jueves, 9 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (7)



Y lo hice. Xania y yo comenzamos a vernos. Algunas noches solía quedarme en su casa. Entonces las ojeras acompañaban al día siguiente y las pocas horas dormidas pinchaban en los ojos. Ella iba a la peluquería a las ocho y media y me quedaba hasta las nueve o las nueve y media y luego me marchaba a por el camión. Volvimos a tener un poco más de dinero. Todas las mañanas Isaac y yo salíamos a la carretera con nuestro viejo vehículo y recorríamos los pueblos, los polígonos industriales y alguna parada al lado de la carretera. Isaac sacaba el mechero y quemaba la piedra, luego se liaba un porro y nos lo fumábamos entre los baches y los botes del mal pavimento. Algunos días la cabina se llenaba de humo y hasta hubo días que tuvimos que parar y quedarnos esperando a que escampasen las nubes. Los días de verde fueron haciéndose más verdes y más largos, Abril se fue marchando como había venido. Fueron días que hizo bastante calor y comenzamos a ir a la playa; todavía no había mucha gente pero el agua se iba calentando cada vez más, así que había ocasiones, sobre todo por las tardes, en que íbamos con la toalla y colocándola sobre la arena nos dorábamos un poco al sol.



            Todo fue un día que me quedé dormido echándome la siesta. Bormano e Isaac se fueron a la playa. Me desperté y vi que no eran las seis de la tarde, así que decidí salir a dar una vuelta por ahí. Recordé que había dejado la camisa en la habitación de Yerkari y Serban; Serban decía que le gustaba la camisa y de vez en cuando se la ponía, así que fui a recogerla a su habitación. Abrí la puerta y allí estaban los dos, uno encima de otro en la misma cama; les miré, me miraron, y sin acertar a pensar en nada les dije - perdón - y cerré la puerta. La camisa se quedó dentro. Fue un momento. Volví a mi habitación, cogí otra camisa y salí de casa. Nunca podría haber pensado que detrás de esa buena amistad podría esconderse algo más. Decidí dar una vuelta por la ciudad y luego ir hacia la playa. Pensaba en lo que les podría decir después, disculparme por no llamar, que pensaba que no había nadie, y luego decirles que no tenía prejuicios sobre ello, cosa que era cierta. Pero así, de repente, bajo el mismo techo, era algo que me resultaba extraño, inesperado, compartir la casa con ellos, que por otra parte era suya, el uno encima del otro. ¿Era Serban sobre Yerkari o Yerkari sobre Serban? Qué más daba. Me habían visto casi desnudo, qué pensarían de mí, no se habrían fijado en mi cuerpo, espero. Tenía un buen concepto de la homosexualidad, pero de ahí a convivir con ella era algo que nunca había imaginado. Era una hermosa tarde de primavera y el sol mostraba su cara más alegre, un buen momento para disfrutar del amor. Era una situación nueva. Yerkari y Serban, nunca lo hubiese pensado. Ahora comprendía por qué dormían en la misma habitación juntos desde hacía tanto tiempo teniendo como tenían más habitaciones; por charlar  a las noches y hacerse compañía decían, y tanto que compañía. Y yo paseándome con los slips por la casa. De todas formas ya vería que les diría cuando fuese a casa, o ellos a mí. Me dirigí a la playa, donde más gente que la habitual ocupaba la parte alta de la misma. Isaac y Bormano me habían dicho que estarían allí, y efectivamente allí estaban. ¿Lo sabrían ellos? Decidí no decírselo por el momento, la vida que llevasen Yerkari y Serban no era de mi incumbencia ni de la de ellos. Me acerqué hasta donde estaban y los miré, fijamente, a los ojos. Estaban dormidos. Seguí mi paseo por la playa, ya los despertaría cuando volviese. Me quité las zapatillas  para sentir la arena en los pies, la parte baja de la playa estaba tapada por la marea haciéndome andar por la parte alta. Las olas iban y venían, unas tras otras, zambulléndose, abalanzándose, solapándose y luego rompiéndose trayendo hasta mis pies la espuma que moría al final del recorrido. Era agradable sentir cómo a intervalos el agua templada mojaba los pies y cómo se iban habituando paulatinamente a su temperatura. A los lejos, muy a lo lejos, la figura diminuta de un barco se recortaba con el cielo al final del mar. Qué fácil parecía ahogarse en un charco de agua tan grande si no se tenía cuidado. Después de todo, el amor debe ser precioso en todas sus formas, pensé, daba igual quienes fuesen los que se amasen y todos necesitaban a alguien cerca para seguir hacia adelante, yo empezaba a tener a Xania, por qué ellos no se tendrían el uno al otro. Tenían todo el derecho del mundo. Pero en la habitación de al lado, se me hacía extraño, no era lo más normal. Busqué con la vista al barco. Ya no estaba, se había marchado detrás del horizonte en busca de otros rumbos. Volví sobre mis pasos. Ahora Xania estaría acabando de trabajar y dentro de unas horas la vería, iríamos a tomar una copa y luego le haría el amor. Solo pensarlo me excitaba. Quitarle la ropa, poco a poco, recorriendo con la lengua sus curvas, sus pechos, sus caderas, su entrepierna y su culo apretado. hacerle el amor un par de veces por lo menos. Solo pensarlo me excitaba. El agua seguía subiendo y ya quedaba poco espacio seco; mientras, continuaba sintiendo cómo a intervalos me mojaba los pies y me hacía recordar la lengua de Xania sobre la piel. Cómo habría hombres en el mundo a los que no les gustaban las mujeres, parecía algo incomprensible. Llegué hasta la altura de Isaac y Bormano. Seguían dormidos. Los volví a mirar y con un ligero puntapié en las piernas los desperté.
            - Eh, vosotros, se acabó la siesta.



