sábado, 11 de enero de 2014

sección "twitter, con lo que la gente se define" (1)



 @MarivMerce  A veces se gana, otras se aprende. 

@Yammyzgz  Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro. René Descartes.

@GBerbegal  No os toméis la vida tan en serio, al fin y al cabo no saldreis vivos de ella. Ser como soy no se aprende, no se hace, simplemente se nace.

@_Nataliaa_99  Nos pasamos la vida esperando que pase algo y lo único que pasa es la vida; CARPE DIEM. 

jenny @jennycompaired  escribo mi propio guión, no ser lo que necesitas pero lo intento.

@BelenCalahorra Sonriendo desde 1997♥ No te empeñes en ser conocido, sino en ser alguien que merezca la pena conocer... Ni la imaginación, ni los sueños tienen límites.

viernes, 10 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (8)



Había sido un día con suerte, nos habíamos encontrado con una fábrica que tenía que quitar una cantidad ingente de metal no sé exactamente por qué causa, el caso que llevábamos todo el día yendo y viniendo cono el camión y todavía quedaba más para el día siguiente. Volvíamos a casa por la carretera que bordeaba la playa, observando cómo el sol iba cayendo lentamente hacia el mar; todavía lucía majestuoso, pero con menos intensidad. Isaac miró el mar, y con un rasgo característico de sus dedos rasgó la piedra de su mechero y lo encendió. El humo denso comenzó a esparcirse por la colina escapándose por la ventanilla derecha en busca de más espacio donde expandirse libremente. Sonrió. Volvió a sonreír con una mayor sonrisa y aspiró el humo quemando la punta del porro. Me lo pasó y le di un par de caladas devolviéndoselo. Parecía feliz. Me recordó a la noche que lo conocí, cuando aún no sabía de él más que lo que Bormano y otros me habían hablado, cómo acariciaba el palo y la suavidad que invertía en ello y la fuerza con que pegaba a las bolas; viéndole jugar un psicoanalista podría darse fácilmente cuenta de la simbología que encerraba ese acto, cómo el taco era una representación de su miembro viril y el gesto de acariciarlo representaba la masturbación deseada pero encubierta detrás de ese acto ingenuo pero socialmente permitido, de ahí el placer que con ello experimentaba. El billar como acto de masturbación encubierta. Y tal vez fuese eso por lo que aquella vez tenía aquella sonrisa que yo recordaba tan propia y que ahora me resultaba tan extraña fuera de la mesa verde. Volvió a pasarme el porro, le volví a dar un par de toques y se lo devolví. La carretera se perdía entre las curvas que bordeaban el mar e Isaac seguía mirando lo dolorosamente azul que era, tan azul que parecía ser la esencia de ese color frío y primario.
            - Hoy duele mirar el mar.
            - Sí.
            - Nunca lo he visto tan azul.
            - Es posible - musité girando el volante.
            - Es extraño verlo tan intenso, es como si de un momento a otro se fuese a revelar y se levantara, o solamente decidiera irse y desaparecería. ¿Por qué estará hoy tan azul?
            - ¿Crees que el billar es como la masturbación? - le pregunté pensativo.
            - ¿Me preguntas que si pelársela es igual que jugar al billar?
            - Sí.
            Le veía pensar, buscaba la respuesta a la pregunta. Miró el mar, miró el humo y me miró a mí.
            - ¡Joder, tío! ¿Qué pregunta es esa? Yo creo que se parece, para realizar las dos se necesita cierto arte. Pero muchas veces el billar es mucho mejor, porque al fin y al cabo lo uno puede ser mecánico y para lo otro se necesita más habilidad. De todas formas al final todo se reduce a un juego de manos - y se rió de su ingenioso juego de palabras - ¿Por qué me preguntas eso?
            - Por nada. Era una pregunta como otra cualquiera; hay ciertas cosas que a veces tienen relación entre sí y no nos damos cuenta, y el billar era una de ellas.
            Isaac volvió la mirada al mar y murmuró “azul”.
            El mar era el símbolo de algo que Isaac siempre buscaba y nunca encontraría. Para él, el mar encerraba más misterios de los que se podrían pensar; el color, el tono, la luz, su voz, el mar cambiado y cambiante hacedor de leyendas y demoledor de otras era el misterio deseado y tenido del futuro incierto que anhelaba conocer. Isaac miraba y solo llegaba a decir “azul” porque era lo único que sabía de él, le dolía enormemente la belleza de su incomprensión y sabía perfectamente que así como uno puede enamorarse y amar a una mujer solo por su belleza, así también podría amar el misterio que encerraba aquel color azul.



