En eso es un poco machista. En eso y en muchas cosas más. ¿Qué culpa tengo yo que no le guste correr? Con el coche sí que le gusta correr. Pero con las zapatillas
no. Yo pienso que tiene más mérito correr con zapatillas que con el coche. Al fin y al cabo, requiere más esfuerzo. Por lo tanto tiene más mérito. Correr con el coche solo es cuestión de bajar más el pie derecho apretando el acelerador. Y de estar más zumbado. Se puede correr, pero no como va él. ¿Acaso le persigue alguien? Si hay prisa lo entiendo, pero si no, ¿para qué correr tanto? Hace poco le pusieron una multa. Cuando le llegó la multa se puso tan rojo de la mala leche que le entró que no podìa ni vocalizar bien. El sueldo de un mes y varios puntos. Ese día fue horrible. No se podía hablar con él del cabreo que tenía. Como una cabra. Como un cabrón. Y encima yo todo el día con él. Estando pero sin estar. Guardando la distancia. Menos a la noche, que me folló como si me quisiera romper. Como si quisiera descargar su odio hacia los demás conmigo. Hasta me dolió. Pero no dije nada. Ese día no. Después pareció que se calmó
algo. Y ya pudimos hablar. Y nos dormimos abrazados. Recuerdo que dormido en mis brazos parecía un niño. Un niño bueno, dulce. Y pese al dolor en la entrepierna, me quedé féliz, tranquila, mirándo su carita tan bonita, y su boca sabor de moka. Por el café. Féliz, porque en ese momento lo sentí mío. Y no yo suya. Me sentí importante. Importante porque era yo quien tenía el control. Hasta me dio pena cerrar los ojos, cuando cansada y si poder aguantar más, me quedé también dormida, deseando meter el momento en el congelardor del frigorífico y conservarlo ahí mucho tiempo. Inalterable. Antes, al principio, había más abrazos de esos, y menos dolor de entrepierna. ¡Con lo que me respetaba! ¡Era todo un caballero, solo le faltaba el caballo! Cuando parecía un príncipe azul y no el pitufo piloto. Si se entera que le he llamado pitufo me mata a fuego lento. Abrazos de esos largos y fuertes, pero sin doler. Sentir unos brazos que parecían
murallas, con la sensación de seguridad que tanto nos gusta a las mujeres. Me lo ha dicho él. Que de eso sabe mucho. A las mujeres nos gusta un hombre que nos diga las cosas y nosotras así lo tenemos más fácil. No tener que pensar mucho. ¿Acaso no era el hombre el cazador, el que traía la carne, el que mataba al león en la selva para que la tribu estuviera a salvo, mientras las mujeres se dedicaban a sus cosas, como cuidar a los niños...? ¡Cómo se nota que no ha estudiado casi nada! ¡Si en la selva no hay leones! Ni ha estudiado ni le gusta leer. Que yo entiendo, porque conozco a alguno, que no ha tenido la suerte de poder estudiar, porque su familia no se lo ha podido permitir y se ha puesto a trabajar, encima por poco dinero. Pero alguno de ellos sí que tienen interés en aprender, y leen, y ven cosas en la tele que les enseñan, como los documentales esos. Aprender cosas es importante, porque si no pareces tonto. Y malo es parecer tonto,
