jueves, 12 de diciembre de 2013

cuento del pony y el aragosaurus

Un pequeño pony pastaba todos los días en su preciado pasto.
Un día pensó: ¡Voy a ser payaso! Me gusta reír, y creo que a los demás también les gustará reír. Pero miró a su alrededor y no vio a nadie. ¡Vaya faena! - se dijo - ¿Y qué voy a hacer?  Y así empezó su aventura.
Llevaba ya cinco días andando y no había encontrado todavía a nadie. ¡Jamás pensé que esto fuera tan grande! ¿Cómo es posible que nunca lo hubiera imaginado antes? Y siguió caminando.
Al octavo día, por fin se encontró con otro animalito. En su vida había visto otro parecido, y le preguntó: - ¿Y tú quién eres? - El otro animalito le respondió: Soy un dinosaurio, concretamente un aragosaurus, y no soy un animalito, mido 27 metros. – Pues tienes razón – le comentó el pony – si que eres grande… Y cómo se ve el cielo desde allá arriba? - Muy lejos – contestó el aragosaurus.  – Entonces… ¿para qué quieres ser tan alto?  - Bueno… yo no lo he elegido – le volvió a responder el gigantesco ser. – De hecho, me gustaría ser más pequeño, porque soy muy tímido, y aunque quiera no me puedo esconder… - ¿Y para qué te quieres esconder? – Le interpeló el pony, cada vez más curioso.
 El dinosaurio bajó su enorme cabeza hasta la oreja derecha del pony y le susurró: - No me gusta cómo soy… Cuando llueve siempre me mojo porque no puedo entrar en ninguna cueva, las dinosaurias no me quieren, porque dicen que soy demasiado grande, y los demás animalitos salen corriendo porque tienen miedo de que les aplaste sin querer…
El pony aclaró la voz y le susurró: - Yo no tengo miedo, pareces un buen tipo, no eres un fanfarrón, y aunque tímido, creo que te gusta hablar, porque si no no hubieras bajado desde tan alto para hablar conmigo… ¿Quieres ser mi amigo?
El pony le puso su mejor sonrisa, quería causar buena impresión y no ofender al aragosaurus. Además, en el fondo, sí que tenía un poco de miedo de que le pisara sin querer.
¿Y tú qué haces aquí? Le preguntó al pony.- Yo… quiero ser payaso, como me gusta reír pensé que a los demás también les gustaría, y como vivía sólo en medio de un prado, me puse a caminar.
¡Ahhh… !  Muy bien. – le dijo el dinosaurio. - Cuéntame algo que gracioso, a ver si me haces reír. De lo contrario, te aplastaré.
El pony se puso a temblar, no esperaba esa respuesta. El aragosaurus, al verlo, se puso muy serio, frunció el ceño, y mirándole desde las alturas, empezó a bajar su cabeza hasta la cabeza del pony, y cuando llegó, empezó a reírse.  - ¡Es broma! Pero qué cara has puesto… Tenías que haberte visto… Venga, súbete encima de mí y verás  el mundo como lo veo yo. Además, si eres tan valiente como dices, aunque no lo creo, te gustará conocer experiencias nuevas.
Y así, los dos animalitos, comenzaron a caminar juntos.

carta de desamor



Sé que nunca te escribiré. Por eso escribo esta carta. Sé que nunca te escribiré porque nunca he escrito a las demás, y tú tampoco eres especial. Sé que te llegará la carta por otros medios y otras direcciones, por otras bocas y quizás, por otros corazones. Pero no seré yo quien te la escriba.
         Y lo siento de verdad, no te creas. Lo siento dentro del alma mía. Me das susurros al oído como quien da gritos en el vacío, y tú piensas poco y sientes mucho, y pides mucho y no te das cuenta de nada. No te das cuenta de nada. Qué desaliento.
         No me duele no quererte. Me duele no querer quererte. O mejor dicho, me duele querer no quererte. Me duele porque ya no quiero no querer, ahora quiero querer. Y quiero quererte porque eres especial, me lo han dicho. Me han dicho que los susurros que das al oído no son gritos en el vacío. Me han dicho que la suerte siempre está de los que nacemos con estrella, y me han dicho que tú eres la más brillante de todas ellas. Pero tú tampoco eres especial.
         Descarnado, pensando cómo enamorarme de ti sin que tú te des cuenta del intento, sin que te des cuenta de mi futuro fracaso y de tu inevitable frustración. Con la cara bonita de chica majita que pones al bailar, al andar, al besar, al mirar, al callar. Con el cuerpo tan voluntarioso que tienes cuando haces el amor. Cuando hacemos el amor. Cuando haces el amor, porque para hacerlo primero hay que amar.
         ¿Me entiendes ahora cuando no te puedo explicar ni decir todas las cosas que quisieras saber? ¿Cómo decirte lo qué siento, que es lo que no siento? Suave y blanca estaba esta mañana la almohada en la cama. Blanca y callada en tu piel de porcelana. Destellos, dirían, salían de tus ojitos, y tus pies, ¡Oh, tus pies! Jugaban dicharacheros con las sábanas. No se puede destruir tanta felicidad, pensé yo, es un crimen rastrero. No soy tan malo, solamente por no poder querer. Todos estamos tullidos en algo. Y en mi caso, mi delito no es otro que no poder dar amor. Un amor que deseo dar, pero que primero hay que sentir. Un amor inexplorado, inmaculado. Un amor que aún tengo que inventar sin saber cómo hacerlo.
         Y tú no me ayudas, nunca me ayudaste. Piensas que con darlo todo es suficiente, con amar tan intensamente todo es posible, todo es sobornable a través del amor. Pecado del que ve es pensar que el ciego de nacimiento quiere siempre ver la luz. Anda, ve y cuéntale a Platón si su mito quería salir de la caverna. Porque yo no. Yo sí. Yo no. Yo no sé.
         Como tampoco sé si serás la primera, la última o la del medio. Y si yo seré el primero, el último o simplemente también el del medio. Porque el día que por otros sepas lo que no leerás en esta carta ya no querrás ser la última, ni la del medio, ni la primera, porque sabrás que no fuiste ni una ni otra ni otra, sino ninguna, y que yo fui otro y otro y otro. Y ninguno fui el que tú anhelabas. Sabrás quizás por qué el ciego puede tener miedo de la luz.
         Mujer, soy como una sacarina, que te endulza pero no te alimenta. ¿No te has dado cuenta, o quizás tú también me tomas para poder beberte el café que te despierta a la mañana y te hace más llevadero el día? Pero tú no eres sacarina, sino dulce azúcar que alimenta y que se funde al contacto cuando la temperatura aumenta. Me lo han dicho, y yo les he dicho que ya lo sé, que eres dulce. Pero no les he dicho que me estoy quedando flaco.
         Algún día te preguntaré, cuando pase todo esto, y haya pasado el amor, el odio y después la indiferencia, por qué, tú, que eras el terrón de azúcar más brillante del cielo, me dejaste morir de hambre. No son los besos lo que da de comer, sino el cosquilleo que se siente al darlos. No es mágico solo el amor que se recibe, sino sobretodo el amor que se da. Mágico, no de sobrenatural, sino del sabio persa que mira el firmamento en busca de su estrella. Buscando un catalejo con el cual poder vislumbrar el cielo te acabaré por romper sin haber visto siquiera un cometa.
         Te pido perdón por anticipado. Por no haberte querido nunca, por utilizarte en mi buena intención de querer a pesar de saber que un día de estos te habré matado por dentro. Te hubiera tenido que decir que los hombres vestidos de gris secamos las flores que polinizáis la primavera, que empiezo a sentirme viejo, y que empiezo a morir por no nacer. Lo sé, porque me lo han dicho.
        
