domingo, 23 de febrero de 2014

epílogo (I) : el espíritu de los tiempos 33



Reza el tango de Gardel que veinte años no son nada, que es febril la mirada, errante en la sombra, cuando te busca y te nombra. Y menos cada vez, y un poco más lejos. La distancia tan rauda y tan veloz que al paso diario no pareció tanto, pero que al cabo del camino el trecho se percibe más largo. Cómo decir que todo se quedó allá, que el espacio se encogió hasta desaparecer, si el tiempo se esconde, y  se dilata a través de los momentos fugaces que vuelven como sueños, en sueños. La taza de café, negro, solo, en su porcelana blanca frente al sol que a veces se deja ver por la ventana para decirte que hoy quizás sea un buen día y después abrir la puerta, si no la de fuera la de dentro, y avistar la nueva mañana. Y es el caso que no me gusta mucho el café solo porque prefiero la compañía, desayunar hablando a una tostada que por descuido acaba siempre quemada.
          Reza el tango de Gardel que al volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien. Que la vuelta me volvió viejo aún siendo joven, que el camino me quitó a mí mismo de mí, que buscándome después solo encontré trozos con que reconstruir este puzzle parcial que he acabado siendo. Y no soy infeliz. Tampoco tengo la felicidad completa. Una buena mujer y dos hijos que a fuerza de crecer ya son más altos que yo.
          - ¿Qué tal el día, papa?
          - Bien.
          Los días se fueron y ya contaron 7000, siete mil días con sus noches, siete mil noches atornilladas entre sí a un calendario cambiado veinte veces para que siga siendo el mismo ya sin serlo. Y después, al cabo de todos ellos, todavía la mirada errante en la sombra te busca y te nombra, Isaac, aunque solo en voz baja, para oír de nuevo el nombre que un día fue mío, recordando tu mano y tu labio alrededor de mi boca en tu cuerpo, el tiempo en que te odiaba por decirme te quiero al oído. Mientras rozabas mi piel como sin querer apenas; hoy intento recordar su tacto no solo por nostalgia sino también por todo aquello que aún representaba. ¿Dónde te quedaste? ¿Dónde estás? La calle te acogió y no te abandonó, tú a ella tampoco. Las baldosas con su tímido reflejo después de llover, si es que salía el sol, el hambre perenne siempre al acecho sin dejar pensar, la basura que había siempre cerca, tan cerca del suelo que el cielo quedaba infinito allá arriba, encima de las casas.
          Después de todos estos años solo permaneces como una intención, el propósito de una incomprensión asegurada. El mito romántico fue tu ideal, como camino trágico de vida que acabó por enajenarte a tu mundo de papel, y de allí querer saltar a la eternidad, sin saber, o quizás sabiendo, que la eternidad solo es de quien vive el momento, no del que lo  aspira en un futuro incierto sino del que lo expira cuando lo tiene. Tal vez aquellos fueron tus momentos eternos y tú lo sabías;  quizás sabías que no tendrías más momentos; quizás no sabías que no tendrías más momentos; quizás no sabías nada de nada y solo te dejabas llevar. Podrías haber venido conmigo y salir de allí, yo lo puede hacer, tuve suerte y acerté. También jugaba con ventaja. Pero ¿y tú? Querías ser mártir anónimo de tu propia causa, inmolarte en sacrificio en honor de tu dios particular, para demostrar a un mundo que no sabía de ti que tú también habías vivido, dejando el legado de un testamento aún por materializar. Debería ser la belleza el camino a la verdad, borrar lo contrario para desintoxicar el mundo del que parecía te querías apartar. Comprendí tus razones, yo era hijo pródigo y tu hijo maldito, la razón del sentimiento adverso que uno nunca quiere encontrar en su camino. El arte, la plasmación de la belleza, el saber comunicar la voz propia reflejo de los demás, haciendo arte de tu vida, artista perdido. Hoy sé que tuviste éxito en tu propósito porque al menos yo aprendí de ti a iluminar el hueco taciturno que a veces se suele oscurecer. Yo, en cambio, no lo sé, ya no parezco el mismo, no soy el mismo ni mis pretensiones tampoco. Una vez pasada la juventud la vida adquiere distinto color, pierde el brillo de la incertidumbre expectante de la ilusión aún por realizar, viendo cómo las puertas se cierran definiendo el recorrido que hay que seguir. Continuar por un pasillo sin opción a abandonar, solo de pararte.
          Esta tarde Xania ha quedado con las amigas. Hoy es Martes, toca. Y los chicos también, con las suyas. yo estoy solo en casa, veo el parque un poco a lo lejos. Hoy es Mayo. 23 de Mayo. Siempre me ha gustado Mayo, como las Xanias, porque es curioso cómo un nombre tan extraño ha ido marcando mi vida, que incluso recuerdo a una enfermera que se llamaba así. Xania me quiere y yo también la quiero a ella, pero hay ciertos detalles que nunca le he contado ni podría contar. Ella es diferente a mí y hay cosas en las que no  mantenemos opinión común. La quiero quizás por eso, porque nunca la he comprendido del todo. La misma incomprensión que hace esconder el deseo, o la justificación, de aquello que por desconocimiento nos atrae. ¿Qué existe de placer en un juego donde no hay lugar para la sorpresa? La rutina desgasta poco a poco hasta limar todas las esquinas, puliendo la base hasta no dejar huecos donde no esconderse de uno mismo de vez en cuando. y es tan cómoda como el sillón que te atrapa delante del televisor, donde con solo el mando a distancia ves pasar el tiempo sin darte cuenta. Esta tarde Xania ha quedado con las amigas, las mismas de su infancia. Yo, sin embargo, ya no conservo ninguno de aquellos con los que jugué a ser mayores. Y aún hoy, todavía recuerdo de vez en cuando a Bormano, el sol que brillaba más que yo y que quizás por eso se apagó antes, como la bombilla que al explotar desaparece. Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez. Porque aquellos tiempos, sobre todo los primeros, fueron buenos. La otra Xania, su corte de pelo, su caricia con los dedos, el champú que suave se iba deslizando por mi cabeza, como mis pensamientos, mientras ella sonreía y callaba, a saber que estaría pensando, a saber qué piensan las personas cuando están calladas. Su recuerdo también se ha difuminado, perdió la línea en el trazado, y ahora ya no sé si fue así o de otra manera, porque lo importante es lo que queda, real o no, de todo aquello. A veces pienso que esa Xania, lo mismo que ésta, son la misma. y que en  esta vida no he hecho otra cosa que perseguir un ideal femenino representado en ellas, antes y ahora, donde poco importa el nombre propio de cada una, sino su significación.

