sábado, 5 de abril de 2014

el espíritu de los tiempos (6º)

Aquella chica se metió en mis pensamientos sin mi permiso, buscó una habitación dentro de mi cabeza y se instaló en ella. Los ruidos del motor del viejo camión se mezclaban con su pelo y las curvas de la carretera con las de aquella mujer. Era un sentimiento obsesivo, la obsesión que se centra en una imagen y en un nombre, donde los recuerdos son ficticios e inventados porque los que deberían ser ciertos no existen o son escasos, y en último término se han manipulado tanto que han perdido la objetividad en la barra de algún bar tomando copas. No la volví a ver en una buena temporada. Observé todas las perspectivas, todos los puntos de vista, el mío, el suyo y el de los demás. El hecho de que apenas me relacionase con mujeres pudo hacer que aquella obsesión perviviese aún más y sin mi consentimiento, de tal modo que aquel sentimiento permaneciese indeleble.
            Isaac me dijo que había necesitado toda la luz del mundo para seguir viendo y había tenido que salir el sol para echarle una mano, luego las dos chicas se habían marchado. Me preguntaba por Xania y yo le decía que la buena suerte no siempre es compañera fiel; me miraba, sonreía, buscaba su mechero plateado y encendiendo un cigarro aspiraba fuertemente el humo. La nieve duró un par de días y luego se marchó cómo vino, sin avisar. Fue como si con ella hubiese caído chatarra y luego al desaparecer hubiese quedado la chatarra, porque de repente nos encontramos montones y montones de chatarra; era como si el mundo se hubiese quedado viejo y ya no sirviese para nada más que para esperar nuestra llegada y llevárnoslo en nuestro camión. Conocimos todos los lugares en cien kilómetros a la redonda. Vimos extenderse la playa como una serpiente dormida bordeando el mar. Por el banco rosa siguieron pasando en busca de un poco más de fantasía las gentes que ya conocía de vista, hasta que alguien insinuó que aquel ya era aburrido y lo pintó de azul. Martaux fue haciéndose cada vez un poco más nuestra; la ciudad no era tan grande y los rincones no estaban tan escondidos como para no ser vistos. Fue un tiempo donde no escasearon las cervezas, las noches tenían el color ocre de los botellas y no era extraño acabar formando regimiento con ellos. Mientras, Isaac escribía. Miraba la hoja en blanco y luego la llenaba, quizás por miedo a su pureza.
            - Una hoja en blanco es la oportunidad del futuro. No puedes mirarla y dejarla como está. Debes hacerla tuya, poseerla. Una hoja vacía te recuerda que puedes cambiarla, modelarla a tu forma y disposición. Una hoja en blanco forma parte de uno mismo. Al final acaba queriéndosele, porque una hoja llena ya es ajena, es como el pasado, ya no le pertenece a uno mismo, no lo puedes cambiar. por eso prefiero la hoja vacía, sé que en ella puedo ser lo que quiera y lo que seguramente no podré ser en la realidad, pero al escribirla esa personalidad ficticia se convierte por el mismo hecho de escribirla en realidad, tan real como lo que puedo vivir. Mi literatura soy yo y yo soy mi literatura, y en ella ya he vivido mil vidas y viviré muchas más.
 
