sábado, 10 de mayo de 2014

Cómo hacer humor (16): ¿Por qué no se ríe la gente? (II)



Porque no lo entiende

Un tipo recibe una pizza en su casa, y le pregunta al repartidor:
-¿Cuál es la propina acostumbrada?
-Pues… suele ser de 1 euro, pero mi jefe dice que si logro que usted suelte 10 céntimos, ya sería un milagro.
-¿Ah sí? –Dice enfadado el cliente- ¡Pues toma 5 euros!
-¡Gracias señor! Lo ahorraré para mis estudios.
-Y si se puede saber, ¿Qué estudias?
-Psicología aplicada, señor.

También puede suceder que la persona no se ría porque no entiende lo que estás diciendo. Simplemente. ¿Cuántas veces se ha tenido que explicar un chiste, perdiendo éste toda la gracia? Un chiste generalmente busca el efecto inmediato, y si no se entiende su significado, el efecto va diluyéndose en segundos. De la misma manera, ¿Cuántas veces, al cabo de los segundos, minutos, incluso horas, te llega a la mente un momento, una expresión, un recuerdo, y de repente piensas ¡Ah, así que era eso…!?

                Los motivos por los que puede no entenderse un elemento de humor pueden ser varios, y todos deben ser entendidos en su justa medida, sin desmerecer a la persona que por causa de alguno de ellos pueda quedarse “in albis”.  De hecho, es nuestra responsabilidad que el mensaje que intentamos comunicar llegue al emisor correctamente y sea entendido. Un mensaje se puede no entender por varias razones:

 Inteligencia

De la misma manera que no todo el mundo es igual de fuerte, ni igual de alto, lo mismo pasa con la inteligencia. No todo el mundo ha nacido igual de inteligente, y por desgracia para los que tienen un nivel de inteligencia inferior, les resulta más complicado relacionar ideas, por lo que entender cierto humor será más dificultoso.
Es importante, en este sentido, intentar ajustar siempre el nivel del humor a la capacidad del que lo escucha. Este consejo será también, como veremos a continuación, válido para el nivel cultural y para el tipo de lenguaje.

Conocimiento y nivel cultural

-          ¿Qué le pasa a equis si tiende a infinito?
-          ¿Qué le pasa?
-          ¡Qué infinito se seca!
“El esposo le dice a su mujer...María me han dicho que me la estas pegando con el filosofo del pueblo....a lo que la mujer contesta...falacias amor, eso son falacias”.
Difícilmente entenderá estos chistes alguien que nunca haya tenido relación con las matemáticas o la filosofía. Y como éstos encontrarás cientos de ellos. Muchos no los entiendo ni yo. De hecho, en el del filósofo tuve que buscar el significado concreto de falacia para comprenderlo completamente.

Debemos ser conscientes que no todo el mundo tiene el mismo nivel o conocimiento cultural. Y además puede ser que una persona tenga un alto conocimiento en una materia y no tenga ni idea de otra. Lo que sí resulta bastante probable es que si utilizas un nivel cultural diferente al del contexto en el que te encuentras, tanto por encima como por debajo, puede resultar complicado que la cosa funcione. 

Si el nivel  es demasiado elevado, el mensaje no se entenderá. Esto puede tener varias consecuencias. De una parte, que tú quedes como una persona rara, extraña, o más tonta de lo que eres. Por otra parte, que la persona de menor nivel cultural se sienta incómoda, o lo tome como algo negativo, ya que si es consciente de su escasez cultural puede sentirse disminuida. Y como hemos dicho antes, es importante salvar el prestigio de las personas.

Si el nivel es demasiado bajo, el mensaje puede que se entienda (o no). Lo que está claro es que si se entiende puede que te tomen por una persona más ignorante de lo que eres, puede que por una persona que tenga  peor gusto o saber estar de lo que tienes realmente, o como una persona muy simple (que es diferente a sencilla). 

Estrés   

En los tiempos que corren la gente se ríe menos. ¿Tú te ríes menos que hace un tiempo? En las épocas de crisis, y ahora estamos en una época de crisis para casi todos (no para todos), las personas estamos más tensas. Como me dijo una vez un agente de la autoridad ¡Tensión! ¡Tensión! ¡Sin comodidad! Y cuando alguien no está cómodo, generalmente no le da por reírse mucho, a no ser que se ría por tensión nerviosa.

