jueves, 3 de abril de 2014

citas célebres (51)



El verdadero amigo es aquél que está a tu lado cuando preferiría estar en otra parte.

El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia.
Woody Allen (1935-?) Actor, director y escritor estadounidense.

El matrimonio es al amor lo que el vinagre al vino. El tiempo hace que pierda su primer sabor.
Lord Byron (1788-1824) Poeta británico.

El que es capaz de dominarse hasta sonreír en la mayor de sus dificultades, es el que ha llegado a poseer la sabiduría de la vida.

Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
Aristóteles (384 AC-322 AC) Filósofo griego.

poesía nº 35



Te odio porque te amo.
Riendo en la desesperanza
cual pájaro la tierra no alcanza
esta noche creo que te llamo.
Reflejo del mar en tu pupila,
reflejo del azabache en tu cabello,
al momento despunta un destello
de esa mirada color lila.
El destello opacó mi voluntad,
arrodilló a mi altivo orgullo
desnudándole cual capullo
sin pétalos. Ahora soy eso en realidad.
El destello ópaco. Mi voluntad
arrodilló a mi altivo orgullo.
Ahora sin ti ebullo,
soy tuyo, pues tu eres mi verdad.
Como dolorosa rosa marchita
estoy yo en mi jardín sin tu amor,
bien imprescindible que da sabor
a lo que tu existencia me quita.
Soy como ánima sin fe,
como vagabundo errante que llora,
como enfermo que a Dios implora
un yo que sé, algún por qué.
Así soy yo sin ti.
Te necesito para poder amar,
para poder algo dar.
Dame tu sí. Por favor. Dámelo. Dame un sí.

el espíritu de los tiempos (4º)



            La chatarrería era más grande de lo que parecía en un primer momento. En el plano celeste un sol sonriente alumbraba la mañana. Hacía frío, pero poco a poco iba disminuyendo paulatinamente y se prometía un día claro y despejado. Se veían montones de hierros viejos y máquinas medio oxidadas, en un amasijo informe que recordaba a un basurero pero solo de metal. Se respiraba un ambiente pesado y desamparado. Llamamos a la puerta de la casa, pequeña y vieja, compuesta solamente por dos habitaciones que hacían la función de oficina y retrete. Apareció el chatarrero. Se llamaba Obnob. Nos dijo que fuésemos por los polígonos industriales y los pueblos de la zona, que por allí encontraríamos chatarra. También nos dijo que nos había dado el empleo por amistad con Bormano y que él respondía de nosotros, que no debíamos dejarlo en mal lugar. Nos mostró el camión. Era un camión viejo, de diez o doce toneladas, cuya pintura descascarillada mostraba la crudeza de su edad. Nos explicó el funcionamiento de la grúa, nos dio las llaves y se marchó.
            Como no conocíamos las carreteras cogimos la primera que vimos, la que iba a la costa. Yo conducía; había aprendido en Mazur a conducir camiones. Además, éste no era grande y era manejable. Isaac miraba más allá de lo que podía estar viendo. Dentro no hacía calor, el paso de los años había dejado las puertas y ventanas tullidas. Sin calefacción. Sin radio. Sin embargo el sol seguía en su lugar, sonriendo encima del mar. Nos deseaba suerte y nosotros lo sabíamos.
            En el tiempo que llevábamos en Martaux había ido conociendo algo a Isaac, podía vislumbrar parte de los secretos que escondía detrás de la puerta de sus ojos y sus gestos, que se escapaban por los resquicios inherméticos que su alma entrañaba.
            Señaló algo.
            - ¿Ves? ¿Ves aquello?
            - ¿El qué? ¿Eso?
            - Sí, eso.
            - ¿Y qué?
            - ¿No te das cuenta? Son esos los pequeños detalles que hacen grande la vida. Detalles como esos son los importantes. ¿Y tú me preguntas que tiene de especial? Son los detalles lo que conforma la historia, la gran historia que hacer mover al mundo. Los detalles, la unión de un sinfín de casualidades que convergen para fundirse en un acto único, como un solo cuerpo compuesto por infinidad de células.
            En los ojos vestía el brillo de las grandes ocasiones mientras sin dejar de señalar parecía querer proyectarse a través de su brazo, su mano y su dedo hacia aquel nimio detalle de las gaviotas volando cerca de los acantilados.
            - ¿No te das cuenta? Unas simples gaviotas volando, eso es lo grandioso de la vida, verlas pasar y alejarse como se aleja el viento hacia cualquier parte, buscando un nuevo sitio, una nueva impresión, querer volar más alto y más lejos, conocerlo todo. ¿No te das cuenta? Si no te das cuenta de los pequeños detalles como ese, es que no te das cuenta de nada.
            Miré a las gaviotas, cómo se marchaban. Parecían estar muy lejos. La carretera llena de curvas serpenteaba bordeando la costa resquebrajada por la furia del mar y parecía enroscarse sobre sí misma. Al otro lado los últimos alientos de las montañas murmuraban por dejar constancia de su presencia. Isaac sacó una bolsita. Dentro había hierba.
            - ¿Te vas a liar uno ahora? - le pregunté.
            - ¿Y por que no?
            Y tan pronto como acabó de hablar ya estaba pegando el papel con la punta de la lengua. Buscó el mechero dentro del bolsillo del pantalón, lo sacó, lo miró, sonrió y rasgando la piedra lo encendió.
            - ¿Qué te parece? No está mal - dijo mostrándome el mechero - es precioso.
            - Sí, no está nada mal, es bonito.
            Era una de las pocas cosas que había traído dentro de su pequeña maleta de cuero barato y gastado. Lo demás solo era ropa de poca importancia. Por lo que había podido adivinar, era lo único que había rescatado de su pasado para tenerlo cerca, nunca se separaba de su pequeño mechero plateado que llevaba la inicial de su nombre inscrita en el centro.
            - ¿Cómo lo conseguiste?
            Me miró un momento y aspiró el humo.
            - Es una larga historia. Algún día te la contaré.
            Y se calló. Miró por última vez el mar que estábamos dejando a un lado y giró la vista al frente.



