- ¿Por qué nunca me lo
dijiste?
- Porque nunca me lo preguntaste.
La respuesta parecía lógica, sin embargo no era lo
suficientemente convincente.
- Esas cosas no se preguntan, además, no lo sabía ¿Cómo
querías que te lo preguntase?
La mirada de Isaac parecía imprimir fuerza a su argumento
irrebatible. Busqué las palabras que necesitaba pero que no existían, así que
desistí del intento de cualquier juego dialéctico como subterfugio.
- No quería decírselo a nadie, no quería por nada del mundo
que Xania se enterase, la quería demasiado como para permitirme el lujo de
perderla.
- ¿Tanto la querías que te fuiste con la vecina? Esa se
había ido con la mitad de la ciudad. ¿Y querías que no se enterase? Pareces
idiota, haberte ido con cualquier otra, ¡Pero con la vecina!
- Calla joder, no me lo recuerdes.
Cogí la botella que había dentro de la bolsa de plástico
y la abrí quitándole el tapón. Necesitaba un trago, siempre ayudaba a digerir
un momento incómodo. Ahora su mirada me observaba de forma inexpresiva, como
ausente, era como si se perdiera dentro de mí a me hubiese traspasado para
marcharse lejos.
- ¿Y para contarme eso has necesitado casi dos años? -
preguntó finalmente.
- A uno nunca le gusta divulgar sus errores. Todo empezó
cuando salía a la ventana desnuda y se quedaba mirándome...
- ¡A mí también me hacía lo mismo y no me fui con ella!
- Sí, pero tu eres..., el caso es que el día de
nochebuena ¿Te acuerdas? Cuando se rompió la escayola, yo me marché antes
andando para dejaros el coche para traer a Bormano. Fue por el camino, antes ya
la había visto en algún bar bailando y mirándome, entonces, cuando iba para
casa intentando mantenerme en pie, apareció ella por la otra acera y se acercó
a mí, después comenzamos a hablar y me invitó a un café en su casa; solo un
café, pensé, no es nada malo y luego me marcho, pero una cosa lleva a la otra y
bueno, prefiero ahorrarte los detalles.
- Por eso llegaste más tarde que nosotros a casa -
puntualizó haciendo memoria.
El comentario cayó al silencio al que dio lugar la
conclusión del relato. No quería hablar más de ello, no quería volver a
recordar algo que todavía me provocaba una desagradable sensación, y sobre todo
recordar esa desagradable sensación que provenía de algo que hace ya tiempo
resultaba absurdo por no tener sentido. Sin embargo, por primera vez en dos
años pude sentir cómo el extraño peso que oprimía mi cabeza cada vez que lo
recordaba se iba evaporando lentamente hasta desaparecer por completo, era como
si ahora la carga fuese de Isaac y tuviese que soportarla él. Parte de mi
conciencia se había quedado tranquila y para celebrarlo vacié un cuarto de la
botella de un trago, la garganta carraspeó un momento pero tras un breve
instante puede volver a juntar los labios. Isaac parecía dubitativo.
- ¿Y por qué me lo dices ahora? - preguntó.
- ¿El qué?
- Lo de la vecina, no lo entiendo - respondió extrañado.
- Supongo que será porque ya me da igual que se sepa,
nada cambiará porque lo sepa alguien más aparte de mí.
Isaac esbozó un amago de sonrisa sarcástica.
- Creo que hace mucho tiempo que da igual que se sepa,
nada hubiese cambiado, a nadie le importaba.
- A nadie no, a mi me importaba todavía.
Isaac parecía estar inmóvil con la vista clavada en un
suelo que no distaba apenas veinte centímetros de su cara. Sin embargo de su
delgado cuerpo surgió una voz tenue.
- Tú ya no eres nadie, ni yo tampoco, a nadie le hubiese
importado que lo hubieses dicho antes.
Y esta vez fue él el que cogió la botella y le dio un
buen trago. Me levanté del suelo e intenté coordinar unos pasos coherentemente,
pero mi cuerpo ya no reaccionaba sincronizado a los impulsos de mi mente. Isaac
con la botella en la mano me miraba, podía sentirlo sobre mi espalda, cómo
clavaba su mirada sobre ella siguiendo su rumbo. Me giré pero no era cierto lo
que había imaginado, solo su botella en la mano concordaba con la ilusión
creada, simplemente miraba un suelo que seguía a veinte centímetros de su cara
con la vista clavada muy lejos de él, mucho más profundo, tal vez en el
infierno. Parecía una estatua. Parecía muerto. Sin embargo solo dormía con los
ojos abiertos, como un fantasma. Miré la botella medio vacía que tenía en la
mano, era la última de las dos botellas y no quería que se rompiese, prefería
terminarla yo mismo, intenté acercarme hacia ella pero tropecé con algún
obstáculo invisible cayendo pesadamente contra el suelo. La baldosa estaba fría
y sucia de polvo, la luna en el cielo encima de las luces. Miré la botella
desde el suelo y moví la pierna derecha dos o tres centímetros hacia la pierna
izquierda. Luego me dormí.
