sábado, 25 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (18)



Isaac tenía razón, estaba muy excitable. No estaba acostumbrado a esta nueva situación moral; siempre había sido un tipo equilibrado, era de la opinión de que en el equilibrio se encuentra la base para cualquier tipo de actividad, especialmente en la de formar el amor en una relación. Sin embargo el amor se estaba descascarillando cada vez más rápidamente delante de mi propia cara sin saber por donde atajar el problema, y de todos es sabido que los agujeros negros lo absorben prácticamente todo. Ese era el problema, luchar contra el agujero negro, parecía una victoria imposible. A un primer momento donde la conciencia había clavado los primeros alfileres  se unían ya no solo sus pinchazos sino el frío acero de la espada de los celos. Sí, estaba celoso, para qué negarlo, solo que únicamente lo sabía yo y no pensaba demostrárselo a nadie, y menos a Xania. Isaac tenía razón, estaba muy excitable, el hecho de que ya no podía con ella todo el tiempo apetecido porque lo necesitaba para otras ocupaciones hacía que dudase de las verdaderas razones truncándolas por una incógnita menos clara que habitaba en mi mente. Esa extraña sensación que quema la garganta como un trago de vodka y que hace que la cabeza difumine la razón ya formaba parte de mí.            Con Marzo llegó el buen tiempo, los días más largos y más calientes, más luminosos. También llegó la noticia del próximo trato, Lio Lin volvió a aparecer más asiduamente por casa, si todo salía bien la cantidad de dinero sobrepasaría con creces la anterior, iba a ser un montón de dinero. A partir de entonces en casa se respiró el ambiente de la espera intranquila, no se hablaba mucho del tema, lo suficiente para no dejar un cabo suelto y algún que otro pequeño comentario. Bormano volvió a engordar, empezaba a ser algo preocupante, nunca había estado tan gordo; no es que pesase demasiado, pero el ritmo de engorde era notorio. Un día fue a comprarse ropa y volvió con todo un cargamento de camisas y pantalones nuevos. Yerkari y Serban también estaban intranquilos, se movían por todos los sitios y en ninguno podían estar mucho tiempo, excepto en su habitación, donde se pasaban gran parte del día, casi siempre follando como locos, para quitar los nervios. Quien parecía más tranquilo era Isaac, miraba al techo y volvía sobre la hoja blanca, sentado en el banco de color azul pasaba las horas escribiendo, sabe Dios qué, llenando hojas que en un futuro más o menos próximo quemaría para purificarse con el fuego. Yo simplemente permanecía ausente, mi cuerpo se encontraba cerca de todo pero mi mente distaba mucho de él, mi cabeza tenía suficiente ocupación con intentar poner en orden los papeles del corazón. Un par de días fuimos a la playa; el agua todavía estaba algo fría, pero tumbados en la arena de la playa, con el sol sobre nuestras caras, pudimos echarnos alguna siesta mientras la brisa acariciaba la piel. Aún no había mucha gente, pero poco a poco, lentamente, cada día se veía a más personas colocar sus toallas cerca de las rocas primero y más tarde por toda la playa. Semana Santa se acercaba, se olía en el aire, toda la maquinaria que existía para que aquellos días sacros refulgiesen con el mismo brillo de todos los años daba los últimos retoques a todo el engranaje de personas y organización; la tradición pesaba demasiado como para dejarla a la improvisación. También fueron días de vídeo, innumerables películas de vídeo, tuvo que ser como una fiebre, levantarnos y desayunar con Fellini, comer con Spilberg o cenar con Humprey Bogart. Daba igual, cualquier película era buena, enamorarse con Bergman o matar japoneses con bombas o patadas inverosímiles. Miraba la pantalla y observaba al protagonista, imaginaba ser yo aquel que luchaba, besaba o moría, aquel que era el centro de algo, por lo menos de su propia historia. Miraba y soñaba despierto; sin embargo aprendí que es más duro olvidar un buen sueño que ver finalizar una buena película.



