domingo, 2 de febrero de 2014

el espíritu de los tiempos (20)



                                               Me has puesto entre los derrotados. Sé bien
                                               que no ganaré, que no podré dejar la partida. ¡Me echaré
                                               en la charca, aunque no sea más que para irme al fondo!
                                               ¡Jugaré al juego de mi propia ruina!

                                             Apostaré cuanto tengo; y cuando haya perdido lo                                                                                     último, me pondré a mí mismo. Entonces, ya arruinado del
                                              todo, habré ganado.

                                                                                                          R. Tagore




            Separé mis labios de su boca para acercarlos a la botella y darle un buen trago. Hacía frío y quizás la mala ginebra podría quitármelo momentáneamente. En el callejón unas raquíticas farolas intentaban sin conseguirlo iluminar lo poco que había de iluminable. Un perro cruzó  a nuestro lado oliéndome la cabeza para luego marcharse a otra parte. Había bastante silencio, roto solamente por el paso fugaz de algún coche que en la calle paralela cruzaba ajeno. Miré alrededor, un par de cubos de basura y unas cuantas bolsas esparcidas por el suelo eran los únicos muebles que la poblaban. Volví a besarle, seguía teniendo los labios fríos y llagados. Se levantó y comenzó a andar lentamente, cojeando de su pierna derecha, se giró hacía mí e intentó sonreír, pero su rostro solo mostró una mueca mal formada que a duras penas podía expresar algo. Lo poco que quedaba dentro de la botella lo apuré de un trago largo. Daba igual, más, menos, una vez que el círculo se cerraba lo trivial era intentar buscar el fin. Intenté buscar en la memoria algo que recordara un suceso semejante, un hermano lejano del momento que estaba viviendo, pero no había nada. Sentí una extraña sensación en el estómago y me eché a un lado para vomitar, luego volví a mi posición inicial tumbándome sobre la sucia acera. Al cerrar los ojos la imagen difuminada anterior se detuvo por un momento en un plano fijo antes de retomar la misma imagen en la oscuridad de los ojos cerrados. Quería dormir, cuánto antes mejor, olvidar el dolor del cuerpo y la duda de la mente, no quería tener que pensar, intentar encontrar algún tipo de punto de apoyo donde poder agarrarme sin quemarme las manos. En un gesto inconsciente, como sin querer, abracé la botella vacía contra mi cuerpo y me dormí sin poder soñar con nada.
            Al despertar estaba solo, Isaac se había marchado a alguna parte, ya volvería. Miré la botella vacía que todavía tenía sobre el pecho y la tiré contra el cubo de la basura sin conseguir alcanzarlo. Sentí un extraño sabor en la boca que ya me era familiar, busqué en alguna bolsa cualquier cosa que poder introducirme en el estómago, pero esta vez no hubo suerte y decidí caminar. La resaca se había alojado omnipresente en mi cabeza y el estómago pedía a gritos algo que engullir, no había ni una mala botella que pudiese hacer olvidar el malestar físico que abotargaba mi cuerpo y lo abarrotaba. Aquel era un barrio poco conocido, eran casas de tres o cuatro pisos, de fachada sucia, un poco grisácea, donde muchas de las paredes estaban pintadas con graffitis de llamativos colores. Por suerte pude encontrar algo que comer, siempre había algo aprovechable donde parecía no haber nada. A veces esto me hacía recordar aquello que al principio en Martaux, cuando conocí a Isaac, me contó sobre “sin patillas”, aquel individuo que hacía escultura con la basura porque no tenía dinero para hacerlo con otra cosa, “el arte del desperdicio” le gustaba llamar a Isaac; ahora yo también sabía que de ahí se podía sacar algo más imprescindible.
            Con algo en el estómago y con la cabeza más despejada pude comenzar a recordar pequeños fragmentos de la noche anterior; miré al cielo y observé que continuaba igual de azul que el día pasado cuando lo había mirado, poco antes de que en mi cabeza se hiciera de noche y ya casi todo fuera oscuro, Isaac se acercó hasta el límite de mi cuerpo y me traspasó sin preguntar por la frontera que había perdido todo el sentido de la realidad desdibujándose. Qué más daba, en un descuido había esbozado casi ininteligiblemente en un susurro algo semejante al amor o la amistad, o a la soledad (a veces se parecen tanto), y entre los grados de alcohol su aliento había penetrado en mi boca formando un todo compacto de ginebra. Todo lo demás vino por inercia, una sucesión para encontrar la respuesta adecuada a la pregunta, el hecho de que me la hiciese ya me resultaba extraño y requería su tiempo. ¿Realmente podía ser cierto? No lo sé, la duda era lo único cierto. Ahora se veía claro, todos estos años no habían sido más que un tupido velo al miedo del qué dirán, que dirá, y qué importaba si en Martaux era lo habitual, uno más no habría sido la excepción en la casa. De hecho, desde aquel día en que había sorprendido a Serban y Yerkari dentro de aquella cama los pocos prejuicios que había podido tener acerca de la homosexualidad se habían disipado por completo; sin embargo nunca había ni siquiera imaginado que yo pudiese hacer algo parecido. Ahora se veía claro por qué Isaac no había estado con ninguna mujer en Martaux, todo este tiempo rodeado de un silencio solitario, él, que siempre había sido indiferente a la opinión de la gente, pasivo ya de casi todo y olvidado por lo restante. ¿Y yo? Uno más entre la más absoluta nada de la sociedad, despreciándonos recíprocamente, ella y yo, yo y ella, luchando por seguir en la derrota inamovible de la posición que ocupaba, literalmente al lado del cubo de la basura. ¿Qué había sido de los sueños? También ellos parecían algo casi olvidado por el peso de la dejadez, la idea obsesiva del último año circundando incesantemente alrededor de las orejas que ocupaba el tiempo muerto de mi cerebro a todas horas. Sin embargo era curioso, llegaba en un momento en que todo aquello parecía perder la importancia que en un principio debía tener para convertirse solo en una elucubración mental mecánicamente repetida. ¿Qué importaban mis sueños? ¿Qué importaban todas las historias, pasadas? ¿Qué importaba que Isaac me besase, me hiciese el amor, me acariciase como a su amante? Todo parecía mejor que estar solo.