pero peor es serlo. Yo no soy tonta, lo sé. Lo que me ocurre es que comienzo a pensar que quizás algo deba serlo, porque ya empiezo a parecer tonta, y entre parecerlo y serlo, la diferencia a menudo no es tan grande. Tonta por callarme. Tonta por abrirme de patas cuando no quiero. Tonta, porque como dice la madre de Forrest Gump “tonto es el que hace tonterías”. ¿Es tontería estar con él? A veces me lo pregunto. Con todos los chicos que hay en el mundo... Yo lo quiero, eso lo siento en mi corazoncito de terciopelo. Y él me quiere. Lo sé. Me lo dice. Me cuida, me proteje. Pero me gustaba más cómo era antes. Cómo me decía te quiero antes. Cómo me cuidaba antes. Cómo me protegía antes, porque lo de ahora no es proteger, lo de ahora es una cárcel de barrotes invisibles y una puerta cada vez más cerrada. Lo quiero, es cierto. Pero... ¿lo quiero, o lo quería? A veces, cuando me despierto en medio de la noche, cuando el mundo parece
haberse detenido, cuando todo está oscuro y solo escucho el silencio y mi propia respiración, cuando todavía faltan tres horas para que suene el despertador y me diga que tengo que ir al instituto, una voz que sale no sé de donde, pero que yo la oígo, me mete la duda de si lo que siento ahora es verdad, es sincero, o solo el eco de un pasado que me sigue agarrando con una mano para que no me escape. La mente se me va a momentos que vivimos hace tiempo, que no se parecen a los de ahora. El presente se esconde en el pasado, y en el futuro que me imagino no está él. ¿Por qué? ¿Por qué todo es tan complicado? Yo solo quiero ser féliz. ¿Tan difícil es? Después, al cabo de un rato, me vuelvo a dormir, y lo que he pensado se disuelve como si todo hubiese sido un sueño. Un mal sueño. No una pesadilla, pero desde luego no un sueño agradable. Se disuelve, sí, pero algo queda ahí dentro, una semillita pequeñita que al principio se moría a la
salida del sol, como los gremlims de la peli, pero que desde hace unas semanas se quedan y parecen estar echando raices. Y juro por lo que más deseo, que es la paz del mundo, bueno, y que me toque la lotería, que no me gusta nada despertarme con ese pensamiento en la cabeza. Es como empezar el día sucia, con una sensación que raspa, que molesta, y que aunque no es algo horrible, no me permite pensar en cosas más positivas. Me resta energía, me quedo sin ella. Antes también me quedaba sin ella, pero era porque salía a correr hasta que me quedaba como vacía. Estonces paraba y sonreía féliz, porque sabía que había hecho algo bueno, y que me gustaba. En cambio ésto no. No acabo de empezar el día y ya estoy cansada. Y solo por un pensamiento. Solo uno, pero muy grande, con muchas ramitas con muchas hojas, y donde cada hoja es una duda y una preocupación, sobre mi pasado, mi presente, y mi futuro. Mi vida entera. Y claro, con tanto pensamiento
mis notas han bajado. Es que no tengo la cabeza donde la tengo que tener. Mi madre ya me dice que si me pasa algo, que lo de ahora no es normal. Yo le miento, y le digo que no. Pero las madres no son tan tontas como a veces queremos creer. Se pueden hacer las tontas, pero no lo son. Es la persona que mejor me conoce. De hecho, ya me ha preguntado en las últimas semanas acerca de mi relación con él, y no estoy segura de que lo que le he respondido se lo haya creído del todo. El, en cambio, parece creérselo todo. O le da igual. Él. Y siempre él. ¿Es que no hay otra cosa en el mundo que él? Al final de todo ¿qué me va a quedar, sino él? Y si él se va, ¿entonces qué me queda? Ya sin amigos, bueno, está mi amiga, pero como es la novia de su amigo realmente tampoco es mi amiga, porque la perdería también a ella, a los compañeros de clase lo justito sé quienes son, después del cambio de instituto. Con lo a gusto que estaba yo en el otro.