            La importancia de la felicidad radica en su conocimiento. De poco sirve ser feliz si no se tiene constancia de ello, por eso nos damos cuenta muchas veces de ella cuando ya no la tenemos, sabemos que la hemos tenido por comparación con el estado posterior de tristeza. Quien percibe la felicidad en el momento de tenerla es quien conoce realmente la felicidad, hacerse una idea de ella por un recuerdo aproximado es ver solo el reflejo en un charco de agua, se difumina. Con la tristeza sucede lo contrario, generalmente todo el mundo sabe que está triste cuando realmente lo está, nadie tiene que esperar a ser feliz para darse cuenta de un estado emocional tan sencillo, la felicidad parece algo mucho más complejo. Esto es debido a que la consecución de un estado de felicidad viene ligado al cumplimiento de unas expectativas, mientras que para el estado de tristeza no es necesario cumplir ninguna; algo por otra parte más simple de conseguir. Quizás por eso haya en el mundo más pena que gloria, por una mala distribución de recursos materiales y una falta de recursos morales.
            - ¿Y tú eres feliz?
            - ¡Qué pregunta tan absurda!
            - No lo sé, por eso te lo pregunto.
            - ¿Tú qué crees?
            - Que sí.
            - Enhorabuena, con otra oportunidad acertarás.
            - ¿Y por qué no eres feliz?
            - Porque no cumplo mis expectativas. ¿Acaso tú lo eres?
            - No lo sé.
            - Una duda siempre es una negación. Nadie puede dudar de algo tan obvio.
            - Tienes razón, no lo soy, era solo que no me esperaba la pregunta.
            - Pues nunca preguntes algo que no quieras que te pregunten a ti.
            - ¿Por qué me has dicho todo eso sobre la felicidad?
            - Para que no te equivoques, la felicidad cotiza cara en el mercado.
            Miré el reloj.
            - ¡Mierda! Me tengo que ir, llego tarde - dije levantándome y cogiendo la chaqueta que estaba en el perchero.
            - Suerte.
            - No te preocupes, controlo la situación.
            Cerré la puerta de la habitación y dejé a Isaac tumbado sobre la cama. Salí a la calle y decidí ir andando, no hacía frío y la brisa de la noche podría ayudarme a ordenar los pensamientos. Estaba decidido, solamente pensarlo me dolía el alma, pero había tomado la decisión que creía más adecuada y no estaba dispuesto a cambiarla. Había imaginado todas las situaciones, todas las opciones posibles, que llorase, que se callase, que pidiese otra oportunidad, que se levantase y se marchase, incluso que me insultase, pero la decisión estaba tomada y era inamovible. Miraba hacia atrás, un año casi, y los recuerdos pasaban vertiginosamente por mi memoria como las losas por debajo de la suela de mis zapatos, miraba hacia atrás y me detenía en la última vez que nos habíamos visto, con toda aquella cordialidad fría e inerte que congelaba las miradas y los gestos, hace tiempo ya muertos. Terminar y dejar un hermoso recuerdo para el futuro, mejor detener la caída antes de tocar fondo y embarrarlo todo con el lodo que siempre queda abajo. Es probable que el peso de la conciencia unido a unos celos absurdos hubiesen tomado la mayor parte de la responsabilidad en todo el asunto, una conciencia maltrecha por los remordimientos de la infidelidad que podrían haber ocasionado la cuesta abajo iniciada hacía tiempo, tal vez un complejo de culpabilidad desafortunado demasiado pesado para tan poco espacio. La gente, más extraña que nunca, desfilaba a mi alrededor, como el agua que se bifurca en la corriente rota por una roca en medio del río, miraba las farolas imposibles que daban luz, la misma luz que había faltado dentro de mi cabeza, buscando el tabaco en los bolsillos, maldito tabaco que faltaba en el momento más inoportuno, una vez más, y los labios mudos, callados, sumidos en el recuerdo de aquel primer beso casi olvidado, cómo olvidarlo si pudo ser ayer, sin darme cuenta, y ahora en un suave letargo, qué ironía, después de la tempestad de un año de trabajo activo. Es curioso observar cómo la memoria tiende a quedarse con los recuerdos que prefiere, no siempre, pero sí generalmente, polarizándose en lo bueno o en lo malo, dirigida inconscientemente por el corazón que necesita de esos recuerdos, y suele ser necesario bastante tiempo para recobrar una objetividad que no vuelve nunca a ser perfecta. Es probable que la mía se quedase con aquellos buenos recuerdos a causa del amor que aún sentía por ella, un amor que ahora dolía demasiado como para intentar seguir alimentándolo, siquiera enderezarlo.
