La bola roja no había
entrado tampoco esta vez. Había tomado un efecto extraño en la primera banda y
después se había desbocado. Ésta no era la mejor noche en la mesa verde. Isaac
volvió a fruncir el ceño y masculló algo entre dientes; decididamente éste no
había sido un buen día, por la mañana no habíamos encontrado gran cosa y habíamos
vuelto con el camión casi vacío, por la tarde no había podido echarse la siesta
por culpa de los albañiles del edificio de enfrente y tampoco había podido
escribir nada. Acarició el palo suave lentamente. La siguiente jugada podría
ser la buena. Alrededor de la mesa algunas personas observaban la partida. Una
chica preciosa, de pelo largo y moreno enfundada en su camisa de cuadros y sus
pantalones vaqueros llamada Xania; otra chica teñida de rubia más baja que
hablaba con la morena, Bormano y la chica que últimamente le acompañaba a casi
todas partes y que alguna noche se había quedado en casa. Me apoyé en la mesa,
busqué las trayectoria más sencilla y conteniendo la respiración golpeé la bola
blanca viendo cómo ésta chocaba con la banda y terminaba por introducir a la
bola número 7 en la esquina.
- Hoy es tu noche - dijo Serban observando cómo la bola
blanca se detenía - Parece que vas afinando la puntería.
Volví sobre la bola blanca y apunté a la 9. Esta vez
fallé. Miré fuera y a través de la única ventana la nieve dejó entrever su
presencia. Xania decía algo del frío, no sería nada interesante seguramente,
pero el movimiento sensual de sus labios hacia que todos la miraran cuando
hablaba. Isaac se inclinó sobre la mesa y buscó la bola roja con la vista,
apuntó y disparó. Esta vez la bola obedeció y con un sonido limpio y seco
desapareció por el agujero negro.
Era una de esas noches frías de Sábado donde la gente se
arremolina sobre la barra de algún bar en busca de calor alcohólico y de algún
cuerpo ajeno. Por lo que decía Xania éste era uno de los inviernos más fríos de
los últimos años ya que en Martaux pocas veces nevaba y ahora lo hacía. Fuera
estaba la confirmación de sus palabras. Recordé que en Mazur solía nevar más a
menudo. No era extraño que de vez en cuando durante el invierno la ciudad
quedase tapada por una capa de medio metro de nieve. Entonces la ciudad se
paralizaba porque la gente no se podía desplazar y se quedaba en sus casas
mientras la nieve se iba yendo. La paralización solía durar uno o dos días y
mientras tanto, sobretodo lo recordaba cuando era pequeño, salíamos a la calle
a tirarnos bolas de nieve y hacer muñecos tan grandes como nosotros mismos.
Recordé el año en que nos quedamos toda la clase en aquel pequeño pueblo
incomunicados del resto del mundo mientras la gente de allí nos dejaban mantas
y comida en la sal del ayuntamiento y Bormano y yo estuvimos casi toda la noche
hablando y cómo la Chuli me dijo que yo le gustaba y yo a ella que ella a mí
no.
Yerkari metió la última bola en el lugar indicado y se
terminó la partida con nuestro triunfo.
- ¿Otra? - preguntó Isaac.
Nos miramos los demás. La cara reflejaba la respuesta.
- Creo que ya es suficiente por hoy.
Los demás afirmaron con la cabeza e Isaac frunció el ceño
y se resignó. Dijo que no era su noche y dejamos la mesa de billar.
Cerveza para todos. Xania y yo nos acercamos hasta la
barra y pedimos ocho cervezas. En el bar había poca gente y una vieja voz nos
acariciaba el oído recordándonos la felicidad. al fondo, en una mesa redonda,
esperaban los demás las pintas ocres.
- Así que no eres de aquí.
- Pues no.
- ¿Y cómo así has venido?
- Hay que conocer mundo - y le sonreí.
Ella también me sonrió y me mostró sus ojos verdes.
Pagamos y nos volvimos con las pintas a la mesa. Allí Isaac, Bormano y la rubia
estaban liándose un porro cada uno. Mientras, hablaban y se reían por algo que
había contado Yerkari. Xania y la rubia, que se llamaba Hammer, eran amigas de
Yerkari, Serban y Bormano. Aunque ya habíamos salido alguna que otra vez con
Yerkari y Serban, nunca habíamos coincidido con ellas y apenas las conocía de
vista. La chica de Bormano se llamaba Leslia, era alta y tenía algo en la cara
que le hacía tenerla asimétrica, pero con gracia.
- ¿Y de dónde sois? - preguntó Hammer levantando la vista
y mirando a Isaac.
- De Mazur.
- ¿De Mazur? ¿Allí no hace mucho frío?
- Bastante más que aquí desde luego, pero no es para
tanto - le contestó poniendo la boquilla al final del papel y prensando el
porro - lo que pasa es que cuando siempre estás con un clima cómo éste, donde
no hace frío casi nunca, los demás sitios parecen el polo.