 
            Un día conté el poco dinero que tenía ahorrado y tomé la decisión, llevaba tiempo rondando la idea y finalmente lo decidí. Era un buen día de cielo azul, nos montamos Isaac y yo en el coche de Bormano y junto con él nos fuimos a una casa de las afueras donde vivía un tipo que conocía Bormano de hacía algún tiempo. Nos llevó detrás de la casa, una gran casa sucia de ladrillo barato hecha hace años, y allí tenía el coche. Era un coche desgastado pero por lo que dijo Bormano en buen uso. La chapa había perdido su brillo original y la tapicería un poco agujereada tenía un poco de polvo. Pero era bonita; gris, de cuero viejo, donde los años habían dejado su huella. Rusko, que así se llamaba el tipo, me dio las llaves y fuimos a dar una vuelta para probarlo. El motor sonaba bien. Buscamos la playa y hacía allí nos dirigimos. En la playa los primeros días de cierto calor habían hecho asomar a los bañistas más atrevidos que se afanaban por probar el agua aún fría. La arena estaba limpia y suave. Paramos el coche y nos metimos en “El rincón del percebe”, una tasca que ya llevaba mucho tiempo, no como los nuevos pubs de metal y luz, sino de madera vieja y música baja. Pedimos cuatro cervezas.
            - Parece que ha llegado la primavera.
            - Una más.
            - ¿Y el coche qué te parece? - preguntó Rusko.
            - Creo que va bastante bien - le contesté.
            - Le cambié el motor hace poco y tiene la caja nueva.
            Bormano asintió corroborando que era cierto.
            - ¿Y tú por qué no lo quieres?
            Me miró, sonrió en un gesto confidente y dijo que ya tenía fichado otro. Bebimos las cervezas. Miramos la playa por última vez y nos marchamos en el coche. Volvimos a casa de Rusko, le pagué, nos estrechamos las manos y fuimos.
            Desde aquel día tuve coche. Era un buen coche, fue un buen coche. A veces lo cogía y me perdía entre las carreteras, buscando con la mente a Xania. Me perdía por las carreteras y con ella me encontraba, lejos del momento y lejos del presente. Solo la había visto en aquella ocasión. Llegaron los días de verde y las noches templadas. Mazur fue volviéndose un recuerdo borroso donde apenas la niebla dejaba ver sombras del pasado, donde una vez nací y donde había crecido y de donde me marché buscando futuro.
            Llegó Abril. Y tan rápido como había venido la chatarra se fue. No quedaba, simplemente. Isaac rascaba la piedra del mechero, encendía el porro y suspiraba. Decía - qué le vamos a hacer - y el humo se le escapaba entre los labios al decirlo.
            - Si no hay, no hay. No le des más vueltas. De todas formas acuérdate que antes tampoco había mucha. Si no hay, no hay, y si no llega el dinero ya lo buscaremos en otra parte. Seguro que Bormano conoce a alguien que nos pueda dar algo. Espera un poco.       
            - No creas que puedo esperar mucho, después de pagar el coche me he quedado sin dinero. Tú no tienes ese problema.
            - Tranquilo, tienes casa y el coche. Tranquilo, hombre, que de algún sitio se sacará; no te rompas la cabeza.
            Y dicho esto callaba y apagaba la colilla en el cenicero.

chistes (31)

¿En qué se parece una rubia a Obama?
En  las Raíces negras…
 
Un señor se encuentra a otro:
-¿Pues cómo se llama usted?
-Pancho Rodríguez Huevo.
-Pues cierre la cremallera que se le ve un apellido...
 
Esto es un hombre que va al veterinario, entra y el veterinario le dice al hombre:
- Lo siento, su pelo ha muelto.
Y le dice el hombre:
- ¡No me joda!
- No no. Ni mejola, ni empeola… Ha muelto.

viernes, 4 de abril de 2014

citas célebres (54)

El acento es el que convence y no la palabra.
Delphine-Gay de Girardin (1804-1855) Escritora francesa.
 
Los placeres son como los alimentos: los más simples son aquellos que menos cansan.
Joseph Sanial-Dubay (1754-1817) Escritor francés.
 
El otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno.
George Sand (1804-1876) Escritora francesa.
 
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.
Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.
 
La Justicia es la reina de las virtudes republicanas y con ella se sostiene la igualdad y la libertad.
Simón Bolívar (1783-1830) Militar y político de origen venezolano.

poesia 241


Si te dicen que caí
A la tierra del olvido,
No lo creas,
que no es cierto,
Que todavía vivo.

chistes (30)


Dos mujeres, una a otra:
¿Tu cómo le llamas a tu marido?
La antorcha...
¿Por qué?
Porque se enciende cada 4 años.

Dos gatos se cruzan mientras caminaban por el techo, y uno le dice al otro:
“Miauuu miaaaaauuuu”.
El segundo le contesta: “guauuuuu guuuaaaaaauuu”
El primer gato, confundido, interroga al segundo: Oye, ¿Por qué ladras como un perro si eres un gato?
-¡Es que yo sé idiomas.