            - Tranquilo, no pasa nada; no eres el primero que se entera y se sorprende. Además, nosotros también pensábamos que no había nadie.
            - Sí, es verdad; como comprenderás no es un tema que nos guste airear, no todo el mundo lo entiende igual.
            - De todas formas si lo que te preocupa es que nos hallamos fijado en ti puedes estar tranquilo que no eres nuestro tipo. Puedes seguir andando en calzones por la casa - Yerkari miró a Serban y se rió.
            - Anda, toma y hazte un porro, que te veo muy callado.
            Y dicho esto la conversación dio a su término. Serban me pasó una china y comencé a quemar.
            - Por cierto, ¿Cúanto tiempo lleváis? - pregunté.
            - Casi dos años viviendo juntos, aunque otro más saliendo.
            Hice el porro y lo encendí. Pusimos la televisión y nos encontramos con el telediario de la noche. El presentador decía que el paro había vuelto a subir, que los precios habían vuelto a subir, que la delincuencia había subido, que los accidentes de coche habían aumentado. Por lo visto había subido todo menos la fe, que según el último estudio sociológico realizado por el instituto nacional de sociología demostraba claramente su disminución. Dios no estaba de moda, el que estaba de moda era el último campeón de la liga de fútbol. Ese sí que era un buen equipo de fútbol. El fútbol era el opio del pueblo, aunque algunos decían que no, que el opio era el fútbol del pueblo. Algo extraño sucedía en una parte del mundo de la que casi nadie había oído hablar, no todos estaban de acuerdo en vivir bajo la misma bandera porque algunos decían que no les gustaba. El telediario acabó con la cultura, a un tipo desconocido le habían dado el prestigioso premio nacional de novela. Entonces llegó Isaac por la puerta y dijo que el susodicho era un necio y que apenas sabía lo que era unir cuatro palabras juntas. Se sentó en el antiguo banco rosa, que ahora era azul, le miramos, nos miró, y se calló. Fuera ya había anochecido. Las farolas lamían las sucias aceras del barrio queriendo iluminar lo poco iluminable. Las estrellas se escondían encima de la capa de luz de Martaux, sin embargo la luna se dejaba entrever entre los tejados de la ciudad. Miré el reloj y vi que era la hora. Me levanté y dije que me iba, Xania me esperaba.