            - Creo que me di cuenta cuando tenía quince o dieciséis años, sobre todo en determinados momentos, los amigos hablaban de chicas del barrio como si fuesen cuerpos donde meter una polla, y yo sinceramente, las miraba y no les encontraba ese atractivo del que hablaban. Aquello me extrañaba y me preocupaba, yo también quería que me gustasen las chicas y hacer con ellas todo lo que decían que hacían. La verdad es que era un tema que nunca me lo había planteado hasta que los demás no lo empezaron a hacer a todas horas, miraba a las chicas e intentaba que me gustase la más guapa de ellas. Sin embargo el que comenzó a gustarme fue un chico de la cuadrilla, tenía unos ojos oscuros como la noche, era precioso. Aquello fue el detonante que hizo estallar mi cabeza, donde yo me movía era inadmisible que a un chico le gustase otro, era algo impensable, por eso comencé a pensar que la naturaleza me la había jugado, que era un producto defectuoso y que cualquier cosa que me pudiese suceder me estaría bien empleada por desgraciado. Comencé a obsesionarme con todo eso hasta dejar mi autoestima a cero dando círculos viciosos. Fue entonces cuando toqué fondo, todo me daba igual, y fue entonces cuando todo comenzó a cambiar. Por fin viajé hacia lo indefinible, me perdí en la abstracción para intentar encontrarme conmigo mismo, buscando en lo recóndito. Ahí nací, caminando en los círculos viciosos sin llegar al mismo sitio porque apenas se mueve, y fue ahí donde quizás lo encontré, en medio de la circunferencia, solo era cuestión de evitar las fronteras. Escarbé donde no me atrevía porque la ausencia de color no dejaba ver, fue un salto hacia delante pensando en nada, y luego solo flotar. Hay veces donde se debe hacer lo opuesto a lo razonable, conocí los rincones explorándolos y luego los abandoné para encontrar rincones nuevos donde poder arrastrarme sin prejuicios. Era como el humo, todo niebla, todo denso, impenetrable hasta la muerte, buscar la puerta y cruzarla sin importarte el pasado que no puede alcanzarte, que intentas que no pueda alcanzarte y espíe tus movimientos. Fue un viaje extraño, desnudo, sin equipaje para ir más ligero y más desconocido hacia eso desconocido donde nos conocemos todos en nuestra parte más oscura. No es fácil, me costó, de verás, bucear dentro no es como nadar fuera, la superficie puede esconder el dolor debajo e incluso ayudarte a respirar, pero dentro nada puede refujiarte de las heridas que más intimidan a nuestros sentimientos y mucho menos a nuestro subconsciente disfrazado de impurezas. Al final del salto encontré la verdad, el viaje hacia lo indefinible se materializó en la concreción de la realidad realizada y temida; tal vez lo que más me dolió fueron las lágrimas, verlas caer sobre las manos abiertas e impotentes ante el miedo. Con el tiempo el dolor se asimila y acaba reciclándose en la aceptación, luego termina siendo lo que debe ser, amor y placer. Te puedo asegurar que asumir que era homosexual me llevó su tiempo, de todas formas una vez asumido me quedé más tranquilo. Sin embargo para ocultarlo decidí ligarme a unas cuántas chicas, y así fue como cogí fama de ligón.
            Me sonrió y me besó. Resultaba extraño, aquello que había escuchado me parecía familiar, era como si volviese a la mente algo que había soñado hacía tiempo. Intenté sonreírle pero solo acerté a coger la botella y darle un buen trago, esta noche haría frío también y quería olvidarlo pronto. Isaac parecía feliz, me acariciaba el pelo y callaba perdiéndosele la mirada más allá de las baldosas. Hacía una semana aproximadamente que Isaac me acariciaba el pelo y me besaba los labios, parecía que aquello le tranquilizaba y le daba una mayor energía para intentar seguir adelante. A mí me daba igual.
            - ¿Qué día es hoy? - le pregunté por decir algo.
            - No lo sé, creo que es Martes.
            Quizá tuviese razón, tal vez hoy fuese Martes, aunque tampoco recordaba que el día anterior hubiese sido Lunes.
            - ¿Por qué lo preguntas?
            - Por nada, solo quería saber si había perdido la cuenta - respondí indiferente.
            - ¿Y la habías perdido?
            - No lo sé, simplemente no me acuerdo.
            Isaac se levantó y dio unos pasos apoyando el mayor peso sobre la pierna izquierda, se acercó al escaparate que tenía enfrente y se miró, la luz derrapaba sobre el cristal reflejándose la imagen, se quedó unos momentos observándose y volvió hacia el lugar donde me encontraba.
            - ¿Te duele hoy la pierna?
            - Un poco menos que ayer, ya sabes que cuando cambia el tiempo me duele, y hasta que no pasan unos días el dolor no disminuye un poco - dijo tocándose la pierna con las dos manos y presionándose con ellas sobre el muslo.
            - Fue mala suerte que te dieran en la pierna.
            - Peor suerte tuvieron los otros tres; ahora solo quisiera coger al cabrón del chino que nos metió aquí y matarlo poco a poco - murmuró Isaac con el mismo tono con el que siempre hablaba de aquel fatídico día.
            El tiempo había hecho que todo hubiese sido analizado mil veces, todos los detalles habían ido encajando en el puzzle hasta quedar solamente unas pocas piezas por colocar, sabíamos desde el comienzo que fue Lio Lin quien nos había vendido, lo que nunca habíamos podido comprender era por qué lo había hecho, al final habíamos llegado a la conclusión de que posiblemente la policía lo había cazado y había acordado con ellos nuestro pellejo, y aunque estábamos seguros de ello tampoco teníamos la certeza. El tiempo también había calmado el tono en la voz de Isaac, ya no era rabioso, acaso opaco y cenizo, pero el brillo de sus ojos parecía más intenso que antaño. Era como si su venganza todavía se alimentase de utopías, sin embargo de sobra sabíamos los dos que nunca podríamos tomarnos la revancha que deseábamos. De todas formas eso tampoco haría que Bormano, Serban y Yerkari volviesen a caminar.