Al despertarme levanté la cabeza y algunos giraron la
cabeza para observarme mientras pasaban sin detenerse, otros no. Conseguí
levantarme y comencé a caminar hacia cualquier lugar donde no hubiese nadie,
quería estar solo. Mientras buscaba ese lugar todo el pensamiento giraba
entorno a Isaac, no entendía cómo había podido marcharse dejándome tirado en
medio de la acera, solo sé que había desaparecido otra vez, seguramente se
había despertado y se había marchado sin mirar siquiera cómo estaba. Me
resultaba irónico, casi sarcástico, el pensar que había estado tirado en la
acera toda la noche y parte de la mañana sin que nadie hubiese reparado en mi
situación, era como si sobre la acera solo hubiese habido una caja de cartón o
una mierda de perro, podría haber estado muerto y todo hubiese seguido rodando
de la misma forma, no por ello alguien hubiese aminorado el paso de su marcha y
mucho menos se hubiese detenido. Yo tampoco. Me dolía la pierna derecha un
poco, lo que hacía que cojease levemente de esa pierna. Por fin encontré un
lugar un poco más apartado y me senté en un banco, el sol ya estaba bastante
alto en el cielo azul y a esa hora emitía sus rayos fugaces de invierno, aunque
no hacía calor. Seguía sin entender cómo Isaac no había hecho nada por mí; en
los días pasados había escuchado tantas veces que me quería, entre besos en el
cuello y en los labios, con la mano bajando por la espalda en su recorrido de
caricia continua, que incluso había creído que podía ser cierto. Y tal vez lo
fuese, no lo sé ni lo sabía entonces, en los dos últimos años nuestro
comportamiento había sido tan voluble que los acto y los pensamientos se habían
desdibujado en una mezcolanza extraña y difusa. Decía quererme, y sin embargo
muchas veces había demostrado lo contrario, una forma extrañamente sutil de
demostrar ciertos sentimientos; aunque por otra parte había sido el único punto
de apoyo en el mismo tiempo. El amor, el odio, la amistad y la indiferencia en muchos
momentos nos habían forjado una unión casi indisoluble. Todavía recordaba cómo
le había intentado curar la herida, los meses de decadencia hasta llegar al
agujero más profundo, la pérdida del coche que conseguí a base de kilos de
chatarra y las noches donde los tres, él yo, y la botella habíamos acabado
haciendo círculo alrededor de una música inexistente. De todas formas no era la
primera vez que desaparecía, ya lo había hecho anteriormente y lo volvería a
hacer. No lo necesitaba, ni a él ni a sus besos borrachos en ginebra; ni lo
quería ni me atraía, nunca lo había hecho ningún hombre y mucho menos él, no
quería volver a sentir sus manos sobre mi piel de nuevo, con las manos sucias
de mugre, casi tan sucias como mi propia piel; y sin embargo podía percibir que
todo aquello era un peso más ligero que el de mi propia soledad, el mero hecho
de pensar en una soledad tan absoluta ya me inquietaba, y aunque ya me sentía
como un perro vagabundo todavía necesitaba el espejismo que imitase la ilusión
de una compañía. Era la única persona que todavía mantenía la mirada en mí
durante más de un segundo antes de girar la cabeza y seguir caminando, mejor
algo que nada.
Finalmente me levanté del banco y me marché hacia
cualquier parte, daba igual la dirección porque todas conducían al mismo sitio.
Dediqué la mayor parte del día a dicha labor, pensar con los pies no costaba
esfuerzo mental, solo físico, ayudaba a no pensar. Cuando anocheció decidí ir a
la esquina de color rosa, al banco de siempre, y allí, fuese la casualidad o el
destino, estaba Isaac escribiendo bajo la luz de la farola como hacía
habitualmente; entonces me di cuenta, como si durante todo el día lo hubiese
pretendido esconder de mi conciencia, que los pasos habían recorrido todos los
lugares donde lo podría haber encontrado hasta llegar al último lugar, como si
la peregrinación hubiese dado término frente al altar que él significaba. Al
acercarme levantó la vista y me miró despacio, buscó algo dentro de una bolsa
que tenía al lado y de ella sacó una manzana ofreciéndomela. Dudé un instante,
observándole, pero ante la insistencia de mi estómago solo pude cogerla y
morderla. Era lo único que había comido en todo el día. Mientras comía la
manzana en silencio buscaba las palabras que quería decirle a Isaac, la
explicación a su comportamiento, pero Isaac terminó antes de escribir y
aclarando la voz comenzó a leer.
- Dice un viejo proverbio oriental que no le importa al
jardinero cuántas veces se pinche con las espinas si la rosa que florece en su
jardín es hermosa. Sin embargo todo depende del tamaño de las espinas y del
dolor que produzcan, la belleza de la rosa puede no compensar siempre dicho
dolor. Ello va en relación a la consideración de la belleza como un bien
imprescindible o como un valor absoluto. Si se la considera un bien
imprescindible puede suceder que el dolor de la espina sea superior a dicha
belleza, por lo que aunque necesaria para la supervivencia del jardín la rosa
podrá ser cortada perdiendo su sentido la existencia del jardinero. Por el
contrario, si dicha belleza es un valor absoluto ningún dolor podrá ser lo
suficientemente grande como para superar a dicha belleza, por lo que la rosa
permanecerá en el jardín como la roca ante la ola que la devora, entonces la
sola presencia de la rosa aliviará el dolor de las espinas y la existencia del
jardinero seguirá manteniendo su sentido.
Isaac acabó de leer y me sonrió, luego me besó suave y
largamente en los labios. Le miré aturdido, era como si con el beso hubiese
robado la palabras de mi boca; todo lo que quería decirle se había desvanecido
de repente.
- ¿Dónde te habías metido? - pregunté al fin tontamente.
- Por ahí. ¿Y tú? - respondió.
- Por ahí, ya sabes.
Quería decirle muchas cosas, y se las hubiese dicho,
durante el día había ido formando en la cabeza todo aquello que debía expulsar
sobre Isaac y que antes o después habría de hacerlo. Sin embargo tras
escucharle algo había cambiado, y es que todavía albergaba la duda de saber si
su compañía era un bien imprescindible o un valor absoluto.