            El café estaba demasiado caliente y me quemaba la lengua. Aguardé un momento a que se enfriara un poco. Cuando lo hizo lo probé. Es café estaba muy bueno. Era una cafetería perdida en un rincón de Martaux, una vieja cafetería poco frecuentada cuyos dueños levaban más de treinta años detrás de la misma barra. Apenas ocho o nueve mesas en el local, de las cuales la mitad de ellas estaban desiertas y la otra mitad albergaba a parejas que se miraban y cruzaban unas pocas palabras, solo una o dos mantenían una conversación más o menos fluida. Xania me miraba al otro lado de la mesa. Miraba y sonreía, callada, con esa mirada característica de las mujeres cuando quieren que algún hombre le haga caso y se rinda a sus pies. Probó el café, despacio, pensó dos veces lo que iba a decir y comenzó a hablar.
            - Aquí, en una maternidad que ahora es un geriátrico. Por lo que dijo mi madre llovía mucho y hubo inundaciones. Estaba cerca de aquí, quizás sepas dónde está el geriátrico.
            Asentí. Tres calles más abajo se encontraba el geriátrico “Georgio Polone”, un edificio blanco bastante grande y antiguo.
            - Empecé a andar casi al año y medio, quizá fue porque me costó tanto que después no paraba. A los cuatro años ya sabía hablar. Fui a la guardería a los tres. Recuerdo que en la guardería le pegaba patadas a la profesora porque para mí ella era la culpable de no ver a mi madre; no hablaba con los otros niños y me quedaba sentado en el rincón mirando a la pared. Ese es el primer recuerdo que tengo. Después empecé a relacionarme con los compañeros, sobre todo con los chicos, y desde entonces creo que casi siempre he preferido relacionarme con chicos; total, que como ellos jugaban a fútbol yo también jugaba a fútbol, llevaba el pelo corto, cosa que hice hasta los trece años y llegaba a casa los mitades de los días con las rodillas destrozadas. Las chicas me odiaban porque decían que yo era boba porque no jugaba con ellas a las cocinitas. A los diez años nos cambiamos de casa y como consecuencia de eso yo me cambié de colegio. Allí dejé de jugar todo el tiempo a fútbol con los chicos y empecé a jugar con las niñas a la comba y a la goma. Tengo que decirte que yo era muy buena jugando a la comba y todas las niñas querían ponerse conmigo de pareja; así que me convertí en la jefa de la clase. Todas las chicas me hacían caso y casi ninguna me llevaba la contraria, solo una, que esa sí que me odiaba a muerte. A los once años Agapito se me declaró y me dijo que yo le gustaba mucho, pero él era un chico muy feo y le dije que no, aunque unos años más tarde, a los trece, me fui con él porque me caía muy bien. Fue el primer chico con el que estuve, después vinieron todos los demás. Yo formaba parte del club de los elegidos en clase, porque además de jugar muy bien a la comba seguía jugando a fútbol, era la única chica que jugaba en el equipo...



            ... de fútbol. Eso era lo que solía hacer, emborracharse y ver partidos de fútbol por televisión. Alguna vez le vi a mi madre alguna marca en los brazos y la cara, pero mi padre no la tocó nunca delante mío. Había días que llegaba a casa con mi madre del colegio y mi padre ya estaba borracho delante de la televisión, con el mando a distancia en una mano y con la botella en la otra. Nunca llegué a entender cómo mi madre fue capaz de aguantarle y mucho menos cómo mi padre seguía manteniendo el empleo, por lo menos al principio. Mi madre comenzó a trabajar limpiando para tener ella algo de dinero, y porque el que traía mi padre empezó a disminuir. Creo que quizás sea ese el primer recuerdo que tengo, no el de la profesora, sino el de mi padre borracho delante de la televisión mientras mi madre ponía los platos en la mesa para cenar y lo miraba. Cuando yo tenía nueve años mi padre se fue de casa y no volvió, por eso me cambié de colegio, porque al irse mi padre mi madre decidió que sería más adecuado ir las dos a casa de sus padres a vivir. Y nos fuimos. Mi padre murió hace diez años a causa de la bebida; por lo visto después de dejarnos siguió emborrachándose continuamente hasta que se murió. Creo que toda esta historia es la razón por la que en clase quería ser la mejor, la más popular, quería que la gente me envidiase para ser feliz, porque en casa no lo podía ser.
            Hacía tiempo que las sábanas habían dejado de moverse, solo de vez en alguna pierna se movía y salía al exterior desde dentro para poder respirar. Los dos mirábamos el techo. Xania seguía contándome la historia de su vida, la verdadera historia que había detrás de las luces de neón, la historia que duele porque es la verdadera, porque por más que se mienta a los demás hay ciertas cosas que uno no puede mentirse a sí mismo. Xania siguió en un ininterrumpido monólogo durante mucho tiempo mientras yo seguía mirando el techo, intentando imaginarme las situaciones en la pantalla de la pintura blanca; unas veces se detenía explicando los más nímios detalles y otras encadenaba sucesos de varios años. Aquella noche pude reafirmarme en el convencimiento de que los primeros años de la vida de una persona suelen ser los más importantes porque son los primeros recuerdos que se tienen y es mejor tenerlos buenos que tenerlos malos, no sea que te dé por recordarlos muy a menudo y veas que los que calan son peores que los que mojan, porque entonces no se te olvidarán nunca.