lunes, 27 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (19)



Por primera vez en casi un par de meses dormía bien. Me quedé en la cama durante casi una hora más, el sol estaba bastante arriba en el cielo azul pero yo seguía alargando el sueño en ese lugar justamente posterior a él donde las imágenes soñadas permanecen desarrollándose por nuestra propia voluntad sin dejar cabida al más mínimo intento de fracaso. Es entonces cuando cualquier cosa por improbable que parezca se puede convertir en realidad, en la realidad que queramos formar. Lo más curioso de todo es sentir la sensación de que realmente se está despierto y de que sucede al otro lado del sueño. Después de una hora de felicidad crucé la frontera en la que me encontraba y abrí los ojos. La casa estaba bastante silenciosa, apenas sí se oía algún pequeño ruido al otro extremo de la casa, tal vez en el salón o en la cocina. El sol penetraba por el cristal e iluminaba la pared blanca despidiendo una gran luminosidad. Comenzaba a recordar el día anterior, la charla en el Sumtrab, la vuelta a casa mucho más tranquilo que la ida, los dos últimos besos.
            - ¿Hubo suerte? - preguntó Isaac que acababa de entrar a la habitación dejando una pequeña caja sobre la mesilla.
            -Creo que fue lo más acertado. Por lo menos hoy he dormido como no lo hacía hace tiempo.
            - ¿Cómo fue?
            - Si te digo la verdad lo dejó ella.
            - ¿Cómo? - replicó con cierto tono de escepticismo e incredulidad.
            Y le expliqué toda la escena. Hasta le hizo gracia, casi se ríe. Maldita la gracia. Después de desayunar nos fuimos a jugar una partida al billar, jugamos dos partidas y perdí las dos, luego nos marchamos a comprar algo de comida. Realmente hacía un buen día, un día excepcional.
            - ¿Vamos esta tarde a la playa?
            - Lo siento, he quedado con Arizoni para hacer otra cosa. Dile a Serban y a Yerkari. Ellos seguro que van.
            En casa todos seguían con el mismo estado de espera intranquila; Bormano comentó que dentro de poco todos seríamos ricos, que después de la próxima vez nuestras vidas serían diferentes, que el dinero nos comenzaría a salir por las orejas, del culo, de todas partes, e intenté imaginar mi culo encima de una bandeja de plata, cagando billetes. Parecía demasiado irreal para ser cierto. Sin embargo, si lo decía Bormano podía suceder, todo lo que Bormano decía podría suceder; recordaba cómo era él quien había conseguido todo lo que teníamos en Martaux, la casa, el trabajo en la chatarrería, me había presentado a Xania y me había pagado la gasolina, incluso me había hecho propietario de un negocio propio, le tenía que creer, le debía creer y en verdad le creía. Siempre había tenido una extraña relación de amistad con él, de pocas palabras, sin concesiones baratas, pero había demostrado ser una persona de palabra y de buen corazón con los amigos. Pregunté si alguien quería ir a la playa por la tarde. Respuesta negativa.
            Después de comer me marché a la playa, solo, dije que me marchaba a echarme la siesta, el sol no quemaba demasiado y podría tomarla sin miedo. Por el paseo marítimo había parejas agarradas del brazo, paseando tranquilamente, y recordé que ahora yo no podría hacer eso, nunca lo había hecho, pero ahora ni siquiera aunque me lo propusiese. En la playa había poca gente, puse la toalla sobre la arena y me tumbé encima. Poco antes de dormir recordé que hacia mucho tiempo que no iba a la playa solo, el sol parecía calentar lo mismo pero la sensación era distinta. Al cerrar los ojos todo se inundó de un color naranja que ocupó el espacio. Desperté tres horas más tarde. Ya no hacía calor sino algo de frío, la playa se había desocupado casi completamente y en la arena solo permanecía yo tumbado, el sol estaba bastante bajo cambiando el color del mar. Me levanté y me marché para casa despacio con la mente en blanco.