            Serban besaba a Yerkari mientras en  la televisión Silvestre caía desde el ático de un edificio cuando intentaba, esta vez por fin, comerse el canario. Silvestre caía y alguien decía “pobre lindo gatito”. Serban seguía besando a Yerkari y yo los miraba. Resultaba extraño ver a dos hombre besarse en el mismo sofá donde yo estaba. sin embargo los envidiaba. Veía que en aquellos besos, suaves, cortos, llenos de amor, había algo más que lo que yo recibía de Xania. Se levantaron y se fueron y yo me quedé con Silvestre aplastado contra el suelo. Pobre Silvestre. Sabía que estaban en su habitación, los imaginaba como aquel día que abrí la puerta por descuido, uno al lado del otro, desnudos, entre las sábanas, jadeando y besándose, lamiéndose, sudando. Silvestre se levantaba y volvía a subir por la escalera de incendios con un martillo en una de sus garras, llegaba hasta la jaula donde dormía el canario y esta vez sí, se lo comería. Pero en el último momento, como siempre, el gato caía inexorablemente al vacío mientras alguien decía “pobre lindo gatito”. En lo más íntimo de mi ser tenía dudas sobre Xania; existía algo, un sentimiento infundado probablemente, algún recuerdo mal reciclado, que me hacía dudar sobre mi relación con Xania. En el fuero más interno tenía la certeza de que faltaba un nexo de unión importante entre los dos, aunque no sabía cual podía ser. Pero yo la quería, o por lo menos la estaba empezando a querer; la necesitaba cerca, irremisiblemente, no podía estar mucho tiempo lejos de ella y encontrarme con mi soledad cara a cara. Xania también me quería; su forma de mirarme lo demostraba, una mirada expresa ese sentimiento perfectamente. Ahora Serban y Yerkari estarían mirándose, mirando el techo, como el de todas las habitaciones de la casa, y en el silencio de las sábanas revueltas las manos juntas se dirían te quiero calladamente. Silvestre, cual ave Fenix, se había vuelto a levantar desde el suelo y ahora subía por la pared agarrándose a una cuerda. Subía rápido y con ambición hacia su presa, esta vez nadie lo pararía. Pero en el último momento el canario sacaba unas enormes tijeras y cortaba la cuerda, y como siempre, el gato caía inexorablemente al vacío mientras alguien decía “pobre lindo gatito”. Xania se había colado en mi cabeza. Xania, la de los ojos verdes y las curvas perfectas de las caderas, suave vaivén, que entrelazaba mi pensamiento a su cama y a su cuerpo de inocencia violada, no dejaba en paz mi paz ni mi presente en la dulce espera del que ya no espera nada. Silvestre se ha ido y han venido Tom y Jerry. Pobres gatos. También han venido Serban y Yerkari, me han mirado y me han sonreído como aquel que no sabe nada. Yo también les he sonreído. Se han sentado y me han preguntado por los dibujos animados. Todavía no se han soltado de la mano.
           