El estrés es un elemento evolutivo que nos sirve para mantenernos alerta de nuestros posibles enemigos. Desgraciadamente, el ser humano es el único ser vivo que puede mantener el estrés constantemente, aunque el peligro no sea real, solo hipotético. La gacela Thompson (ese animal que se parece a Bambi y que suele pastar tranquilamente) adquiere un nivel de estrés muy alto en tan solo décimas de segundo, sale corriendo para escaparse del guepardo y después, si no le han comido, vuelve a su antiguo estado de relajación.

Nosotros no. Aunque el bicho desaparezca, aunque ni siquiera haya aparecido, nosotros no. Además, el estrés es voluble y variable. Un día podemos tener más y otro día menos. Incluso en un intervalo de tiempo mucho más corto se puede variar.

Por eso es importante tener en cuenta este elemento. En ocasiones es posible detectarlo a simple vista. Otras veces las circunstancias nos pueden sugerir que existe una situación de estrés.
Las situaciones de estrés no son sencillas de eludir. Eso sí, se puede intentar cambiar la dinámica de la situación, aunque esto, creo yo, es preferible intentarlo con personas que ya previamente se conocen, porque de lo contrario seguramente no sabremos los motivos exactos que han provocado el estrés, y podemos correr el riesgo elevado de quedar peor de lo que estábamos al principio.

poesía nº 21



La realidad se despertó
convirtiéndose en el sueño,
sueño de sí mismo dueño
por ser quien la realidad inventó.

chistes (75)



¿Cuál es el colmo de un mouse?
Tener un "click" nervioso.

-Una mujer está desnuda, mirándose en el espejo de la habitación.
-No está feliz con lo que ve y le dice al marido:
-"Me siento horrible, parezco vieja, gorda y fea, realmente preciso de un elogio tuyo"
-El marido responde:
"Tu vista está cerca de la perfección".



- ¿Qué es una chincheta?
- Un lacasito cachondo.

el espíritu de los tiempos (36)