            - Las cosas no suelen ser lo que parecen, las apariencias pueden adquirir muy determinadas formas de las cuales muchas veces no alcanzamos a conocer ni siquiera su existencia. Dar circunloquios solo sirve para crear círculos viciosos, peces que se muerden la cola eternamente. ¿No te has dado cuenta? Últimamente tu mirada no alcanza a ver más que tu mano, no alcanza a ver lo que hay escrito en la pared que tiene detrás. Lo entiendo perfectamente. ¿Acaso crees que no lo entiendo? Yo también he sido otro alguna vez, no recuerdo muy bien el cuando pero sí el por qué. Todos somos humanos, nos parecemos más de lo que pensamos, especialmente en relación a los sentimientos que nos  embargan ¿Quién no ha sentido alguna vez lo que tú sientes? Tranquilo, el tiempo aminora los efectos del dolor, puede tardar toda una vida pero disminuye finalmente; al final solo queda el recuerdo del dolor íntimo. Entiendo que puede no ser demasiado esperanzador, sin embargo es cierto. ¿Para qué engañarte? Solo sería ganar tiempo, o perderlo hasta que te dieses cuenta de que la realidad es de otra forma. Las cosas no suelen ser lo que parecen más que en contadas ocasiones, demasiado contadas, y sin embargo todavía seguimos buscando, cada vez más ansias, hasta donde alcanzar nuestras fuerzas; la pureza deslumbra demasiado y es necesario un tiempo de aclimatación. Y tú, ahí sentado, intentando volver la mirada hacia la tierra después de haber desafiado el sol ¿ en serio pensabas que lo podrías vencer? Pensé que eras menos ingenuo que los demás, pero he de reconocer que todos somos iguales; la pureza deslumbra pero atrae, quién no la ha querido tocar alguna vez aunque solamente sea con la imaginación. Es demasiado perfecta. Pero alégrate, abre los ojos y acostúmbralos a la oscuridad, no conviene tropezar con las esquinas de la casa, sobre todo si las puedes evitar, puedes romperte las narices; piensa que a la noche todavía le quedan estrellas que nadie ha visto y no por eso dejan de brillar. Lo sé, cómo no voy a saberlo, parece tarea complicada llenar el vacío en poco tiempo y ciertamente cuesta tapar todos los pequeños y grandes agujeros que hacen del alma un colador de hojalata, pasear por la playa y no encontrar los labios al borde de la taza, sonriéndote sorbiendo el café que se enfría por mirarte no ayuda a cicatrizar con soldaduras los eslabones que faltan en la cadena que nos sostiene. Ahora descansa. No habrás los ojos. No te abraces a la almohada. No pienses. Solo sueña.
            - Lo siento.
            - No hables.
            - Solo es que estoy un poco nervioso. Eso es todo.
            - No hables.
            - ¿Tú crees que es cierto? Todavía no me lo creo.
            - Tranquilo Marcel, mañana seremos ricos.