            - Buscar en el interior la propia esencia de cada uno implica un autosacrificio muy importante, donde la constancia y sobre todo la voluntad de uno mismo son el factor primordial para la consecución de dicho conocimiento. Muchas religiones basan sus dogmas en ese conocimiento y toda ética personal debería llevar implícito esta exigencia como la máxima expresión del yo personal. La esencia individual constituye el núcleo atómico y separado que conforma la globalidad de la sociedad. Mediante el arte busco mi propia esencia, en el interior de los sentimientos que impulsan mi obra creadora ahondo con el fin de alcanzar mi pureza, la pureza que persigo en mis actos y sobre todo en mi modo de pensar. He recorrido camino en esta búsqueda inacabable que es la vida pretendiendo lograrlo, y cuanto más lo busco y más camino recorro creo llegar a la conclusión de que tal vez, y solo entonces, al final del camino, conoceré mi presencia esencial.
            Isaac miraba sentado al borde de la playa las estrellas de la noche. El mar permanecía calmado a sus pies y lejos, en el aire, se olía la música proveniente del bar más cercano, que se escapaba por la ventana abierta. Mi boca apuraba la última cerveza que había visitado mis manos mientras sentía sobre mi cara la brisa nocturna.
            - ¿No entramos dentro? - pregunté murmurando.
            - - Espera un momento, ahora vamos - dijo en un tono bajo, como venido desde muy lejos para llegar a sus labios.
            - Dentro nos esperan - insistí.
            - Ve tú si quieres - contestó mudo con la mirada.
            Me senté.
            Isaac seguía mirando el mar, ni siquiera había hecho el más mínimo gesto al hablarme. Buscó con las manos en los bolsillos algo pequeño, encontró la piedra marrón y comenzó a quemarla. Tras unos pocos minutos trabajando en ello acabó el porro  y lo encendió. Algo raía su cabeza supurándole la tranquilidad. Las olas volvían y volvían y nadie las quería, y luego se marchaban dejando a Isaac donde estaba.
            - ¿Para qué te voy a engañar? Me siento solo, todos tenéis a alguien, Bormano anda ahí con Leslia, tu con Xania, Serban a Yerkari...
            - ¿Tú sabías lo suyo? - pregunté exclamando ante la naturalidad con lo que lo decía - lo podrías haber dicho y no hubiese sido necesario haberme dado cuenta de la forma en que lo hice.
            - Tú también lo sabías y no dijiste nada, a nadie le importa la vida de los otros. A mí no me espera nadie ahí dentro. ¿Para qué voy a tener prisa en entrar?
            Me pasó el porro y le di unas cuantas caladas aspirando fuertemente el humo denso que desprendía. Algunos granos de arena se colaban dentro de las zapatillas y producían un roce incómodo.
            - ¿Nunca has tenido la impresión de que podrías enamorarte de una persona solo por la belleza que irradia? No tiene por qué ser muy guapa, ni muy inteligente, ni muy buena, tiene que ser algo diferente; la forma de mirar, de moverse, de sonreír. Cuando necesitas a alguien cerca y no lo tienes, y un día tú me dijiste que necesitabas a Xania, digo que cuando no lo tienes no es difícil que tu subconsciente busque por ti la solución de la necesidad y se fije en ciertas personas que en otra situación no lo haría, o por lo menos no tan apremiantemente. Entonces te das cuenta que sería fácil amarla y dejar ser amado y lo solo que se encuentra una persona sin nada de eso. Me pasa a veces, hablas con alguien durante unas horas, o una noche y piensas en la conexión que hay entre los dos y cómo podría ser un amigo y cómo las circunstancias existentes te impiden esa relación; cómo apuras los minutos porque sabes que después no quedará nada. Lo mismo sucede cuando estás con una persona que te atrae y sabes que todo desaparecerá en un momento. Puede ser falta de amor, no lo sé, solo sé que luego te quedas pensando que hay algo injusto en todo esto y no le encuentras ninguna explicación. La vida no es justa, aunque supongo que no soy el único que opina lo mismo. ¿Ves el mechero? ¿Sabes por qué lo llevo siempre? Un día me lo preguntaste y te dije que era una larga historia. Me lo regaló una de esas chicas que te encuentras, con las que tienes conexión inmediata pero sabes que las circunstancias no te dejarán nunca. Sin embargo aquello duró más de lo que uno podía pensar en un primer momento. Acabé enamorado de esa chica, lo cual me reafirma en mi opinión de que uno puede enamorarse de una persona que sabe que le puede enamorar si le das un poco de tiempo. Era una chica preciosa, de esas chicas que da miedo mirar fijamente a los ojos porque antes de que te quieras dar cuenta ya solo puedes mirar sus ojos que te dominan completamente. Pero las circunstancias, que pude evitarlas pero que sabía que no podría esquivarlas, llegaron todas de repente y la chica se fue para no volver a ver más. Poco antes de marcharse me dio este mechero y por eso lo llevo siempre. Para mí, aunque duró poco tiempo, significó mucho y fue lo único que me traje de Mazur, porque todo lo demás me sobraba, no le debía nada a esa ciudad.
            Alguien estaba detrás nuestro. Era Bormano, que sin darnos cuenta y sin saber cuando había llegado permanecía callado y nos miraba, sobre todo a Isaac.
            - Vamos Pinkel, estamos todos dentro esperando a que aparezcáis, nos vamos a otro sitio. Además, aquí hace frío, este viento pega más fuerte de lo que parece. Vamos dentro y nos liamos más porros. Y tu Marcel, que tienes una mujer preguntado por el miembro del miembro que más le gusta, aparece pronto que si no busca otro, y seguro que lo encuentra. ¡Todos dentro!
            Y dicho esto nos levantó agarrándonos a cada uno con una mano y nos puso en pie. Nos limpiamos un poco la arena y entramos, dejando fuera al mar con su brisa y su arena, y del bar nos fuimos a otros muchos más hasta que el sol salió puntual a su cita y nos avisó de que el sueño estaba esperando su turno desde hacía horas.
            Nunca había visto tan fugaz a Isaac, aquella noche fue una sombra de su propia sombra, más cetrino que la ceniza más triste y más amarga. La inmensa paz del que no espera nada no era la paz de Isaac, buscando en el recuerdo compañía a su soledad solo conseguía sentirse más solo y darse mejor cuenta de ello, porque realmente sabía que en el fondo de todo él estaba solo y esperaba compañía, como todos, para sentirse más feliz, un poco más feliz, y un poco más afortunado. En un trozo de metal plateado parecía encerrar todo lo positivo de su pasado tan cercano y tan perdido que ahora recordaba para herirse de nuevo con la memoria, en la memoria, paulatinamente más difusa y más idealizada.