            Era un pueblo pequeño, de unos ochocientos o mil habitantes, donde todo el mundo se conocía  y se había conocido siempre, donde nunca había pasado nada ni nunca pasaría; uno de esos pueblos donde la rutina y la tranquilidad son socias vitalicias de la partida de cartas de las tardes de los Domingos. Casas bajas y separadas con tejados rojos de teja. La carretera dejaba un poco de lado al pueblo, había que tomar un cruce que distaba cien metros del primer edificio. El edificio era una nave industrial que parecía estar medio olvidada. Fuimos allí. El camión botaba entre los baches que se marchaban debajo de las ruedas.
            Desde algún rincón surgió una mujer madura y rechoncha con un sombrero de paja sobre la cabeza, un lazo azul y sucio y un perro negro más parecido a una rata morena y grande que a un individuo de su propia especie. Paramos el camión y bajamos dirigiéndonos hacia ella.
            - Buenos días.
            - Buenos días.
            - Buenos días.
            - ¿Qué desean?
            - Estamos buscando chatarra, somos chatarreros; hemos visto el pabellón y hemos pensado que quizás usted tendría algo que ofrecernos. De todas formas si no tiene usted nada tal vez podría indicarnos dónde podríamos encontrar por aquí.
            La mujer nos miró y asintió. Tenía chatarra. Nos hizo entrar en la nave y nos mostró un viejo motor arrinconado debajo de una manta de polvo. Nos dijo que no lo quería, que le diésemos cualquier cosa por él, que solo le quitaba sitio y que llevaba tiempo con intención de perderlo de vista. Entramos el camión y con la grúa conseguimos izarlo y dejarlo en la cama del vehículo. Nuestro primer proveedor.
            - ¿Y en algún otro sitio?
            - Sí, creo que sí. Tú sigues por esta calle y al final encontrarás un almacén. Tal vez allí tengo algo.
            - Gracias.
            Le pagamos y nos fuimos. Parecía un trabajo fácil.