            No sé cómo sucedió realmente, creo que nunca llegaré a saber cómo sucedió todo para que en un solo momento el castillo de cartas se cayese y dejase los sueños y la sangre desparramados por el polvo del suelo...
            El sol estaba bastante alto cuando Isaac me despertó entrando en la habitación con un muñeco de peluche en brazos, era un gran elefante de más de un metro de longitud, lo dejó encima de su cama y se marchó tan rápidamente como había entrado. Miré el reloj y observé que quedaban cinco horas para la reunión, me levanté y fui al salón, vi el final de la película y entré a la cocina. Dentro todos estaban nerviosos. Bormano apenas podía mantenerse quieto en su silla mientras Yerkari y Serban preparaban la comida aparatosamente, apenas se hablaba pero todos sabían el pensamiento que ocupaba el cerebro de los demás. Encima de la mesa había cinco pistolas que todavía no había visto. Bormano me miró señalándolas con el dedo.
            - Por si acaso, nunca se sabe. Coge la que quieras.
            Las miré y deseé no coger ninguna, finalmente me decidí por la más pequeña; jamás había disparado una de ellas y el mero hecho de cogerlas me molestaba. El trabajo es el trabajo, pensé, mientras Bormano me explicaba cómo se disparaba el aparato de metal. Más tarde comimos y a la hora de tomar el café Lio Lin apareció puntual como era su costumbre, contamos el dinero por última vez y nos marchamos en los coches hacia el lugar donde habíamos fijado el encuentro, un pequeño hotel a la afueras “Ferchas hotel habitación 10”.
            Todo lo demás es historia. Isaac se equivocó al vaticinar que seríamos ricos, Bormano se equivocó también al pensar lo mismo, sin embargo acertó al creer que nuestras vidas serían diferentes a partir de ese momento; solo sé que hubo un instante en que estuvimos todos reunidos y alguien llamó a más invitados de los debidos, porque de repente aparecieron varios policías sin nuestro permiso y fue entonces cuando alguna pistola disparó una bala que fue a dar en el pecho de uno de los recién invitados, que cayó bruscamente al suelo en medio de otros disparos, fue entonces cuando cogí la pistola y comencé a disparar sin poder pensar absolutamente en nada. Fue como si hubiese tenido un breve estado de amnesia, me encontré enfrente del volante del coche con el acelerador debajo de toda la fuerza del pie robándole los kilómetros a la distancia. Isaac intentaba taponarse una herida que había recibido en la pierna a causa de un balazo. Gritaba “¡puto chino de mala muerte!”. Y se miraba la pierna sangrante y el pantalón empapado de rojo. Algo había fallado. Comencé a recordar la habitación, ese primer disparo, a Bormano con la pistola todavía en la mano, ni siquiera se había movido de la silla donde estaba sentado a causa de la escayola traicionera que le había impedido levantarse a tiempo, a Serban ayudando a Yerkari muriendo también los dos. lo recordaba todo en un ruido rojo que inundaba el ambiente, que nos rodeaba formando una telaraña infranqueable. Isaac seguía gritando “¡ puto chino de mala muerte!”. Ahora Bormano, Serban y Yerkari estaban muertos e Isaac herido; yo, milagrosamente, estaba intacto, la lluvia de balas no había conseguido mojarme. Y Lio Lin, ahora lo veía claro, era quien había buscado más compañía de la necesaria, recordaba cómo en casa había enseñado su hermosa arma que después no había utilizado, cómo era a él a quien no habían disparado cuando había cruzado la puerta escabulléndose por el pasillo entre los polis, lo tenía que haber matado entonces, valiente hijo de puta que nos había vendido sabe Dios por qué. Todavía era de día y en la cabeza solo cabía la idea de la huida, la huida a cualquier lado que estuviese lejos, a estas horas ya estarían registrando nuestra casa donde no habíamos de volver. ¿Dónde ir? Isaac me miraba y callaba, y fue ahí cuando todo pasó a mi alrededor y me di cuenta que Martaux ya era otra parte de un pasado que no habría de volver para nosotros, y Xania la de los ojos claros y la playa de blanca arena y la chatarrería y Arizoni, todo estaba muerto para nosotros como lo estaba Bormano y Serban y Yerkari que volvían a la memoria desde su suelo teñido con su sangre sin lecho de amor donde volver a besarse nunca más juntos. Lio Lin nos la había jugado bien. ¿Y el dinero? apenas teníamos unos pocos billetes en el bolsillo que no habría de servirnos para casi nada, el castillo de arena se había desplomado con una simple ola inesperada, el sueño de un futuro asegurado hecho trizas sin tiempo para recoger siquiera los añicos que había dejado. Miré a Isaac cruzándose nuestra mirada.
            - ¿Dónde vamos? - con voz asustada.
            Seguí la línea recta de asfalto con la vista y golpeé el volante con el puño.
            - No lo sé, joder, no lo sé.
            Y nos perdimos en la carretera.

sábado, 25 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (18)