Una señora llama a la carnicería y le pregunta:
- ¿Tiene orejas de conejo?
- Sí.
- ¿Y cabeza de cerdo?
- Sí.
- ¡Madre mía, debe usted ser un monstruo!

citas célebres (53)



Cuando aprendas a leer serás libre para siempre.
Frederick Douglass (1818-1895) Escritor estadounidense.

Me opongo a toda superstición, sea musulmana, cristiana, judía o budista.
Bertrand Russell (1872-1970) Filósofo, matemático y escritor británico.

No confíes tu secreto ni al más íntimo amigo; no podrías pedirle discreción si tú mismo no la has tenido.
Ludwig van Beethoven (1770-1827) Compositor y músico alemán.

El sabio no se sienta para lamentarse, sino que se pone alegremente a su tarea de reparar el daño hecho.
William Shakespeare (1564-1616) Escritor británico.

No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay.
François de La Rochefoucauld (1613-1680) Escritor francés.

el espíritu de los tiempos (5º)



La bola roja no había entrado tampoco esta vez. Había tomado un efecto extraño en la primera banda y después se había desbocado. Ésta no era la mejor noche en la mesa verde. Isaac volvió a fruncir el ceño y masculló algo entre dientes; decididamente éste no había sido un buen día, por la mañana no habíamos encontrado gran cosa y habíamos vuelto con el camión casi vacío, por la tarde no había podido echarse la siesta por culpa de los albañiles del edificio de enfrente y tampoco había podido escribir nada. Acarició el palo suave lentamente. La siguiente jugada podría ser la buena. Alrededor de la mesa algunas personas observaban la partida. Una chica preciosa, de pelo largo y moreno enfundada en su camisa de cuadros y sus pantalones vaqueros llamada Xania; otra chica teñida de rubia más baja que hablaba con la morena, Bormano y la chica que últimamente le acompañaba a casi todas partes y que alguna noche se había quedado en casa. Me apoyé en la mesa, busqué las trayectoria más sencilla y conteniendo la respiración golpeé la bola blanca viendo cómo ésta chocaba con la banda y terminaba por introducir a la bola número 7 en la esquina.
            - Hoy es tu noche - dijo Serban observando cómo la bola blanca se detenía - Parece que vas afinando la puntería.
            Volví sobre la bola blanca y apunté a la 9. Esta vez fallé. Miré fuera y a través de la única ventana la nieve dejó entrever su presencia. Xania decía algo del frío, no sería nada interesante seguramente, pero el movimiento sensual de sus labios hacia que todos la miraran cuando hablaba. Isaac se inclinó sobre la mesa y buscó la bola roja con la vista, apuntó y disparó. Esta vez la bola obedeció y con un sonido limpio y seco desapareció por el agujero negro.
            Era una de esas noches frías de Sábado donde la gente se arremolina sobre la barra de algún bar en busca de calor alcohólico y de algún cuerpo ajeno. Por lo que decía Xania éste era uno de los inviernos más fríos de los últimos años ya que en Martaux pocas veces nevaba y ahora lo hacía. Fuera estaba la confirmación de sus palabras. Recordé que en Mazur solía nevar más a menudo. No era extraño que de vez en cuando durante el invierno la ciudad quedase tapada por una capa de medio metro de nieve. Entonces la ciudad se paralizaba porque la gente no se podía desplazar y se quedaba en sus casas mientras la nieve se iba yendo. La paralización solía durar uno o dos días y mientras tanto, sobretodo lo recordaba cuando era pequeño, salíamos a la calle a tirarnos bolas de nieve y hacer muñecos tan grandes como nosotros mismos. Recordé el año en que nos quedamos toda la clase en aquel pequeño pueblo incomunicados del resto del mundo mientras la gente de allí nos dejaban mantas y comida en la sal del ayuntamiento y Bormano y yo estuvimos casi toda la noche hablando y cómo la Chuli me dijo que yo le gustaba y yo a ella que ella a mí no.
            Yerkari metió la última bola en el lugar indicado y se terminó la partida con nuestro triunfo.
            - ¿Otra? - preguntó Isaac.
            Nos miramos los demás. La cara reflejaba la respuesta.
            - Creo que ya es suficiente por hoy.
            Los demás afirmaron con la cabeza e Isaac frunció el ceño y se resignó. Dijo que no era su noche y dejamos la mesa de billar.