Que ahora que lo pienso ¿por qué me cambié, si hasta me pilla más lejos? Del atletismo ni hablamos ¿hace ya un año que fue la última vez que salí a correr? Que si sigo manteniendo los kilos a raya es porque hago dieta, que si no, no cabía en un globo de esos que vuelan, un globo aerostático, que ni en el pantalón de Obelix. Antes me daba igual, como corría, sudaba mucho, y después comía lo que me daba la gana, que no engordaba. ¡Con lo que me gusta el chocolate, y la nata, y el chocolate con nata! Pero él dice que las chicas que sudan no parecen chicas, ¡sino cerdas! ¡Cómo si él no sudase! Que en verano parece un cubito derritiéndose, pero él es un hombre, y ya se sabe, que los machos son muy macho machotes y pueden sudar porque para algo eran cazadores. Le he visto hasta sudar de miedo, el fantasma de él, y también de mala hostia, cuando lo de la multa, y cuando hacemos el amor, que se pone ahi, dale que te pego, y a veces,
cuando él está arriba, se le caen las gotas de sudor encima de mi cara y es un poco asqueroso. No un poco, muy asqueroso. Y ya no hacemos el amor. Ahora follamos. Por lo menos yo. Que hay diferencia. Y la diferencia la siento en mi cajita llena de sentimientos que es mi corazón de algodón dulce y en mi cabeza, que piensa en otra cosa, y en otros, no en el capullo que tengo encima y dentro. El capullo del capullo. Espero que no me deje embarazada. Yo tomo mis preocupaciones, porque desde hace un tiempo el a veces no, que parece darle igual. ¡Por Dios, no! ¡Eso no! Lo que me faltaba, un hijo de él. Antes me lo imaginaba y hasta me salía una sonrisa. Pero ahora, ya no me sale ni una sonrisa de esas tan falsas y domesticadas que tengo. Y si él saca el tema, intento sonreír, lo juro, pero es que no. Entonces el cambia de tema, parece ponerse más frío, más rígido, y si te descuidas me folla todo bruto y sin nada, como para demostrarme que es él quien manda, quien pone las reglas. Que también lo he pensado ¿y si me contagia algo? Porque ¿quién me dice que no me la ha pegado con otras, o que me la está pegando? Nunca se sabe. Yo me fío de él, pero... ¡Pero qué...! Que si mira así a las demás, con esas miradas de deseo que parecen pollas tiesas a saber que hará si tiene la ocasión. Y si no la tiene, igual la busca. Que antes sí, que su boquita de piñón me aceleraba el corazón, pero ahora, a saber... porque si yo ya no pienso en él ni lo siento de la misma manera, a él le puede pasar lo mismo. También es cierto que yo hago todo lo que él quiere y ni me quejo de nada nadica ná, y él en cambio, cada día es menos más y más menos. ¡A saber qué piensa! Igual porque me tiene en la palma de su mano está aburrido y busca otra cosa para la otra mano. Hay algunos que cuanto más seguro se sienten, menos se preocupan de cuidar lo que se tiene y buscan nuevas experiencias más emocionantes. Yo lo haría. Sí no fuera porque le quiero. Y porque le tengo miedo. Con este maldito móvil, que aparte del localizador a saber qué otros trucos de ésos tiene. No sea que tenga un grabador escondido, o un micro, que lo he visto en las películas, y entonces es capaz de sacarme los dientes y las uñas de los pies a base de agua hirviendo, hacerlo puré y comérselo después con cuchara. ¡Maldito trasto! Me parece que lo voy a coger y lo voy a romper. Como sin querer. ¡Uyyyy, se ha caído de la mesa y se ha estampado contra el suelo! Menos mal que mi madre me ha comprado otro... que si no... Qué pena, con lo chulo que era el móvil... sí, eso haré, y después todo lo demás. De todas maneras voy a esperar un poco, a ver si cambia. Hay gente que cambia. Era guay cómo era al principio. Si vuelve a ser así, yo lo querré hasta que mis huesos se hagan polvo y desaparezcan, hasta el día que me muera. Quiero que vuelva a ser el guapo de guapolandía, el caballero que venía a mí en busca de la princesa de su reino para llevarla a regalarle una puesta de sol. Quiero volver a saber que sus labios son mi caramelo preferido. Quiero. Quiero no pensar en el pasado como algo precioso que no vuelve.

2 comentarios:

  1. Cruda realidad la de esta mujer, pero tan cierta. Saludos, estimado, gracias por tan bonito regalo. Quiero pensar en el pasado como algo precioso que no vuelve

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  2. Cruda realidad la de esta mujer, pero tan cierta. Saludos, estimado, gracias por tan bonito regalo. Quiero pensar en el pasado como algo precioso que no vuelve

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