            Aquellos días fueron cayéndose del calendario mudos y silenciosos, pero con la misma rapidez con que nos damos cuenta que van desapareciendo entre nuestros dedos. Días envueltos en humo y ruidos de motor, sobre todo en humo denso y gris. La chatarra no daba mucho dinero pero servía para seguir andando de un lado hacia otro, intentando encontrar el rumbo que nos llevase por el camino más corto al punto más lejano. Martaux fue haciéndose nuestra casa lentamente. En otra parte del mundo la guerra no iba tan deprisa como algunos querrían ni tan eficaz el ejército aliado como en un primer momento había parecido. La televisión seguía escupiendo detalles sobre ella mostrando imágenes que parecían más juegos por ordenador que la cara de una guerra televisada. Conocimos gente. Los días deshojados de aquellos primeros meses se morían dando tumbos, aprendiendo a fuerza de caídas por donde había que manejarse. Sin embargo fueron días tranquilos. En casa Yerkari y Serban nos dieron constancia de que Bormano, que siempre estaba fuera, los había conocido bien al decirnos que eran tipos curiosos. Un día aparecieron en casa con un banco del parque. Decían que se lo habían encontrado por ahí y que tampoco importaba mucho el haberlo traído, que había muchos iguales. Era uno de esos bancos de madera pintados de marrón cuyas patas son de hierro negras. Como no les gustaba el color decidieron pintarlo de rosa, porque era un más alegre. Y el banco se pintó de rosa. Lo pintaron en el salón, con mucho cuidado y ciertamente con gran espíritu artístico; después lo dejaron ahí, por si acaso hacía falta. tuvimos un fuerte olor a pintura durante cuatro días, pero finalmente desapareció y decidieron celebrarlo invitándonos a inaugurarlo con unas rayas de cocaína. Luego vinieron las centraminas, las cervezas y luego nos olvidamos de nosotros mismos y del banco de color rosa y del frío de fuera y del frío que teníamos dentro de nuestros corazones y de todo lo importante o superfluo que nos quedaba por recordar. Creo que aquella fue una buena noche.
            Isaac había vuelto a escribir, su sonrisa característica lo delataba. A veces se le veía sentado, incluso durante horas, en nuestra habitación o en el banco rosa del salón mirando el techo durante un momento hasta que volvía la mirada hacia el papel y entonces el bolígrafo se fundía con su mano en un todo compacto y comenzaba a correr por la hoja blanca.
            - El problema es la plasmación de la idea a través de las palabras; y más que las ideas, que al fin y al cabo están formadas por palabras, lo complicado es la plasmación de las sensaciones hetéreas, ya que éstas muchas veces, la mayor parte de las veces, no se pueden describir. Esa es la esencia de mi literatura, de la literatura que creo más importante; intentar transmitir una sensación propia a otra persona mediante las palabras. Por eso opino que la música está por encima de la literatura. La música está por encima de la verdad y de la mentira; una palabra puede no ser cierta y puede quedarse muy inexacta intentando explicar una sensación, pero la música en sí ya es una sensación virgen, puede llegar a ti y tú la captas tal como es, no existen idiomas que la definan ni que deban definirla. La música es anterior a la literatura porque es más natural, antes se escuchó a un pájaro cantar que la primera palabra. De todas formas es posible que en su esencia sea lo mismo en distintas formas. No lo sé. Me da igual. Lo importante es saber que lo que haces es importante para ti.
            Y se callaba. Yo le miraba cómo sin apenas tiempo para pasarme el porro volvía a la hoja blanca y seguía escribiendo.
            Por el banco rosa fueron pasando muchos tipos que llegaban en silencio y luego se marchaban, pero con un poco menos de dinero y un poco más de fantasía en forma de polvo blanco o de pastilla. Mientras, aquella prolongación del banco que sujetaba una pluma y un papel seguía allí, en pretérito imperfecto.
            - Un solo momento es lo que dura la pureza de la creación del arte, solo el instante en que se forma en la mente del artista. Luego se ensucia y pervierte más o menos, dependiendo de la destreza del dueño de la idea. Pero ese momento, donde nace y muere la creación para volver o repetirse una y mil veces, es la esencia verdadera y genuina del sentido artístico, y ante él nadie es más que un espectador de su propia fuerza expresiva interior que lucha por su surgimiento. ¿No lo entiendes? No depende de nosotros el arte, solo depende de nosotros su plasmación mejor o peor realizada. Aunque nosotros no quisiéramos el arte vivirá siempre mientras hubiese un sentimiento, y como bien sabes, eso no se puede controlar completamente.

chistes (27)



- Papa, ¿todos los cuentos empiezan con “erase una vez…”?                                               
 - No hijo, algunos empiezan con “si mi partido gana las elecciones…”

Dos vascos:
-Oye, Patxi, ¿En el Cielo habrá frontón?
-Pues yo cr eo que si, Iñaki, porque si allí todo es perfecto, pues habrá frontón.
-Oye, pues el primero que se muera que se lo diga al otro.
-De a cuerdo.
Al cabo de unos años, Patxi se muere y al día siguiente, Iñaki oye una voz de ultratumba:
- ¡Iñaaaaaki, Iñaaaaaki, Iñaaaaaki, soy Patxi!
-¿Qué quieres?
-Que te tengo que dar dos noticias, una buena y otra mala.
-La buena.
-¡¡Que yo tenía razón, que hay un frontón que te pasas, de más de 60 metros de fondo y unas instalaciones alucinantes!!
-¿Y la noticia mala?
-Que juegas mañana a las 11.00

Dos amigas están haciéndose confidencias y dice una:
- A mí lo que más rabia me da es que, cuando me cuentan un chiste, me dejen a medias.
Dice la otra:
- Pues a mí, lo que más rabia me da, es que me dejen a medias y luego me vengan contando un chiste...

miércoles, 2 de abril de 2014

citas celebres (50)


El único encanto del pasado consiste en que es el pasado.
Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.

Las democracias observan más cuidadosamente las manos que las mentes de quiénes las gobiernan.
Alphonse de Lamartine (1790-1869) Historiador, político y poeta francés.

No me gusta el trabajo, a nadie le gusta; pero me gusta que, en el trabajo, tenga la ocasión de descubrirme a mí mismo.
Joseph Conrad (1857-1924) Novelista británico de origen polaco.

La existencia es un viaje en el que no existen los caminos llanos: todo son subidas o bajadas.
Arturo Graf (1848-1913) Escritor y poeta italiano.

La ciencia es respecto del alma lo que es la luz respecto de los ojos, y si las raíces son amargas, los frutos son muy dulces.
Aristóteles (384 AC-322 AC) Filósofo griego.

poesia 97


- Soy Dios, luz omnipresente,
reencarnación del placer,
la dicha, el sumun soy yo,
¿Poseo tu dulce querer?
- No. No lo posees tú.
- Soy tu alma, tu credo, el cielo,
el sol del amanecer,
lo soy todo y aún más,
¿Poseo tu dulce querer?
- No. No lo posees tú.
- Soy la nada, lo intangible,
lo imposible de ver,
la estrella fugaz que muere
olvidada al arder;
nunca amado y siempre odiado.
¿Soy yo a quien amas, mujer?
- ¡Sí! ¡Oh, sí! Tú eres. Eres tú.