chiste 5



- ¡Oye, has bajado mucho de peso!
- Es que voy al GYM.
- ¿Y te ponen a hacer mucho ejercicio?
- No, pero con lo que me cobran casi no como.

jueves, 9 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (7)



Y lo hice. Xania y yo comenzamos a vernos. Algunas noches solía quedarme en su casa. Entonces las ojeras acompañaban al día siguiente y las pocas horas dormidas pinchaban en los ojos. Ella iba a la peluquería a las ocho y media y me quedaba hasta las nueve o las nueve y media y luego me marchaba a por el camión. Volvimos a tener un poco más de dinero. Todas las mañanas Isaac y yo salíamos a la carretera con nuestro viejo vehículo y recorríamos los pueblos, los polígonos industriales y alguna parada al lado de la carretera. Isaac sacaba el mechero y quemaba la piedra, luego se liaba un porro y nos lo fumábamos entre los baches y los botes del mal pavimento. Algunos días la cabina se llenaba de humo y hasta hubo días que tuvimos que parar y quedarnos esperando a que escampasen las nubes. Los días de verde fueron haciéndose más verdes y más largos, Abril se fue marchando como había venido. Fueron días que hizo bastante calor y comenzamos a ir a la playa; todavía no había mucha gente pero el agua se iba calentando cada vez más, así que había ocasiones, sobre todo por las tardes, en que íbamos con la toalla y colocándola sobre la arena nos dorábamos un poco al sol.