miércoles, 8 de enero de 2014

294



Te digo adiós
porque es lo único que me queda,
y te digo adiós
porque no quiero
verte partir.
Porque te vas,
porque te has marchado ya,
te digo adiós
antes de que todo suceda,
que después del amor
llega la poesía
y después de la poesía queda la pena.
Escribir para tener algo de ti
además del recuerdo que se evapora,
que se evaporará, que se está evaporando,
y para que tú no olvides
las palabras
de adiós
antes de que todo muera.
Te digo adiós
porque es mejor
decir adiós que decir te quiero,
decirte ¡quiero!
cuando el sentimiento que se tiene
se mantiene
a pesar de no querer que se mantenga.
O quizás sí.
Lo que da miedo
es perder la sensación
que al mirarte a los ojos
me daba la razón de seguir,
de continuar
un camino empezado
con la ilusión del primer amor
y que ahora sé
se perdió en medio de la niebla.
Te digo adiós
para no perderte,
para que no me pierdas.
Un pétalo menos
en la flor de la vida
y una espina más
en un campo lleno de rosas.
Mañana te levantarás
con el corazón solo,
y llorarás por mí las lágrimas
que nunca lloraste conmigo.
Harás balance de nuestras horas,
de nuestra travesía juntos,
dos mundos que eran uno
y que ahora son dos universos tangenciales,
que están cerca
pero no se tocan.
Mi pequeño sueño perdido,
hoy te digo adiós.
Adiós.
Hoy  te digo adiós sin querer,
queriéndote hoy
más que nunca,
con una sonrisa en la boca
y un alma desnuda
que se desboca loca
al pensar que ya solo es una.
Que solo es una.

chiste 4


Oye ¿tu sabes quien es Santa Claus?
Pue Papá Noé.
Pué mamá tampoco.

martes, 7 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (6)



Un día conté el poco dinero que tenía ahorrado y tomé la decisión, llevaba tiempo rondando la idea y finalmente lo decidí. Era un buen día de cielo azul, nos montamos Isaac y yo en el coche de Bormano y junto con él nos fuimos a una casa de las afueras donde vivía un tipo que conocía Bormano de hacía algún tiempo. Nos llevó detrás de la casa, una gran casa sucia de ladrillo barato hecha hace años, y allí tenía el coche. Era un coche desgastado pero por lo que dijo Bormano en buen uso. La chapa había perdido su brillo original y la tapicería un poco agujereada tenía un poco de polvo. Pero era bonita; gris, de cuero viejo, donde los años habían dejado su huella. Rusko, que así se llamaba el tipo, me dio las llaves y fuimos a dar una vuelta para probarlo. El motor sonaba bien. Buscamos la playa y hacía allí nos dirigimos. En la playa los primeros días de cierto calor habían hecho asomar a los bañistas más atrevidos que se afanaban por probar el agua aún fría. La arena estaba limpia y suave. Paramos el coche y nos metimos en “El rincón del percebe”, una tasca que ya llevaba mucho tiempo, no como los nuevos pubs de metal y luz, sino de madera vieja y música baja. Pedimos cuatro cervezas.
            - Parece que ha llegado la primavera.
            - Una más.
            - ¿Y el coche qué te parece? - preguntó Rusko.
            - Creo que va bastante bien - le contesté.
            - Le cambié el motor hace poco y tiene la caja nueva.
            Bormano asintió corroborando que era cierto.
            - ¿Y tú por qué no lo quieres?
            Me miró, sonrió en un gesto confidente y dijo que ya tenía fichado otro. Bebimos las cervezas. Miramos la playa por última vez y nos marchamos en el coche. Volvimos a casa de Rusko, le pagué, nos estrechamos las manos y fuimos.
            Desde aquel día tuve coche. Era un buen coche, fue un buen coche. A veces lo cogía y me perdía entre las carreteras, buscando con la mente a Xania. Me perdía por las carreteras y con ella me encontraba, lejos del momento y lejos del presente. Solo la había visto en aquella ocasión. Llegaron los días de verde y las noches templadas. Mazur fue volviéndose un recuerdo borroso donde apenas la niebla dejaba ver sombras del pasado, donde una vez nací y donde había crecido y de donde me marché buscando futuro.
            Llegó Abril. Y tan rápido como había venido la chatarra se fue. No quedaba, simplemente. Isaac rascaba la piedra del mechero, encendía el porro y suspiraba. Decía - qué le vamos a hacer - y el humo se le escapaba entre los labios al decirlo.
            - Si no hay, no hay. No le des más vueltas. De todas formas acuérdate que antes tampoco había mucha. Si no hay, no hay, y si no llega el dinero ya lo buscaremos en otra parte. Seguro que Bormano conoce a alguien que nos pueda dar algo. Espera un poco.       
            - No creas que puedo esperar mucho, después de pagar el coche me he quedado sin dinero. Tú no tienes ese problema.
            - Tranquilo, tienes casa y el coche. Tranquilo, hombre, que de algún sitio se sacará; no te rompas la cabeza.
            Y dicho esto callaba y apagaba la colilla en el cenicero.