viernes, 21 de febrero de 2014

ANIVERSARIO



Ferminica despertó desconociendo todavía la causa del jolgorio proveniente de fuera. Dentro, muy dentro, volvió el recuerdo a un día similar,  especial, de hace décadas. Al lado, el roce de John, vetusto, casi agotado, le emocionó como la primera vez. Se acercó y le besó tiernamente.

¡Wake up! Dijo con acento pamplonica.

            Ferminica esperó silenciosa que sonaran menos cuarto, entonces, despertó a John. John abrió los ojos, le miró, y saludó.

Buenos días, Fermina.

            Los abuelos se quedaron silenciosos, tumbados en la cama, jugando a acertar las voces de sus hijos, sus nietos, y en un momento determinado, cruzándose sus sonrisas, se rieron recordando cómo en este día, pero hace cincuenta años, se conocieron, él preguntando por los toros como excusa, ella bajando la mirada, pero lo justito, escondiendo su  timidez.

            Despacio, levantáronse y vistiéronse mutuamente, por necesidad, por amor, de blanco, ella falda y blusa, él, pantalón y camisa. Los dos, faja roja, y en el bolsillo, el pañuelico.

            Satisfechos, se miraron enamorados. Abrieron la puerta del dormitorio, y entre los familiares se acercaron hasta el balcón. Allí estaba, una vez más, el Ayuntamiento delante, con las doce en el reloj, la fiesta incontenible debajo, y ascendiendo, un cohete.