Ella encendió el canuto y aspiró fuertemente el humo.
Seguía hablando con Isaac sobre Mazur. Xania dejaba perder su mirada en el vaso
ahogándola dentro, levantó la vista y percibió cómo la observaba. Sonrió. Los
otros cuatro reían al ritmo de las palabras de Serban. La vieja voz del
cantante seguía soñando desde el rincón y daba la impresión de que nadie se
daba cuenta de su presencia. Los porros comenzaron a circular unos detrás de
otros como quien persigue las horas inútilmente.
Las cervezas se acabaron y nos fuimos. Fuera había dejado
de nevar y la húmeda empapaba los pulmones ocupados por el humo. Hacía bastante
frío. Alguien dijo que sería hermoso ver la playa nevada y todos fuimos para
allí. Las calles cubiertas ligeramente de blanco solo eran profanadas por el
ruido de los dos coches donde íbamos. Nadie más en todas las calles. Bormano
conducía su coche amarillo riendo y pasándole la pava a Leslia, que, al lado
suyo, miraba fuera y decía cómo diablos podía haber nevado tanto en tan poco
tiempo. Detrás Xania y yo mirábamos por la ventanilla pensando tal vez qué
distinta puede ser una ciudad vestida de novia. Su pierna rozaba la mía en un gesto
ingenuo, quizás inconsciente, quizás detenidamente estudiado, solo producido
por la tela sobre la tela, pero que en ciertos momentos posee un significado
más relevante. Yo sentía el roce cercano de su cuerpo ajeno y miraba por la
ventanilla a la ciudad dormida pensando en los labios de aquella mujer que
tenía al lado y cómo podrían besar. Como en tantas ocasiones imaginé que me
podía amar. Cerré los ojos y la vi a mi lado, con sus dedos entre mi pelo y sus
labios en los míos, con sus ojos en los míos. Imaginé que me podía amar, que me
quería.
- Hace frío.
- ¿Eh?
- Fuera, que hace frío.
- No, está bien - le contesté abstraído.
Podía sentir su piel, su sonrisa. Cuando escarbo dentro
puedo llegar muy lejos, y sobre todo muy hondo, casi hasta el otro lado. No
había ventanillas sino sábanas y de fondo jazz en lugar de ruido de motor.
- ¿A qué te dedicas?
- Trabajo en una peluquería.
Le miré. Era cierto. Era una de esas chicas preciosas
cuya sonrisa no muere nunca, que te lava el pelo y luego desaparece detrás de
su bata blanca.
El coche se paró y bajamos, estábamos en el paseo
marítimo. El otro coche llegó y aparcó detrás del amarillo. De él también
bajaron los demás, Serban, Yerkari, Hammer e Isaac. La playa contemplaba muda
el devenir de las olas mientras una ligera brisa helada hacía enrojecer
nuestras orejas. La luz de las farolas resbalaba sobre el mundo virgen que
contemplábamos. Era hermoso sentir el instante detenido en aquel lugar mudo y
silente que parecía llevar dormido desde su creación y quizás desde mucho
antes, desde antes de todo. Pero como todo momento solo duró eso, un momento, y
alguien dijo que hacía frío y que la noche todavía era joven. Nos montamos otra
vez en los coches y nos marchamos todos hacía casa, donde nos esperaban más cervezas
y más porros.
En la televisión se veían a dos monos dando volteretas
sobre un balón de playa, de vez en cuando uno se subía encima de él y daba las volteretas allí.
- Eso es tener estilo. Mirad al artista, eso es calidad.
Y los demás se reían. Terminé de preparar media docena de
rayas y todos menos Xania nos metimos la nuestra. Ahora los dos monos estaban
encima del balón y uno encima del otro mientras hacían rodar la pelota.
- ¿No ves? Lo que yo te decía, son los monos los que
dominan el mundo y están encima - le decía Yerkari a Serban señalando la
televisión y riéndose.
- Lo peor de todo es que son ellos los que lo mueven -
contestaba Serban riéndose todavía más fuerte.
Bormano desapareció junto a Leslia y nadie preguntó la
pregunta innecesaria. Había vuelto a nevar y la nieve se arremolinaba en el
aire fuera de los cristales. Hammer seguía hablando con Isaac acercándose cada
vez más en el banco rosa hacia él mientras él le decía que necesitaba un poco
de luz para hacer el porro y que no le dejaba ver. Xania miraba nevar apoyada
en la ventana. Me acerqué por detrás y le puse la mano en el hombro. Miró
ligeramente hacia atrás.
- ¿Nieva mucho?
- Bastante y parece que no va a parar.
- Quizás debáis quedaros a dormir aquí esta noche - le
insinué al oído.
- Quizás - y volvió a mirar por la ventana.
Tenía un precioso cuerpo donde la mirada derrapaba por
sus curvas. Acaricié su oscuro pelo mientras ella seguía mirando la nieve.
