... soy la voz de tu abuela
y
te voy a contar la historia
del niño llamado niño
y del pato llamado Nadie
y te voy a contar
el secreto de la vida.
¿Has besado alguna vez las estrellas?
¿Te has cansado alguna vez tanto
que has creído que ha merecido la pena?
¿Has tenido alguna vez un sueño
tan bonito que se ha roto
en mil pedazos?
¿Has mirado al sol alguna vez
con tanto miedo
que has deseado ser inmortal?
Niño le miró a Nadie
y el pato hizo: cuac.
Niño le dijo: sólo eres un pato,
tú nunca lo comprenderás,
no has nacido para entender,
tú solo eres un pato.
Suenan
los Parasintéticos en la radio. El coche quema los kilómetros, como el
conductor sus cigarrillos. Asfalto bajo las ruedas. Sólo noche.
...
más que palabras. Las palabras se las puede llevar el viento. Algunas no, esas
permanecen siempre. Son como las miradas. O como los besos. Estos son más
importantes... pero también se los puede llevar el viento. Hacía tiempo que no
escuchaba a los Parasintéticos por la radio, parece que los tienen olvidados.
Lo del niño y el pato es gracioso, pero lo más curioso es ver cuán-tos patos
andan sueltos por las calles de las ciudades, la gente no entiende que los
elefantes de trompa rosa quieran volar, les resulta absurdo. A mí no. A ti tampoco.
¿Te acuerdas? Siempre hablábamos de ellos. ¿Qué sería del mundo sin ellos?
Aunque parece que también tú los olvidaste; tú precisamente, que supiste como
hacerlos volar tan alto, no me lo explico. ¿Y Jean Paul? ¿Se lo explicará? Debe
haber sido muy duro para él. por lo que me contabas era un buen tío, seguro que
me hubiese gustado conocerle. Acabaste cebándote, y eso que me acuerdo que
estaban de puta madre al principio, lo de las cenas y todo eso, y sobre todo lo
de la inauguración, que fue antológico...
Odio
quedarme sin dinero en una cabina telefónica. De repente la llamada se corta
sin tiempo a una maldita despedida. Lo único que te une a una persona
desaparece sin quererlo. Sales de la cabina conectado todavía a un hilo de voz
que provenía de ninguna parte, de todas partes. Las calles se hacen cómplices
mudos de la soledad, porque te sientes solo, y piensas que es triste.
Odio
las despedidas, siempre son finales, pero odio más los finales sin despedidas.
Eso es una llamada telefónica. Imaginas a la otra persona, su rostro, su
cuerpo, su todo, y no hay más que una voz que suena desafinada y lejana. Una llamada
siempre resulta escasa, demasiado poco para nuestro gusto. Vas echando monedas
hasta que te quedas sin ninguna y después de la última nada, absolutamente
nada; y esa nada te cala dentro del cuerpo y te consume, como la cerilla que
termina por apagarse en tus dedos quemados.
Nunca
puedo mantener una conversación interesante por teléfono. Me siento absurdo y
ridículo. Necesito los ojos de la voz a la que hablo, que me habla. Las cabinas
telefónicas son frías. Hablas dentro de un cristal, y la gente te mira desde
fuera. Pasan rápido y te miran fugazmente, y tú los miras, pero no es la cara
de la voz que escuchas, porque la voz que escuchas está muy lejos.
A
veces pienso si es mejor llamar o no llamar. El escaso tiempo que te sientes
acompañado casi nunca compensa el largo recuerdo que después conlleva. La
memoria explora en el pasado momentos donde la voz que acabas de escuchar
estuvo presente en cuerpo entero, con sus manos, sus miradas y sus sonrisas. Una
voz sin cuerpo es como un bar sin música, está ahí pero sabes que falta algo.
Un
teléfono puede ser un acto de conciencia, de represión, de angustia. Te quedas
mirándolo, sabiendo que marcando un número una voz deseada puede ser escuchada,
una voz que no te busca, pero que en ese momento te encuentra porque tú sí la
buscas, la anhelas, porque necesitas escucharla. Sabes que no debes marcar,
pero quieres, y al final siempre vence el "qué dirán" y el "todo
acabó", y la angustia y la pena te inundan, recordándote tu soledad.
Y eso
fue precisamente lo que me pasó el otro día. Mecagüenlaputa. Se cortó la
llamada en medio de la conversación. Busqué alguna moneda, pero no tenía ni
cinco malditos duros. Si lo llego a saber llamo desde casa; lo típico, le pego
un toque y quedamos, pero la conversación se va alargando y de repente te ves
sin dinero y sin despedida, solo el maldito cacharro en las manos. Uno no sabe
la mala hostia que le entra hasta que no le pasa... lo del teléfono es
extraño... su puede llegar a odiarlo, o casi... a veces me quedo mirándolo, un
segundo tras otro, pensando en llamar a Silvia, o a Yolanda, o a Patricia, o a
Paula, o a alguien. Al final siempre es parecido, cojo el mando y enciendo la televisión, me siento en el
sillón comiéndome la cabeza y mientras tanto me trago la mierda que suelen
echar por la caja tonta, da igual, lo que sea, si total no la veo...