            Tras casi media hora de camino llegué al lugar indicado, otra vez el Sumtrab, a ella le gustaba y para qué negarle el último deseo, pero comenzaba a cogerle verdadera antipatía a este maldito sitio y después de esa tarde seguramente aumentaría ese sentimiento. Entré y allí seguían las mismas mesas cuadradas y las mismas sillas de terciopelo, observé y ahí estaba, en una esquina, con su café con leche esperando paciente mi llegada.
            - Buenas tardes - pronunció sonriendo desde el otro lado de la mesa.
            - Buenas tardes, Xania.
            Pedí otro café con leche, nos miramos silenciosamente y sonreímos recíprocamente. Este era el momento más adecuado, para qué alargar más la espera inútil, intenté remover un poco el azúcar vertida en la taza pero el nerviosismo no me lo permitió, dejé la cucharilla y apoyé los brazos sobre la mesa, suavemente, mirándola tras un silencio que se alargaba excesivamente, observando sus hermosos ojos verdes, todavía ahora me parecían más hermosos por no ser ya míos, tomé aire y busqué las palabras adecuadas.
            - ¿Lo dejamos?
            Simplemente. Había imaginado todas las situaciones posibles, todas las opciones, desde todas las perspectivas, pero aquella se me había escapado a la imaginación.
            - ¿Tienes un cigarro? - le pregunté con voz quebrada.
            - ¿Un cigarro?
            - Sí, un cigarro, es que me he quedado sin tabaco.
            Me dio uno, yo a ella las gracias. Nunca pensé que pudiese resultar tan fácil, no había pronunciado una sola palabra y ya estaba todo hecho; sin embargo me dolía en el alma que fuese ella quien lo hubiese dicho, pensar que ya no sentía nada especial por mí.
            - Bueno, ¿qué me dices?
            La respuesta ya la sabía, solo que no sabía cual era forma más adecuada de decirla. Aspiré fuertemente el humo y lo expulsé lentamente viendo cómo desaparecía.
            - Creo que será lo más adecuado.
            A veces resulta absurdo pensar cómo todo puede ser diferente a como uno lo piensa, se nos escapan demasiados factores de las manos como para poder controlar la situación, incluso los propios. Después la conversación discurrió alegremente, como la de dos buenos amigos, los dos sabíamos que era lo más acertado y como tal lo aceptamos. Nos dijimos muchas cosas durante algo más de una hora, cosas generalmente bastante triviales, qué otra cosa se puede decir en determinados momentos, mirándonos, mirándola, sintiendo cómo el peso que me atenazaba se marchaba lentamente para dejar libre un espacio que luego no se volvería a llenar, que se quedaría vacío. Cuando nos despedimos nos dimos dos besos, uno en cada mejilla, como dos buenos amigos, el beso de Judas pensé, por ser más falsos que el propio Judas, sin embargo quizás estuviesen llenos de buenas intenciones, no lo sé, pero yo hubiese preferido solamente uno, el último de verdad, con el que poder sellar la puerta que no volveríamos a cruzar.
            De regreso a casa, otra vez andando, las palabras de Isaac volvían fuertes a los oídos, todo el mundo sabe cuando está triste, no hace falta más que sentirlo, y yo lo estaba sintiendo; cierto es que el paso de vuelta era mucho más relajado que el de ida, pero el hecho de que hubiese sido ella quien hubiese puesto punto final significaba que ella también lo daba por terminado, una idea que detestaba, no por orgullo sino porque lo consideraba un fracaso por mi parte, ya lo había dicho siempre, ella no era feliz y yo no  había sido capaz de cambiar esa situación. Después de los besos me dijo que algún día quedaríamos para tomar un café y contamos las cosas, como buenos amigos, y tras la sonrisa afirmativa que le regalé escondí la respuesta que los dos sabíamos demasiado bien que era la verdadera. Algún día, pronto, adiós, cuídate, suerte, sé feliz, llámame. Lo que no pude imaginar es que no lo volvería a ver nunca más en mi vida.