Isaac tenía razón, estaba muy excitable. No estaba acostumbrado a esta nueva situación moral; siempre había sido un tipo equilibrado, era de la opinión de que en el equilibrio se encuentra la base para cualquier tipo de actividad, especialmente en la de formar el amor en una relación. Sin embargo el amor se estaba descascarillando cada vez más rápidamente delante de mi propia cara sin saber por donde atajar el problema, y de todos es sabido que los agujeros negros lo absorben prácticamente todo. Ese era el problema, luchar contra el agujero negro, parecía una victoria imposible. A un primer momento donde la conciencia había clavado los primeros alfileres  se unían ya no solo sus pinchazos sino el frío acero de la espada de los celos. Sí, estaba celoso, para qué negarlo, solo que únicamente lo sabía yo y no pensaba demostrárselo a nadie, y menos a Xania. Isaac tenía razón, estaba muy excitable, el hecho de que ya no podía con ella todo el tiempo apetecido porque lo necesitaba para otras ocupaciones hacía que dudase de las verdaderas razones truncándolas por una incógnita menos clara que habitaba en mi mente. Esa extraña sensación que quema la garganta como un trago de vodka y que hace que la cabeza difumine la razón ya formaba parte de mí.            Con Marzo llegó el buen tiempo, los días más largos y más calientes, más luminosos. También llegó la noticia del próximo trato, Lio Lin volvió a aparecer más asiduamente por casa, si todo salía bien la cantidad de dinero sobrepasaría con creces la anterior, iba a ser un montón de dinero. A partir de entonces en casa se respiró el ambiente de la espera intranquila, no se hablaba mucho del tema, lo suficiente para no dejar un cabo suelto y algún que otro pequeño comentario. Bormano volvió a engordar, empezaba a ser algo preocupante, nunca había estado tan gordo; no es que pesase demasiado, pero el ritmo de engorde era notorio. Un día fue a comprarse ropa y volvió con todo un cargamento de camisas y pantalones nuevos. Yerkari y Serban también estaban intranquilos, se movían por todos los sitios y en ninguno podían estar mucho tiempo, excepto en su habitación, donde se pasaban gran parte del día, casi siempre follando como locos, para quitar los nervios. Quien parecía más tranquilo era Isaac, miraba al techo y volvía sobre la hoja blanca, sentado en el banco de color azul pasaba las horas escribiendo, sabe Dios qué, llenando hojas que en un futuro más o menos próximo quemaría para purificarse con el fuego. Yo simplemente permanecía ausente, mi cuerpo se encontraba cerca de todo pero mi mente distaba mucho de él, mi cabeza tenía suficiente ocupación con intentar poner en orden los papeles del corazón. Un par de días fuimos a la playa; el agua todavía estaba algo fría, pero tumbados en la arena de la playa, con el sol sobre nuestras caras, pudimos echarnos alguna siesta mientras la brisa acariciaba la piel. Aún no había mucha gente, pero poco a poco, lentamente, cada día se veía a más personas colocar sus toallas cerca de las rocas primero y más tarde por toda la playa. Semana Santa se acercaba, se olía en el aire, toda la maquinaria que existía para que aquellos días sacros refulgiesen con el mismo brillo de todos los años daba los últimos retoques a todo el engranaje de personas y organización; la tradición pesaba demasiado como para dejarla a la improvisación. También fueron días de vídeo, innumerables películas de vídeo, tuvo que ser como una fiebre, levantarnos y desayunar con Fellini, comer con Spilberg o cenar con Humprey Bogart. Daba igual, cualquier película era buena, enamorarse con Bergman o matar japoneses con bombas o patadas inverosímiles. Miraba la pantalla y observaba al protagonista, imaginaba ser yo aquel que luchaba, besaba o moría, aquel que era el centro de algo, por lo menos de su propia historia. Miraba y soñaba despierto; sin embargo aprendí que es más duro olvidar un buen sueño que ver finalizar una buena película.