            Noche sacra. Cristo hombre paga con su vida la redención de todos los hombres muriendo por ellos. Luna llena de Viernes Santo. Cristo hombre clava por primera ve su rodilla sobre el adoquinado. Judas lo ha vendido por treinta monedas y el beso de la mentira cuelga de la soga. ¿Tan poco vale Dios?. Pedro le ha negado tres veces antes del canto del gallo y los surcos de sus lágrimas llagan su cara. ¿Tan poco vale Dios? Pueblo elegido del omnipresente y omnipotente. ¿Qué hacéis con vuestro señor? Pueblo esclavo en manos del becerro de oro. ¿Qué hacéis con vuestro Dios? Pueblo  de Abraham, de Isaac, de Jacob, ¿Por qué matáis a vuestro hijo Dios? Cristo hombre clava por segunda vez su rodilla sobre el adoquinado. El camino se acorta con los pasos andados y el pueblo expectante ve pasar al rey del reino del más allá descalzo y herido. Mi reino no pertenece a este mundo. Pilatos se ha lavado las manos y Barrabás cumple la sentencia de la libertad. Corona de espinas, tres años de predicaciones y milagros no bastan, has de morir para renacer de entre los muertos. Dios clava por tercera vez su rodilla en el adoquinado.
            Las calles casi abandonadas por los que iban a ver a Dios morir en la cruz daban un aspecto triste al barrio. Entramos en un bar. El camarero dejó de secar los vasos que tenía enfilados y nos miró.
            - Dos cervezas.
            - Ahora mismo.
            El camarero se fue y volvió con las cervezas. Yerkari sacó el dinero y pagó. Se esperaba una tarde larga. Era Viernes Santo y la luna llena flotaba lejos de la ventana enrejada del bar. Martaux vivía intensamente las fiestas de Semana Santa y mucha gente colaboraba en ellas, incluso personas totalmente insospechadas cuyo conocimiento de Cristo no alcanzaba más que a saber de él que era el nombre de las famosas galletas que anunciaban por televisión. La fiebre religiosa se exaltaba una vez al año y hoy era el día. Hoy la tradición enraizada en los siglos volvía a asomar la cabeza para enseñar los dientes y demostrar que seguía viva.
            - No entiendo cómo Serban puede ir todos los años a la procesión. Lo conozco hace años y en todos ha ido. y Bormano también; siempre que ha estado aquí en Semana Santa le ha acompañado.
            - Ya sabes, la llamada de Dios.
            - E Isaac, ¿Qué ha hecho?
            - Se ha quedado en casa escribiendo. Decía que prefería quedarse con la inspiración. A ese también le llama Dios.
            En los rincones había cierta oscuridad, ya que sobre las viejas mesas de madera apenas una pequeña luz cruzaba oblicuamente perdiéndose olvidada. El billar permanecía vacío. Nos dirigimos hacia él y metimos las monedas. Salieron las bolas con su ruido estrepitoso y Yerkari las colocó. Entonces levanté la vista y la vi, en una de las mesas de madera del rincón, con su minifalda roja y su jersey rojo ajustado. No era la chica de los pensamientos de la habitación de mi cabeza, era otra, y pensé, quiero las piernas de esa chica para hacerme un cinturón que no se suelte, y vi que sus caderas lascivas sonreían como las de la chica del anuncio de medias, y pensé, Dios mío, que buena está, quiero su cuerpo con sus curvas y follarla de arriba abajo y otra vez, y quitarle lo rojo y lo de debajo que seguro que es rojo porque me dijo que todo lo lleva a juego y luego hacerle el amor. Bajé la mirada, cogí el palo, lo acaricié y apuntando di a la bola blanca, que marchando ligera y más que ligera potente golpeó a las demás bolas. Las bolas rodaron por la mesa verde y se callaron perdiéndose. Tengo que decir que nunca meto ninguna bola cuando rompo.
            - Mierda.
            - Mala suerte.
            Levanté la vista y les dije hola. Xania y Hammer estaban allí, sentadas en la mesa del rincón, mirándonos. Les dije hola y me acerqué, y entonces Yerkari las vio y se acercó también.
            - ¿Lleváis mucho tiempo aquí?
            - Media hora.
            - ¿Y por qué no nos habéis llamado?
            - Lo íbamos a hacer. Solo os estábamos observando un poco - respondió Xania sonriendo . Mucho tiempo sin verte...
            - Casi un par de meses, un suspiro.
            - Oye Marcel, acabamos la partida y luego venimos.
            - Bien.