viernes, 24 de enero de 2014

Y la sociedad somos todos… EL ASPECTO PSICOLÓGICO DE LAS ENFERMEDADES



Después de estar reunido con muchas asociaciones de enfermos y distintas patologías específicas, he llegado a la conclusión de algo que ya intuía, algo que tienen en común casi todos los afectados, y es el efecto psicológico que en ellos produce la nueva situación.
Muchas de las enfermedades o patologías que se sufren son físicas, pero sus consecuencias son tanto físicas, como psicológicas. Y esto se produce por la nueva percepción que se tiene de uno mismo, y también por nueva percepción que la sociedad proyecta de la persona afectada. La incomprensión, el aislamiento, e incluso el rechazo, pueden ser pautas que la sociedad realiza con estas personas. Y la sociedad somos todos. En muchas ocasiones estas pautas se plasman en la pérdida de amigos, conocidos, actividades sociales, y consecuencias todavía más graves, como son la pérdida del puesto laboral, con la consecuente pérdida de poder adquisitivo y de nivel de vida.
Un día cualquiera, podría ser hoy, mañana, el año que viene, una persona cualquiera, podría ser yo, tú, o un señor que nos cruzamos por la calle, recibe una noticia, sufre un percance, podría ser cualquier circunstancia, que le trastoca profundamente la vida.
Una circunstancia negativa, algo que posiblemente le cambie su vida cotidiana, su presente y su futuro. Algo que no esperaba y que de repente, se convierte en el centro de sus pensamientos, sus actos y sus emociones.
Se da cuenta de que nada volverá a ser ya igual, y que posiblemente lo que viene será peor, o bastante peor, de lo que tenía. Es en este preciso momento cuando empieza a  aflorar una gran ansiedad, angustia, y se entra en un estado emocional muy concreto que se llama depresión.
En todas las asociaciones que hemos visitado nos hablan de la ayuda psicológica. Una ayuda psicológica que proporciona, por una parte, un profesional (un psicólogo), y por otra, una ayuda tan importante o más, que es la de las personas que se encuentran, o han encontrado, en la misma situación.
Queremos incidir en este segundo aspecto. No existe mejor argumento que el ejemplo. Un ejemplo positivo es un refuerzo que imprime a la conducta la confirmación de la certeza. Si una persona lo puede hacer, si muchas lo han hecho, tú también puedes. Estas personas ejemplares te van mostrando que la meta a la que aspiras (normalizar tu vida) es un proceso que va por fases, que cada fase requiere un tiempo y un esfuerzo, y que después de ir superando todas ellas, paso a paso, puedes volver a ser dueño de tu vida.
Algunas otras veces, desgraciadamente, y dependiendo de la patología o enfermedad, esto puede no ser posible. Aún así, la comprensión de estas otras personas que conocen en primera persona la situación personal,  ayuda a aceptar la situación que se está viviendo.
Apostemos por las asociaciones, grandes y pequeñas, que se esfuerzan cada día por escuchar a personas que necesitan ser comprendidas, buscan recursos y servicios a situaciones muy específicas, y dan visibilidad a colectivos muchas veces desapercibidos, pero que existen y que tienen tanto derecho de vivir su vida como cualquiera de nosotros la nuestra.

Iñaki Peláez.  Ldo. En Sociología

el espíritu de los tiempos (17)



Era la segunda o la tercera vez en toda mi vida que estaba en un sitio de esos, las paredes con grandes cuadros pintados, separados del espectador por una cuerda roja, donde la gente se paraba enfrente de la obra y así permanecían, algunos incluso durante minutos enteros, pareciendo una estatua más de la exposición. Morla, aquel individuo que había conocido, iba acompañado de Xania delante nuestro, miraban y observaban las obras detenidamente comentándolas en un lenguaje desconocido para mí. Había bastantes personas en las salas, por lo que se decía estaba habiendo una gran asistencia de público, poco común en eventos de este tipo. Isaac y Arizoni estaban detrás mío, enfrascados en una conversación ajena a la exposición, o por lo menos a esta exposición, muy lejos de cualquier sitio donde pudiésemos encontrarnos. Algunos cuadros me gustaban, me parecían originales, pero la mayoría de ellos me resultaban absurdos.