            Cerveza para todos. Xania y yo nos acercamos hasta la barra y pedimos ocho cervezas. En el bar había poca gente y una vieja voz nos acariciaba el oído recordándonos la felicidad. al fondo, en una mesa redonda, esperaban los demás las pintas ocres.
            - Así que no eres de aquí.
            - Pues no.
            - ¿Y cómo así has venido?
            - Hay que conocer mundo - y le sonreí.
            Ella también me sonrió y me mostró sus ojos verdes. Pagamos y nos volvimos con las pintas a la mesa. Allí Isaac, Bormano y la rubia estaban liándose un porro cada uno. Mientras, hablaban y se reían por algo que había contado Yerkari. Xania y la rubia, que se llamaba Hammer, eran amigas de Yerkari, Serban y Bormano. Aunque ya habíamos salido alguna que otra vez con Yerkari y Serban, nunca habíamos coincidido con ellas y apenas las conocía de vista. La chica de Bormano se llamaba Leslia, era alta y tenía algo en la cara que le hacía tenerla asimétrica, pero con gracia.
            - ¿Y de dónde sois? - preguntó Hammer levantando la vista y mirando a Isaac.
            - De Mazur.
            - ¿De Mazur? ¿Allí no hace mucho frío?
            - Bastante más que aquí desde luego, pero no es para tanto - le contestó poniendo la boquilla al final del papel y prensando el porro - lo que pasa es que cuando siempre estás con un clima cómo éste, donde no hace frío casi nunca, los demás sitios parecen el polo.
            Ella encendió el canuto y aspiró fuertemente el humo. Seguía hablando con Isaac sobre Mazur. Xania dejaba perder su mirada en el vaso ahogándola dentro, levantó la vista y percibió cómo la observaba. Sonrió. Los otros cuatro reían al ritmo de las palabras de Serban. La vieja voz del cantante seguía soñando desde el rincón y daba la impresión de que nadie se daba cuenta de su presencia. Los porros comenzaron a circular unos detrás de otros como quien persigue las horas inútilmente.
            Las cervezas se acabaron y nos fuimos. Fuera había dejado de nevar y la húmeda empapaba los pulmones ocupados por el humo. Hacía bastante frío. Alguien dijo que sería hermoso ver la playa nevada y todos fuimos para allí. Las calles cubiertas ligeramente de blanco solo eran profanadas por el ruido de los dos coches donde íbamos. Nadie más en todas las calles. Bormano conducía su coche amarillo riendo y pasándole la pava a Leslia, que, al lado suyo, miraba fuera y decía cómo diablos podía haber nevado tanto en tan poco tiempo. Detrás Xania y yo mirábamos por la ventanilla pensando tal vez qué distinta puede ser una ciudad vestida de novia. Su pierna rozaba la mía en un gesto ingenuo, quizás inconsciente, quizás detenidamente estudiado, solo producido por la tela sobre la tela, pero que en ciertos momentos posee un significado más relevante. Yo sentía el roce cercano de su cuerpo ajeno y miraba por la ventanilla a la ciudad dormida pensando en los labios de aquella mujer que tenía al lado y cómo podrían besar. Como en tantas ocasiones imaginé que me podía amar. Cerré los ojos y la vi a mi lado, con sus dedos entre mi pelo y sus labios en los míos, con sus ojos en los míos. Imaginé que me podía amar, que me quería.
            - Hace frío.
            - ¿Eh?
            - Fuera, que hace frío.
            - No, está bien - le contesté abstraído.
            Podía sentir su piel, su sonrisa. Cuando escarbo dentro puedo llegar muy lejos, y sobre todo muy hondo, casi hasta el otro lado. No había ventanillas sino sábanas y de fondo jazz en lugar de ruido de motor.
            - ¿A qué te dedicas?
            - Trabajo en una peluquería.
            Le miré. Era cierto. Era una de esas chicas preciosas cuya sonrisa no muere nunca, que te lava el pelo y luego desaparece detrás de su bata blanca.