Sea como sea, lo cierto es que a veces, visto el vuelo después del aterrizaje, nos da miedo, sin más motivo que el que pudo haber existido en el momento de la acción. Volver la vista atrás no es lo mismo que volver la mirada, de hecho me ha pasado olvidarme la forma de algunos objetos entre la penumbra del tiempo cuando al intentar distinguirlos solo alcancé a adivinar su silueta de manera vaga. Y es que ciertamente la atención es un modo de ver, o de mirar, mucho más detallista, y por tanto específico. He vuelto la vista atrás, que no la mirada, para volver a hacer un recorrido rápido a través de dos puntos distantes entre sí, y esta vez me he detenido un poco más para observar el camino trazado. He llegado a la conclusión de que no ha sido una recta. Tampoco lo pretendí nunca, nunca tuve prisa por llegar a un lugar que podía ser otro y que no conocía. Por ello, pensándolo bien, creo que quizás sí que fue una recta, porque es el camino más corto que he conocido y probablemente el único que podía recorrer. Así que tampoco me rompo mucho la cabeza. El caso es que al volver a oír el susurro de aquel peregrinaje me doy cuenta que algo surgió en un determinado momento y que aún perdura dentro de mí, aunque solo sea en forma de postal naturalista.
          Algo cambió. A partir de ese día el albergue se hizo cita obligada a unos pies cansados de llevar siempre las mismas zapatillas viejas. Su imagen se hizo omnipresente. No siempre la veía, muchos días ella no aparecía a nuestro compromiso firmado de manera unilateral, y entonces la sensación se postergaba otras veinticuatro horas por lo menos, porque podían ser 48 o 72, solo que se volvía un poco más aguda cada vez. Los rasgos se volvieron más dulces, más suaves, más hermosos. La belleza de lo platónico como inalcanzable, tangible solo a la idea, me inundó el pensamiento. El punto culminante en el cruce de miradas al servir la sopa o el plato de arroz, buscando ese roce nimio de nuestros dedos, nuestras manos, al intercambiar el sustento, tan pequeño que si no existía mi imaginación se encargaba de crearlo. Después la misma mirada de presa acechante a la espera de que un milagro ( al final solo quedaba la posibilidad del milagro) diese con la respuesta a mi desventura interior. Día tras día, el pedestal fue haciéndose un poquito más alto y un poquito más blanco, construido con paciencia a base de ensoñación. Me imaginaba diálogos interminables donde todas mis preguntas tenían sus respuestas, donde las dudas ya no eran tales. Y ahí ella me rozaba la mano, no por casualidad sino por cariño, y me reconocía. Sobretodo me reconocía y me aceptaba por quien era, como si en un espacio neutro fuéramos los dos cuerpos desnudos sin más vestimenta que nosotros mismos en nuestra única esencia. Los días que ella estaba apenas hablaba con los demás, algo con Txamala ( compañía agradable si lo que esperaba era solo compañía, sin muchas palabras) cruzando escasas palabras, pero sinceras, dejándome llevar casi siempre por la vista.
          Isaac se volvió intermitente. Algunas veces le intentaba convencer de que viniese conmigo, que comiese dos platos seguidos de una comida caliente, que buscase algo más allá de sus propias palabras abstractas y circunvalantes. Isaac se volvió transparente. Se quedó más delgado, más pálido, de un color desagradable. Pero se volvió transparente porque ya no le quedaba nada ópaco que ocultase lo de dentro de lo de fuera, de tal modo que su cerebro se percibía a través de su cuerpo, en un lenguaje no verbal que no podía enmascarar el pensamiento más recóndito. Sus ojos eran dos pozos donde ya apenas salía agua. Y desde ellos me solía mirar, paulatinamente menos, pretendiendo ver en mí lo que ya no veía en él, a saber qué sería eso, dejando caer sobre la pierna coja su mano hábil, cómo si con esa caricia pudiese volver a correr, que bien sabía él que el antes ya no era posible, maldiciendo todavía al chino que le había hecho aquello, o todo, daba igual. Sus besos ya no eran míos porque yo ya no los necesitaba para nada, como tampoco lo necesitaba a él, o tal vez todavía sí, él era el nexo que me unía a un territorio que había habitado en un tiempo que ahora indefinido parecía poco menos que irreal y donde la moneda había mostrado su cara. Sus caricias eran frías quizás porque su mano había perdido todo su calor para el contacto humano, tanto ajeno como propio, que ahora solo sentía la lluvia cuando caía en forma de granizo. Y por ser el nexo palpable con los rizos de mi Xania, de Xania, a saber que sería de su vida allá lejos con la peluquería todavía si todavía la tenía, no lo abandonaba, el pensamiento de otra reencarnado en él era bastante argumento.
          - Sé lo que piensas.
          - ¿ Y qué pienso?
          Y qué más daba que lo supiese, ni él ni yo lo diríamos por miedo.
          - ¿ No vienes?
          - ¿ Para qué?
          - No sé... para no verte siempre así.
          - Lo siento, soy así.
          - Antes no eras así.
          - Antes... no ahora.
          ¿ Para qué insistir más sobre el tema? Mejor dejarle con su bolígrafo y su papel. Yo prefería tener algo en el estómago y el corazón.
          - ¿ Cuántos?
          - Dos, por favor.
          Y de nuevo mirarla desde lejos como repartía la manduca. ¿ En qué estaría pensando cuándo perdía la vista a través de las baldosas?
         