            - Difiero del autor en su concepción del arte conceptual - comentaba Morla señalando con el dedo índice a varios cuadros consecutivamente.
            Xania respondía afirmativamente con la cabeza, sin quedar totalmente claro si con aquel gesto afirmaba la misma opinión o afirmaba que había entendido la opinión, o solamente era un gesto reflejo. Me sentía encerrado entre dos conversaciones que no acertaba a comprender y que por otra parte no me interesaban lo más mínimo; estaba allí por hacer algo diferente y no me gustaba. Tras veinte minutos de margen para intentar que aquello me atrapase mínimamente desistí y con un par de frases les dije que me iba a esperarles a la puerta. Mientras salía me fijé en las grandes baldosas, blancas, cuadradas, perfectas, que ocupaban todo el suelo y que me llevaban hasta la salida. Me gustaban más aquellas baldosas que la exposición propiamente dicha. El autor era un artista extranjero de renombrado prestigio, y por lo que ponía en el impreso que había cogido al entrar, había sido un gran esfuerzo por parte de las instituciones públicas y privadas el que había conseguido el poder traer la colección tan excepcional a Martaux. Me apoyé en una de las columnas que había fuera, busqué en los bolsillos el paquete de cigarrillos y llevándome uno de ellos a los labios lo encendí. Por la acera la gente transitaba, anónima, con prisas, el semáforo cambiaba de color cada varios minutos, de rojo a verde y de verde a ámbar y a rojo, ininterrumpidamente. Como una más de aquellas columnas podía observar cómo toda aquella muchedumbre formaba una masa compacta y uniforme de ojos y miradas a ninguna parte, pobres imbéciles ingenuos, siendo solamente uno más en medio de la infinidad, como una simple lágrima en todo el mar infinito, y entonces me di cuenta que yo también era uno de aquellos extraños son rostro que pasaban delante mío, ignorantes de mi existencia. Encendí el cuarto cigarrillo consecutivo.
            - Vamonos a otra parte - dijo una voz a mi espalda sin darme tiempo a girarme.
            - ¿Y Xania ? - le pregunté.
            - Dentro, con Morla, han dicho que se quedaban y que luego vienen, Hemos quedado en el Sumtrab.
            Aspiré una calada fuertemente y nos fuimos los tres a tomarnos una cerveza. Arizoni parecía animado, hablaba y hablaba, más que de costumbre, e Isaac se reía. Las palabras brotaban apresuradas, atropelladamente unas detrás de otras, ingeniosas, y  con la sonrisa en la cara entramos los tres en aquel amplio local de mesas cuadradas y sillas de terciopelo rojo.
            - ¿Quién ha dicho de quedar aquí?
            - ¿Y qué más da?
            Pedimos tres cervezas y nos sentamos en una de las mesas cercanas al rincón. No me acababa de sentir cómodo en el Sumtrab, era uno de aquellos sitios donde uno nunca termina de olvidar esa extraña sensación de desagrado que se tiene en ciertos lugares y que por mucho que uno lo intenta no acaba de acostumbrarse; había estado tres o cuatro veces y siempre intentando que fuesen estancias lo más breves posibles. La mayor parte de las mesas estaban vacías y las ocupadas apenas eran una mínima parte del total. Quise encenderme un cigarrillo pero la cajetilla se había acabado.
            - ¿Tenéis un cigarro?
            Arizoni me dio uno, yo a él las gracias. Lo encendí pensando que tal vez había que plantearse dejar de fumar, o por lo menos una menor cantidad.
            - No lo soporto - murmuró Arizoni.
            - No me extraña - le respondió Isaac tomando un trago de la cerveza que tenía sobre la mesa.
            - ¿De quién estáis hablando?
            - ¿De quién crees que estamos hablando?
            - No lo sé - murmuré dubitativo, con miedo a decir un nombre en concreto.
            - De Morla, de quién si no - dijo Arizoni en tono seco.
            Había acertado; lo que me resultaba más extraño era que los dos solían estar juntos y siempre parecían tener un buen trato mutuo.