        

miércoles, 11 de diciembre de 2013

263



Tan pequeña es la flor que no se ve.
Hace falta algo más que buscarla
Entre la hierba para percibir su aroma.
Falta encontrarla sin pisarla.
Rápido, rápido. El tiempo predice
Involutivo una época que se acaba,
Empeñado, todavía, en recordar
Nostalgias que no fueron nunca nada,
Donde nuestra intrahistoria se envolvió
Sobre adornos que inventamos para armarla.
Hoy, aún tengo miedo de deshojar,
Impertérrito, mi pequeña flor amada,
Pequeña y débil, frágil y tímida,
Ofuscada por su traje que la engaña.
Fuera, el sol duda de su altura.
¿Calmará su sed la flor solo con el agua?
Hoy, mi flor miró al cielo buscando lluvia.
Intermitentes, los pétalos se alzaron hacia el alba.
Luego, sus voces fueron un murmullo
Donde poder edificar mi morada.
¡Hay flores tan bonitas...! como sueños,
O sueños que crecen como flores blancas,
Omnímodas y hermosas. Flores pequeñas
Donde posar le vista esperanzada.

cuento de la abejita y la flor



En un país muy lejano, vivía una pequeña abejita. Era una abejita muy bonita, con su camisa amarilla y negra, muy bien planchada, y unas antenas muy lustrosas.
Un día, la abejita estaba encima de una flor. ¡Hola! Le dijo la flor. Al principio la abejita se asustó un poco, porque nunca había oído hablar a una planta, pero rápidamente se recompuso. ¡Qué curioso! Respondió, una flor que habla… ¿Quién te ha enseñado? No es muy habitual… ¿Y cómo produces el sonido? Porque tú no tienes boca.
La planta se le quedó mirando, y le contestó: Te hablo con tu propia imaginación, porque eres tú quien desea que te hable, y sólo así me puedes escuchar.
 La abejita se quedó pensativa, ¿cómo era posible que fuera ella misma, y no la planta, quien dijera las palabras? Sabía que no estaba loca, y que la escuchaba perfectamente. - Solo es cuestión de querer, y escuchar -, le volvió a decir la planta a la abejita. - Aprender es lo importante. De la misma forma, deberías hacer lo mismo con tu corazón.
Desde ese día, la abejita va a visitar a su amiga la flor, le enseña geografía, le cuenta los sitios que ha visto, los animalitos que ha conocido, y el récord de velocidad que ha conseguido volando para atrás. Y la planta le ha enseñado, poco a poco, pero con paciencia y tesón, a escuchar a su corazón.
 Y ahora las dos amigas son muy felices.

martes, 10 de diciembre de 2013

LA NEGACIÓN DE LO QUE TU MÁS QUIERES (330)



Sí.
Con amor conseguiré
lo que más te duele.
Y por eso me odiarás.
Querrás mi odio.
Y no lo tendrás.
Un amor sincero.
Un amor verdadero.
Un amor que escuece
porque te dice la verdad.
Mi amor es la negación
de lo que tú más quieres.
Y no lo podrás cambiar.
Triste sino.
Mi camino
Es tu destino
De amarga aceptación.
Siempre te querré,
es algo inevitable.
Tu herida sangrará
cada vez que sienta la espina
clavada en tu indomable corazón.
Muñeca turbia.
Tu alma decantará el poso
que todo buen vino debe reposar.
Y un día,
mirándote en el espejo,
veras en su reflejo
el tiempo lacerante
que te hizo madurar.