EL LEGADO DE LA IDEA (II) el espíritu de los tiempos (32)



A veces subo a esa altura para observar el anochecer, percibir este mundo que a mis pies se apaga cada día y siempre de una forma diferente. Es como si alguien o algo quisiera mostrarse algo que no alcanzo a comprender, la idea de una volubilidad tan efímera que debe volver a repetirse periódicamente para concebir su noción.
          El anochecer existe, indudablemente. Sin embargo, afirmación tan obvia no la podría realizar si no lo percibiese. La percepción, además, es una apropiación mental de un estímulo; no basta tener los ojos abiertos para ver los colores, se necesita que dicha información llegue hasta el cerebro y se procese. Es gracias a esta percepción que reconozco el mundo sensorial que me rodea.
          Ayer, durante el anochecer, la tierra se volvió más roja, el cielo más difuminado, que otras veces. Los colores eran más fuertes. Incluso el sol duró más. Me quedé más tiempo viéndolo, sintiendo el aire en la piel. Fue un momento, que después se alargó ininterrumpidamente, cuando dicho espectáculo me llamó mucho más la atención y cuya percepción me sobrecogió, porque denotaba una belleza particular, diferente. En verdad, pensé, soy afortunado por contemplar tanta hermosura.
          Fue esa contemplación, esa percepción de dicho espectáculo para mis sentidos, lo que me trajo la idea de la belleza. La idea de la belleza, que no la belleza, se adquiere mediante la apropiación mental de una sensación que nos produce deleite como punto inicial, a partir del cual se puede o no estructurar toda una edificación racional que en última instancia provoca también la idea de belleza.
          Cuando subo allí y el sol se despide, todavía deja tras de sí una estela que perdura y que parece querer acompañarme en mi momento solitario, como si mi soledad no fuese compañera adecuada para instante tan predilecto. Ciertamente, siempre subo solo, porque ese es mi momento. El hecho de haberlo realizado tantas veces desde ese mismo lugar me hace pensar en determinados momentos en un cierto sentido de propiedad sobre él. Nadie lo conoce como yo, sus matices, su forma cada día cambiante. Ese anochecer es mío, y si por casualidad pienso que algún otro lo puede observar me siento un poco desnudo dentro porque creo que percibe una parte de mí, una parte tan personal como intransferible. Sin embargo, sé que  mi anochecer es único porque nadie lo ve como yo, es mi experiencia subjetiva lo que le confiere su valor, el valor que yo le doy. Sé que es mi anochecer, me pertenece, porque ese otro lo percibirá de otra manera.
          Es cuando siento tan dentro ese sentimiento, cuando sé que es cierto, que no puede no ser, darme cuenta del hecho de dicha experiencia me dice que existe. Mi experiencia subjetiva da la autenticidad a la percepción que recibo. Cuando cada tarde mi anochecer se presenta mi mente lo representa para mí, de esa forma diferente, tal vez, donde las palabras no alcanzan a afirmar la sentencia de su propia verdad.
          Hay momentos, alguna vez lo he sentido, que el cuerpo y la mente parecen estar muy lejos, más allá del propio anochecer que miro, como si yo estuviera donde ese sol que cae imperceptible e ininterrumpidamente; sabiendo que mi anochecer es un continuo amanecer allá donde va el sol, sin dejar nunca de parar hasta que no pare  yo, porque cuando yo pare el ya no seguirá para mí, ni mi pensamiento con él, y que sin embargo no se separarán. Es en esos momentos cuando la belleza y la verdad se juntan, porque yo las junto, y yo sé, y me doy cuenta, que la belleza es verdadera, que existe porque yo las siento como tales, que es la belleza una parte de este mundo y una parte para mí, una parte de cada parte de todo. La belleza, de todas formas, es subjetiva, sé que existe porque yo lo siento, si otro no lo sintiera pudiera decir que no existe, que solo es algo irreal fruto de mi percepción equivocada.
          La belleza es verdad, la esencia más elevada de la verdad. Nada transciende tanto nuestro reducido espacio particular como el espectáculo de una belleza singular, saberlo posible y existente. Porque si yo no viese caer ese sol no sabría de su luz tenue a punto de expirar, de su tono triste con aire de sonrisa infantil en boca avejentada, casi sabía, y yo no podría sentir esa sensación que solo la inercia puede transmitir  al que la percibe directamente para asombrarlo.
          La palabra es hermosa si la hermosura se hace palabra. Mi anochecer no es palabra, y aunque la intención ayuda a mi finalidad, mi palabra no puede describir el anochecer. Mi palabra podrá ser hermosa porque yo intentaré crear la hermosura mediante la palabra. Un cuadro se percibirá hermoso si se observa, no si se describe. Cada sentido posee una comunicación y cada comunicación un lenguaje propio. La literatura es un lenguaje mediante la palabra. El cine es imagen. Si la belleza es la esencia más elevada de la verdad que el ser humano recibe, el arte es su lenguaje y plasmación. La autenticidad que otorga la experiencia subjetiva se concretiza en su forma superior a través del arte. Mi montaña, mi sol, mi celeste color moribundo, el sentimiento que me provoca necesita salir de mí al exterior, manifestarse para dar al mundo su visión sobre su experiencia, la perspectiva particular que dota a cada ser humano de su especificidad única. El arte es el reflejo de un sentimiento, de una razón esclava al corazón.
          Ayer, cuando el cielo y la tierra se tornaron diferentes, cuando los colores se intensificaron marcando las arrugas del relieve, el momento se me hizo inabarcable, y la sensación sobrecogedora. Fue entonces, cuando por primera vez pensé que quizás, mi momento no era tan mío como yo solía pensar, porque no lo podía dar a nadie, no lo podía compartir porque estaba solo. Si el momento se siente tan propio, no se debe tener miedo de compartirlo porque siempre le pertenecerá a uno mismo, la belleza no debe ser prisionera en una torre de marfil de propiedad privada. Lo mejor de esta vida adquiere su verdadera dimensión en comunión con los demás.
          Así, de igual modo, si el arte es la plasmación humana de la belleza, su función deberá ser la de nexo de unión entre los seres humanos. Si la belleza es la esencia más elevada de este mundo, su plasmación a través de los sentimientos y pensamientos de los seres humanos deberá conducir hacia un futuro mejor de la humanidad. Si ayer en mi anochecer alguien me hubiese estado conmigo y hubiese sentido su grandeza, algo indefinible pero hermoso nos hubiese unido porque la comprensión del otro engrandece el sentimiento personal.
          Por ello el arte transciende al autor, la obra supera al propio artista sublimándolo. Será el receptor el que eleve el significado de la obra, el que con su particular perspectiva otorgue una nueva visión enriqueciendo el sentido que en un principio configura el autor. El arte será una fuerza generadora de inspiración sobre sí misma y sobre la vida en su conjunto, donde las personas deberían buscar parte del significado que se esconde en cada rincón de este mundo como caras diferentes de una misma realidad, y donde la comunicación entre los individuos llevase a plasmar la verdad de todos ellos como un acto de hermandad. El arte debiera ser la fuerza superior cohesionadora de la humanidad proveniente de lo mejor de cada persona, el espejo donde observar nuestra propia mirada y darla  a los demás.