            - ¿Pero no soléis estar mucho juntos?
            - De vez en cuando, pero nunca los dos solos. Siempre que estoy con él es porque coincidimos. Lo que pasa es que coincidimos muchos.
            - Yo pensaba que os llevabais bien - musité extrañado.
            - No, solo por respeto a Xania, ella le estima bastante.
            Y era cierto, Xania siempre hablaba bien de él, un tipo inteligente, un tipo simpático, un tipo gracioso, un tipo guapo, hablaba demasiado bien de él; no era que yo fuese celoso, nunca lo había sido, por suerte nunca había conocido esa extraña sensación que quema la garganta como un trago de vodka y que hace que la cabeza difumine la razón, pero no me gustaba que Xania andase con un tipo tan pretencioso como él y mucho menos que los admirase.
            - Como no tengas cuidado un día de estos te quita la novia - dijo Arizoni sonriendo.
            Le devolví la sonrisa, pero ciertamente no acabó de hacerme mucha gracia. Arizoni siguió criticándolo, enumerando los pequeños y numerosos detalles que terminan por hacer crispar los nervios de las personas y crean las enemistades; Arizoni tenía una gran colección de ellos guardados en la recámara y parecía que no los iba a olvidar fácilmente. Lo conocía desde hacía años, y a lo largo de ellos Morla le había demostrado que clase de persona era.
            - Las apariencias pueden engañar un cierto tiempo, pero al final todo cae por su propio peso, y ese es uno de los mayores cabrones que conozco, os lo aseguro.
            Arizoni parecía resentido, no era algo habitual en él ser tan explícito en este tipo de comentarios. Yo, aunque no conocía a Morla apenas, empezaba a tener la misma opinión, y realmente el hecho de que Xania soliese estar con él era algo que no acababa de agradarme lo más mínimo.
            Cuando llevábamos más de media hora e íbamos ya por la segunda ronda, Morla y Xania aparecieron sonrientes y dicharacheros; mientras nuestra conversación perdía toda la densidad que había tenido momentos antes la suya se abría paso inundando todo el espacio que había dejado nuestras palabras. Xania lo escuchaba absorta, porque de hecho casi siempre hablaba Morla, con los ojos encendidos, apostillando algunos pequeños comentarios y observaciones. Isaac y Arizoni mostraban su más hermosa fachada, pero tan artificial que casi se podía entrever el aburrimiento que escondían dentro, a veces algo más que aburrimiento, oyendo las continuas alabanzas a la gran exposición que habíamos dejado de ver. Parecían palabras bonitas, un tipo con clase.
            - Nosotros nos vamos - dijo Isaac - si no, no llegaremos para ver la película.
            Isaac y Arizoni se levantaron, me miraron, miraron a los otros dos y preguntaron quién quería ir con ellos. Miré a Xania y le pregunté con la mirada. Nada. Morla tampoco. Me levanté y le di un beso en los labios, tan fríos como el propio beso, le dije algo rápido y nos marchamos los tres. Allí se quedaron los dos, sin apenas notar nuestra ausencia; como si nunca hubiésemos estado.
            Decididamente aquel no era mi lugar preferido. Mientras andábamos por las calles sin rumbo definido, el cine había sido una excusa rápida, comprendí por primera vez todo aquello que siempre había esquivado evitando ser alcanzado; pudo ser que quizás la coraza del amor, al resquebrajarse, dejara los huecos necesarios para que por ellos penetrasen todos los dardos envenenados que había conseguido formar; los celos aparecieron ante la duda, la peor enemiga de todas, por el temor de dejar de ser querido cómo lo había sido en otra época y poder ser desplazado por otra persona, por ocupar mi espacio predilecto sin mi permiso. Finalmente fuimos al cine, tampoco teníamos otra cosa  que hacer, y por dos horas logré malamente evadir mi pensamiento de todo aquello que me carcomía por dentro viendo una película que no pasaría a la historia, una más, olvidándose al encender las luces después de los títulos de crédito, clavando la mirada fijamente en aquella gran pantalla que lo absorbía casi todo y que no dejaba pensar.