          Estaban reformando la ciudad, en distintos puntos de la ciudad se veían caer y levantar edificios de tal manera que en pocos meses varias fachadas cambiaron de color y tamaño. A las afueras también estaban construyendo. Sin embargo, aquí era diferente. Casas sin fachada engullían un campo que antes verde ahora gris hacían más enorme una ya de por sí enorme masa de cemento y ladrillo. Eso era lo que había oído alguna vez por ahí, porque según me dictaba la memoria debía hacer mucho tiempo que no salía de Ezer ni de las cuatro calles por las que había acabado moviéndome. La puta seguía trabajando, a veces, y otras solo enseñaba la media por debajo de una minifalda que apenas cambiaba de tela, solo de textura, el discurrir de los días y el camino recorrido gastaba al mismo buzo continuamente arrugado y pretendidamente alisado por una mano cansada de hacer el mismo movimiento.
          Me miré las zapatillas y habían cambiado, ya no eran de color azul, ahora eran marrones. Llevaba una temporada lloviendo y las calles tomaban una pequeña capa gris formada en la mezcolanza de polvo y humo. Como por arte de magia Isaac tenía una botella llena de un licor transparente y extraño. De mano en mano la botella se veía disminuir por momentos. Fuera del portal veíamos caer la lluvia; no hacía frío, pero la humedad del ambiente penetraba un poco en los huesos. Por suerte, aquella botella ayudaba a pasar el rato más agradablemente.
          -... chino lo mato. Nos vendió el hijo puta. No sé por qué lo pudo hacer, algo tendría que tener con la policía.
          - No le des más vueltas. Todo aquello ya pasó.       
          - Sí, pero si no hubiese pasado eso todavía podríamos estar ahí, y no aquí comiendo mierda.
          - No le eches toda la culpa. Algo también tuvimos que hacer para llegar aquí. El chino solo colaboró para que llegásemos antes.
          Me miró.
          - No me mires así y pásame la botella. Nadie nos mandó meternos en todo eso. Acuérdate que podíamos haber seguido con la chatarra y nada de esto hubiese sucedido.
          - ¿Y cómo le hubiésemos dicho a Bormano que no? ¿Acaso teníamos opción para decir lo contrario? Sabes tan bien como yo que no podíamos decirle que no. Además, bien te gustaba a ti también la buena vida, no dar un palo al agua y vivir como Dios.
          Para que negar lo evidente. Tenía razón. Pero visto todo desde este momento cualquier otra situación parecía más positiva. Ver la lluvia desde un portal no era uno de los sueños que había tenido, sobre todo si no podía cruzar la puerta que nos cerraba el paso hacia dentro.
          - ¿Qué estás escribiendo?
          - Cosas...
          - Estas siempre escribiendo y nunca me dices de qué. Antes por lo menos me leías algo. No es que me gustase mucho, ya lo sabes, pero había cosas entretenidas.
          - Ese no es tu problema - respondió dejando caer la mirada sobre la rueda trasera del coche rojo que atravesaba la calzada, llevándose la vista con él.
          - ¿ Sabes una cosa? Estoy empezando a hartarme de ti. Estoy aquí y lo único que haces es darme por culo. Eso no, que más te gustaría. Solo sabes hacerte el mártir y echarle la culpa a todos menos a tu jodida persona. Te crees Dios en el retrete y no tienes valor para tirar de la cadena.
          Me levanté y me marché, quedándose con la botella y la carpeta. Había empezado a llover más fuerte y lo único que quería era dejar a ese tipo lo más lejos posible. Realmente ya me estaba cansando, yo estaba con él porque no quería verlo así y lo que recibía a cambio era ingratitud por su parte. Me daba igual que me leyese o me dejase de leer todo aquello, pero lo que me sacaba de quicio era que nunca me diese nada, a mí, que lo había soportado durante todo aquel tiempo solo por el mero hecho de que lo consideraba mi amigo. Pero ya también tenía un límite, vaya si lo tenía, y cuando llegaba a él ( cosa complicada por otra parte) me era muy fácil cruzar la frontera y no mirar atrás. La calle me era tan propia y ajena al mismo tiempo que solo el reflejo en los escaparates me recordaba que seguía estando allí, caminando apresurado hacia delante medio borracho sin dirección alguna aún prefijada, porque lo importante es ese momento no era el dónde sino el cómo, y para eso solo bastaba con poner en marcha los pies rápidos, ya se pensaría más tarde lo otro. Dibujé la cara de Lio Lin en la memoria, su mano al mover las fichas de ajedrez, el peón, el alfil, el rey, y su cara antes de ver a Yerkari en el suelo. No. No era él el culpable de nuestra desgracia, muchas horas pensando en ello me decían que él solo era una pieza más de este puzzle enrevesado que nos habíamos puesto a destrozar, como si la fuente de todas mis desgracias fueran obra del maldito chino, a saber qué sería de ese pobre desgraciado. Quizás después de todo no le fuera tan mal por ahí y nosotros solo estábamos pagando parte de su libertad a cambio de la nuestra. Después de todo ahora eso era lo menos importante, lo importante ahora era encontrar la solución a la duda que me albergaba. El suelo comenzaba a acumular charcos de una manera informe aquí y allá cobrando las baldosas en algunas partes un brillo extraño por efecto de la luz. Parecía bastar un solo momento para que todo aquello desapareciese de repente.