            Todo fue un día que me quedé dormido echándome la siesta. Bormano e Isaac se fueron a la playa. Me desperté y vi que no eran las seis de la tarde, así que decidí salir a dar una vuelta por ahí. Recordé que había dejado la camisa en la habitación de Yerkari y Serban; Serban decía que le gustaba la camisa y de vez en cuando se la ponía, así que fui a recogerla a su habitación. Abrí la puerta y allí estaban los dos, uno encima de otro en la misma cama; les miré, me miraron, y sin acertar a pensar en nada les dije - perdón - y cerré la puerta. La camisa se quedó dentro. Fue un momento. Volví a mi habitación, cogí otra camisa y salí de casa. Nunca podría haber pensado que detrás de esa buena amistad podría esconderse algo más. Decidí dar una vuelta por la ciudad y luego ir hacia la playa. Pensaba en lo que les podría decir después, disculparme por no llamar, que pensaba que no había nadie, y luego decirles que no tenía prejuicios sobre ello, cosa que era cierta. Pero así, de repente, bajo el mismo techo, era algo que me resultaba extraño, inesperado, compartir la casa con ellos, que por otra parte era suya, el uno encima del otro. ¿Era Serban sobre Yerkari o Yerkari sobre Serban? Qué más daba. Me habían visto casi desnudo, qué pensarían de mí, no se habrían fijado en mi cuerpo, espero. Tenía un buen concepto de la homosexualidad, pero de ahí a convivir con ella era algo que nunca había imaginado. Era una hermosa tarde de primavera y el sol mostraba su cara más alegre, un buen momento para disfrutar del amor. Era una situación nueva. Yerkari y Serban, nunca lo hubiese pensado. Ahora comprendía por qué dormían en la misma habitación juntos desde hacía tanto tiempo teniendo como tenían más habitaciones; por charlar  a las noches y hacerse compañía decían, y tanto que compañía. Y yo paseándome con los slips por la casa. De todas formas ya vería que les diría cuando fuese a casa, o ellos a mí. Me dirigí a la playa, donde más gente que la habitual ocupaba la parte alta de la misma. Isaac y Bormano me habían dicho que estarían allí, y efectivamente allí estaban. ¿Lo sabrían ellos? Decidí no decírselo por el momento, la vida que llevasen Yerkari y Serban no era de mi incumbencia ni de la de ellos. Me acerqué hasta donde estaban y los miré, fijamente, a los ojos. Estaban dormidos. Seguí mi paseo por la playa, ya los despertaría cuando volviese. Me quité las zapatillas  para sentir la arena en los pies, la parte baja de la playa estaba tapada por la marea haciéndome andar por la parte alta. Las olas iban y venían, unas tras otras, zambulléndose, abalanzándose, solapándose y luego rompiéndose trayendo hasta mis pies la espuma que moría al final del recorrido. Era agradable sentir cómo a intervalos el agua templada mojaba los pies y cómo se iban habituando paulatinamente a su temperatura. A los lejos, muy a lo lejos, la figura diminuta de un barco se recortaba con el cielo al final del mar. Qué fácil parecía ahogarse en un charco de agua tan grande si no se tenía cuidado. Después de todo, el amor debe ser precioso en todas sus formas, pensé, daba igual quienes fuesen los que se amasen y todos necesitaban a alguien cerca para seguir hacia adelante, yo empezaba a tener a Xania, por qué ellos no se tendrían el uno al otro. Tenían todo el derecho del mundo. Pero en la habitación de al lado, se me hacía extraño, no era lo más normal. Busqué con la vista al barco. Ya no estaba, se había marchado detrás del horizonte en busca de otros rumbos. Volví sobre mis pasos. Ahora Xania estaría acabando de trabajar y dentro de unas horas la vería, iríamos a tomar una copa y luego le haría el amor. Solo pensarlo me excitaba. Quitarle la ropa, poco a poco, recorriendo con la lengua sus curvas, sus pechos, sus caderas, su entrepierna y su culo apretado. hacerle el amor un par de veces por lo menos. Solo pensarlo me excitaba. El agua seguía subiendo y ya quedaba poco espacio seco; mientras, continuaba sintiendo cómo a intervalos me mojaba los pies y me hacía recordar la lengua de Xania sobre la piel. Cómo habría hombres en el mundo a los que no les gustaban las mujeres, parecía algo incomprensible. Llegué hasta la altura de Isaac y Bormano. Seguían dormidos. Los volví a mirar y con un ligero puntapié en las piernas los desperté.
            - Eh, vosotros, se acabó la siesta.