            El coche se paró y bajamos, estábamos en el paseo marítimo. El otro coche llegó y aparcó detrás del amarillo. De él también bajaron los demás, Serban, Yerkari, Hammer e Isaac. La playa contemplaba muda el devenir de las olas mientras una ligera brisa helada hacía enrojecer nuestras orejas. La luz de las farolas resbalaba sobre el mundo virgen que contemplábamos. Era hermoso sentir el instante detenido en aquel lugar mudo y silente que parecía llevar dormido desde su creación y quizás desde mucho antes, desde antes de todo. Pero como todo momento solo duró eso, un momento, y alguien dijo que hacía frío y que la noche todavía era joven. Nos montamos otra vez en los coches y nos marchamos todos hacía casa, donde nos esperaban más cervezas y más porros.      
            En la televisión se veían a dos monos dando volteretas sobre un balón de playa, de vez en cuando uno se subía  encima de él y daba las volteretas allí.
            - Eso es tener estilo. Mirad al artista, eso es calidad.
            Y los demás se reían. Terminé de preparar media docena de rayas y todos menos Xania nos metimos la nuestra. Ahora los dos monos estaban encima del balón y uno encima del otro mientras hacían rodar la pelota.
            - ¿No ves? Lo que yo te decía, son los monos los que dominan el mundo y están encima - le decía Yerkari a Serban señalando la televisión y riéndose.
            - Lo peor de todo es que son ellos los que lo mueven - contestaba Serban riéndose todavía más fuerte.
            Bormano desapareció junto a Leslia y nadie preguntó la pregunta innecesaria. Había vuelto a nevar y la nieve se arremolinaba en el aire fuera de los cristales. Hammer seguía hablando con Isaac acercándose cada vez más en el banco rosa hacia él mientras él le decía que necesitaba un poco de luz para hacer el porro y que no le dejaba ver. Xania miraba nevar apoyada en la ventana. Me acerqué por detrás y le puse la mano en el hombro. Miró ligeramente hacia atrás.
            - ¿Nieva mucho?
            - Bastante y parece que no va a parar.
            - Quizás debáis quedaros a dormir aquí esta noche - le insinué al oído.
            - Quizás - y volvió a mirar por la ventana.
            Tenía un precioso cuerpo donde la mirada derrapaba por sus curvas. Acaricié su oscuro pelo mientras ella seguía mirando la nieve.
            - Tienes un pelo muy bonito...
            -...
            - y  unos ojos preciosos...
            -...
            - eres muy guapa...
            Le empecé a besar el cuello lentamente, como sin querer, mientras los dedos rozaban su piel dentro de su camisa. Podía notar el calor de su cuerpo emanando la esencia sexual que me excitaba, que me atraía sin remisión hacia aquella mujer. Sabía desde el principio de la noche que acabaría así y ella seguramente también. Le besé el cuello más apasionadamente y con más decisión. Fue entonces cuando ella se dio la vuelta y me dijo que no, que esta noche no, que sentía decirme eso pero que no le quedaba más remedio porque no le había dado más opción. Me quitó la mano lentamente y dijo que yo era un chico muy simpático pero que no podía ser.
            Dicen que a buen entendedor pocas palabras bastan. Le dije que me iba a dormir y ella respondió que por eso no hacía falta que me fuese. Le dije que daba igual, que estaba cansado y la noche ya no daba más de sí para mí. Y me marché. Antes de cerrar la puerta y oír la cama de Bormano moverse en su habitación pude ver cómo Yerkari y Serban seguían liándose porros y riéndose de un elefante que andaba sobre las patas delanteras; cómo Hammer estaba cada vez más cerca de Isaac y éste necesitaba cada vez más luz; cómo Xania miraba fuera y con el dedo sobre el cristal escribía algo incomprensible, quizás solo garabatos extraños y balbucientes. Cerré la puerta y pensé que las mujeres preciosas son cómo los sueños preciosos, solo son reales los que se rompen.