- Tienes un pelo muy bonito...
-...
- y unos ojos
preciosos...
-...
- eres muy guapa...
Le empecé a besar el cuello lentamente, como sin querer,
mientras los dedos rozaban su piel dentro de su camisa. Podía notar el calor de
su cuerpo emanando la esencia sexual que me excitaba, que me atraía sin
remisión hacia aquella mujer. Sabía desde el principio de la noche que acabaría
así y ella seguramente también. Le besé el cuello más apasionadamente y con más
decisión. Fue entonces cuando ella se dio la vuelta y me dijo que no, que esta
noche no, que sentía decirme eso pero que no le quedaba más remedio porque no
le había dado más opción. Me quitó la mano lentamente y dijo que yo era un
chico muy simpático pero que no podía ser.
Dicen que a buen entendedor pocas palabras bastan. Le
dije que me iba a dormir y ella respondió que por eso no hacía falta que me
fuese. Le dije que daba igual, que estaba cansado y la noche ya no daba más de
sí para mí. Y me marché. Antes de cerrar la puerta y oír la cama de Bormano
moverse en su habitación pude ver cómo Yerkari y Serban seguían liándose porros
y riéndose de un elefante que andaba sobre las patas delanteras; cómo Hammer
estaba cada vez más cerca de Isaac y éste necesitaba cada vez más luz; cómo
Xania miraba fuera y con el dedo sobre el cristal escribía algo incomprensible,
quizás solo garabatos extraños y balbucientes. Cerré la puerta y pensé que las
mujeres preciosas son cómo los sueños preciosos, solo son reales los que se
rompen.
Aquella chica se metió en mis pensamientos sin mi
permiso, buscó una habitación dentro de mi cabeza y se instaló en ella. Los
ruidos del motor del viejo camión se mezclaban con su pelo y las curvas de la
carretera con las de aquella mujer. Era un sentimiento obsesivo, la obsesión
que se centra en una imagen y en un nombre, donde los recuerdos son ficticios e
inventados porque los que deberían ser ciertos no existen o son escasos, y en
último término se han manipulado tanto que han perdido la objetividad en la
barra de algún bar tomando copas. No la volví a ver en una buena temporada.
Observé todas las perspectivas, todos los puntos de vista, el mío, el suyo y el
de los demás. El hecho de que apenas me relacionase con mujeres pudo hacer que
aquella obsesión perviviese aún más y sin mi consentimiento, de tal modo que
aquel sentimiento permaneciese indeleble.
Isaac me dijo que había necesitado toda la luz del mundo
para seguir viendo y había tenido que salir el sol para echarle una mano, luego
las dos chicas se habían marchado. Me preguntaba por Xania y yo le decía que la
buena suerte no siempre es compañera fiel; me miraba, sonreía, buscaba su
mechero plateado y encendiendo un cigarro aspiraba fuertemente el humo. La
nieve duró un par de días y luego se marchó cómo vino, sin avisar. Fue como si
con ella hubiese caído chatarra y luego al desaparecer hubiese quedado la
chatarra, porque de repente nos encontramos montones y montones de chatarra;
era como si el mundo se hubiese quedado viejo y ya no sirviese para nada más
que para esperar nuestra llegada y llevárnoslo en nuestro camión. Conocimos
todos los lugares en cien kilómetros a la redonda. Vimos extenderse la playa
como una serpiente dormida bordeando el mar. Por el banco rosa siguieron
pasando en busca de un poco más de fantasía las gentes que ya conocía de vista,
hasta que alguien insinuó que aquel ya era aburrido y lo pintó de azul. Martaux
fue haciéndose cada vez un poco más nuestra; la ciudad no era tan grande y los
rincones no estaban tan escondidos como para no ser vistos. Fue un tiempo donde
no escasearon las cervezas, las noches tenían el color ocre de los botellas y
no era extraño acabar formando regimiento con ellos. Mientras, Isaac escribía.
Miraba la hoja en blanco y luego la llenaba, quizás por miedo a su pureza.
- Una hoja en blanco es la oportunidad del futuro. No
puedes mirarla y dejarla como está. Debes hacerla tuya, poseerla. Una hoja
vacía te recuerda que puedes cambiarla, modelarla a tu forma y disposición. Una
hoja en blanco forma parte de uno mismo. Al final acaba queriéndosele, porque
una hoja llena ya es ajena, es como el pasado, ya no le pertenece a uno mismo,
no lo puedes cambiar. por eso prefiero la hoja vacía, sé que en ella puedo ser
lo que quiera y lo que seguramente no podré ser en la realidad, pero al
escribirla esa personalidad ficticia se convierte por el mismo hecho de escribirla
en realidad, tan real como lo que puedo vivir. Mi literatura soy yo y yo soy mi
literatura, y en ella ya he vivido mil vidas y viviré muchas más.