            La importancia de la felicidad radica en su conocimiento. De poco sirve ser feliz si no se tiene constancia de ello, por eso nos damos cuenta muchas veces de ella cuando ya no la tenemos, sabemos que la hemos tenido por comparación con el estado posterior de tristeza. Quien percibe la felicidad en el momento de tenerla es quien conoce realmente la felicidad, hacerse una idea de ella por un recuerdo aproximado es ver solo el reflejo en un charco de agua, se difumina. Con la tristeza sucede lo contrario, generalmente todo el mundo sabe que está triste cuando realmente lo está, nadie tiene que esperar a ser feliz para darse cuenta de un estado emocional tan sencillo, la felicidad parece algo mucho más complejo. Esto es debido a que la consecución de un estado de felicidad viene ligado al cumplimiento de unas expectativas, mientras que para el estado de tristeza no es necesario cumplir ninguna; algo por otra parte más simple de conseguir. Quizás por eso haya en el mundo más pena que gloria, por una mala distribución de recursos materiales y una falta de recursos morales.
            - ¿Y tú eres feliz?
            - ¡Qué pregunta tan absurda!
            - No lo sé, por eso te lo pregunto.
            - ¿Tú qué crees?
            - Que sí.
            - Enhorabuena, con otra oportunidad acertarás.
            - ¿Y por qué no eres feliz?
            - Porque no cumplo mis expectativas. ¿Acaso tú lo eres?
            - No lo sé.
            - Una duda siempre es una negación. Nadie puede dudar de algo tan obvio.
            - Tienes razón, no lo soy, era solo que no me esperaba la pregunta.
            - Pues nunca preguntes algo que no quieras que te pregunten a ti.
            - ¿Por qué me has dicho todo eso sobre la felicidad?
            - Para que no te equivoques, la felicidad cotiza cara en el mercado.
            Miré el reloj.
            - ¡Mierda! Me tengo que ir, llego tarde - dije levantándome y cogiendo la chaqueta que estaba en el perchero.
            - Suerte.
            - No te preocupes, controlo la situación.
            Cerré la puerta de la habitación y dejé a Isaac tumbado sobre la cama. Salí a la calle y decidí ir andando, no hacía frío y la brisa de la noche podría ayudarme a ordenar los pensamientos. Estaba decidido, solamente pensarlo me dolía el alma, pero había tomado la decisión que creía más adecuada y no estaba dispuesto a cambiarla. Había imaginado todas las situaciones, todas las opciones posibles, que llorase, que se callase, que pidiese otra oportunidad, que se levantase y se marchase, incluso que me insultase, pero la decisión estaba tomada y era inamovible. Miraba hacia atrás, un año casi, y los recuerdos pasaban vertiginosamente por mi memoria como las losas por debajo de la suela de mis zapatos, miraba hacia atrás y me detenía en la última vez que nos habíamos visto, con toda aquella cordialidad fría e inerte que congelaba las miradas y los gestos, hace tiempo ya muertos. Terminar y dejar un hermoso recuerdo para el futuro, mejor detener la caída antes de tocar fondo y embarrarlo todo con el lodo que siempre queda abajo. Es probable que el peso de la conciencia unido a unos celos absurdos hubiesen tomado la mayor parte de la responsabilidad en todo el asunto, una conciencia maltrecha por los remordimientos de la infidelidad que podrían haber ocasionado la cuesta abajo iniciada hacía tiempo, tal vez un complejo de culpabilidad desafortunado demasiado pesado para tan poco espacio. La gente, más extraña que nunca, desfilaba a mi alrededor, como el agua que se bifurca en la corriente rota por una roca en medio del río, miraba las farolas imposibles que daban luz, la misma luz que había faltado dentro de mi cabeza, buscando el tabaco en los bolsillos, maldito tabaco que faltaba en el momento más inoportuno, una vez más, y los labios mudos, callados, sumidos en el recuerdo de aquel primer beso casi olvidado, cómo olvidarlo si pudo ser ayer, sin darme cuenta, y ahora en un suave letargo, qué ironía, después de la tempestad de un año de trabajo activo. Es curioso observar cómo la memoria tiende a quedarse con los recuerdos que prefiere, no siempre, pero sí generalmente, polarizándose en lo bueno o en lo malo, dirigida inconscientemente por el corazón que necesita de esos recuerdos, y suele ser necesario bastante tiempo para recobrar una objetividad que no vuelve nunca a ser perfecta. Es probable que la mía se quedase con aquellos buenos recuerdos a causa del amor que aún sentía por ella, un amor que ahora dolía demasiado como para intentar seguir alimentándolo, siquiera enderezarlo.
            Tras casi media hora de camino llegué al lugar indicado, otra vez el Sumtrab, a ella le gustaba y para qué negarle el último deseo, pero comenzaba a cogerle verdadera antipatía a este maldito sitio y después de esa tarde seguramente aumentaría ese sentimiento. Entré y allí seguían las mismas mesas cuadradas y las mismas sillas de terciopelo, observé y ahí estaba, en una esquina, con su café con leche esperando paciente mi llegada.
            - Buenas tardes - pronunció sonriendo desde el otro lado de la mesa.
            - Buenas tardes, Xania.
            Pedí otro café con leche, nos miramos silenciosamente y sonreímos recíprocamente. Este era el momento más adecuado, para qué alargar más la espera inútil, intenté remover un poco el azúcar vertida en la taza pero el nerviosismo no me lo permitió, dejé la cucharilla y apoyé los brazos sobre la mesa, suavemente, mirándola tras un silencio que se alargaba excesivamente, observando sus hermosos ojos verdes, todavía ahora me parecían más hermosos por no ser ya míos, tomé aire y busqué las palabras adecuadas.
            - ¿Lo dejamos?
            Simplemente. Había imaginado todas las situaciones posibles, todas las opciones, desde todas las perspectivas, pero aquella se me había escapado a la imaginación.
            - ¿Tienes un cigarro? - le pregunté con voz quebrada.
            - ¿Un cigarro?
            - Sí, un cigarro, es que me he quedado sin tabaco.
            Me dio uno, yo a ella las gracias. Nunca pensé que pudiese resultar tan fácil, no había pronunciado una sola palabra y ya estaba todo hecho; sin embargo me dolía en el alma que fuese ella quien lo hubiese dicho, pensar que ya no sentía nada especial por mí.
            - Bueno, ¿qué me dices?
            La respuesta ya la sabía, solo que no sabía cual era forma más adecuada de decirla. Aspiré fuertemente el humo y lo expulsé lentamente viendo cómo desaparecía.
            - Creo que será lo más adecuado.
            A veces resulta absurdo pensar cómo todo puede ser diferente a como uno lo piensa, se nos escapan demasiados factores de las manos como para poder controlar la situación, incluso los propios. Después la conversación discurrió alegremente, como la de dos buenos amigos, los dos sabíamos que era lo más acertado y como tal lo aceptamos. Nos dijimos muchas cosas durante algo más de una hora, cosas generalmente bastante triviales, qué otra cosa se puede decir en determinados momentos, mirándonos, mirándola, sintiendo cómo el peso que me atenazaba se marchaba lentamente para dejar libre un espacio que luego no se volvería a llenar, que se quedaría vacío. Cuando nos despedimos nos dimos dos besos, uno en cada mejilla, como dos buenos amigos, el beso de Judas pensé, por ser más falsos que el propio Judas, sin embargo quizás estuviesen llenos de buenas intenciones, no lo sé, pero yo hubiese preferido solamente uno, el último de verdad, con el que poder sellar la puerta que no volveríamos a cruzar.
            De regreso a casa, otra vez andando, las palabras de Isaac volvían fuertes a los oídos, todo el mundo sabe cuando está triste, no hace falta más que sentirlo, y yo lo estaba sintiendo; cierto es que el paso de vuelta era mucho más relajado que el de ida, pero el hecho de que hubiese sido ella quien hubiese puesto punto final significaba que ella también lo daba por terminado, una idea que detestaba, no por orgullo sino porque lo consideraba un fracaso por mi parte, ya lo había dicho siempre, ella no era feliz y yo no  había sido capaz de cambiar esa situación. Después de los besos me dijo que algún día quedaríamos para tomar un café y contamos las cosas, como buenos amigos, y tras la sonrisa afirmativa que le regalé escondí la respuesta que los dos sabíamos demasiado bien que era la verdadera. Algún día, pronto, adiós, cuídate, suerte, sé feliz, llámame. Lo que no pude imaginar es que no lo volvería a ver nunca más en mi vida.