poesía 327



Somos lo que el mundo no quiere.
Cansados de luchar contra el mundo,
Lo vamos a cambiar.
Vamos a cambiar
Tus sueños, tus miedos y tus deseos.
Vamos a cambiar
Tu forma de pensar.
Vamos a abrirte los ojos
Sobre esta amarga e ilusa realidad.
Somos muchos,
Y cada vez seremos más.
No tengas miedo.
Nuestra lucha es pacífica,
Y nuestra victoria,
Tu libertad.

jueves, 20 de febrero de 2014

EL LEGADO DE LA IDEA (I) el espíritu de los tiempos (31)



          En un principio hasta la idea más pequeña puede ser muy hermosa. Un mundo de frágil cristal donde todo es transparente. La luz viene después y lo ilumina, y es entonces cuando se ve el esplendor del espacio observado, inmaculado en su concepto e infinito en su posibilidad; una expansión inabordable cuyas alas de gigante le impedirán elevarse y continuar.
          En un principio hasta la idea más pequeña puede ser muy hermosa, pero es tan pequeña la flor que no se ve. La idea espontánea, como la flor silvestre, no ocupa al comienzo más que un espacio casual del cual aún no conoce ni su nombre, y cuya propia existencia le es insólita e inexplicable. Tan pequeña es la flor que no se ve que ni siquiera ella es consciente de su pequeñez, y tal vez en este motivo radique su grandeza presente y su posterior fatalidad. La idea, en su génesis, en su punto original, no tiene ningún sentido, ninguna explicación; ésta, como la flor solo adquirirá significación concreta cuando crezca, y al igual que ésta, perderá su verdadero significado en tal hecho. La voluptuosidad consciente nunca es inocente, siempre encierra una segunda intención de su aspecto primario, ya no es un fin en si misma sino un medio para lograr otro objetivo diferente. En cambio, la voluptuosidad inconsciente es la verdadera voluptuosidad,  ya que tiene un sentido por sí misma sin recurrir a otros aspectos. De la misma manera, la belleza posee estas dos vertientes, opuestas y complementarias, que provocan la interrogante sobre si es necesaria la presencia de un observador que le confiera la cualidad de lo bello o ya posee  dicha cualidad por su propia existencia. Otro aspecto a resaltar es la opinabilidad sobre dicha belleza, puesto que si no es un absoluto dogmático, la presencia del observador se hace imprescindible, puesto que dependerá del observador percibir como bella dicha percepción; o por el contrario enmarcarse en una perspectiva idealista que nos predetermine la característica de la mencionada percepción.
         