            Y dicho esto volvimos a las bolas. Yerkari empezó metiendo rayadas y acertó a meter tres seguidas. Xania y Hammer observaban desde la mesa, a veces cruzaban unas palabra y luego se reían. Mientras, al final de la tela roja, las piernas oscilaban ligeramente y me llamaban pronunciando mi nombre. Cristo hombre clava por primera vez su rodilla sobre el adoquinado. Tuve una buena racha y metí otras tres bolas. Fallé la roja. Yerkari se centraba en el juego mientras yo me centraba en la cintura de la morena. Metió dos bolas y falló. Busqué las trayectorias adecuadas, las jugadas más fáciles y metí otras tres. Volví a fallar la roja. Hammer sacó algo del bolsillo y la mecha iluminó la piedra marrón. Comenzó a quemar. Yerkari no acertó sobre la banda corta. Miré a la chica de rojo, busqué la bola bajando la mirada y de un sencillo golpe la bola roja comenzó a caminar lenta y sin prisa, bostezó un poco y luego se fue a dormir perdiéndose por el agujero negro. Estaba en racha, me abalancé sobre la blanca, miré la negra, tomé aire, solté el taco sobre la blanca y de un toque limpio y preciso la negra enderezó el rumbo correcto y se metió diciendo adiós.
            - No ha estado mal - murmuró Xania mientras nos acercábamos a la mesa.
            - No. No ha estado nada mal - le respondí.
            Si naufrago en las aguas del recuerdo no digas no, que estoy harto de las negociaciones y de los naufragios. Solo busco tu cuerpo y un poco de calor en él. Si naufrago tírame el salvavidas, pero no a la cabeza, que entre tanta agua puedo ahogarme y no sé nadar. Cristo hombre clava por segunda vez su rodilla sobre el adoquinado.
            Hammer me pasó el porro y comenzó a fabricar otro. Le di un par de toques y se lo pasé a Yerkari. Éste le pegó otro par de toques y se lo pasó a Xania. Hammer preguntó por Isaac y Yerkari sonriendo un poco más de la cuenta le dijo que se había quedado en casa. Los demás también mostramos la misma sonrisa y Hammer bajó la cabeza y siguió quemando.
            El tiempo trajo más cervezas y fuimos haciendo poco a poco con ellos barricada al aburrimiento. El cenicero se llenó de colillas y nuestros pulmones de humo. Alguien sacó una bolsita y nos metimos unas filas. Jugamos otra partida los cuatro y esta vez las bolas fueron lo de menos, verlas moverse por la mesa ya bastaba para saber que alguna vez entrarían, lo de menos era saber cuándo y dónde, que ese no era nuestro problema sino el suyo. La partida se acabó y nos fuimos del bar dejándolo vacío, solo con el camarero mirando una corrida de toros desde Quito por antena parabólica, con un toro de seiscientos kilos de cuernos astifinos.
            Las calles seguían igual de vacías que al principio. Apenas eran las diez de la noche y el suelo ya se movía a nuestros pies. Yerkari dijo de ir al “Trikis” y allí nos dirigimos. El “Trikis” era un antro donde había estado un par de veces, un garito donde la gente va y viene, un lugar de paso, uno de esos sitios oscuros donde el ambiente espeso es debido a la artificial normalidad que existe entre la gente callada y vigilante. Le pasamos el dinero a Yerkari y entramos. Mientras él se dirigía a un tipo escuálido de chaqueta vaquera que estaba jugando al futbolín nosotros pillamos cuatro cervezas. Algunos nos miraban, pero la mayoría de ellos se centraban en las piernas de la mujer de rojo. Volvió. Nos tomamos las cervezas y en diez minutos estábamos fuera.
            - ¿Qué has cogido?
            - Algo para pasar el rato.
            Nos metimos un tripi entre los tres y nos marchamos por las calles. En ese momento todos comprendimos que caminar podía ser un placer y dejamos que los pies guiasen nuestros rumbos, perdiéndonos por las casas y las aceras. Martaux nos acogió en su regazo y nos acunó, meciéndonos entre sus pechos y sus caricias. Y dio la casualidad que nuestros rumbos diesen con la gente, que fuera como si los cuerpos buscasen compañía por olvidarse de ellos mismos y de su soledad. Y allí entre la gente, llorando clavado a una escultura, vimos a Dios vencido. Cristo hombre clava por tercera vez su rodilla sobre el adoquinado. Y pasó Dios y nosotros nos quedamos viéndole marchar entre las caras de la gente.
            Fue entonces, lo recuerdo muy bien, cuando Dios nos dio la espalda y se marchó sin despedirse, Xania se volvió hacia mí y me besó, imponiéndome la corona de espinas. Luego todo lo demás marchó muy rápido. Tomé la cruz y subí hasta el calvario, donde Xania la clavó y me crucificó en su cama, repartiéndose mi ropa. Busqué la muerte entre sus piernas y entre sus labios para la nueva venida del señor, hundiéndome en su boca y en su cuerpo preguntando a Dios por qué me había abandonado en manos ajenas. Recuerdo que antes de morir el cielo se nubló y pude notar que alguien había puesto mi nombre sobre la cruz en una tabla.
            Mi reino no es de este mundo. Andé sobre las aguas para venderme por treinta monedas de plata. He muerto para renacer desnudo de entre tus brazos, madre mía, mi virgen, y dentro de ellos la última tentación de María Magdalena se ha teñido de rojo para soyuzgarme a tu carnalidad. Requiescam in pacem.