viernes, 24 de enero de 2014

Y la sociedad somos todos… EL ASPECTO PSICOLÓGICO DE LAS ENFERMEDADES



Después de estar reunido con muchas asociaciones de enfermos y distintas patologías específicas, he llegado a la conclusión de algo que ya intuía, algo que tienen en común casi todos los afectados, y es el efecto psicológico que en ellos produce la nueva situación.
Muchas de las enfermedades o patologías que se sufren son físicas, pero sus consecuencias son tanto físicas, como psicológicas. Y esto se produce por la nueva percepción que se tiene de uno mismo, y también por nueva percepción que la sociedad proyecta de la persona afectada. La incomprensión, el aislamiento, e incluso el rechazo, pueden ser pautas que la sociedad realiza con estas personas. Y la sociedad somos todos. En muchas ocasiones estas pautas se plasman en la pérdida de amigos, conocidos, actividades sociales, y consecuencias todavía más graves, como son la pérdida del puesto laboral, con la consecuente pérdida de poder adquisitivo y de nivel de vida.
Un día cualquiera, podría ser hoy, mañana, el año que viene, una persona cualquiera, podría ser yo, tú, o un señor que nos cruzamos por la calle, recibe una noticia, sufre un percance, podría ser cualquier circunstancia, que le trastoca profundamente la vida.
Una circunstancia negativa, algo que posiblemente le cambie su vida cotidiana, su presente y su futuro. Algo que no esperaba y que de repente, se convierte en el centro de sus pensamientos, sus actos y sus emociones.
Se da cuenta de que nada volverá a ser ya igual, y que posiblemente lo que viene será peor, o bastante peor, de lo que tenía. Es en este preciso momento cuando empieza a  aflorar una gran ansiedad, angustia, y se entra en un estado emocional muy concreto que se llama depresión.
En todas las asociaciones que hemos visitado nos hablan de la ayuda psicológica. Una ayuda psicológica que proporciona, por una parte, un profesional (un psicólogo), y por otra, una ayuda tan importante o más, que es la de las personas que se encuentran, o han encontrado, en la misma situación.
Queremos incidir en este segundo aspecto. No existe mejor argumento que el ejemplo. Un ejemplo positivo es un refuerzo que imprime a la conducta la confirmación de la certeza. Si una persona lo puede hacer, si muchas lo han hecho, tú también puedes. Estas personas ejemplares te van mostrando que la meta a la que aspiras (normalizar tu vida) es un proceso que va por fases, que cada fase requiere un tiempo y un esfuerzo, y que después de ir superando todas ellas, paso a paso, puedes volver a ser dueño de tu vida.
Algunas otras veces, desgraciadamente, y dependiendo de la patología o enfermedad, esto puede no ser posible. Aún así, la comprensión de estas otras personas que conocen en primera persona la situación personal,  ayuda a aceptar la situación que se está viviendo.
Apostemos por las asociaciones, grandes y pequeñas, que se esfuerzan cada día por escuchar a personas que necesitan ser comprendidas, buscan recursos y servicios a situaciones muy específicas, y dan visibilidad a colectivos muchas veces desapercibidos, pero que existen y que tienen tanto derecho de vivir su vida como cualquiera de nosotros la nuestra.

Iñaki Peláez.  Ldo. En Sociología