            - Tranquilo, no pasa nada; no eres el primero que se entera y se sorprende. Además, nosotros también pensábamos que no había nadie.
            - Sí, es verdad; como comprenderás no es un tema que nos guste airear, no todo el mundo lo entiende igual.
            - De todas formas si lo que te preocupa es que nos hallamos fijado en ti puedes estar tranquilo que no eres nuestro tipo. Puedes seguir andando en calzones por la casa - Yerkari miró a Serban y se rió.
            - Anda, toma y hazte un porro, que te veo muy callado.
            Y dicho esto la conversación dio a su término. Serban me pasó una china y comencé a quemar.
            - Por cierto, ¿Cúanto tiempo lleváis? - pregunté.
            - Casi dos años viviendo juntos, aunque otro más saliendo.
            Hice el porro y lo encendí. Pusimos la televisión y nos encontramos con el telediario de la noche. El presentador decía que el paro había vuelto a subir, que los precios habían vuelto a subir, que la delincuencia había subido, que los accidentes de coche habían aumentado. Por lo visto había subido todo menos la fe, que según el último estudio sociológico realizado por el instituto nacional de sociología demostraba claramente su disminución. Dios no estaba de moda, el que estaba de moda era el último campeón de la liga de fútbol. Ese sí que era un buen equipo de fútbol. El fútbol era el opio del pueblo, aunque algunos decían que no, que el opio era el fútbol del pueblo. Algo extraño sucedía en una parte del mundo de la que casi nadie había oído hablar, no todos estaban de acuerdo en vivir bajo la misma bandera porque algunos decían que no les gustaba. El telediario acabó con la cultura, a un tipo desconocido le habían dado el prestigioso premio nacional de novela. Entonces llegó Isaac por la puerta y dijo que el susodicho era un necio y que apenas sabía lo que era unir cuatro palabras juntas. Se sentó en el antiguo banco rosa, que ahora era azul, le miramos, nos miró, y se calló. Fuera ya había anochecido. Las farolas lamían las sucias aceras del barrio queriendo iluminar lo poco iluminable. Las estrellas se escondían encima de la capa de luz de Martaux, sin embargo la luna se dejaba entrever entre los tejados de la ciudad. Miré el reloj y vi que era la hora. Me levanté y dije que me iba, Xania me esperaba.