            - ¿Qué te podría decir yo que tú no sepas? Las cosas dan muchas vueltas en muy poco tiempo. No sé  cómo fue, solo sé que fue extraño. Hay momentos en los que las cosas vienen y no se pueden esquivar, te explotan en la cara. Quizá solo fue el momento y todo lo demás fue inercia. Tras las filas y los porros y los tripis es complicado saber dónde acaba la realidad y donde empieza la ficción. ¿Qué te podría decir yo que tú no sepas? Dios se fue y entonces llegó ella. Hammer preguntó por ti. Sabes que hay veces que la razón se desvía y solo queda el instinto primario. Xania me agarró por detrás y antes de mirarla ya estaba besándola, o mejor dicho, ella me estaban besándome a mí. No sé que fue de Yerkari y de Hammer. No sé si ellos también acabaron liándose, porque de repente solo vi rojo y blanco y luego solo el blanco de las sábanas. Morí para volver a renacer entre sus piernas. Y tú ¿Qué hacías?
            - Escribir. Estuve escribiendo mucho tiempo. Me puse a pensar. Todo depende de la incomprensión. Nadie puede observar la situación desde un punto de vista ajeno al nuestro con total objetividad. ¿Te has parado a pensar qué opinará ella de todo eso?
            - Sí que lo he hecho y no lo sé. De todas formas a mí me gustaría verla de vez en cuando. Necesito a una mujer cerca. Es la verdad, para qué  negarlo. Supongo que tú me comprenderás...
            - Supongo que te comprendo, porque yo ya he aprendido a estar solo. Tú nunca comprenderías mi situación. Entiendo perfectamente que necesites a una mujer, yo una vez también necesité una persona y sé lo que se siente. De todas formas si quieres saber su opinión pregúntasela.