          La idea es subjetiva, no objetiva; ello se desprende de la consecuencia lógica de su propia naturaleza, ya que la idea surge de la mente de un individuo, y por lo tanto es absolutamente necesaria la existencia de dicho individuo para que a su vez exista la idea. Alguien podría decir que el individuo es solo el medio para que la idea pueda plasmarse y que dicho individuo es el soporte que la idea necesita para su percepción. Esta relación objeto-sujeto, sin embargo no puede ser posible, ya que dicha idea es la consecución de un yo y sus circunstancias, y al no haber dos individuos iguales las circunstancias modelarán un yo diferente en cada caso.
          Una vez establecido la subjetividad de la idea, cabe incidir en los factores anteriormente mencionados que la configuran, es decir, el yo natural, y las circunstancias vivenciales que van modificando dicha materia primigenia de nuestra personalidad. El yo natural nos es dado por el propio acto de nacer, es difícilmente modificable e intrínsecamente heredado. Las circunstancias por el contrario, son adquiridas, son conformadas por el ambiente en el que el individuo se desarrolla. La amplitud y diversidad de las circunstancias es inmensa, yendo desde las contextuales de una época que abarcan a toda una generación o varias, hasta las más íntimas y personales que por su individualidad marcan de una forma unipersonal. Así, este elenco de elementos da como resultado la imposibilidad de que existan dos individuos iguales, y por tanto, dos formas de pensar idénticas.
          Si la experiencia  modela las características personales, un mayor número de experiencias provocará un mayor número de características, produciendo una perspectiva más amplia de la mente y una profundización de la inteligencia en el saber y en el comprender. Esta mayor experiencia, al ampliar la mente, ayudará e incidirá en un mayor surgimiento de ideas tanto en  su calidad como en su cantidad, es decir, serán más y de forma más diversa. La experiencia, además,  produce un efecto muy importante en cuanto a la cualidad del conocimiento adquirido; el conocimiento experimental es un conocimiento práctico, no teórico, donde este conocimiento de primera mano se subjetiviza particularmente en confrontación con el conocimiento teórico que tiende a permanecer objetivado, de lo cual se deriva que el conocimiento práctico se sentirá como propio y el teórico como ajeno. Es este sentimiento de propiedad lo que le confiere su verdadera dimensión a la experiencia, la autenticidad.

          Lo auténtico es lo cierto, lo verdadero. La verdad, a su vez, es neutra, ni buena ni mala en principio, ello solo dependerá de la perspectiva desde la que se desarrolle dicha verdad. La verdad, entendida como la evidencia, es decir, como la seguridad de la mente que por motivos de suficiente solidez da su asentimiento a la certeza sin lugar a error, comprende un grado de subjetivismo. Si la verdad debe ser reconocida por la mente, dicha mente es por tanto subjetiva por definición. Por otra parte, si la autenticidad la da la experiencia, esta experiencia puede ser también subjetiva. De todo ello se deriva que si las distintas subjetividades confluyen en una sola idea, la verdad será única, pero por si el contrario difieren habrá distintas verdades, tan ciertas una como otras, y diferentes de las opiniones ya que éstas últimas son volubles y cambiantes y las verdades no, puesto que se mantienen. Por lo tanto, la verdad siempre será una hipótesis dispuesta a ser confirmada pero sin llegar a estarlo.

         
          Ayer, cuando el sol se estaba poniendo, la tierra tomó un aspecto cobrizo; la atmósfera parecía tener menos peso, el tiempo parecía más lento, incluso querer pararse; el color del bosque que se veía un poco a lo lejos cambió su densidad, más espesa, más oscura. Ciertamente, desde la altura donde me encontraba todo adquiría un aspecto más pequeño, diríase que hasta diminuto; sin embargo el cielo (quizás por parecer más cercano) adquiría una magnificencia grandilocuente donde los colores huidizos semejaban la paleta de un pintor. Tres minutos duró, tres. Después el aspecto cambió y ya no fue el mismo.