            - Sé cómo te sientes, ¿Te crees que eres el único que le ha sucedido algo parecido? Lo peor de todo es que por ahí se empieza y se termina por otra parte parecida, pero ya sin nada.
            Tenía razón, solo que él no sabía que no era el comienzo, esto parecía estar más cerca del final que del principio. Hice una boquilla de cartón y la coloqué al principio del papel, luego lo prensé cuidadosamente y antes de liarlo y pasar la punta de la lengua por la pega.
            - Nadie mejor que tú para saber en la posición en la que te encuentras, qué es lo que sientes.
            - Qué quieres que te diga, ¿Qué la quiero? ¡Claro que la quiero!, joder, tú lo sabes bien, pero últimamente me pone enfermo. No sé qué hacer... - le dije levantando la mirada hacia él.
            Puse el porro en la boca y lo encendí aspirando fuertemente la primera calada para que prendiese mejor. Estábamos solos en casa, desparramados en el sofá observando cómo anochecía; los otros tres se habían marchado a tomarse unas cervezas al bar de abajo, Bormano ya se defendía mejor con las muletas pese a que desplazarse se le hacía costoso y molesto todavía. El humo ascendía parsimoniosamente.
            - ¿No estarás celoso? - me preguntó con una sonrisa perspicaz.
            - ¿Yo? - dudé la respuesta - por supuesto que no, Isaac, sabes bien que a mí no me afectan esas cosas, yo no gasto de eso - y me reí.
            - Entonces, ¿Por qué te revienta que le caiga tan bien Morla? ... que por cierto, es muy guapo.
            - Porque no me gusta que la chica con la que salgo se acerque a un idiota.
            Le pasé el porro. En la televisión estaban poniendo dibujos animados. Estos eran nuevos, no los conocía. Eran bastante malos. Me levanté y fui a la cocina volviendo con una tableta de chocolate con almendras.
            - ¿Y para ti no hay mujeres en esta ciudad? - pregunté dejando caer la pregunta sobre el silencio que se había formado.
            - Parece que no, las especies extrañas suelen andar en peligro de extinción.
            - ¿Ni para una noche? Para ligarte a una chica una noche no hace falta ser demasiado exigente. Hammer por ejemplo, ¿Por qué no te has ido nunca con ella?
            - No es mi estilo. Además, nadie dijo que fuese tan fácil ligarse a alguien decente - respondió casi ofendido.
            - Seguro que te falta valor para entrar a matar.
            - Será cuestión de eso. De todas formas estate tranquilo que el día que me ligue a una tía serás el primero en saber la noticia.
            Fin de conversación. Sin embargo era curioso que todavía no hubiese ligado en Martaux; recordaba cómo en Mazur tenía fama de ser un experto en saber tratar a las mujeres, se contaba que casi ninguna se le resistía si él se decidía a conseguirla.
            Calladamente, silenciosamente, nos fuimos comiendo toda la tableta hasta dar con ella. Los dibujos no mejoraban, sin embargo no cambiamos el canal.
            - ¿Hago otro porro?
            - Como quieras.
            - Entonces lo hago.
            Cogí la piedra y comencé a quemar por una esquina.
            - ¿Cuándo has quedado con Xania?
            - No hemos quedado, le tengo que llamar. Por lo visto últimamente anda bastante ocupada y no tiene mucho tiempo. Yo tampoco la quiero agobiar mucho.
            - ¿Antes no os veíais más?
            - No me toques las narices, no estoy para bromas - le respondí bruscamente.
            - No era mi intención; de todas formas te veo muy excitable. Tranquilízate e intenta calmarte, yo no tengo la culpa.
            - Lo siento, no sé lo que me pasa - murmuré con tono lastimero buscando la forma de calmarme y pensar las palabras.
            El silencio, solamente roto por los sonidos que escapaban de la televisión, volvió a invadirlo todo, especialmente nuestro interior, sobre todo el mío.
            - Lo sé, sé cómo te sientes. Tranquilo, ya verás cómo todo se soluciona pronto - dijo con voz suave, sin dejar de mirar por la ventana las luces de fuera.
            Lo miré por un momento antes suspirar. Pronto darían las siete y media.
            - Gracias.