            El café estaba demasiado caliente y me quemaba la lengua. Aguardé un momento a que se enfriara un poco. Cuando lo hizo lo probé. Es café estaba muy bueno. Era una cafetería perdida en un rincón de Martaux, una vieja cafetería poco frecuentada cuyos dueños levaban más de treinta años detrás de la misma barra. Apenas ocho o nueve mesas en el local, de las cuales la mitad de ellas estaban desiertas y la otra mitad albergaba a parejas que se miraban y cruzaban unas pocas palabras, solo una o dos mantenían una conversación más o menos fluida. Xania me miraba al otro lado de la mesa. Miraba y sonreía, callada, con esa mirada característica de las mujeres cuando quieren que algún hombre le haga caso y se rinda a sus pies. Probó el café, despacio, pensó dos veces lo que iba a decir y comenzó a hablar.
            - Aquí, en una maternidad que ahora es un geriátrico. Por lo que dijo mi madre llovía mucho y hubo inundaciones. Estaba cerca de aquí, quizás sepas dónde está el geriátrico.
            Asentí. Tres calles más abajo se encontraba el geriátrico “Georgio Polone”, un edificio blanco bastante grande y antiguo.
            - Empecé a andar casi al año y medio, quizá fue porque me costó tanto que después no paraba. A los cuatro años ya sabía hablar. Fui a la guardería a los tres. Recuerdo que en la guardería le pegaba patadas a la profesora porque para mí ella era la culpable de no ver a mi madre; no hablaba con los otros niños y me quedaba sentado en el rincón mirando a la pared. Ese es el primer recuerdo que tengo. Después empecé a relacionarme con los compañeros, sobre todo con los chicos, y desde entonces creo que casi siempre he preferido relacionarme con chicos; total, que como ellos jugaban a fútbol yo también jugaba a fútbol, llevaba el pelo corto, cosa que hice hasta los trece años y llegaba a casa los mitades de los días con las rodillas destrozadas. Las chicas me odiaban porque decían que yo era boba porque no jugaba con ellas a las cocinitas. A los diez años nos cambiamos de casa y como consecuencia de eso yo me cambié de colegio. Allí dejé de jugar todo el tiempo a fútbol con los chicos y empecé a jugar con las niñas a la comba y a la goma. Tengo que decirte que yo era muy buena jugando a la comba y todas las niñas querían ponerse conmigo de pareja; así que me convertí en la jefa de la clase. Todas las chicas me hacían caso y casi ninguna me llevaba la contraria, solo una, que esa sí que me odiaba a muerte. A los once años Agapito se me declaró y me dijo que yo le gustaba mucho, pero él era un chico muy feo y le dije que no, aunque unos años más tarde, a los trece, me fui con él porque me caía muy bien. Fue el primer chico con el que estuve, después vinieron todos los demás. Yo formaba parte del club de los elegidos en clase, porque además de jugar muy bien a la comba seguía jugando a fútbol, era la única chica que jugaba en el equipo...



            ... de fútbol. Eso era lo que solía hacer, emborracharse y ver partidos de fútbol por televisión. Alguna vez le vi a mi madre alguna marca en los brazos y la cara, pero mi padre no la tocó nunca delante mío. Había días que llegaba a casa con mi madre del colegio y mi padre ya estaba borracho delante de la televisión, con el mando a distancia en una mano y con la botella en la otra. Nunca llegué a entender cómo mi madre fue capaz de aguantarle y mucho menos cómo mi padre seguía manteniendo el empleo, por lo menos al principio. Mi madre comenzó a trabajar limpiando para tener ella algo de dinero, y porque el que traía mi padre empezó a disminuir. Creo que quizás sea ese el primer recuerdo que tengo, no el de la profesora, sino el de mi padre borracho delante de la televisión mientras mi madre ponía los platos en la mesa para cenar y lo miraba. Cuando yo tenía nueve años mi padre se fue de casa y no volvió, por eso me cambié de colegio, porque al irse mi padre mi madre decidió que sería más adecuado ir las dos a casa de sus padres a vivir. Y nos fuimos. Mi padre murió hace diez años a causa de la bebida; por lo visto después de dejarnos siguió emborrachándose continuamente hasta que se murió. Creo que toda esta historia es la razón por la que en clase quería ser la mejor, la más popular, quería que la gente me envidiase para ser feliz, porque en casa no lo podía ser.
            Hacía tiempo que las sábanas habían dejado de moverse, solo de vez en alguna pierna se movía y salía al exterior desde dentro para poder respirar. Los dos mirábamos el techo. Xania seguía contándome la historia de su vida, la verdadera historia que había detrás de las luces de neón, la historia que duele porque es la verdadera, porque por más que se mienta a los demás hay ciertas cosas que uno no puede mentirse a sí mismo. Xania siguió en un ininterrumpido monólogo durante mucho tiempo mientras yo seguía mirando el techo, intentando imaginarme las situaciones en la pantalla de la pintura blanca; unas veces se detenía explicando los más nímios detalles y otras encadenaba sucesos de varios años. Aquella noche pude reafirmarme en el convencimiento de que los primeros años de la vida de una persona suelen ser los más importantes porque son los primeros recuerdos que se tienen y es mejor tenerlos buenos que tenerlos malos, no sea que te dé por recordarlos muy a menudo y veas que los que calan son peores que los que mojan, porque entonces no se te olvidarán nunca.